Otra vez son tema los asesinatos de mujeres
Rafael Cienfuegos Calderón Diga lo que diga el gobierno del cambio y maneje como maneje sus datos, lo innegable, lo real, lo lamentable, es que la estrategia de política pública (si es que la hay) para proteger a las mujeres de la violencia, trata de personas, violación y asesinatos de odio, es un total y rotundo fracaso. Y es por eso que este espacio de periodismo de opinión seguirá exponiendo, por convicción y compromiso, que no han servido de nada los instrumentos jurídicos que hay para garantizar y lograr que las mujeres en México vivan libres de mal tratos y sin miedo, y denunciando la indolencia con la que los gobiernos federal, estatal y municipal y autoridades encargadas de impartir justicia propician que la impunidad impere en grado máximo. El mes de abril de los tres años anteriores y del presente ofrece la evidencia. Ocurrieron 82 feminicidios en 2022, igual número en 2021, 73 en 2020 y 68 en 2019 (en diciembre de 2018, al inicio del gobierno del cambio, 101). Ante ello se manipulan los datos oficiales y/o se dan amañados con el fin de falsear la realidad y/o confundir. En su informe del 20 de mayo, Rosa Icela Rodríguez, secretaria de Seguridad y Protección Ciudadana (SSPC) afirmó que en abril de este año los feminicidios habían bajado 26.8% con respecto a agosto de 2021, cuando hubo el máximo histórico de 112 asesinatos de mujeres. ¿Por qué hizo la comparación con agosto del año anterior y no con abril como corresponde? ¿Por qué no con el mes que le antecedió, marzo, tanto de 2021 como de 2022? La respuesta es evidentemente, porque no hay decremento alguno y por el contrario la tendencia se mantiene a la alza. Para conocer el avance o retroceso de los feminicidios en México, El Financiero analizó los datos del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública y comparó los asesinatos de mujeres ocurridos en los meses de abril del gobierno de López Obrador. Hubo más feminicidios en abril de 2022 que en 2021, 2020 y 2019. En abril de 2018 con Peña Nieto hubo 81, y en diciembre, primer mes del nuevo gobierno, se llegó al récord histórico de 101. Para abril de 2019, el reporte fue de 68; en 2020 hubo 73; en 2021 fueron 82 (ese año es hasta ahora el más violento contra las mujeres con mil 16); y la cifra de abril de 2022 también es de 82, lo que indica que no hay disminución. En enero pasado el registro total fue de 79 feminicidios; en febrero, 83; en marzo, mes del Día Internacional de la Mujer, 75; y en abril 82. Además, este año han aumentado otros delitos que atentan contra la integridad y dignidad de la mujer, como trata de personas, lesiones culposas, homicidios culposos, y violación. La violencia feminicida es una tragedia nacional que, como se expuso anteriormente en esta columna, es superada por la tragedia de tener un gobierno que no sabe qué hacer ni cómo responder a las mujeres que exigen la protección y seguridad a que tienen derecho. La insistencia de los medios de comunicación de todo tipo para informar sobre la violencia y los asesinatos de mujeres permitirá que estas sean visibilizadas y que dejen de ser menospreciadas e ignoradas por un gobierno falto de sensibilidad, respeto y responsabilidad, y que para la sociedad el número de feminicidios no sea solo una estadística ni se convierta en algo habitual, por el contrario, que lo sienta como un problema para el que se exige atención y solución.
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Ser popular a pesar de los pesares
Rafael Cienfuegos Calderón Quienes apoyan al Presidente y lo colocan en la categoría del más popular (o populista) en la historia reciente de México, que oscilan según encuestas entre el 56 y 60% de la población, son en su mayoría los económicamente desfavorecidos que mantienen la esperanza de que en algún momento su situación de vida habrá de mejorar, así como los beneficiarios de los programas sociales que reciben en efectivo subsidios por 445 mil 520 millones de pesos en 2022 (100 mil millones de pesos más respecto al año pasado, Secretaría de Hacienda). Pero que sea popular y carismática la persona que ocupa la presidencia, que conecte con el ciudadano de a pie, que diga lo que piensa, que haga lo que manda el “pueblo”, que sea dicharachero y ocurrente, que no mienta, que cumpla sus promesas, que batalle con los problemas que heredó de gobiernos neoliberales, con las secuelas de la pandemia y con grupos de conservadores y fifís, que combata la pobreza, que lo manchen familiares involucrados en escándalos de corrupción, que proteja a delincuentes, que elogie a Trump, que ataque y difame a la UNAM, al INE, a periodistas y columnistas, que defienda a dictadores, que no acepte críticas, y que a toda costa quiera imponer su particular proyecto de transformación, no equivale a que sea un buen gobernante. El Presidente está reprobado por la inseguridad y violencia, por el estancamiento económico y el desempleo y por la corrupción que impera en el gobierno. Aunque como escribió en Milenio Jorge Zepeda Patterson (17-05-2022) “el problema con el “populismo” es que razonablemente ejecutado funciona muy bien desde la perspectiva de las mayorías, y López Obrador ha ganado la narrativa de cara a los sectores populares. El “México profundo” siente que por vez primera en Palacio Nacional hay alguien que habla en su nombre y fustiga a los de arriba, que ha elevado 60% el salario mínimo, entrega 3 mil 850 pesos bimestrales a 8 millones de ancianos, ayuda que para muchos evita la miseria absoluta, y que en general dispersa de manera directa cerca de 700 mil millones de pesos anuales entre la población necesitada. A su decir, la aprobación de López Obrador obedece a que aun cuando no esté exento de errores, su gobierno ha tomado acciones que buscan mejorar la condición de la población necesitada, que en el país es mayoría. La encuesta de El Financiero (02-05-2022) revela que 55% de mexicanos estima que el presidente y su gobierno ha transformado algo o mucho al país, 44% dice que poco o nada; 56% lo aprueba y 42 lo desaprueba; 38% considera que el país está mejor que antes, 37% que está igual y 23% que está peor; 63% reprueba al gobierno en el manejo de la seguridad pública; 49% en el combate a la corrupción; y 42% en cómo lleva la economía; 32% tiene un ánimo pesimista en cuanto a las posibilidades de encontrar trabajo; y 41% está en un ánimo malo o muy malo sobre su situación económica y financiera personal. CAPITULO NUEVE
Hay quienes cuentan que la mejor manera de encontrarse con el Diablo, mas no de hablar con él -¿habrá alguien en esta vida terrena que lo haya hecho?-, es invocándolo a través de complicados rituales. Que no hay otra forma. Ni siquiera portándose lo más mal que sea posible para que se haga realidad el dicho ese que escuché mentar muchas veces cuando era niño, si te portas mal, se te va a aparecer el Diablo. Hay también quienes cuentan que el Diablo vive en el Infierno, y creo que sí. Más que nada –aclaro- por la seguridad con que muchos mortales lo aseguran y repiten, y no porque esté convencido de que así sea. Y como tengo la obstinación –a ese grado he llegado- de entrevistarlo, me percaté de que no tengo otra alternativa que ir al Infierno. Porque si no es en el Infierno ¿dónde podría encontrarlo? Pero, ¿dónde se encuentra el Infierno? Esas eran las preguntas que una, cien y mil veces –es un decir- me hice a partir de que caí en la cuenta de que el Diablo no es un personaje público con el que se puede uno llegar a topar en la calle o en algún restaurante o en una cantina o en un antro. Es ampliamente mentado, sí, pero no está disponible. Hice búsquedas de información y de acuerdo a lo que encontré hay la visión tradicional de que el Infierno está en el centro de la tierra, mientras que el pensamiento moderno lo sitúa en un agujero negro del espacio exterior. En el Antiguo Testamento, la palabra "Infierno" es Seol, que traducida significa “pozo o sepulcro”, en el Nuevo Testamento, es Hades, que se entiende como “invisible", y está, además, Gehena, que se refiere al “Valle de Hinom". Tanto Seol como Hades hacen referencia a una residencia temporal de los muertos antes del juicio y Gehena a un estado eterno de castigo para los muertos impíos. -No, pues sí. Más simple que esto no me lo podía esperar-. El poder de la imaginación me permitió visualizarme viajando en la línea subterránea 13 del Metro de Ciudad de México, que va de la terminal Mundo Terrenal a la de Fuego Refulgente, o yendo a Cabo Cañaveral para montarme en el siguiente transbordador espacial disponible que me eleve y me deposite en la constelación del Infierno. Y ya sea en las profundidades del planeta tierra o en el espacio infinito, lo primero que tendría que hacer es aclimatarme para soportar el intenso calor que seguramente provocan las llamas -porque también se dice e inclusive se afirma que en el Infierno siempre hay fuego que lo ilumina-, luego encontrar a alguien que sepa dónde se ubica la morada del Diablo y convencerlo -quizá a través de un soborno- para que me indique por dónde debo ir o que me lleve, y luego ya que haya encontrado el sitio, apersonarme con alguno de los tantos sirvientes que como Rey del Averno ha de tener y hacerle saber que mi visita obedece al máximo interés de ver a su amo y señor para pedirle una entrevista. -Por supuesto, espero que el Diablo esté dispuesto a recibirme y que acepte someterse a escrutinio sin que pida nada a cambio, por ejemplo, mi alma, lo que sea que eso sea, y entienda la importancia que tiene para mí hacer lo que periodísticamente no se ha hecho hasta ahora, ya que ese sería mi último trabajo después de más de cuatro décadas de ejercer la profesión más excitante, más desgastante, más adrenalínica y más mal pagada-. ¿Y si resulta que nadie sabe dónde mora puesto que él se encuentra en todas partes? ¿Y si en el caso de que lo ubicara ni siquiera me quiere recibir aunque sea para escuchar mi petición? ¿Y si me tilda de loco? ¿Y si acusa que lo que publica la prensa son puros chismes? ¿Y si ordena que me echen? ¿Y si por el contrario ocurre que me impida salir del Infierno? Solo faltaría que me meé un perro. –Solté una sonora carcajada que derivó en tos como de tísico-. -¡Vaya alucine que me avente!- ¡Estoy cabrón! No cabe duda –pensé- y esbocé solo una sonrisa-. Consciente de que ni Google Map ni el GPS sirven para dar con el Infierno y menos para localizar al Diablo, recurrí al internet, que según yo es la mejor herramienta tecnológica ideada, y en la página electrónica de Unidos contra la Apostasía -palabra que leí se refiere al acto de un individuo que hace público el abandono de su fe o el de un religioso que opta por marcharse de la orden que integraba dejando de lado los dogmas y los preceptos que, hasta entonces, estaba comprometido a respetar y seguir-, encontré que según las Escrituras hay seis lugares del pasado, el presente y el futuro donde mora el Diablo, Satanás o como se le quiera nombrar. Uno es “El trono de Dios” o “El santo monte de Dios”. Ahí, antes de su caída, Satanás estaba con Dios en calidad de querubín, cubriendo con sus alas el trono divino. Otro es “El huerto del Edén”. De este lugar algunos intérpretes dicen que no se trata del mismo huerto donde estuvieron Adán y Eva, sino un huerto mineral anterior. Independientemente de si Satanás acudió en forma de serpiente a ese huerto o al del Génesis, la segunda morada fue posterior a la rebelión y caída de Satanás. Está el de “Los cielos atmosféricos”. Se cree que ésta es la morada actual de Satanás, que tiene acceso tanto al cielo como a la tierra. En el cielo es el acusador de los redimidos, y en la tierra es el príncipe del mundo que dirige la revuelta constante contra Dios con intención de destruir a los redimidos. Por supuesto, “La tierra”. A la mitad de la Tribulación de siete años, Satanás será expulsado de los cielos atmosféricos y confinado a la tierra, donde pasará la segunda mitad de la tribulación. Durante este tiempo provocará un gran caos y tremendas calamidades. “El abismo”. Al final de la tribulación, tras la segunda venida de Cristo, Satanás será atado y arrojado al abismo (“que no tiene límites” o “no tiene fondo”), un lugar de confinamiento temporal, durante mil años. Y “El lago de fuego”. La última morada de Satanás donde él y sus demonios permanecerán por toda la eternidad. Entre más buscaba, más perdido me sentía en ese mundo de información que me imposibilitaba ubicarme. Estoy perdido y no sé qué camino me llevará hacia ti… -parafrasee la letra del popular bolero que tanto me gusta en la interpretación de Los Tres Ases, aunque lo hice con la variante de me llevará hacia ti, en lugar de me trajo hasta ti-. En fin, el caso es que la emoción con que comencé a desarrollar la idea de entrevistar al Diablo, sentí empezaba a convertirse en una aspiración más que en un hecho realizable, lo que me pareció una desgracia que se concatenaba con la otra desgracia que presencio igual que miles de millones más, la de salud. Esto, porque precisamente el 21 de marzo, día en que entró la primavera y a unos más de que se cumplió un año de la aparición del virus en México, ya habían 198 mil 36 muertes y en el mundo 2 millones 710 mil 382. El desánimo, que me negué a aceptar que lo fuera, pasó más rápido que pronto. Después de 48 horas ya me encontraba buscando posibles métodos para tener contacto con el Diablo. Pensé en el más simple: “Satán yo te invoco, hazte presente, quiero hablar contigo, tengo interés en entrevistarte. Envíame una señal para que sepa que me escuchaste”. La verdad, me pareció una vacilada, algo demasiado ingenuo, pues ya parece que va a estar ahí sentado, sin hacer nada, aburrido y rascándose la panza, esperando a que un cualquiera como yo lo nombre para inmediatamente responder. Por cierto, pensé, ¿así será su vida? ¿En qué se entretendrá para matar el tiempo? ¿Cuáles serán sus costumbres? ¿Tendrá en realidad cosas qué hacer o asuntos importantes que atender? ¿Podría tener para él alguna importancia conceder una entrevista periodística? ¿En qué podría ésta cambiar su situación? ¿Le serviría para limpiar la imagen de maloso que le hemos colgado? ¡Chinga! Otra vez el fatalismo. –Me reclame y repetí y repetí que eso no, no puede ser. No. No puede ser. No. No puede ser. No. No puede ser. Sería como renunciar a un trabajo sin tenerlo aún. Respiré profundo y me mentalice para hacerme un coco wash diciéndome con firmeza, no debes renunciar, no debes echar por la borda el trabajo de investigación hecho para estructurar la entrevista, no debes dejar de actuar como un profesional, no debes permitir que el desánimo te doblegue. El profesionalismo está antes que nada, no lo olvides. Recuerda que no es aceptable llegar a la redacción con el jefe de información y decirle que no tienes nada que escribir porque no encontraste noticia alguna que sea valiosa para publicar. La invocación pensé que podría ser el único recurso al alcance para contactarlo y hacerle saber mi interés por entrevistarlo, pero la primera traba que encontré fue desconocer cómo llevarla a cabo. Así es que con ánimo renovado, inicié una nueva búsqueda. Para ponerme en contacto con el Diablo me enteré que es preciso que haga un ritual en una iglesia cualquiera a las 12 de la noche. Grande o pequeña. Vieja o nueva. Cristiana o evangelista. Pero eso sí, tiene que estar completamente vacía. Lo podría hacer cualquier día de la semana, pero la recomendación es que mejor sea en los de luna nueva o luna llena, los viernes 13 o bajo la luna del Día de Brujas. Que al contrario de la fecha, la hora es muy importante. Tengo que empezar o terminar el ritual exactamente a la media noche, por lo que lo mejor es que dedique alrededor de 30 minutos para los preparativos y estar seguro de que cuento con todos los objetos que es necesario llevar, y que no haya uno solo de los que es preciso no portar. Esta, me pareció que bien podría ser la receta universal para que el Diablo aparezca, dado que la publican varios sitios de internet, aunque sin especificar, si es la más efectiva, no solo para que se haga presente sino también para hablar con él. Los ingredientes que necesitaría son un bote completo de sal, aunque quizá no la use toda, pero más vale que sobre y no que falte, siete velas, de preferencia rojas o blancas, cerillos o encendedor, ya que tengo que tener en cuenta que es falso que en los rituales de ocultismo las velas se prenden solas, como vemos que ocurre en las películas, un trozo de hilo rojo, de dos o tres metros, y un espejo grande, de esos de los que se colocan en las puertas de los closets para verse de cuerpo entero. Como extra –por si acaso- una lámpara y herramientas para facilitar la entrada a la iglesia, unas tenazas, un martillo y un desarmador. Lo que por ningún motivo debo portar es cualquier tipo de dispositivo electrónico, teléfono celular, tableta, reproductor de DVD y mp3, calculadora, y relojes de pulsera o de bolsillo, cualquier imagen o artículo religioso -eso de nada sirve para protegerse de imprevistos y, por el contrario, inhibirían la aparición del Diablo, además de que estaría en una Iglesia-. Algo de vital importancia es que mantenga una actitud aventurera y de libertad para experimentar. La preparación del ritual la iniciaré una vez que ubique el lugar adecuado, que puede ser el santuario, la cocina, el área de lavado e incluso el baño, siempre y cuando haya suficiente espacio y no haya nadie que interfiera. Lo primero sería hacer un círculo con la sal en el piso y colocar dentro el espejo, en caso de que haya algo, como un pedestal en qué recargarlo, o de otra manera, dentro de un semicírculo si me decido por usar la pared o una puerta, luego envolver el hilo rojo alrededor del espejo varias veces y colocar las velas fuera del circulo o semicírculo de sal, espaciadas a intervalos más o menos a distancias iguales, encenderlas siguiendo el sentido de las manecillas del reloj y, algo muy importante, que esté atento para no romper el círculo de sal ya que si eso ocurre se interrumpe el ritual y tendría que comenzar de nuevo desde el principio. Hecho lo anterior, quedaría ya levantado y listo el cerco de protección y podría proceder a iniciar la convocación. Pero antes, tengo que llamar la atención del Diablo y demostrar determinación a través de un acto sacrílego, como colocar de cabeza un crucifijo en el lugar en que se encuentre o dañar alguna imagen o pintura religiosa; después me tengo que parar frente al espejo y deberé mirar de manera intensa, sumamente intensa, su fondo, concentrándome. No será necesario que recite conjuros y versos en latín, bastará con ver al espejo y desear profundamente que aparezca el Diablo. Transcurridos unos instantes, cuando sienta la sensación de estar listo, tengo que cerrar los ojos, contar del uno al diez con una pausa de un segundo, y al final, abrirlos. Quién aparezca reflejado en el espejo, ese es el Diablo. Si es mi rostro y cuerpo lo que veo, no habrá necesidad de frotarme los párpados por la creencia de que es una ilusión, pues no hay equívoco. Quien se refleje es el Diablo. El Diablo, que anhelaba encontrar y conocer en persona. El Diablo, al desnudo y a todo color. El Diablo, sin disfraz. El Diablo, sin truco. El Diablo, sin excusa alguna No tendría por qué alarmarme ni por qué tener miedo ni por qué gritar alarmado ¡Madre mía!, ni ¡Oh my good! Ni ¡Hay güey! dado que el resultado estará bien y es indicativo de que el procedimiento lo hice debidamente y que la convocación fue un éxito. En ese caso, solo tendré que aceptar y convencerme de que la mía es la imagen que decidió adoptar el Diablo para mostrarse, pues se sabe que el Diablo puede tomar diferentes formas. A veces la de un Dandi, a veces la de una figura rara y sombría, a veces la de un monstruo horrendo, a veces la de una mujer fatal, a veces la de nosotros mismos. Que, pienso, esta sería la imagen menos desagradable ante la que quisiera estar, si la comparo con la que nos hemos prefigurado del Diablo. Lo anterior me despertó dos dudas: ¿Seré capaz de acudir a una iglesia -lo que no hago por voluntad propia desde que mis padres dejaron de llevarme a escuchar misa porque ellos querían- y a las 12 de la noche para hacer un ritual de invocación al Diablo para, al final, encontrarme posiblemente conmigo mismo? ¿Podré aceptar, si ese fuera el caso, que tendría que auto entrevistarme, echar mano al mismo tiempo de un alucinante monólogo y un diálogo con mi conciencia para cumplir mi propósito de hacer la entrevista que nunca jamás se ha hecho en la historia del periodismo? No supe qué responderme. Un cansancio y pesadez mental –como empezaba a ocurrirme con más frecuencia-, me acometieron he hicieron presa. No acudió en mi auxilio razonamiento alguno que aligerara la zozobra que me invadió esa tarde, que se había tornado plomiza y en la que empezaba a caer una ligera llovizna. Más poco a poco fui cayendo en la cuenta de que no preciso ir al fondo-centro de la tierra ni al espacio sideral para encontrar el Infierno ni hacer un ritual para estar frente a frente con el Diablo y pedirle que acepte que lo entreviste. Lo que tengo que hacer es ponerme a trabajar, preparar la grabadora con pilas nuevas y allegarme varios casetes vírgenes, formularme las preguntas que previamente redacté y recordar lo más fidedignamente posible, las respuestas que idee y que supuse daría el Diablo durante nuestro encuentro. “Has pedido entrevistarme, aquí estoy”. Era una voz lóbrega, áspera, metálica. Una voz que no supe precisar de qué punto provenía, pero que desencadenó en mí un largo y muy fuerte escalofrío de miedo. Permanecí algunos minutos sin respiración, después tomé fuerzas. “Pero ¿quién eres tú?". “No seas estúpido, ¡soy yo!" No había pensado nunca poder pasar con mi entrevista del plano de la fantasía al de un tú a tú con el Maligno. He intentado muchas veces explicarme cómo percibí aquella voz tan cercana, que no venía de ningún punto preciso de la habitación ni salía de mi interior. Sin embargo, la sentí claramente, siempre en un tono amenazador y desdeñoso y cargado de una rabia especial. “¿Cómo es que has venido? Así relató el sacerdote italiano Doménico Mondrone -autor del libro Un exorcista entrevista al Diablo-, el encuentro e intercambio de palabras que afirma tuvo con quien resulta ser el personaje, único e insustituible, que yo elegí como el último entrevistado de mi carrera. Un día pensó, "sería interesante poder entrevistar al Maligno", a partir de un programa de la televisión italiana en el que de modo figurado se entrevistaba semanalmente a personajes como Cleopatra o Pitágoras, y de haber valorado que su bagaje profesional de exorcista le bastaría para tener una entrevista con el Demonio. Ese pensamiento, aunque confesó le producía rechazo, sin embargo, ocupó su mente una y otra vez, por semanas, y que lo más extraño y contradictorio que le ocurría era que pensar en hacerla le proporcionaba paz y seguridad, mientras que desecharla lo dejaba en un inexplicable estado de turbación interior. El lunes 27 de septiembre del primer año de la tercera década de siglo XXI en que puse fin al escrito del relato Mi entrevista con el Diablo, la cifra de muertes en el mundo a causa de la enfermedad de covid-19 que produce el bicho era de cuatro millones 740 mil 525, y en México ascendía a 275 mil 246. No había visos de una pronta calma. La inmunización con las vacunas avanzaba entre la desconfianza y la expectación. Ya a casi nadie interesaba conocer el origen del virus. Y, mucho menos, había posibilidad de saber si el Diablo tuvo algo que ver o no con la epidemia. FIN CAPITULO OCHO A pesar del encierro, que creí sería una tortura por aburrimiento e inactividad, y de la sensación que llegue a sentir en ocasiones de que el tiempo estaba pasando muy lentamente, aunque de acuerdo a mi reloj biológico transcurría con normalidad, los segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses y el primer año, pasaron a tal velocidad que no me percaté de ello. En un abrir y cerrar de ojos ya nos encontrábamos en Semana Santa, la cual, en condiciones normales, es de asueto y se aprovecha para turistear, ir a la playa a refrescarse del calor que se combina entre insoportable e infernal o a alguno de los más de cien pueblos mágicos que hay, o para recogerse –en el buen sentido de la palabra- en cuerpo y alma para conmemorar la Pasión de Cristo, claro está, de acuerdo a los gustos, costumbres y creencias de cada quien. Pero, a pesar de que la situación es extraordinaria a causa del bicho y como si no pasara nada, los lugares de mar, playa, palmeras, bebidas espirituosas y bikinis, más que los sitios ricos en cultura y arquitectura, y casi la totalidad de las iglesias que están diseminadas por el territorio, no dejaron de estar atiborradas por quienes indolentemente haciendo caso omiso al llamado de no salir de casa y dejar de asistir a lugares altamente concurridos, corrieron el riesgo, sin uso de cubrebocas y sin guardar la sana distancia, de contagiarse enfermar y morir. Eso, que califiqué como acto de criminal, me hizo cavilar que posiblemente los turistas fueron tentados por las vibras malignas del Diablo dado que lo suyo es la desobediencia, el reventón, la impudicia, y, por tanto, estuvo complacido con todos ellos, en tanto que sobre los fieles religiosos concluí que si fueron tocados por la mano de Dios y por eso se dieron cita donde se le rinde culto y se dice se afianza la fe, incurrieron en el pecado capital de “no matarás” al atentar contra su propia vida. Supuse convencido que en esta Semana Santa hicieron acto de aparición el bien y el mal, la sensatez y el valemadrismo. Actitudes de nuestra natural forma de ser, que no sorprenden, pero que sí indignan -a lo menos a mí, al grado de que expresé algo que nunca creí podía llegar a decir: “no hay temor ni de Dios ni del Diablo”-. El tiempo corría, sin embargo, a la velocidad que es natural que lo haga, y de ello me di cuenta a partir de que por la necesidad de tomar en horas precisas unas gotas para fortalecer el sistema inmunológico del cuerpo, tenía que estar atento del reloj. Pero también, porque cada minuto, cada hora y cada día cambiaban rápido, muy rápido, los números de los contagios y las muertes a causa de la enfermedad. Esto –especule en consonancia con el tema de la entrevista- ha de tener gozoso al Diablo, en el supuesto de que sí sea él el causante de la peste, como lo presupongo en la pregunta que tengo pensado hacerle. Y, contrariamente, Dios la ha de estarla pasando mal al ver cómo la vida que se dice él creó se diezma, al percibir el dolor y el sufrimiento que padecen las personas, y al constatar que la esperanza decae ante el cúmulo de problemas que se han agravado con la aparición del virus. Difícil es saber si lo reconforta que haya quienes le agradecen el milagro de que en tiempo récord las mentes iluminadas de hombres y mujeres de ciencia hayan creado no una, sino varias vacunas para hacer menos grave la enfermedad e impedir una tragedia mayor, aunque con ellas se abulten las ganancias de las industrias farmacéuticas ante la creciente demanda y el agandalle de los gobiernos de países ricos por acapararlas. El antagonismo y la lucha que hay desde siempre entre el bien y el mal, y entre la vida y la muerte, bien que mal podrían estar representados en este tiempo de pandemia por el biológico y el virus, ya que mientras el primero, ya inyectado en el cuerpo humano protege y se convierte en defensor de la vida, el segundo se aferra a menoscabar la resistencia de los organismos hasta que los aniquila. La vacuna, se sabe, es producto de la ciencia, mientras que sobre la aparición del SARS-CoV-2 hay la duda, fundada o no, de que si no es de origen natural puede ser el resultado de un experimento de laboratorio fallido realizado por mentes humanas en busca de nuevos descubrimientos, y que es aprovechado por el Diablo y sus fuerzas malignas. Yo pienso, y lo digo ahora que tengo oportunidad, que todos los experimentos científicos son un riesgo porque en ellos intervienen la prudencia y la desmesura, el acierto y el error, el conocimiento o el desquiciamiento de quienes con buenas o malas intenciones se aventuran a hurgar en lo inexplorado y, por tanto, siempre tienen una alta carga de incertidumbre y riesgo. ¿Cómo saber si lo que se llegue a tener como resultado será positivo o por lo contrario traerá consecuencias nefastas? Y la duda y la especulación son mayores cuando se llega a saber que tal o cual cosas se hicieron a espaldas de la gente, clandestina o encubiertamente. Se puede argumentar que son meras suposiciones, pero en la actualidad persiste la duda sobre el origen de algunos virus mortales. A lo largo de la historia hay un cúmulo de casos sospechosos, pero sobre el virus actual, el SARS-CoV-2 que provoca la enfermedad del Covid-19 y que la anda rolando por el mundo, y del que me interesa que el Diablo, mi prospecto de entrevista, aclare si es el responsable o no, en abril de 2020, Luc Montagnier, virólogo francés ganador del Premio Nobel de Medicina 2008 por su trabajo de investigación sobre el VIH Sida, y figura controvertida en la comunidad científica mundial, aseguró que el virus SARS-CoV-2 fue creado en un laboratorio insertando genes de VIH-1, virus del sida, en un coronavirus. A su decir, unos “biólogos moleculares” insertaron secuencias de ADN del VIH-1 en un coronavirus como parte de su trabajo para encontrar una vacuna contra la enfermedad del sida. “En cualquier caso –concluye- no es natural”. A su vez, en septiembre del año pasado, la viróloga hongkonesa Li-Meng Yan público un informe con las pruebas que demostraron que el SARS-CoV-2 salió de un laboratorio chino. Los datos se publicaron en la revista científica Zenodo en un documento titulado “Características inusuales del genoma del SARS-CoV-2 que sugieren una sofisticada modificación en laboratorio en lugar de una evolución natural”. Y por dar a conocer lo anterior, Li-Meng se vio obligada a huir a Estados Unidos para refugiarse de las amenazas de muerte que recibió en China. A ciencia cierta, nada se sabe del origen del virus a más de un año cinco meses de que apareció en China y, por eso, hay misterio y controversias que causan desinformación. Y estoy seguro, debo decir, que nada se sabrá, porque haya o no responsabilidad científica de alguna institución o empresa o gobierno, nadie la reconocerá ni cargará con ella, nadie aceptará que sea producto de un experimento fallido. En mi caso, la incredulidad se acrecentó cuando me enteré después de leer la noticia de que para la Organización Mundial de la Salud el virus es de origen natural, dado que hay evidencia de que se originó en murciélagos y que no fue manipulado o fabricado en un laboratorio, de que científicos de diversos países están en contra de esa afirmación porque, aunque la teoría del origen natural es ampliamente aceptada, carece de apoyo sustancial. La explicación es que el SARS-CoV-2 muestra características biológicas que son incompatibles con un virus zoonótico natural. Hasta se habla de acciones conspirativas y del surgimiento de nuevas armas biológicas de aniquilamiento masivo de personas. Me imagine –lo que no me cuesta ningún trabajo- que esto se parece a algo así como el regreso de la llamada Guerra Fría en que se enfrascaron por años los gobiernos de Estados Unidos y la extinta Unión Soviética, hoy Rusia, por la paranoia que los hacía presa y por la que unos y otros se acusaban de atentar contra la preservación de la vida humana. Algo para morirse, pero de risa. Buen material, sin duda, para a través de un comic o historieta de ciencia ficción convertir al virus en “Sarscovman”, personaje maloso al que podría dársele forma en un ambiente distópico determinado por enfermedad y muerte, el desquiciamiento de las economías, las sociedades, los sistemas políticos y los gobiernos, ante la incapacidad de enfrentarlo. Parecería que se trata de una situación absurda, sin sentido, surrealista ¡vamos! Pero no estoy convencido de que así sea. Hay hechos que llevan a conjeturar que la mano del hombre, a propósito y con intereses bien definidos, y no la de Dios ni la del Diablo ni la de la naturaleza, está interviniendo para que aparezcan plagas que como el SARS-CoV-2 puedan disminuir la población mundial a un ritmo mayor que el de una hambruna o una guerra. Y si de antemano diera el beneficio de la duda al Diablo sobre la pregunta ¿por qué atormenta y castiga a los miles de millones de pobladores del mundo con la peste que está matando por millones a ancianos, cuya aspiración es concluir su existencia de la mejor manera posible, a adultos, que tienen la responsabilidad de una familia, a jóvenes, que están ansiosos por conocer la grandiosidad de la vida, probable que dé como respuesta que nosotros los mortales lo hemos sobrevalorado. Su argumento bien lo podría sustentar en que él no tiene poder alguno para crear nada ni propiciar el sufrimiento de nadie. ¿Castigar yo? ¡Mm! ¿Engendrar maldad yo? ¡Okey! ¿Provocar yo todo lo que se me achaca? ¡Aja! Hasta podría burlarse y carcajearse en lugar de que se indigne por tal acusación. Podría revertir, inclusive, que los tormentos y castigos nos los hemos impuesto los mortales a lo largo de los siglos como resultado de normas y conductas sociales, religiosas, comunitarias y sectarias que inventamos para supuestamente tener orden y propiciar la convivencia en armonía entre mujeres y hombres por igual, para educarnos, para que tengamos los mismos principios y valores éticos, los mismos propósitos e intereses en pro del bienestar de todos, para comportarnos como seres civilizados. La humanidad –podría decir- es la responsable de su destino, de las desgracias que ocurren a diario y alteran su vida. Que él ni nadie tienen el poder para incidir en lo que pasa o deje de pasar. Si hay plagas, hambrunas y enfermedades es porque la presencia humana ha alterado el medio ambiente natural en detrimento de su existencia y la de plantas y animales al contaminar el agua de ríos y océanos con basura e inmundicia, la tierra, antes fértil, hoy convertida en páramo por la tala de árboles y el abusivo uso de fertilizantes y agroquímicos en un intento por producir más alimentos y combatir los parásitos, el aire, con los gases y partículas tóxicas que producen los combustibles y expulsan las fábricas y automotores, y, también, por la búsqueda constante de la ciencia . Asimismo, que lo que valoramos como bueno o malo, nos lo hemos inventado para premiarnos o castigarnos, y que para deslindarnos de toda responsabilidad, tanto lo primero como lo segundo, se lo hemos endilgado a dos entidades intangibles que están arraigadas en nuestras mentes y que posiblemente nada tengan que ver: Dios y el Diablo. ¿Cuáles podrían decir ustedes que son mis méritos para crear, por ejemplo, el virus que a partir del último mes de 2019 enferma de covid, sobre el que no saben de dónde salió ni cómo atacarlo, pero que sigue infectando y causando muerte, o la influenza, de 2009, que se pensó era una gripe común que al agravarse acompañada de fiebre, letargo, falta de apetito, tos, secreción nasal, dolor de garganta, náuseas, vómitos y diarrea, y afectar a 74 países fue declarada pandemia mundial, dejando al año 2011 alrededor de 60,8 millones de casos y 575 mil muertes; o el sida, de 1981, que se dice tiene actualmente infectadas a 75 millones de personas y ha acumulado en el mundo entre 25 y 35 millones de víctimas mortales; o la gripe porcina, que apareció en 2005, y que al propagarse por varias partes del planeta en 2009 quitó la vida a 200 mil personas; o la hepatitis B que causa enfermedad crónica en 360 millones; o la hepatitis C, de 1992 ,enfermedad infectocontagiosa que ataca directamente el hígado y que padecen mil 700 millones de mortales, una gran mayoría de ellos sin saberlo; o el ébola, que ataca a animales y seres humanos, para el que no hay vacuna y cuya propagación es muy rápida y su letalidad muy alta; o el síndrome respiratorio agudo severo, de 2002, conocido como neumonía atípica para la que no existe cura. Y no se diga de las más antiguas, la viruela, que azotó las poblaciones humanas del año 10 mil antes de Cristo y que tuvo su peor brote en el tiempo de la conquista de América, la peste negra, en la Edad Media, entre 1347 y 1351, la gripe española, de finales de la Primera Guerra Mundial, que cegaron en conjunto 550 millones de vidas? No hay un solo hecho que se pueda mencionar en el que yo, el Diablo haya participado o tenga responsabilidad. Nada de lo que he mencionado tiene que ver conmigo. Nada de eso me interesa. La verdad sea dicha, la paso muy bien observando como por iniciativa propia ustedes los humanos se encuentran inmersos en un remolino de autodestrucción por su deshumanizada existencia, y su miserable forma de vida, por el individualismo, la envidia, la codicia y la deslealtad, que los desesperanza ante la imposibilidad de poder alcanzar lo que tanto desean, coexistir en un ambiente de felicidad plena. La respuesta la podría aprovechar el Diablo, inclusive, para echarnos en cara que a diferencia de los virus que tienen su nacimiento en la naturaleza, el hombre ha creado artificialmente otros, como los agentes químicos que tienen el poder de aniquilar y de los que echó mano durante las dos Guerras Mundiales convirtiendo ciudades, pueblos y calles en mataderos. Europa y Vietnam son los mejores ejemplos. Desmentirlo, ¡imposible! ¿Con qué argumentos? El hombre fue el creador del gas VX, químico que ataca al sistema nervioso central a través de los compuestos organofosforados que contiene y cuyo efecto se manifiesta en convulsiones, hasta llegar a la parálisis general. Creado en Reino Unido como pesticida fue prohibido por su alto grado de toxicidad y, sin embargo, se adoptó como arma. Según se sabe, una dosis de 0.9 miligramos debilitaba a la víctima, y a partir de 10 resulta mortal. Está también el gas sarín, inventado en Alemania, en 1938, como pesticida. Su apariencia es la de un líquido incoloro e inodoro que se evapora rápidamente cuando se calienta. Una sola gota del tamaño de un alfiler bastaba para matar a un adulto. Los síntomas causados a quienes tenían contacto con el comenzaban a manifestarse con dolores de cabeza, salivación y secreción de lágrimas, seguidos de una parálisis progresiva de los músculos que terminaba en la muerte. Fue conocido porque se empleó en el ataque terrorista al metro de Tokio en 1995, pero antes, en la Primera Guerra Mundial, se le combinó con gas de cloro y Alemania dejó caer 88 toneladas de bombas contra las tropas británicas. El fosgeno, es otro agente químico muy peligroso para el tejido pulmonar provocando inicialmente tos, ahogo, opresión en el pecho, náuseas y vómitos hasta causar la muerte. Es fácil de fabricar, lo que lo convierte en el arma química más accesible de todas. Y el gas mostaza, de 1917, utilizado en la Primera Guerra Mundial. Los alemanes fabricaron proyectiles con mostaza nitrogenada líquida que si al caer impregnaba las ropas de los soldados, al evaporarse contaminaba el aire afectando a todos los que se encontraran alrededor de la zona de impacto. Afecta especialmente los ojos, las vías respiratorias y la piel, primero como irritantes y luego como veneno para las células del cuerpo. Cuando la piel está expuesta a este gas, se enrojece y se quema, y aparecen ampollas que se transforman en úlceras. Los ojos se hinchan y las personas se quedan ciegas a las pocas horas de la exposición. No siempre resulta mortal, pero deja a sus víctimas lisiadas. Está el novichok 5, una más de las invenciones de la mente humana que resultó ser el agente nervioso más mortífero que existe porque sus efectos son entre cinco y ocho veces superiores a los del gas VX. Se trata de un compuesto desarrollado en la Unión Soviética a finales de los años 70, como arma binaria, lo que significa que las máscaras antigás no son efectivas contra él. Sus efectos provocan la contracción continuada de los músculos hasta acabar induciendo un paro cardíaco mortal. Su uso en la guerra contra Afganistán y Chechenia fue denunciado ante la ONU por las tropas de ambos países. Lo anterior me llevó a pensar que el Diablo tendría razón si señala que a lo largo de la vida en la tierra un número importante de las muertes acumuladas ocurridas son producto de actos irreflexivos y locos del hombre, que tienen un significado distinto a las que acontecen por efecto de los diversos fenómenos naturales, y de las que derivan, específicamente, de enfermedades que tras aparecer se convirtieron en epidemias, luego en pandemias, y, finalmente se quedan para prevalecer como endemias. Aunque, las muertes, sean por la causa que sean, si las analizamos desde el punto de vista del equilibrio que debe haber entre la disponibilidad de recursos naturales del planeta y el número de pobladores, tienen justificación porque aminoran el riesgo de un colapso. Esa podría decirse, es su razón de ser. Y si así fuera ¿cuál es el beneficio que recibiría el Diablo en caso de que fuera el causante de la plaga del coronavirus? Porque la lógica me lleva a pensar que entre más muertos haya por causas naturales o por catástrofes o por enfermedades, más creciente será la demanda de ingreso al Infierno, que por muy grande que sea, no se sabe si tiene capacidad para albergar a todos los que han dejado de vivir, los que están pereciendo ahora, y los que dejaremos de existir -espero que no en el futuro inmediato-, pues siempre seremos mayoría los que tendremos como destino, después de la muerte, cualquier sitio, menos el Cielo, a donde se dice van únicamente los arrepentidos de sus pecados y de los males que hayan causado, y quienes nunca pecaron, lo que lo hace, en mi opinión, un lugar un tanto cuanto aburrido, en comparación con lo que los disolutos, los reventados, los viciosos, los valemadristas, los sexoadictos, y los inmorales creemos que se podría en el Infierno, lugar donde no hay cabida para la decencia y la obediencia, donde lo bueno y los remordimientos no tienen cabida. Y dando rienda suelta a las masturbaciones mentales, estimé que una respuesta de impacto que no puedo descartar sea dada por el Diablo en la entrevista, es que el Infierno es la vida misma, es lo que lo hemos hecho de la convivencia y el entorno en el que existimos, es lo que ocasionamos con nuestras acciones, es lo que vivimos a diario, y que cada quien tenemos nuestro propio infierno, por lo que inequívocamente somos unos pobres diablos. Hoy, de acuerdo con las muchas dudas que me han surgido y las hipótesis que sin llegar al desvarío me he formulado desde que se me ocurrió y metió en la cabeza la idea de entrevistar al Diablo, intuyo que el Diablo puede no ser lo que se cree y dice que es, que ni tiene poder alguno como se le atribuye ni es el símbolo del mal ni el que despierta en notros los más bajos instintos, y que hasta es posible, sea todo lo contrario. Me he preguntado, porque tengo dudas, y si acaso al Diablo le interesa crear virus mortíferos y provocar pandemias o que la gente se mate entre sí o que la humanidad se deshumanice cada vez más o que haya inundaciones, sequías, contaminación, temblores, pobreza, miseria y hambrunas. No creo. Y aunque toda la literatura emanada de las religiones le atribuye los males y catástrofes habidos y por haber, dada la necesidad que tienen de valerse de alguien o algo para atemorizar a los cada vez menos creyentes y, a la vez, acrecentar la fe en quienes aún la tienen, pues de ello depende el poder social, económico y político que tienen, no hay forma de demostrarlo para acusarlo. Hoy, una vez más, me angustia no tener la más mínima idea de cómo contactar al Diablo. Cierto que puedo aplicarme y encontrar información sobre el proceder para invocarlo pero, siendo sincero, debo admitir que no sé si sea capaz de hacerlo, pues me parece que por tratarse de una acción descabellada se necesita tener mucho valor para llevarla a cabo. ¿Cómo le voy a hacer, entonces? Esa es la pregunta para la que no atino encontrar respuesta por más vueltas que le doy. Me desespera sentir pasar el tiempo y percibir que se aleja la posibilidad de realizar la entrevista. Lo peor que me puede pasar, es que sea inentrevistable. Si bien se trata de un personaje del que hablamos mucho, nadie sabemos dónde vive, a qué dedica su tiempo, si estudia o trabaja, a dónde y a qué hora va por las tortillas y el pan, cuáles son los antros donde se divierte, y en qué lugares cita a las féminas que frecuenta y con las que se placea, -Esa fatalidad la tuve presente en mi cabeza durante el tiempo que me llevó preparar el primero de tres vodkas con hielo, agua quina y cascara de limón que tomé, para, según yo, calmarme-. No. No. No. –Me repetí-. Lamenté que ese mal augurio me haya asaltado. ¿Cómo es posible que piense que es imposible que entreviste al Diablo? Me alarmé y me sentí intranquilo. La bebida etílica no estaba cumpliendo mi propósito. Sin ganas de tomar otro vodka, pues presentí que lo agrio del momento me impediría saborearlo y disfrutarlo, hice el propósito de dormir un poco posado en la mecedora del patio, aprovechando el fresco de la tarde, para así olvidarme de todo. Desee, fervientemente, que no me fuera a sobresaltar un sueño ominoso. CAPITULO SIETE
Esa pregunta es inculpatoria. De antemano das por hecho que él es el responsable, y no das cabida a la presunción de inocencia. No creo que, aunque sea el Diablo a quien la diriges, no se indigne y manifieste encabronamiento, e incluso, que hasta miente madres. Creo que cualquiera a quien le preguntes eso, por muy valemadrista que sea, como pensamos que es el Diablo, reaccionaría con irritación y agresividad, y el Diablo no creo que pueda ser la excepción. Además, desde mi punto de vista, esa pregunta implica un riesgo. Abre la puerta a que, ofendido, dé por terminada la entrevista, sin que diga nada al respecto y entonces te quedarías sin saber si es o no responsable de la peste que desde diciembre del año antepasado está matando gente en todo el mundo, y que muchos le imputan. Y eso no es lo que quieres, ¿verdad? Por supuesto que no. Entonces ¿por qué no la cambias? O sea, pregúntale lo mismo pero de otra forma, sin acusarlo directamente, para que no se sienta atacado y acusado. Eso es algo que puedes hacer dada tu experiencia como periodista o ¿no? Porque, mira, será el Diablo y el ser intangible al que colgamos todas las calamidades que han azotado por los siglos de los siglos, “amén”, ¡ja, ja, ja! a los pobladores de la Tierra, como se cuenta que en su momento también lo hizo con los del Cielo, pero ser acusado de asesinato o exterminio de millones, eso sí que calienta, como dijera el omnipotente peje presidente. Estas prejuzgando y sentenciando de antemano. No estás siendo imparcial. Prácticamente te convertirías en su verdugo. Aunque, por otra parte, como no hay forma de demostrar si dice la verdad en caso de que te respondiera que él no es el causante de la tragedia del virus, o, por el contrario, que diga que sí y acepte ser responsable, no va a pasar nada, ya que la interpretación de las respuestas en un sentido u otro quedaría al libre albedrío de cada quien que las lea. Pero, según entendí de lo que me contaste, el interés de la entrevista es abrir cauces para desmitificar o ratificar la idea, falsa o cierta, que se tiene del Diablo, descubrir si las religiones han expuesto medias verdades y, hasta, inclusive, por el contrario, darle crédito al rey del averno si se llegara a asumir difamado. Entiendo tu punto de vista Maca –abreviatura que empleo para el nombre de Macario, uno de los amigos con los que asiduamente me reunía en un bar del Centro Histórico de Ciudad de México hasta antes del encierro-. Tienes razón, la pregunta juzga, enjuicia y condena de antemano, y por tanto ofende. No es objetiva, tiene mucho de injusticia, va mucho más allá del interés por descubrir lo que pueda ser cierto y lo que no pueda serlo, pero precisamente por eso la considero certera y necesaria. Pretendo precisamente provocarlo, contrariarlo, sacarlo de sus cabales; enfrentarlo como al enemigo del que no aceptaré respuestas simples ni que haga mutis para evadirse. Quiero que se indigne y que el encabronamiento, como dices Maca, lo lleve a hablar amplia, franca, directa y lo más sinceramente posible. Te he de decir, Maca, que como reportero aprendí que si quiero que una declaración tenga el sentido que me interesa, debo conducir al entrevistado y guiar el planteamiento de la pregunta para limitarla a un sí o no como respuesta. Y voy a unos ejemplos con la pregunta que tengo pensado hacerle y que es motivo del intercambio de opiniones que estamos teniendo a través de esta video-llamada, que te agradezco, porque ha permitido que me distraiga de mis cavilaciones. Imagina que el punto vital de la pregunta, por qué atormenta y castiga a… que es directo y confrontativo, lo cambié por acaso es usted el responsable de… se dice que usted es… a usted lo mencionan como el culpable de… lo es ¿sí? o ¿no? Sería la forma más imperdonable de desperdiciar a un entrevistado de la talla del Diablo, tratándose de un asunto de actualidad altamente desagradable, letal, incontrolable y amenazador. Con el Diablo no puedo aplicar esa estrategia porque lo que espero de él es una diarrea verbal, que se explaye, que explique, que argumente, que denuncie, que señale y que se defienda de lo que se tenga que defender ante la situación en que lo estaría colocando. Aunque, lo mejor de todo, Maca, es que diga lo que diga y responda es noticia. Así, le podría plantear otras preguntas relativas a lo que lo llevó a hacer tal atrocidad, que si fue por resentimiento a causa de que Dios lo expulsó del Cielo, que si es para mostrar cual malo puede ser, que si es para causar temor entre los mortales, que si es por entretenimiento, que si es por el cúmulo de pecados que se cometen a diario, o que si es para mantenerse vigente y evitar ser desplazado por Dios o borrado del mapa. Y por el contrario, si se declara inocente del exterminio, le pediría que denuncie al responsable del hecho que injustamente le imputan muchos millones de personas, lo incitaría para que diga si se trata de un complot en su contra, o que si es obra de los neoliberales y conservadores que no lo quieren. -Sonoras carcajadas de ambos resonaron al unísono inmediatamente después de que termine la última frase, mismas que interrumpió el Maca cuando expresó que todo lo que hablamos le parecía de risa loca, pero que era de su agrado-. Del mío también, Maca. ¡Ja, ja, ja! Entonces ¿qué vas a hacer? Cambias o no la pregunta de marras. No hay variación. Se queda tal como la pensé y te la voy a recordar: ¿Por qué atormenta y castiga a los miles de millones de pobladores del mundo con la peste que está matando por millones a ancianos, cuya aspiración es concluir su existencia de la mejor manera posible, a adultos, que tienen la responsabilidad de una familia, a jóvenes, que están ansiosos por conocer la grandiosidad de la vida, y a niños, cuya inocencia los hace en alto grado vulnerables? Si a ti te satisface, está bien. ¡Adelante! Déjame decirte Maca. Me acabo de acordar que la periodista Oriana Fallaci, decía que… ¡Ah! Sí sé quién es. Una periodista italiana. Así es, Maca. La primera mujer corresponsal de guerra de su país y una gran entrevistadora que sostenía que… Ella fue herida en Tlatelolco, ¿sí sabías?, durante la masacre de estudiantes en el 68 y se salvó por un pelito. Me acuerdo que leí que contó en una entrevista que tras ser herida, soldados la levantaron del suelo, en la Plaza de las Tres Culturas, como si fuera un bulto, y que la subieron a un vehículo para llevarla junto con un gran número de cuerpos a un hospital, creo que al Rubén Leñero, y que la dejaron en el anfiteatro, porque pensaron que estaba sin vida, encima de un montón de hombres y mujeres jóvenes que ya se encontraban ahí, muertos, y que alguien del hospital, un camillero o un ayudante de enfermería, se percató de que ella se movía y al revisarla se dio cuenta de que estaba viva, aunque herida de gravedad con tres balazos. Entonces te has de acordar Maca, que ella vino a México como enviada para cubrir los Juegos Olímpicos que días después del 2 de octubre, ¡que no se olvida!, inauguró Díaz Ordaz, el gorila presidente de la República, pero como estaba la efervescencia del movimiento estudiantil con marchas y actos de represión por parte del gobierno, Oriana se dio a la tarea de reportear, y por mala suerte la alcanzaron las balas como a muchos más, y ella… Sí, pero las balas del Ejército, porque acuérdate –interrumpió el Maca- que el pinche gobierno salió con la jalada de que la balacera la iniciaron los estudiantes, porque estaban armados y provocaron que los soldados, que según estaban presentes solo para evitar disturbios, respondieran para defenderse. Así quisieron distorsionar los hechos los del pinche gobierno. Sí. Pero, bueno. Lo que te quiero referir Maca es que para Oriana Fallaci lo importante de las entrevistas no son las preguntas sino las respuestas. Y ponía como ejemplo que si una persona es talentosa, se le puede preguntar la cosa más trivial del mundo y siempre responderá de modo brillante y profundo, pero que si un entrevistado es mediocre, se le puede plantear la pregunta más inteligente del mundo y siempre responderá de manera insubstancial. Con base en esto, Maca, es que estoy seguro de que al Diablo se le puede sacar mucha raja. No me parece que sea un mediocre. Es un enigma, más bien, ¿no? Eso, que ni qué Maca. Oye, antes de que nos despidamos te quiero proponer que me tomes en cuenta para la entrevista como fotógrafo. Me sería muy emocionante ver al Diablo y estar cerca de él. Es más, me sentiría halagado. Aunque, debo admitir, puede que me llegue a perturbar porque aunque no comulgo con las religiones, con sus dioses y sus santos, tengo mis miedos. Además, yo me encargo de llevar la mota para que el viaje sea placentero, por si hay que ir hasta el Infierno, y para que se pueda hacer realidad la entrevista. -Remató con una carcajada el Maca-. ¿Qué pasó? No te burles. Ya está, vete preparando. Acto seguido, nos dijimos hasta luego, pásala bien, cuídate, y salud a la distancia. Haber platicado con el Maca, con quien casi siempre que nos encontramos antes de la pandemia, al calor de las chelas o de unos alcoholes sostenía pláticas interesantes, más que con los demás, sobre literatura, aunque también de música y política, me llevó a conjeturar que es mucho lo que tiene para contar el Diablo sobre las históricas epidemias que han azotado a la humanidad, las ininterrumpidas guerras, los cataclismos y las tragedias acontecidas a lo largo de la historia, y sobre la existencia de la raza humana empeñada en autodestruirse, en devastar los recursos naturales, y en tratar de descubrir lo desconocido, como las galaxias que conforman el Universo. Pero, más que nada, que diga lo que sabe sobre el virus que provocó la pandemia, porque es lo que estoy viviendo más con preocupación que con miedo y con mucha precaución, junto con mis familiares, amigos, conocidos y los más de 8 mil 600 millones de personas que poblamos el mundo. A todos nos es preciso saber ¿cómo fue que apareció? Si es producto de la generación espontánea o del error en un experimento de laboratorio. Preguntas que están lejos de ser respondidas con base científica. Durante días rondaron en mi cabeza ideas sobre la posible respuesta que daría el Diablo a la pregunta discutida con el Maca y conjeturé que lo más seguro es que el Diablo niegue que él sea quien está castigando a la humanidad, pues es ilógico e imposible que alguien, sea quien sea, acepte ser culpable de una atrocidad como la que le atribuyen muchos. Máxime, si se parte de la creencia religiosa de que el único ente que tiene el poder para castigar las malas acciones y premiar las buenas es Dios, y si se presupone que por ser la encarnación del mal, el Diablo siempre estará regocijado con las desgracias, con los trasgresores de las buenas costumbres, los violadores sexuales, los asesinos, los corruptos, los ladrones, los infieles, los que desean a la mujer del prójimo, los que se aprovechan de la debilidad de las personas, los blasfemos y los que vociferan contra Dios, y con que prevalezca el libertinaje, la perversión, la deshonestidad, la antireligión, la traición, la mal vivencia y la oposición al Creador, lo que sea que él sea. Es más, en mi vida nunca he escuchado decir a nadie, te va a castigar el Diablo, cuando alguien, un niño, un adolescente, un adulto o un viejo hace algo que se considera está mal, pero por el contrario, sí he escuchado decir, te va a castigar Dios y cuando mueras no te vas a ir al Cielo. Aunque, no sé por qué, siempre asumimos que es el Diablo el ejecutor del castigo y el encargado de que los pecados se paguen con sufrimiento en el Infierno. Por tanto, el Diablo puede no ser lo que se dice que es, ni el causante del mal que se le atribuye, ni el provocador de desgracias, ni el que está matando a tanta gente –consideré-. Noticias dadas a conocer hace poco menos de siete años contribuyeron –creo- a que la idea de que posiblemente al Diablo sí se le ha difamado desde siempre y que con el paso del tiempo, de los siglos, se convirtió en el chivo expiatorio favorito de todos, comenzará a fijarse cada vez con más fuerza en mi mente. Supe que el título de chivo expiatorio surgió, según la leyenda, a partir de que el pueblo judío, en la fiesta de las expiaciones, elegía un chivo para descargar sobre él las culpas de todos, y que hoy en día se le confiere a la persona que es elegida para, por cualquier motivo o pretexto, echarle la culpa de algo, especialmente de lo que han hecho otros. Y, estoy seguro, la idea no resulta de que me esté convirtiendo en admirador del Diablo a partir de que se me ocurrió hacerle una entrevista periodística, no, pues me asumo agnóstico. Más bien se debe al hecho de que para los mortales es más llevadera la vida si hay alguien, como el Diablo, en quien descargar nuestras faltas, los inaceptables y cuestionados comportamientos que tenemos como integrantes de una sociedad sometida a la obediencia, a las supuestas buenas costumbres, y al acatamiento de las normas que nos hemos autoimpuesto, es decir, a lo políticamente correcto. Una noticia la publicó Europa Press el 30 de octubre de 2014 y en ella se dio cuenta de que el papa Francisco afirmó que "el diablo existe" por lo que hay que "luchar contra él" con la "armadura de la verdad” y que los "enemigos" de la vida cristiana son "el demonio, el mundo y la carne", que son las "heridas del pecado original". Además, que durante la misa matutina celebrada en la Capilla de la Casa de Santa Marta, señaló que la vida en Dios se debe defender y se debe luchar para llevarla adelante. Posteriormente, la Agencia Reuter hizo circular un cable en el que el papa Francisco, continuando con el deporte de colgarle culpas ajenas a alguien, atribuyó al Diablo todos los males de la Iglesia y pidió a los feligreses rezar todos los días para “derrotarlo”. Que para el Sumo Pontífice, el Diablo está vivo y permanece tan presente en los asuntos mundanos, que –afirmó- “su campaña contra la Iglesia Católica” ha comenzado a rendir sus primeros frutos. Que en el mensaje del 29 de septiembre de 2018 expresó que los escándalos de abusos sexuales contra menores y las divisiones por las que ha atravesado la institución religiosa del Vaticano, son obra del Diablo, por lo que “la Iglesia debe ser salvada de los ataques del maligno, el gran acusador”, y que en otros discursos, el papa Francisco ha asegurado que el Diablo es completamente real y que es un “error” creer que es un símbolo, una figura o una representación del mal, ya que eso hace que la humanidad “baje la guardia” y sea más vulnerable a sus engaños. Informó que el Arzobispo Carlo María Viganó, exembajador del Vaticano en Washington, cree que esta forma de referirse al Diablo ha sido usada por el Papa para culparlo a él de haber destapado escándalos de abusos sexuales dentro de la iglesia que preside. El 26 de agosto pasado, Viganó emitió un documento de 11 páginas en el que acusa al Papa de encubrir a un cardenal estadounidense involucrado en actos lascivos contra sus seminaristas. En ese tenor, también la agencia AFP publicó el 28 de mayo de 2019 que el Santo Pontífice ofreció una explicación para la violencia y los conflictos que enfrenta México, afirmando que "el Diablo le tiene bronca", juicio que ya había hecho hace cuatro años, cuando en 2015 afirmó que el demonio castigaba a México "con mucha bronca" porque no le perdonaba el haber reconocido a la Virgen María, a través del multitudinario culto a la Virgen de Guadalupe. "Sí, realmente el Diablo le tiene bronca a México, es verdad", dijo Francisco en entrevista con la cadena local Televisa. A ello se deberían las fuertes persecuciones que los fieles católicos sufrieron en México en el pasado y que dieron lugar al surgimiento de mártires de dicha fe. “En otros países de América (las persecuciones) no se dieron con tanta virulencia, ¿por qué en México sí?, algo pasó ahí". Considerando lo anterior, me dije que no hay duda de que el Diablo tiene una gran presencia en la vida de la humanidad, sino, cómo explicarse que el jefe de la religión católica, la de más seguidores en el mundo, no deja de ocuparse de él y le da un alto rango de importancia. Sin duda, es muy popular. Y no obstante ello, me embarga la angustia de no saber dónde buscarlo, ni cómo contactarlo, ni a quién preguntar por él. Porque ¿quién conoce la ubicación de su morada? ¿Cómo conseguir su número de teléfono fijo o de celular, su correo electrónico? ¿Será que lo debo invocar para que venga a mí? CAPITULO SEIS
Desde que me hizo la recomendación un gran ex amigo, he tenido la intensión de leer la Biblia -la que sea, dijo, pues tengo entendido que hay varias versiones y creo que cualquier puede ser buena-. La verdad, yo no tengo ni la más remota idea de cuál es la mejor y creo que la que sea me daría igual –le hice saber-. El caso es que después de muchos años no lo he hecho, no porque se trate de un escrito religioso, sino porque no me ha interesado. Léela –insistió en otras ocasiones- simplemente como lo harías con un libro de historia universal, aunque la Biblia tiene el atractivo de que está muy bien escrita –argumentó-. A ti que te gustan las novelas y los relatos históricos, los cuentos, estoy seguro que te van a llamar la atención los pasajes de la Biblia sin peligro de que pierdas tu ateísmo. Si por convencimiento, a pesar de que eres católico, no te interesa profesar ninguna religión, la lectura de la Biblia no te va a hacer cambiar. Poco tiempo después me hizo saber que hay 39 libros que en versión protestante numera el Antiguo Testamento, 46 en la versión de la iglesia católica y 51 de la ortodoxa. Puedes comenzar con cualquiera de las tantas que hay. Es cosa de que te animes y lo abordes con una visión meramente literaria. En mi casa familiar de soltero nunca hubo una Biblia y tampoco se habló de ella. Íbamos, sí, cada domingo a misa por decisión de mis padres, por cuyo interés hice la primera comunión, pero de ahí no pasó nada conmigo. Tampoco recuerdo a la abuela materna -que fue con la que conviví hasta los seis años de edad antes de que nos mudáramos a la casa que mi papá construyó y le regaló a mi mamá en uno de sus cumpleaños- o a alguna de las tías leyéndola, no obstante que eran creyentes de la religión católica. Recuerdo que años más adelante, ya casado, cuando viajaba a algún estado del país en cumplimiento de alguna actividad de trabajo, en varios hoteles había biblias con la leyenda “ejemplar gratuito” dispuestas en el cajón de algunos de los buros para que los huéspedes se las llevaran si querían. Nunca tomé una ni para ojearla. Pero he de decir que he puesto atención a algunas de las historias que cuentan sobre Dios y el Diablo -mi prospecto de entrevista- personas que han leído alguna de las tantas versiones de la Biblia y que, en mi opinión, porque las conozco y las he tratado, no son fanáticas, sino devotas. Alguien relató que el Diablo es un ángel expulsado del Paraíso que se convirtió en un espíritu maligno enemigo de Dios y que es representado como una figura humana deformada con cuernos, cola y, a veces alas. Pero que también hay la idea de que es un ser magnífico, sobre el que el profeta Ezequiel destaca la belleza y perfección con que fue creado y hace una defensa de él al escribir que la simplista vinculación con el macho cabrío, cuernos y rabo incluidos, deriva probablemente de que la cabra solía ser un símbolo de fertilidad y perversión en la antigüedad. Supe además que la versión o la imagen que de él se tiene como Diablo, de que es un monarca infernal, se basa en gran medida en diversos escritos literarios, en especial los de Dante de Alighieri y John Milton, y que en muchas creencias y mitologías está presente la figura del Diablo o Lucifer o Satanás o Belcebú o Leviatán o Demonio, mostrándose siempre como contrario a la divinidad. Aunque la Divina Comedia la leí en mi tiempo de estudiante de bachillerato en el CCH-Oriente, me di a la tarea de consultar información ya analizada y digerible sobre la obra de Dante, porque, debo admitir, me parece que la historia es compleja y difícil de digerir. Y me sorprendió la bastedad de ofertas que hay al respecto. De entre los portales de internet que consulté, está La voz del medievo que ofrece el texto Lucifer en La Divina Comedia, en el que se dice que Dante describe que es guiado por Virgilio a través del Infierno y el Purgatorio. Qué en la primera instancia, debe atravesar lugares tenebrosos y llenos de maldad, donde cada pecado tiene su lugar. Que luego de recorrer los ocho primeros círculos, llegan a la residencia de los traidores, que es el noveno y está subdividido en La Caina (aludiendo a Caín, traidor y asesino de su hermano Abel), La Antenora (aludiendo a Antenor, traidor troyano), La Tolomea (aludiendo al rey egipcio Tolomeo, traidor de su huésped, Sexto Pompeyo), y por último, La Judeca (aludiendo al más grande traidor, Judas Iscariote). Que en esta última zona reside Lucifer, el principio de todo mal y que es él quien castiga a los felones de las más altas instituciones creadas bajo la mano de Dios para el bien del hombre. Que son tres y están apresados en las tres bocas de Lucifer: Judas Iscariote en el medio, traidor de Cristo y por tanto de la religión cristiana. Y en las bocas laterales están Marco Julio Bruto y Cayo Casio Longino, que conspiraron contra Julio Cesar y por ello, son considerados traidores del Imperio, que en ese tiempo se pensaba como la representación terrenal de lo divino. Que Dante, a su llegada al noveno círculo, queda sin habla y se siente sin vida y sin muerte, como en una especie de trance. Virgilio lo guía más cerca de la criatura y Dante lo describe como un ser de dimensiones ciclópeas que posee tres rostros (uno rojo, uno blanco-amarillo y otro negro) y tres pares de alas sin plumas, más semejantes a alas de murciélago, que con sus aleteos prolongan el perenne invierno que rodea al lago Cocito. A los tres rostros corresponden seis ojos lagrimosos y tres bocas de las que descienden llanto y una baba sangrienta, proveniente de los tres traidores. Luego de lo anterior, mi desconocimiento sobre la obra de John Milton me llevó a buscar y dar con La Biblioteca del Diablo, lo que me hizo exclamar ¡ay güey, qué mello! Blog de Diablologia y Demonología que analiza al Diablo Trágico del que se habla en El Paraíso Perdido, “Reinar vale la pena, aunque sea en el Infierno: mejor es reinar aquí que servir en el Cielo”. Esta frase es destacada por ser una de las primeras intervenciones que el escritor inglés pone en boca del Diablo, cuya caracterización en el poema trágico que más páginas ha dedicado al Diablo, es un verdadero compendium infernale en el que genialidad poética y erudición teológica se dan la mano, que supone una revolución en la forma de ver y pensar al rey del infierno. El Paraíso Perdido narra –según el blog- el relato bíblico del Génesis de la creación de Adán y Eva y su posterior expulsión del Paraíso por quebrantar la prohibición interpuesta por Dios de no comer el fruto del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Pero a pesar de que dicho relato sea el eje argumental de la obra, uno de los grandes protagonistas es el personaje de Satanás, el cual aparece prácticamente en los doce libros de que consta el poema y en torno al cual Milton desarrolla una mitología diablológica como nunca antes se había hecho en la historia de la literatura. Y aquí está lo que me interesó mucho. El poema comienza con Satán y su hueste de ángeles rebeldes yaciendo derrotados y humillados en un lago de fuego. Dicha derrota es producto de una segunda y definitiva guerra en el Cielo frente a los ángeles leales a Dios. Pero esa humillación es rápidamente sustituida por un sentimiento de venganza, presentando a un Diablo soberbio y altivo que se crece en la adversidad, tanto que consigue con sus palabras elevar el ánimo de sus legiones para emprender su vengativa misión de hacer caer a los primeros padres de la humanidad. Aquí comienza Milton a desarrollar esa mitología diablológica. En los primeros libros, presenta con detalle ese lugar en el que se hayan los ángeles rebeldes, un abismo ardiente cuyas lenguas de fuego envuelven a los caídos, pero sobre el cual Satanás hará surgir un palacio, el Pandemónium, que será la nueva morada de su ejército y lugar de reunión para debatir sobre sus futuras acciones. En dicho consejo infernal, Milton hace desfilar toda una panoplia de nombres de ángeles al mando de Satán cuya inmensa mayoría son divinidades paganas demonizadas siguiendo la tradición iniciada en los primeros siglos del cristianismo. Casi ocho horas continuas de uno de los cientos de días que ya duraba el encierro, fue lo que calcule había dedicado a la búsqueda y lectura de información sobre el Diablo que me permitiera, llegado el momento, estar a la altura de tan ilustre entrevistado, al cual no podía mostrarle desconocimiento sobre lo mucho que se dice y se ha escrito sobre él, y mucho menos permitirme ser irresponsable en el ejercicio de mi profesión. Y como tengo por costumbre leer y escribir acompañado de sonidos musicales de fondo, busqué durante varios días y escuché canciones relativas al personaje al que más tiempo he dedicado en el desempeño de mi profesión. Así, Simpatía por el Diablo, con Los Rolling Stones, The devil in your heart , con los Beatles, The devil in disguise, con Elvis Presley, Lucifer, con El Ritual, Diablo con vestido azul, con Los Rockin Devils, El diablito loco, con Leda Moreno, Mi amigo Satán, con Joaquín Sabina, y, entre otras, Laughing With, de Regina Spektor, Me and the Devil, de Soap & Skin, Devil's Dance, de Metallica, One of Us, de Joan Osborne, God Knows I'm Good, de David Bowie, Litle Devil, de Neil Sedaka. Además de las rolas de Van Halen, Running With The Devil, de Ohio Players, Runnin From The Devil, de Johnny Cash, Mean As Hell, de Primus, The Devil Went Down To Georgia, de Max Romeo, I Chase The Devil, de Jeff Beck, Devil’s Haircut, de Motley Crue, y de Iron Maiden, The Number Of The Beast, me deleitaron e hicieron compañía. O sea, yo clavado con el tema. Más que enajenado o más que casado con él. Y aunque me daba cuenta de ello, no me era posible parar, al grado de que a algunos de mis familiares y amigos les envié mensajes de Wattsap para pedirles que me hicieran saber ¿qué le preguntarían al Diablo? La mayoría no respondió. Me desconcerté. Le di vueltas al asunto, pero no fui capaz de dilucidar por qué razón, pues desde mi punto de vista la pregunta que les hice la podrían haber tomado como una chanza, algo para divertirse. Sin embargo, entre los que sí atendieron mi petición, hubo quienes se manifestaron sorprendidos -o así me lo pareció-, y lo hicieron notar a través de sus comentarios. –Me sentí molesto al terminar de leer sus mensajes, y al tiempo que dejaba de un salto la silla en la que estaba sentado, me llevé las palmas de las manos a la cabeza y expresé-. ¡Válgame! ¿Cómo es posible que salgan con esto? Más bien yo fui el sorprendido porque nunca imagine que la pregunta causara aversión, aunque, reflexioné, posiblemente para algunas personas, para muchas o muchísimas, hablar del Diablo es algo malévolo. ¿Perdón? ¿Qué te pasa güey? ¿Cómo crees? ¿Estás poseído? ¿Acaso sabes quién es el Diablo? ¿Lo has visto? ¿No tienes temor de Dios? ¿Te quieres ir al infierno? ¿Por qué se te ocurren esas cosas? ¿Yo, preguntarle algo? Esas reacciones me llevaron a hacerles saber que como estoy preparando una entrevista, precisamente con el Diablo, el mismísimo rey del averno, me interesó saber si habría algo en particular que los inquiete o llame la atención y le quisieran preguntar a tan mentado, temido, caricaturizado, vilipendiado, desacreditado, y hasta posiblemente difamado personaje, independientemente de si profesan alguna religión o no. Y sin que me lo esperara generé en el wattsap un intercambio de opiniones a través de preguntas-respuestas en torno al Diablo. Participante 1: Si el diablo no existe ¿cómo es que lo quieres entrevistar? Yo: ¿Por qué afirmas que no existe? Participante: Porque es un invento. ¿Quién lo ha visto? ¿Qué aspecto físico tiene? Yo: A Dios tampoco nadie lo ha visto ni se conoce su aspecto físico y, en cambio, se cree en él, se le rinde culto y hasta se le atribuyen milagros como el de la vida, por ejemplo. Participante 2: A mí se me hace que estas chiflado, ido, completamente loco, que ya te contagiaste del virus, que además de los pulmones te está secando el coco. Yo: Nada de eso. Estoy sano y salvo. ¿Por qué no hablar del Diablo como si se hablara de Dios, si a ambos se les tiene presentes y teme por igual? Porque si se presenta un temblor, por ejemplo, lo primero que expresan más que nada las mujeres, es algo relacionado con la protección que esperan del divino o se dicen palabras relacionadas con la intervención que tiene el maligno en las catástrofes naturales, las calamidades y el surgimiento de plagas que enferman y matan como la del virus que hoy nos tiene en jaque a todos en el mundo. Participante 3: ¡Dios te va a castigar por pensar en su peor enemigo, en quien lo traicionó! Yo: ¡Ah! ¿Entonces tú crees que el que castiga los pecados de las personas es Dios y no el Diablo, porque solo él tiene ese poder? Participante 4: ¿Qué, acaso te vas a parar frente a la carta del juego de lotería en la que aparece, lo vas a saludar ¡hola Diablo!, y le vas a hablar como si fueras un merolico? Yo: No lo sé. Aunque espero verlo, tenerlo frente a mí, observar sus gestos, estudiar sus movimientos y descubrir su fisonomía, por muy metafísico o loco que suene. Participante 5: Oye, pero si es como lo pintan, se te van a caer los calzones cuando lo veas. Yo: Es posible que sí, o peor, que hasta me cague. -¡Ja, ja, ja!- Participante 6: ¿Si es imposible hablar con Dios, más lo será con el Diablo? Yo: Te equivocas. Dicen que a Dios le puedes hablar a través de oraciones, de pensamientos, de agradecimientos, de pedimentos y de ruegos, y lo que sería un supermilagro, de Ripley, es que respondiera con palabras, porque según se dice la respuesta la percibe cada quien a su modo o la inventa. Con el Diablo a lo mejor es igual. Aunque espero que no. Participante 7: Para que sepas si verdaderamente es el Diablo, ¿le vas a pedir identificación? Yo: ¡No manches! Que pinche bobada la tuya. Participante 8: Suerte en tus satánicos sueños. Yo: Gracias, porque sí voy a necesitar mucha, mucha suerte. Me llamó la atención de los comentarios que la mayoría incrédulamente da por hecho que el Diablo no existe, que es una invención, aunque, todos sepamos algo de él y lo mencionemos sin rubor o temor alguno. Para documentarlos, como me documenté yo, les envié por partes la siguiente cronología que publicó en mayo de 2016 la BBC News Mundo para dar respuesta a la pregunta: ¿Si la mayoría de las personas en el mundo cree que el Diablo no existe, como se explica que al paso del tiempo, en diferentes épocas y bajo una óptica particular, religiones, teólogos, filósofos y especialistas, entre sacerdotes, pastores, teóricos, predicadores y académicos, además de escritores como Dante o Milton y otros, se ocupen de él, y que esté incluido en los pasajes bíblicos? Si alguien te pidiera que te imaginaras al Diablo, probablemente la imagen que te vendría a la mente sería la de un demonio con un tridente en la mano. Sin embargo, durante cientos de años, el Diablo cristiano no aparecía en el arte religioso. Cuando eventualmente hizo su aparición, era azul y no tenía ningún cuerno ni pezuñas. La familiar imagen que tenemos de él surgió a través de generaciones de artistas y escritores que tomaron lo que dice la Biblia sobre Satanás y lo fueron reinventando a lo largo del tiempo. - En la Biblia judía, el Diablo es otro agente de Dios haciendo su labor. Ese personaje fue desarrollado por los cristianos hasta tornarlo en la representación de la maldad suprema. - Satanás tomó la forma de una serpiente y tentó a Eva y Adán en el Jardín de Edén. No hay ninguna mención del Diablo o Satanás en el libro de Génesis. Fue sólo más tarde que los cristianos interpretaron que la serpiente era una encarnación de Satanás. - Satanás fue expulsado del cielo, tras desafiar la autoridad de Dios. En la Biblia, un personaje misterioso es expulsado del cielo por rebelarse contra Dios. La caracterización de Satanás como un ángel caído se deriva de esa tradición. - Satanás gobierna el infierno, y le inflige tortura y castigo a los pecadores. En el libro de las Revelaciones, se profetiza que Satanás será enviado al infierno. Sin embargo, no tiene un estatus especial y sufre las mismas torturas que los demás pecadores. - Las caras del Diablo. En los primeros siglos del cristianismo, no había mucha necesidad de representar la maldad en el arte religioso. Los cristianos creían que los dioses paganos rivales, como el egipcio Bes o el griego Pan, eran demonios responsables por las guerras, las enfermedades y los desastres naturales. Cientos de años más tarde, cuando el Diablo llegó al arte occidental, algunas representaciones incorporaron los atributos físicos de esos dioses, como el vello facial de Bes y las patas de cabra de Pan. - El diablo medieval. En la Edad Media surgió un retrato de Satanás más reconocible. Fue una época de inmenso sufrimiento, que se empeoró con el brote de peste bubónica, la pandemia más devastadora de la historia humana que mató a millones en toda Europa. Como la Iglesia no podía proteger a los creyentes de la enfermedad, las representaciones de Satanás se centraron en los horrores del infierno, reflejando el estado de ánimo del momento y recordándoles a los fieles que se abstuvieran de pecar. - Propaganda endiablada. Hay una larga tradición de asociar al Diablo con los enemigos del cristianismo dentro y fuera de la Iglesia. Cuando la Iglesia se dividió, tanto los católicos como los protestantes se acusaron mutuamente de estar bajo la influencia del Diablo. La propaganda utilizó imaginería juguetona y grotesca para mostrar la corrupción. - Hechizos y seducción. A principios del período moderno, se acusaba a personas de hacer pactos con el Diablo y practicar brujería. Satanás a menudo era representado como un seductor y se consideraba que las mujeres eran particularmente vulnerables a sus encantos. Las imágenes mostraban mujeres en confabulaciones sexuales con el Diablo, aprovechando la tradición de condenar a las mujeres a ser el sexo débil, más dadas a caer en el pecado por ser incapaces de dominar sus deseos carnales. - Un diablo iluminado. Los escritores y pensadores del movimiento de la Ilustración, durante el siglo de las luces, reinterpretaron la historia del Diablo para que se ajustara a las preocupaciones políticas de su época. John Milton describió un Lucifer psicológicamente complejo, mientras que los textos religiosos anteriores habían examinado la motivación de Satanás para condenarlo. El Lucifer de Milton es un personaje atractivo y solidario que encarna los sentimientos de rebeldía del republicanismo del siglo XVII. Para algunos artistas románticos y de la Ilustración, Satanás era un rebelde noble que libraba una batalla contra la tiránica autoridad de Dios. - Animal político. Cuando la ciencia pudo explicar la muerte, la enfermedad y los desastres naturales, el Diablo fue el más amenazado. Fue entonces cuando un Diablo urbano y sofisticado entró a la escena. Siguiendo una larga tradición de identificarlo con enemigos políticos y religiosos, el Diablo se usó para ilustrar a la oposición política en caricaturas y sátiras. Además, encontró su lugar en el mundo comercial, al convertirse en sinónimo de indulgencia pecaminosa, por lo que aparece en propagandas para vender desde chocolates y champaña hasta autos de lujo. Por otra parte, les hice saber, además, que se dice que Dios ha creado todo lo que siempre ha sido, lo que es o lo que será, que incluye seres físicos y la materia, así como seres espirituales. Que Dios es el único que tiene el poder de ser en sí y de sí mismo, entendiendo con ello que no tiene principio ni final, y que es autoexistente. Que, por lo tanto, todos los demás seres fueron creados por Dios y le pertenecen a Dios. Que los inicios de Satanás fueron en el cielo, que fue creado como uno de los querubines y que era perfecto hasta que se halló en él maldad. Que la Biblia describe el orgullo como la raíz del pecado de Satanás. Que antes de que Satanás fuera expulsado del cielo, debió haber sido muy hermoso por dentro y por fuera. Que Satanás fue creado "perfecto", y su pecado fue su propia culpa. Que sería un error creer que Dios creó a Satanás con el pecado que ya estaba presente en él. Que Dios es santo y no crea nada que sea contrario a su propia naturaleza. Que mientras es correcto decir que Dios creó a Satanás, nunca es correcto decir que Dios creó el pecado en Satanás. Que Satanás eligió su propio camino. Que Dios nunca puede tentar a nadie, aunque ha creado un mundo donde el pecado es posible. Y, que algún día, Dios va a poner fin a Satanás y a todo el pecado, mediante el confinamiento de él y sus seguidores al castigo eterno. Después de esto, quedé convencido de que, aunque no sé qué hayan pensado quienes lo leyeron porque no recibí comentario alguno, lo anteriormente disertado me pareció un gran breviario cultural. CAPITULO CINCO La ocurrencia de la entrevista surgió –debo admitir- como alternativa a mi casi convencimiento de que no tengo el felling para escribir algo más que no sean notas informativas, crónicas y reportajes. Y lo que he escrito y acumulado de eso que llamo relatos –según yo literarios, que me he atrevido a publicar en mi blog-, es solo vanidad. Y la elección del Diablo, también confieso, fue con el propósito de que la entrevista resulte única, original y de interés para todos los creyentes y no creyentes de todas las religiones porque ¿para quién es desconocido el Diablo? -Según yo, para nadie-. Sin embargo, a esto que podría considerar mi autojustificación, agrego otro motivo. Uno que yace muy en el fondo de mí y que emergió del subconsciente a partir de la ocurrencia de la entrevista. Un recuerdo de la niñez que a mis seis décadas y seis años de vida no logro desentrañar si ocurrió o si fue producto de la imaginación o si acaso mera sugestión causada por las historias de miedo que inventábamos, de acuerdo a nuestro grado infantil para fantasear, en uno de los cuartos de la casa de la abuela materna que formaba parte de la ampliación en construcción. Éramos uno de mis primos, dos amigos y yo; rondábamos los seis o siete años de edad; serían las siete y media de la noche de un día caluroso de mayo cuando ingresamos a la obra para husmear entre un montículo de tablas, polines y paneles de madera, entre las latas metálicas en las que los albañiles acarreaban la arena, la grava, el agua, y la mezcla de cal y la revoltura de cemento; movíamos los royos de alambre y lanzábamos de un lado a otro los cuadros y rectángulos de alambrón con los que se forma el esqueleto de las trabes y los castillos; había clavos de diferentes tamaños regados en el piso y metíamos mano en una caja rectangular de madera que contenía herramientas, de la que sacamos el estuche en el que la cinta metálica del metro de medir se enrolla, el martillo, un pesado mazo de regular tamaño que apenas lográbamos sostener en nuestras frágiles manos, y un hilo enredado en un pedazo de madera que asemejaba la forma de un bolillo, con los que empezamos a jugar adoptando los papeles del maestro albañil y los chalanes, que sabíamos mi primo y yo, porque así los veíamos diario, es la manera en que se diferencian los trabajadores, que ya habían construido dos largos cuartos cuyas paredes estaban listas para ser repellados con yeso, así como los techos, que mostraban hileritas de bordes que se formaron por el escurrimiento de concreto entre las rendijas de las tablas a la hora del colado. Tras alrededor de 40 o 50 minutos en los que además intentamos y logramos incrustar en una tabla no recuerdo cuantos clavos cada quien sin machucarnos los dedos, encuclillados, sucios de tierra y cal los pantalones de las rodillas para abajo, así como los zapatos, decidimos sentarnos a contar historias de fantasmas y de miedo, para lo cual colocamos encima de la caja de herramientas un polín largo a modo de sube y baja, y mediante dos rondas del juego De Tín Marín, de Do Pingüe, Cúcara, Mácara títere fue, yo no fui, fue Teté, pégale, pégale, que ella fue, se decidió que nuestros amigos invitados se montaran cada uno en el extremo del madero y mi primo y yo nos sentamos en el fondo de unos botes que volteamos. Ya instalados dimos rienda suelta a la imaginación con la contadera de historias que iban de fantasmas y brujas, a dragones lanza fuego, duendes y figuras que veíamos en las caricaturas que pasaban en la televisión blanco y negro, que describíamos como espantosas porque distorsionábamos sus cuerpos, sus manos y dedos, la cara con ojos saltones, la boca chueca, con un tercer ojo en la frente, que asegurábamos aparecían en los rincones de nuestros curtos oscuros y salían de debajo de la cama o de atrás de la puerta. No había límite a la fantasía y la dejábamos volar. En momentos todos hablábamos a la vez, nos interrumpíamos y cada uno queríamos sobresalir con exageradas historias que acompañábamos con movimientos de brazos y manos, y gestos de la cara con los que intentábamos hacer una descripción gráfica de los personajes. En medio del vocerío, de repente, mi primo pidió con un grito: ¡Déjenme hablar! Los invitados y yo nos callamos. -Con voz pausada y queda dijo-: Es que el otro día, vi al Diablo. ¡Oooh! –Exclamamos-. En los rostros de los amigos vi el reflejó de la sorpresa. Yo me sobresalte y quedé con la boca abierta por haber escuchado mentar a quien dicen nuestras mamás se nos va a aparecer si seguimos portándonos mal y no obedecemos. En un reflejo, moví los hombros hacia arriba y la cabeza pareció sumirse, los brazos quedaron medio alzados con los dedos de las manos a medio cerrar, y pegados a las costillas los codos; los ojos los tenía abiertos más de lo normal. A excepción de mi primo, que ni sufría ni se acongojaba, pues se mantenía en estado calmo, los demás teníamos una expresión de estupefacción, más bien creo que de miedo. Nos quedamos mudos. Nadie decíamos nada. Los tres teníamos los ojos clavados en el rostro de mi primo. En medio de ese silencio, me di cuenta de que el efecto de turbación y angustia que nos produjo la palabra Diablo, en ese lugar, en ese momento de la noche y en medio de nuestra fantasiosa plática, era contrario a la reacción de burla e indiferencia que me causaba la advertencia de que el Diablo se aparece para asustar a los niños que son desobedientes con sus papás, que dicen groserías y mentiras, que no estudian y que son traviesos. Mi primo, seguía sereno y serio, imperturbable. Nos recorrió con la vista a los tres girando la cabeza de izquierda a derecha; con voz pausada, emulando a los contadores de cuentos, comenzó diciendo: El otro día, me fui a acostar antes que mis hermanos, y luego de que me dormí, me desperté y vi, aunque por la ventana casi no entraba la luz del foco del patio, una sombra en el cuarto, era la de alguien que no sé quién, pero no la de mi papá, esta era más grande. No me dio miedo. Estaba parado casi enfrente de la cama, pero a un lado, junto a la puerta, se reía quedito y se agarraba con una mano los pelos negros que tenía debajo de la boca, y su cara era roja, igual que el cuerpo, y se le veía una cola, como la de una rata, que se movía. No hablaba, solo se reía y enseñaba sus dientes. ¿Tú quién eres? -dijo mi primo que le preguntó cubriéndose con la cobija la mitad de la cara, dejando libres sus ojos-. ¡Habla!, ¿qué quieres?, ¿por qué entraste a mi cuarto? ¡Dime algo! ¡Ya deja de reírte! ¿Por qué estas pintado de rojo y tienes esos cuernos y esa cola?, ¿es un disfraz para una fiesta?, ¿eres el payaso? ¡Vete! ¡Si no te vas, voy a gritar! –recuerdo que nos contó, además, que su voz era tan queda, que le pareció que únicamente él la escuchaba-. ¿No lloraste? –Preguntó uno de nuestros amigos invitados, que sin esperar respuesta comenzó a contar: Es que dice mi tía Moni que el Diablo es malo, que está muy feo y que cuando se aparece espanta porque le brillan los ojos-. No me dio miedo, por eso no lloré –respondió mi primo-. ¿Y si te roba o te lleva para comerte? –Insistió el otro-. Me dijo que si me gustaban los dulces y los chicles y los algodones de azúcar y las paletas y los raspados de hielo y jugar a la guerra como soldados y apaches y los cochecitos y las canicas y mecerme en el columpio y la resbaladilla y los payasos. Yo le contesté que sí. Y él me dijo que si yo quería me llevaba al parque y que me compraría todo lo que quisiera y que me subiría al columpio, que ya no fuera a la escuela para no tener que estudiar y no ver a la maestra y a las niñas y niños que no me gustan y molestan, y no hacer tarea y pasar el día jugando. Y luego yo le dije que no, porque se enojan mis papás y entonces –ese entonces lo acompañó con la elevación de los brazos, mostrando las palmas de las manos y los dedos extendidos-, fue cuando el señor que estaba en mi cuarto se enojó y abrió la boca y sacó una lengua larga que movía de adentro para afuera y sus ojos echaban chispas de lumbre y levantaba el palo con tres picos que tenía en su mano. Lo primero que dijo fue yo soy el Diablo y no puedes decirme que no a nada. No hagas caso a tus papás. Pórtate mal. Hazlos enojar. Pégales a tus hermanos y a los niños más pequeños que tú. Si no me obedeces te voy a llevar conmigo muy lejos, te voy a echar al fuego para que te quemes y tu cuerpo se ponga rojo como el mío. Te quitaré tus juguetes, ya no iras al parque, ya no veras a tus hermanos ni amigos y tendrás que trabajar para que comas, para que te vistas, para que tengas una casa. Pero todo te lo puedo regalar si vienes conmigo. Entonces –siguió contando mi primo- le dije que no, no y no. ¡Vete! ¡Quiero a mi mamá! Papá aquí hay un monstruo que me quiere llevar. ¡Ven! Y agregó que empezó a llorar, y a gritar con miedo y desesperación. Que abrió los ojos tras sentir un rato en su cuerpo unos brazos calientitos que lo arropaban y que en ese momento se sintió contento al ver a su mamá y escuchar su voz que le decía, no pasa nada, ya estoy aquí, estabas soñando. Y le daba besos. Que eso pasó y que luego mi tía le dijo que el Diablo no existe. Tampoco las brujas y los fantasmas, que son dibujos y caricaturas de los cuentos que inventan para hacer historias de miedo. Cuando terminó mi primo, para no quedarse atrás, uno de los dos invitados -que he pasado por alto precisar eran hermanos-, comenzó a contar que hay muertos que se aparecen en la noche y andan recorriendo las casas sin que sus pies toquen el suelo y que lo que quieren es espantar a la gente, escondiéndose y jalando las cobijas de la cama. Que su prima, la grande, una vez cuando estaba acostada, sintió la mano del muerto y que por eso la llevaron a la Iglesia para que el padre le echara agua bendita. Y que otra vez escuchó a alguien decir que hay lugares en los pueblos de muy lejos en los que se ven sombras como de personas o animales con cuernos y alas que son negros y no les gusta la luz, que salen en la noche para buscar a la gente que es mala y que se emborracha y que dice malas palabras y que les pega a sus hijos y a su mamá. Y que quienes los llegan a ver, se pueden morir o que quedan como atontadas y con temblorina. Que los ojos se les ponen rojos rojos y que sacan espuma por la boca, igual que como los monstruos que llegan a ver. ¿Cómo ese que está allá arriba? –Interrumpió la voz quejumbrosa de mi primo, quien con el dedo índice de su mano derecha levantada y recta, como si fuera una flecha, señalaba hacia afuera del cuarto-. No recuerdo como fue la sensación que sentí al voltear y dirigir la vista hacia donde señalaba el dedo de mi primo, pero el sabor de la saliva que se acumuló en la boca y que tragué era amargo. Me pareció que tenía los pelos de punta y que un calor frió bajaba y subía de la cabeza a los pies. Quise gritar y no logre emitir sonido alguno. Sentí ganas de llorar pero mis ojos se mantuvieron secos. Estaba entumecido y el cuerpo no respondió al impulso de pararme. Lo que si me fue posible, fue orinarme, y de eso me di cuenta porque sentí el líquido que escurría por la entrepierna. Al trasponer con la vista el marco de la ventana, al que faltaba la estructura metálica, distinguí sobre la barda de casi tres metros de altura que dividía el patio de la casa de la abuela con el terreno contiguo, una figura negra negra que se diferenciaba del manto obscuro de la noche, que se encrestaba con las alas semiabiertas y dejaba al descubierto un rostro como el de una máscara no de algún animal que conociera pero sí con rasgos humanos, hocico o boca por la que salpicaba un líquido blancuzco, y sus ojos chispeantes de color rojo, eran los dos puntitos más llamativos de aquella figura que daba miedo y que después de quién sabe cuántos segundos, vi que se iba de espaldas hacia el otro lado de la barda. Todos lo vimos, no solamente yo. Y estoy convencido de ello, porque como resortes nos levantamos los cuatro y echamos a corres despavoridos fuera de los cuartos hacia el patio lanzando gritos de pánico. Dábamos zancadas de un lado a otro y llorábamos. Sorprendimos a nuestros familiares que sin saber lo que pasaba no atinaban qué hacer. Se alarmaron, y en su desesperación fueron tras de nosotros; al ser tomado yo por los brazos de uno de mis tíos, recibí dos o tres cachetadas y mi mamá me mojó la cabeza por la parte de la nuca con agua fría de la pileta, lo que me hizo volver en sí. Me sentía mareado, me dieron a oler alcohol y me sentaron en una silla. No supe cómo fue que calmaron a mi primo y a los hermanos, pero luego de que dejamos de llorar, comenzaron a preguntar. Les dijimos que estábamos jugando y que luego empezamos a contarnos historias de fantasmas para ver a quien le daba miedo, hasta que se apareció el Diablo allí, arriba de la barda. Al escucharnos, una de mis hermanas y mis primos mayores se empezaron a reír y burlándose dijeron que estábamos locos y nos llamaron mentirosos; los adultos nos explicaron que lo habíamos imaginado, que se trataba de algo así como un sueño, y nos recomendaron que lo olvidáramos. Que lo más importante –seguramente para ellos, porque para mí fue lo más lamentable- era que dejáramos de inventar y de contar historias de espanto ya que con ello hacemos que en nuestra imaginación de niños aparezcan figuras horripilantes. Los amigos, como consecuencia del suceso, dejaron de asistir a la casa bajo la estricta vigilancia de sus padres y la advertencia de ser castigados. Mi primo y yo, aunque tenemos presente ese pasaje como parte de nuestra vida infantil, nunca, sin saber por qué, hablamos de ello. Ahora, si me preguntan que si creo en la existencia del Diablo, la verdad, no sé qué responder. Hubo un momento en que me cuestioné sobre el motivo que me impulsa a tener un encuentro con el Diablo y sobre lo que espero obtener de él a través de la entrevista. Por supuesto que no el Pulitzer de periodismo. Quizá sea que busco satisfacer mi morbosidad sobre si hubo algo real en lo que vimos yo, mi primo y los dos hermanos amigos aquella noche o si fue una alucinación producto del ambiente fantasmagórico que habíamos creado con los cuentos que nos contamos. Y aunque tendría la oportunidad de preguntarle si se nos apareció, no sé si se lo hare. Lo que sí sé, es que creo tener la certeza de que lo que quisiera es que el Diablo ponga los puntos sobre las íes a través de sus dichos respecto a que si es cierto o falso que viviendo en el paraíso, lo que sea que eso sea, fue expulsado del mismo porque traicionó a Dios y como castigo fue condenado a vivir por siempre entre los mortales, como exhiben las religiones, por ejemplo, la católica o cristiana. Quiero aprovechar la entrevista para referirle historias que se han escrito sobre él y que he leído, para que exponga lo qué piense de ellas, pues me parece importante que se conozca su opinión. Por ejemplo, sobre eso de que en el judaísmo no hay un concepto esclarecedor acerca de su personificación, a eso de que el significado que el hebreo da a la palabra bíblica ha-Satán es la de “el adversario” o “el obstáculo” o “el perseguidor”, y a eso de que si el concepto de Diablo se tomó directamente del Libro de Job. Le haría saber que en ese relato ha-Satán no es un nombre propio, sino el título de un ángel subordinado a Yahveh; que en el judaísmo ha-Satán no hace mal, por el contrario, le indica a Yahveh las malas inclinaciones y acciones de la humanidad, y que en esencia, ha-Satán no tiene poder mientras que los humanos no hagan cosas malas y Dios no le dé permiso. Le mencionaría que se dice que el Libro de Job cuenta que después de que Yahveh señalara la piedad de Job, ha-Satán le pidió autorización para perseguirlo y probar su fe, que siendo un hombre justo es afligido con la pérdida de su familia, de sus propiedades, y más tarde, de su salud, más él sigue siendo fiel a Yahveh, y que como conclusión del libro, Dios aparece como un torbellino, explicándoles a los presentes que la justicia divina es inescrutable. Asimismo, que en la Torá, este perseguidor es mencionado varias veces. Una es en la que se presenta en el incidente del becerro de oro y en el que es el responsable de la inclinación al mal de todos los hombres, y otra, en la que él es también responsable de que los hebreos construyeran como ídolo el becerro de oro, mientras Moisés estaba en la cima del monte Sinaí recibiendo la Torá de parte de Yahveh. Y que los libros de Isaías, Job, Eclesiastés y Deoteronomio tienen pasajes en los que el dios Yahveh es mostrado como el creador del bien y del mal en el mundo. Po otra parte, que según el cristianismo, el Diablo, también conocido como Lucifer o Luzbel, es un ser sobrenatural maligno y tentador de los hombres, un demonio. Que en el Nuevo Testamento se le identifica con el Satán hebreo del libro de Job, con el Diablo del Evangelio de Mateo, con la serpiente del Génesis, y con el gran dragón del Apocalipsis, todos como un solo personaje. Que en Job el Diablo forma parte de los "hijos de Dios", denominación usada en el Antiguo Testamento para designar a los ángeles o emisarios divinos, entidades que tienen un origen pagano procedente de los cultos asirio-babilonios. Que sólo en los escritos judíos tardíos se confronta a Dios con Satán, pues se considera incapaz a la divinidad de producir los males humanos. Que en este sentido, hay teólogos que consideran una superstición la creencia en el Diablo como causante del mal, aunque cumpla una función. “El hombre ha inventado al Diablo para exculparse él”. Que en la fe Bahaí -religión monoteísta- no se cree que exista una entidad sobrehumana y malévola como el Diablo o Satanás. Sin embargo, estos términos aparecen en los escritos sagrados bahaís, donde se utilizan como metáforas de la naturaleza inferior del hombre. Que se considera que los seres humanos tienen libre albedrío y, por lo tanto, pueden volverse hacia Dios y desarrollar cualidades espirituales o alejarse de Dios y sumergirse en sus deseos egocéntricos. Que los individuos que siguen las tentaciones del ego y no desarrollan virtudes espirituales a menudo se describen en los escritos bahaís con la palabra satánico. Que los escritos bahaís también afirman que el Diablo es una metáfora del "yo insistente" o "yo inferior", que es una inclinación egoísta dentro de cada individuo. Y que se cuenta que aquellos que siguen su naturaleza inferior también son descritos como seguidores del "Maligno". ¿Pero, y si él ya sabe todo esto? ¿En qué papel voy a quedar? Me horrorizó pensar que como un idiota. ¡Y con toda razón! Me va a creer un engreído que osa competirle la exclusividad absoluta del engreimiento. Después pensé que otra cosa que también creo que busco, es que si al final consigo que el Diablo se sincere y hable largo y tendido, pero con las precisiones que necesariamente se requieren para lograr una buena entrevista, podría tener claro, de paso, porque los seres humanos vivimos con miedo a lo que desconocemos y a lo que no podemos darle una explicación lógica como: ¿Qué sigue a partir de que el cuerpo humano deja de existir? ¿Hay vida después de la muerte? ¿El destino de los bien portados y arrepentidos es el Cielo? ¿Es en el Infierno donde habremos de pagar las culpas por los males que ocasionamos en vida? CAPITULO CUATRO
Llegó el noveno mes de convivencia con la plaga que a diario suma enfermos por contagio y muertos, y el valemadrismo iba igualmente en aumento en todo el mundo. No se veía la luz al final del túnel. Pasaban los días las semanas y los meses y nada ocurría que pudiera apaciguar la angustia y el miedo afincado en muchos, más que nada en los creyentes que ruegan a Dios su protección para que los libre del contagio, pero también en aquellos que no dudan que lo que está ocurriendo es obra del poder maligno del Diablo, y surgen especulaciones sobre que mientras Dios se esfuerza por hacer que todos sintamos su protección y cubijo, seamos buenos, respetuosos y benévolos, nos veamos como hermanos, nos demos un trato cordial y nos cuidemos los unos a los otros, el Diablo hace lo posible por echarlo todo a perder, porque prevalezca la desgracia, la maldad, el encono, la envidia, la violencia, la desconfianza, el resentimiento, la indiferencia, el descuido y la despreocupación. Y aunque todo esto –pensaba primero de vez en vez y luego con regular frecuencia - se trata de creencias metafísicas y hasta esotéricas en estos tiempos de incertidumbre en los que la ciencia está a prueba y enfrenta el reto de vencer la naturaleza de un virus mortífero y desconocido que asecha en todas partes y se desconoce su origen, es posible que, sin embargo, tenga su razón de ser en el miedo. Afortunadamente, no nos hemos vuelto colectivamente paranoicos. Aunque, he de decirte, en las noticias es cada vez más frecuente encontrar reportes de los problemas de ansiedad, de depresión, de desesperación y de otros trastornos mentales que afectan ya a millones de personas a causa del encierro, la falta de convivencia social y de dinero por el desempleo –comenté a mi hija que radica en Estados Unidos, donde, por ciento, la gente se las está viendo igual o más negras que nosotros aquí, ¡vaya consuelo!, durante una conversación telefónica con la que nos pusimos al día-. Sí, es una cosa de locos –la escuché decir por el auricular-. Así es, pero, además, acá, no se allá en los unatesestates, el problema de la violencia intrafamiliar en la que mujeres e infantes son las víctimas está a la orden del día y va en aumento. Y para no asustarte mejor no te digo nada de la inseguridad pública que se vive en todo el país con masacres, homicidios de odio y los que se cometen con saña, en el caso particular de los feminicidios, y los miles de robos, como si con la peste no nos fuera suficiente; ni de la indiferencia del Presidente que ignorantemente compara la enfermedad de covid con una simple gripa y que dice irresponsablemente que el cubrebocas no sirve de nada; o de las deficiencias de la supuesta estrategia de salud para enfrentar la emergencia sanitaria, y de las burradas y mentiras que a diario dice el responsable de llevarla a cabo. No, ya párale pop´s. Por eso no me gusta oír ni ver las noticias de lo que ocurre en México. Eso está bien hija. Por salud mental. Oye, y cómo vez que tengo en mente realizar una entrevista con el Diablo. ¿Ya te lo había dicho? O ¿No? ¡No inventes! ¡No lo sabía! Pues sí. Y en eso estoy metido ahora. Ya te pondré al tanto de los avances. ¿Acaso estás ido? –Preguntó y soltó una risotada que me contagió, y a la que me sumé con agrado-. Puede ser. Pero estoy entusiasmado con el proyecto. Idearlo me permite abstraerme de las mentiras que a diario se dicen con insistencia sobre la situación en que nos encontramos a causa del virus y que nos quieren vender como verdades, como si fuéramos estúpidos y no viéramos la realidad, porque si aquí las cosas no están bien toda vez que al Día de Muertos de este 2020 la peste ya ha matado a 91 mil 895 personas, menos lo están en el mundo, con un conteo de más de un millón 200 mil fallecimientos. Por eso trato de inventarme cualquier cosa para hacer, pero ante las pocas opciones que encuentro, mi mente, casi en automático, recurre al tema de la entrevista y eso me empieza a preocupar porque el martes pasado en un tiempo que me di para meditar, llegué a la conclusión de que la pretendida entrevista con el Diablo me estaba obsesionando. Hay días, y es en serio, en los que me despierto pensando en ese encuentro, en cómo va a ser, en dónde y cuándo, en cuál será mi actitud, y la de él una vez que estemos frente a frente, en qué tendré que decir por saludo, si mucho gusto señor Diablo, o es un placer conocerlo señor Diablo, o si simplemente buenos días, buenas tardes o buenas noches, según sea la hora del encuentro. La cosa es que la entrevista la empiezo a asumir como el mayor reto de mi carrera profesional, y a causa de la presión, comencé a preocuparme y a impacientarme. He dejado de hacer cosas, como el poco ejercicio que por costumbre vengo haciendo desde hace tiempo por 20 o 30 minutos dos o tres veces a la semana. Pero es porque creo que el Diablo no es cualquier entrevistado y si como dicen hasta entre los perros hay razas, en este caso se trata de un ejemplar sin igual, de muy alta calidad, por lo que no puedo tomármelo a la ligera. Y, así las cosas, la mayor parte del tiempo lo ocupo en prepararme lo mejor posible para estar a la altura. Además de que a cualquier hora del día mentalmente trato de dar forma a algunas posibles preguntas, a las que ¿qué crees?, acabo dándoles respuesta yo mismo, de acuerdo a mi forma de pensar, pero que pongo en boca del Diablo. Como resultado de esa obsesión que me resistía a aceptar, hice búsquedas en internet de lo que hay sobre el Diablo, y encontré obras que se dice fueron atacadas y de las que se pedía inclusive su prohibición por ser nocivas a las buenas almas. De esa manera di con “Paraíso perdido”, poema narrativo de John Milton (1608-1674), publicado en 1667, al que se considera un clásico de la literatura inglesa que dio origen a un tópico literario que se ha difundido ampliamente en la literatura universal. La información indica que está dividido en doce libros y sobrepasa los 10 mil versos escritos sin rima. Que es una epopeya acerca del tema bíblico de la caída de Adán y Eva, y trata, fundamentalmente, sobre el problema del mal y el sufrimiento en el sentido de responder a la pregunta de por qué un Dios bueno y todo poderoso permite la maldad y el sufrimiento cuando le sería fácil evitarlos. Milton comienza por responder a través de una descripción psicológica de los principales protagonistas del poema, si Dios, Adán, Eva y el Diablo, revelan el mensaje esperanzador que se esconde tras la pérdida del paraíso original. En el poema, el cielo y el infierno representan estados de ánimo antes que espacios físicos. La obra comienza en el infierno, descrito mediante referencias a la permanente insatisfacción y desesperación de sus habitantes, desde donde Satanás, definido por el sufrimiento, decide vengarse de Dios de forma indirecta, esto es, a través de los seres recién creados que viven en un estado de felicidad permanente. Encontré que algunos estudiosos consideran a John Milton el primer literato que acaso reivindicara la majestad del ángel caído y que, posteriormente, tras de él hubo quienes se lanzaron a las inmensidades celestes o a las tenebrosas regiones de la tierra en búsqueda de lo que consideran una fuerza revolucionaria y libertaria, la quintaesencia de la rebeldía, en tanto que otros lo dignifican, lo acicalan, lo domestican casi, o lo reducen, aminorando su importancia, enclavándolo indistintamente entre ensoñaciones o neurosis de otros protagonistas, o lo alejan, dibujándolo como un ser indiferente a todas nuestras cotidianas miserias. Hay quienes se han ocupado de la idea de que los pobladores europeos del siglo XVI pensaban que Satanás (y no solo él sino los 7 mil 409 demonios a las órdenes de 72 príncipes infernales, calculados por Jean Wier en su “De praestigiis daemonum”), podía adquirir cualquier forma, convertirse en animal, en mujer o en hombre, en un ser tentador y horrible a la vez, en alguien que puede transformar los minerales en oro, destruir cosechas, asesinar, volar por los cielos, reptar en el subsuelo, hacer jóvenes los cuerpos decrépitos, adivinar el futuro, engañar, crear ilusiones, que entra en los cadáveres sepultados en tierra no consagrada, y que se esconde en toda clase de vicios como el alcoholismo, la usura o el sexo dentro o fuera del matrimonio. Otro, fue un tratado que aborda lo que ocurría tanto en el terreno religioso-político como en el campo de lo social. En el primero, bajo la influencia de una multiplicación de sectas heréticas y del Concilio de Basilea (1431-1445), se centra buena parte de la atención en el ríspido debate teológico de si el poder de la Iglesia debía residir en el Papa o si debía darse preeminencia al Concilio Ecuménico; en tanto que en el segundo se resalta que en medio de una población afectada por enfermedades y pestes cada vez más recurrentes, y que sufría, lo que imperaba era una visión siniestra del futuro. Ese turbulento escenario, donde facciones de hombres trataban de imponer su tipo de fe y donde entraban en conflicto las ideas más tradicionalistas con las más novedosas que ya respiraba el Renacimiento, serviría para que Satán o el Diablo y sus huestes infernales dejara de ser un enemigo borroso y se convirtiera en una fuerza irrefrenable que prometía los peores horrores en este y el otro mundo. De ahí que de ese torrencial maligno a que pasara a tomar posesión de los cuerpos de los hombres y de las mujeres, sobre todo, había naturalmente solo un paso. El miedo de la Iglesia a la herejía real y verdadera se metamorfosearía en el arquetipo del mal, en una febril construcción que obsesionaría durante toda la centuria siguiente a través de la invención de las brujas demoníacas. Por eso, no fue casualidad que en medio de ese creciente frenesí, el papa Sixto IV promulgara, en 1478, una bula en la cual se establecía el Santo Oficio, y que nueve años más tarde, los monjes dominicos Heinrich Kramer y Jacob Sprenger publicaran el célebre “Malleus Maleficarum” (El martillo de las brujas), obra de consulta obligada –se dice- para cualquier inquisidor que se considerara de respeto, y que versaba sobre la brujería, sus hechizos y las formas de detectar, enjuiciar y destruir a las brujas. Desde su año de aparición hasta 1669, el librito sumaría, según cálculos, 34 ediciones. Así, y en concordancia con las peores visiones infernales, para el final del siglo XVI, la lumbre de las hogueras ya se había regado por buena parte de Europa. El largo paréntesis demoníaco solo comenzaría a cerrarse hasta la segunda mitad del siglo XVII, no solo porque el dinamismo del comercio impulsaría una mayor prosperidad en el continente, lo que reduciría en buena medida la visión pesimista de los siglos anteriores, sino también porque otras esferas (la filosofía, la ciencia, la medicina) empezarían a disputar la hegemonía de la Iglesia. Bajo ese influjo, el Satán o Diablo totalizador y ubicuo volvería a fragmentarse y a difuminarse lentamente de la vida pública, quedando en manos de las iglesias o de círculos especializados como los ocultistas o esotéricos. Sin embargo, en muchos rincones del mundo, el daño de esa construcción religioso-cultural permanece como una mácula irremediable. Robert Muchembled, historiador y profesor en las universidades de Paris-Nord y de Michigan, antiguo miembro del Institute for Advanced Study, de Princenton, y autor de más de veinte obras traducidas a diversas lenguas, argumenta en “Una historia del Diablo”, que en el despertar de la cristiandad, la idea de Lucifer, fragmentada como estaba y obligada a disputar terreno con un sinfín de seres fantásticos y personajes de leyenda adscritos al folklor o a las creencias paganas que subsistieron durante largo tiempo en el Imperio Romano, permanecería prácticamente adormecida a lo largo de los primeros mil años de la historia de la Iglesia. Sin embargo, un personaje con tanto potencial no debería pasar desapercibido. Su impulso vendría por parte de las exégesis y de las élites eclesiales. En “Historia de la fealdad”, Umberto Eco señala que uno de esos primeros empujones lo daría el “Apocalypsin, Libri Duodecim” (776 d.C) del beato de Liébana, con un intrincado comentario al Apocalipsis de Juan, del cual se harían numerosas copias que empezarían a circular por Europa hacia el siglo X y XI. Su contenido y sus ilustraciones harían que el terror al fin del mundo permeara desde entonces en el imaginario de la época. Siguiendo a Jean Delumeau, en “El miedo en Occidente”, los estudiosos concluyen que otro de esos impulsos definitivos vendría del “Elucidarium”, una suerte de catecismo escrito a inicios del siglo XII por un sacerdote alemán de nombre Honorio de Autún en el que se sistematizaba por primera vez todos los elementos demonológicos, dispersos hasta entonces en los escritos cristianos y en otras fuentes, desde los inicios de la Iglesia. Hacia el siglo XIV, la espeluznante sombra del Diablo comenzaba a ser ya algo de lo que había que cuidarse. “La divina comedia” de Dante Alighieri, que murió en 1321, marcaría simbólicamente ese momento de transición. Contrario a lo que se ha fijado en el imaginario colectivo de nuestra época, la avasalladora presencia de la Bestia –el Diablo- irrumpiría con toda su fuerza no en la oscuridad de la Edad Media, sino justo cuando el occidente se disponía a entrar en la modernidad. Jean Muchembled argumentó que ese nuevo demonio, mucho más temible que el de cualquier otra época anterior del cristianismo comenzaría su angustiante y definitivo vuelo bajo ciertas condiciones precisas en el corredor de Europa central que une la península itálica con el norte de Europa, conformado entonces por el Sacro Imperio Romano Germánico (las actuales Holanda, Bélgica, Alemania, Suiza y partes de Francia e Italia), así como por los ducados de Borgoña y Savoya. Pasaban los días y yo en mi enajene. Como relojito despierto diario a las 10 y media de la mañana y paso los siguientes 30 minutos despabilándome en la cama, en poner el cuerpo recto y duro, estirando los brazos por encima de la cabeza con los dedos de las manos extendidos y las piernas con los dedos de los pies en punta, como haciendo la figura del número uno, como ejercicio de relajación, y luego me acurruco en posición fetal. La sensación que siento me conforta. Me levanto, me enfundo en una camiseta y un short para así dirigirme al baño, donde me lavo la boca, la cara y me peino para estar listo para bajar e ir a la cocina a prepararme el desayuno. Al terminar de degustar un pan de dulce con café recién molido, ya al final, me doy a la tarea de lavar plato, taza, cubiertos, sartén y tarja, limpiar la barra, barrer y trapear el piso, todo ello por la costumbre que nos inculcaron mis padres a mí, a mis hermanas y hermanos, mas no porque sea un mandilón, y porque desde siempre, mi esposa y yo nos hemos impuesto dividir el quehacer de la casa. Posteriormente inicio el ritual de adentrarme al estudio, prender el estéreo para escuchar música y la computadora, abrir el internet, checar los correos y revisar los portales de noticias que son de mi interés; después, me tomo el tiempo necesario para definir el tema de la columna que una vez redactada envío al periódico digital, publicó en mi cuenta de Facebook y la hago llegar a los amigos y conocidos vía correo electrónico. De las dos de la tarde a las siete con 45 minutos u ocho de la noche, me la paso leyendo todo lo que encuentre acerca del Diablo, ya por casualidad o porque se me ocurre algo en concreto. Así, las siguientes cinco crónicas breves llamaron mi atención porque –según sus autores- después de leer las obras, se llega a sentir la presencia del Maligno, el mismísimo Diablo. “Los cantos de Maldoror” (1869), Conde de Lautréamont. Este es para algunos críticos el texto más oscuro de la lista. Se supone que la advertencia lanzada en apenas las primeras líneas de la obra debería ser suficiente para disuadir de continuar adentrándonos en el: “No es bueno que todo el mundo lea las páginas que siguen; sólo algunos podrán saborear sin peligro ese fruto amargo”. Por lo tanto, se recomienda a las almas tímidas, antes de avanzar por semejantes caminos inexplorados, dirigir hacia atrás sus pasos. Se dice que quien se atreve, avanza y continúa ingresando en la oscuridad, como siguiendo una voz, escuchando la diabólica imprecación de ese vampiro en abierta oposición a Dios. Un macabro himno que solo empezaría a cobrar valor a principios del siglo XX, cuando las vanguardias artísticas y sobre todo el surrealismo lo descubrirían. “Las letanías de Satán” (1857), Charles Baudelaire. Es una de las más virulentas especies contenidas en el ramo de “Las flores del mal”. Esas letanías dan cierre al capítulo denominado Revuelta, donde el poeta se enfrenta a la divinidad y pretende echarla abajo. Dentro de la tradición iniciada por John Milton y continuada por una serie de autores de los movimientos románticos y decadentistas, Baudelaire describe un demonio majestuoso en su belleza y magnánimo en su piedad. “Los versos satánicos” (1988), Salman Rushdie. Tiene como protagonistas a dos personajes hindús: Gibreel Farishta, el actor más famoso de Bollywood, y Saladin Chamcha, conocido como el Hombre de las Mil Voces por su capacidad para el doblaje y amante de la cultura británica por encima de todas las cosas. Ambos personajes se conocen a bordo de una aeronave que vuela a Bostan, el cual explota sobre el Canal de la Mancha a causa de un atentado terrorista. Gibreel Farishta y Saladin Chamcha, abrazados el uno al otro, empiezan una demencial caída sobre las costas de Inglaterra y en el descenso, uno se transformaría en el arcángel Gabriel y el otro en Shaitan, el Diablo cristiano en clave islámica. Desde ahí, sus pasados y presentes se imbricarían con otras historias formando un excepcional mosaico armado de luces y sombras, colores, texturas, voces, ciudades, desiertos, y en los trasfondos del portentoso caleidoscopio aparece la imagen del profeta Mahoud (Mahoma) recibiendo la revelación coránica de Gabriel. Parte de los pasajes del libro condenaron a Rushdie a ocultarse luego de que el Ayatolá de Irán, Ruhollah Khomeini, lo condenara a muerte al ponerle precio a su cabeza. “Lo que el Diablo me dijo” (1906), Giovanni Papini. Escritor, polemista y filósofo italiano, Papini despoja al Diablo, en este pequeño relato, de todo su angustioso aspecto de los siglos anteriores para presentarlo como un burgués bien vestido, educado y sensible. El Demonio se presenta además como un ser más lejano, que pierde, la mayoría del tiempo, su interés en la humanidad. Aun así, en medio de su pedantería, ese pequeño Lucifer le revela al autor, en un rincón de Florencia, la clave de la caída y la pérdida del paraíso. El punto, argumenta Lucifer, fue haber comido solo una pequeña parte del fruto prohibido, cuando debimos haber comido absolutamente todos los frutos de ese árbol. De ahí su sugerente invitación a conquistar toda la sabiduría para transformarnos en dioses. “Un señor muy viejo con unas alas enormes” (1955), Gabriel García Márquez. Un ángel caído es siempre un demonio. ¿O no? Esa ambigüedad es lo que vuelve a este cuento una pieza interesante. Eso y la total abstracción del diablo-ángel, su indolencia, su postura como fuera de este mundo. Asistimos aquí a la antítesis del ángel caído de la exégesis cristiana. El lector llega a sentir conmoción al ver a ese ser recluido en un gallinero inmundo, empapado y asoleado, enfermo, exhibido como un vulgar monstruo de feria, pero también cierta simpatía cuando por fin alza vuelo y se convierte en un punto imaginario. Tras la agotadora consulta quedé convencido de la gran ignorancia que hay de mi parte sobre los temas del bien y del mal, de la existencia o no de Dios y del Diablo, mi entrevistado electo, y de cómo ha sido interpretada a través de los siglos tanto por creyentes como por no creyentes. Conforme iba leyendo reseñas y crónicas me sentía cada vez más flotar en el mar de la ignorancia, pues la historia de esos tópicos es antiquísima. Pero resultó didáctico saber que desde siglos atrás la imagen que se tenía del Diablo tendía a ser fantástica, grotesca y folklórica, igual que como lo imaginamos ahora en este siglo XXI. Pasaron varios días después en los que, contrario a mi estado de ánimo anterior, me sentí tranquilo y motivado a buscar nuevas distracciones. Me aleje de la computadora y, por ende, del internet y las búsquedas diabólicas, aunque no logré sacar de mi mente la entrevista. Opte por ver películas, pues aunque no empedernido, me considero un cinéfilo abierto a los dramas, la acción, las comedias, la ficción, los comics hechos películas, la violencia y la guerra, y hasta al cine infantil. Llegué a ver en un día hasta cuatro, atascándome de palomitas o papas o cacahuates, de refresco o cerveza, y café con pan de dulce por la noche. La variedad era amplia e iba de La caída del halcón negro a Una esposa de mentira a Quédate conmigo a El último de los Moycanos a Rambo a Los vengadores a China town a Las sufragistas a Olé a El infierno a Misión imposible a Volver al futuro a El vuelo a Lulú a Una propuesta indecorosa a Atracción fatal, y así por el estilo. Pero mi tendencia cambió cuando días después encontré en la cartelera de Tv por cable que estaba programada, para mi fortuna o desfortuna, El abogado del Diablo, que ya había visto varias veces, empero la repetí para disfrutar las actuaciones de Al Pacino, Keanu Revees y Charlize Theron. Al otro día, a eso de las 12 y media, entre al estudio con el firme propósito de buscar en internet información sobre el papel del Diablo en el cine y me encontré con que hay en abundancia reseñas y crónicas que dan cuenta de lo más destacado, de acuerdo –claro está- al gusto del que las escribió. Esta me gustó por breve y aleccionadora: La figura del Diablo en el cine. Al tratarse de un personaje icónico en la sociedad y para la cultura en general, y tomando en cuenta su importancia por todo lo que representa en realidad, el Diablo ha estado presente en el cine desde sus inicios. Con el paso de los años y las películas, el ser maligno ha tenido distintos nombres, ha hecho muchas cosas horribles y ha sido representado de múltiples maneras, las cuales van de un tipo rudo, un sujeto cínico, una mujer sexy, una animación, un hombre seductor, un rock star o alguna otra forma que se le ocurra a alguien, a la ya clásica e icónica imagen en la que se le presenta en color rojo y con cuernos, sin olvidar la mirada maldita, una figura intimidante, la voz que da miedo al escucharla y una sonrisa mórbida que pone nervioso a cualquiera. La figura del Diablo en el séptimo arte ha sido fundamental para el adecuado desarrollo de varias historias sin importar a qué género pertenezcan, pues ese diabólico personaje ha hecho de las suyas por igual en el cine de terror, el fantástico, el de ciencia ficción, los thrillers e incluso en la comedia y la animación. Gracias a renombrados cineastas –sugieren los críticos- se nos ha revelado su apariencia, advirtiéndonos, a través de filmes, curiosamente de culto, sobre la malevolencia de El Ángel Caído o El Príncipe de las Tinieblas que se instaló gratamente en la obscuridad de las salas de cine desde las primeras proyecciones. A Jacques Tourner, maestro de la atmósfera, los productores de Una cita con el Diablo (1957), le obligaron a insertar una gigantesca criatura que personificaba al demonio; Stanley Donen, desde la divertida sátira Un Fausto Moderno (1967), narra la historia de un “pobre diablo” en la Inglaterra pop; la casa Hammer en Una tumba en la eternidad (1967), mostraba que el Demonio llega más allá de la estratosfera y puede manifestarse en forma de invasión extraterrestre; Román Polanski, con El bebé de Rosemary (1968), sorprendió evitando el truco fácil de evidenciar al bebé de Satanás, y sólo dejaba ver una cuna de velos negros; el considerado más grande director de todos los tiempos, el polaco Andrzej Zulawski, en su segunda película, llamada precisamente El Diablo (1972), presentó una Polonia invadida en 1793 por los ejércitos prusianos, en un relato fáustico, donde privaba la delación, el asesinato, la traición y la desolación; en la excesiva y provocadora cinta Los Demonios (1971), de Ken Russell, el chamuco prefirió omitir toda su iconografía, creada por los artistas plásticos de la cristiandad, para introducirse en la vida monacal sustentada en los eventos ocurridos en Loudun, para enseguida, poseer púberes en El exorcista (1973), o de plano apoderarse de inocentes cuerpos de niños representando al Anticristo en el ambiente del poder político mundial en La Profecía (1976). Con el paso del tiempo las tramas fueron cambiando y se llegó al grado de que la maldad ya no tuvo a su enemigo perenne a mano, la bondad. A decir de algunos, al final del milenio las historias empezaron a presentar al hombre sumido en un cinismo tal que era imposible identificarlo como un ser bueno. Entonces, el Diablo decidió pasarse del lado del enemigo para comportarse generosamente violento contra, por ejemplo, el mal comportamiento juvenil, alejándose de la representación del bestiario bíblico, adquiriendo personificación de psicópata, demente o asesino serial, en filmes como: Pesadilla en la calle del infierno, Halloween, Viernes 13. Ya con el gore (el cine de terror gráficamente descarado), El Señor de las Sombras no tenía mucho que hacer; la representación mítica de la sangre, agresivamente expulsada, adquiría formas de ritual, o el sacrificio del cuerpo alcanzaba la espiritualidad a través del desmembramiento, desollamiento, linchamiento, mutilación, alteración biogenética y otras aberraciones. La llegada de la alta tecnología modificó la forma de hacer cine y en el caso específico de las películas relacionadas con el Diablo, degeneró en El Despertar del Diablo (1982) y Corazón Satánico (1987). La producción cinematográfica mexicana no se quedó atrás, lo mismo que los productores de historietas. Para muestra está El Fistol del Diablo, en la que un enigmático personaje identificado como Lucero el elegante (Roberto Cañedo) otorgaba el mencionado fistol a un anhelante individuo, que obtenía así, poder y placeres, aunque al final, termina terriblemente castigado con la muerte. Como consideré que tenía todo el tiempo del mundo para hacer todo lo que tenía qué hacer y lo que quisiera hacer, aunque muchas cosas las iba posponiendo por hueva, porque como dijera en una de sus rolas el maese Alex Lora, que rico es no hacer nada y después de no hacer nada descansar, enlisté los títulos de películas que me propuse ver, tras haber leído la síntesis de las mismas. Y, comencé con The Devil’s Advocate, porque como escribió uno de sus críticos: ¿Qué puede dar más miedo que el diablo?, tal vez un abogado, sobre todo si es uno como John Milton, el exitoso y carismático CEO de una importante firma de abogados que se encuentra en Nueva York. Este personaje también es cínico, temperamental y un experto en convencer a los demás para que lo ayuden en sus planes, y la vanidad es su mayor pecado. Y, le siguió Angel Heart. Aquí el maligno es representado de manera más sofisticada, siempre vistiendo un elegante traje color negro y con el cabello arreglado al igual que su barba, aunque con unas uñas largas que desentonan en su estética. Su nombre es Louis Cyphre, cuya adecuada pronunciación es Lui-Zaifer, que pareciera que suena a Lucifer, lo cual debería ser una pista para saber de quién se trata realmente. Y, Constantine. Mirada perdida, actitud cínica y retadora, voz de loco y cierta elegancia en su forma de vestir; las anteriores son las características que definen a Lu, quien llega desde el mismísimo infierno sólo para poder llevarse él mismo el alma de uno de sus mayores enemigos. Y, The Prophecy. Antes de ser uno de los héroes más grandes de la Tierra Media, Viggo Mortensen interpretó a un Lucifer que se burla de todo y de todos, no respeta la autoridad e inspira temor en aquellos que tienen la mala suerte de encontrarse con él. Es alguien siniestro que nunca muestra arrepentimiento por ninguna de sus acciones y es tan malo que pone a temblar de miedo a los demonios que le acompañan. Y, The Witches of Eastwick. Daryl Van Horne disfruta en exceso de todos los placeres que ofrece la vida mortal, incluyendo comida, bebida y, obviamente, bellas mujeres dispuestas a hacer todo lo que él les pida. Este Diablo es un auténtico playboy y al ver lo bien que la pasa, entendemos por qué le gusta estar en la Tierra. Y, Crossroads. Al Diablo siempre se le ha relacionado con diferentes géneros musicales, incluyendo al blues y a varios de sus intérpretes. Hay leyendas urbanas de músicos que han tenido encuentros cercanos con el Diablo y que han vendido sus almas a cambio de talento musical, lo cual es algo que se muestra en esta cinta en la que el ser maligno demuestra tener un buen oído y que es todo un melómano. Y, Legend. Tim Curry fue transformado en un enorme ser diabólico que es capaz de causarle miedo a más de uno sólo con su imponente presencia. El actor se convierte en “La oscuridad” y nos ofrece una versión clásica del Diablo, esa que suele presentarse en muchos casos con largos cuernos y una piel roja. Y, Tenacious d in the Pick of Destiny. El Diablo sabe rockear y eso queda claro en esta cinta. Un par de aspirantes a rock stars buscan una plumilla para tocar guitarra que fue hecha con un colmillo de Satanás para desatar todo su poder, pero antes deberán enfrentarse a él en un duelo de rock para decidir el futuro de la humanidad. Y, The Lords of Salem. Alejándose de la imagen imponente con cuernos y todo lo demás, Rob Zombie presenta un ser grotesco y aterrador que no tiene un gran tamaño, pero cuya maldad puede causar muchas pesadillas. Y, de entre las cintas más recientes incluí la comedia Bedazzled (Al diablo con el Diablo), con la interpretación de la guaperrima Elizabeth Hurley. El Diablo a veces llega en una forma que definitivamente causará tentación, así que es lógico que se trata de una hermosa y sexy mujer que convence al intérprete masculino para que acepte cambiar su alma por una serie de deseos, los cuales no son lo que él espera y con los que lo engaña para tenerlo a su merced. Y, también The Devil Wears Prada (El Diablo viste a la moda) con la elegante Meryl Streep y la frescura de la atractiva Anne Hathawey. Una aspirante a periodista recién graduada de la universidad obtiene un trabajo por el cual un millón de chicas matarían: el de asistente personal junior de una fría editora en jefe que controla el mundo de la moda desde la revista Runway. Miranda es una mujer que proyecta una imagen incondescendiente y con una característica especial, hace bien su trabajo, y espera que sus asistentes no solo la complazcan, sino que lleguen a adelantarse a lo que quiere para poder calificarlas como eficientes. De esta manera, el Diablo, que empezaba a serme una carga, me entretendría y sería un grato divertimento. CAPITULO TRES Mi escepticismo se hizo presente inmediatamente después del silencio a que me llevaron esas últimas cuatro palabras ideadas, con una breve pausa de por medio, sobre ese personaje al que consideramos victimario, no víctima: Soy… un chivo expiatorio. El impacto de tal posibilidad fue tal que quedé sin habla. Y aunque mi reacción natural e inmediata –dada mi forma de ser- tendría que haberse hecho manifiesta a través de la coloquial expresión ¡hay güey!, o en una de júbilo como ¡chingón, chingón, chingoncísimo!, dado que el primer elemento periodístico de la entrevista estaría en que “el Diablo denuncia que lo incriminan y difaman”, juzgue insólito que él, el Diablo, del que pensamos carece de escrúpulos, de sentimientos y de decencia, que nos parece un incorrecto y antihumano malandrín, se pudiera expresar en tono de lamento. También dudé, porque me percaté de que en esa fugaz e instantánea fantasía no vislumbre visos de indignación, salvó, también de su parte, un silencio de no más de tres segundos, pero nada de rabia contenida ni músculos contraídos en su cara. Aunque, si he de ser franco, debo aceptar que me faltó confianza para valorar esa cuasi autorevelación como verdad. ¿Difamado? ¿Señalado con desvergüenza y sin miramientos por los puritanos e hipócritas que poblamos el mundo? ¿Será? Esa desconfianza, sin lugar a dudas, fue una falla de mi parte. Como entrevistador no me corresponde creer o no lo que exponga un entrevistado, menos juzgarlo, sea cual sea su forma de ser, sea como sea su forma de pensar y sea quien sea, por lo que de él se diga o por cómo vea las cosas y las interpreta. En ese imaginado encuentro con el Diablo, me veo respirando hondo, y al tiempo de ir soltando lentamente el aire, dirigir la mirada en busca de sus ojos con la intención de que nos veamos directo y de frente al cuestionarle: Si lo que dice es verdad, si se considera un chivo expiatorio ¿por qué no se defiende públicamente? De bote pronto pensé que tendría por respuesta un desplante como “no soy partidario de la fama”, complementado con algo así como “me gusta la privacidad”, y rematado con “no voy a alimentar la morbosidad”. Metido en el papel de avezado entrevistador insistiría: ¿Es esa la verdadera causa o lo dice para salir al paso? ¿Tiene por qué o para qué mentir? En respuesta a eso le podría escuchar decir que no le importa lo que digamos ni lo que creamos que es ni como lo describimos ni lo que pensamos de él; que si es el origen del mal, el promotor de los pecados, el creador de todos los vicios, el que traicionó a Dios, el responsable de las desgracias; que si libertino, juerguista, disoluto, depravado sexual, que si su piel es roja como el fuego y anda impúdicamente desnudo, que si tiene cuernos y cola con punta de flecha, que si usa tridente, que si su hogar es el infierno, que si su trabajo es incitar el pecado, que si también se puede hacer presente en la imagen de un mozo elegante y presumido y hasta personificarse en una sexi fémina que atrae, engaña, y envilece a los hombres. Que en conclusión, todo eso es mezquino. Sin dar tregua a mí alucine acometería-: Entonces ¿por qué su reticencia a mostrarse? ¿No será que se evade o que quiere confundirnos. Que quiera hacernos creer que sí existe, que no es ficción ni un mito, empero sin dejar de ser una incógnita, negándose a que lo conozcamos cual es para no ser escudriñado ni analizado? ¿Qué tiene que esconder? ¿Así conviene a sus intereses? Ese asedio, comprendí, lo podría llevar a espetar en tono irritado; ¡Qué monserga! Existo -diría reiterativamente, pero con voz calmada y pausada, como la que se emplea cuando se quiere explicar algo a un niño- porque ustedes me mencionan, porque estoy en sus mentes, en los buenos y malos momentos. No tengo que hacer nada para ganármelos. Ustedes acuden a mí. Son tan miserables y llevan una vida tan llena de perjuicios y miedos que necesitan en quién creer, por eso idean ídolos y los entronizan para rendirles pleitesía, serles devotos y hasta llegan a amarlos e incrustarlos en sus creencias, comportamientos y formas de vida, para sentir que les dan lo que como humanos no son capaces de darse recíprocamente, para hablar a solas con ellos creyendo que son escuchados, para sentirse acogidos y protegidos, para que algún día los favorezca, los libre de los pensamientos impropios, les perdone sus errores, los haga buenos y merecedores de una mejor vida después de la muerte, más un largo etcétera, etcétera, etcétera de deseos y esperanzas. Además, y, sobre todo, para tener ante quién redimirse. Ídolos de esos de los que en las religiones hay muchos. Hembras y machos que juegan ese papel y a los que ustedes, la raza humana, que se supone es pensante, los acogen y les rinden culto. Mira. Por si no lo sabes, hasta el que se asume como máximo representante de la religión católica, el que tiene su residencia en un lugar denominado Estado Vaticano, el que habita una edificación portentosa y de mucho lujo, al que tratan como un rey o un jeque, y que en las grandes ocasiones porta y luce un anillo, joya única en el mundo tanto por su valor monetario como por lo que representa, se ha ocupado de mí. Publicaciones han dado cuenta de que el papa Francisco, afirmó que Satanás –o sea, yo, el Diablo, con ese otro nombre que suelen darme- “existe”. A su decir, no soy algo simbólico o difuso, sino una persona real, de carne y hueso, que se puede encontrar cada día pero no vestido con disfraz rojo ni con cuernos ni parecido a un chivo ni muy feo. Soy el conocido de cualquier mortal al que se puede identificar si se descubren tres trucos de los que –señala- suelo echar mano. El primero, es que soy muy educado y muy hablador, es decir, un encantador charlatán. El segundo, que soy muy inteligente, porque con mucha facilidad puedo embaucar a cualquiera. Y el tercero, que soy muy pesado, porque aunque se alejen de mí, vuelvo una y otra vez. Educado, charlatán y pesado. Así me describió. Y si para el que se dice representante de Dios ante los más de dos mil 100 millones de creyentes que según tiene registrados en sus estadísticas la religión católica, no hay duda de que existo, ¿por qué hay mortales que son tan descreídos? También puedo decir que se han escrito muchos textos, inclusive hasta de corte académico que han motivado investigaciones para ubicarme en el mundo, desde épocas antiguas a la actualidad, con el propósito de determinar mi lugar en la sociedad contemporánea, y también para plantear la significación del mal desde la perspectiva de la teoría social. Hay quienes plantean la tesis de que yo, el Diablo, he desaparecido de la sociedad moderna, y hay otros que explicando la genealogía reciente me consideran como un objeto de consumo globalizado cuya influencia, a diferencia del mundo medieval, se ha acotado a sólo ciertos sectores. La gran mayoría tienen en común, que ponen en duda mi existencia o de plano afirman que no existo. Aun así, inexplicablemente, se insiste en que soy la personificación del mal que el hombre hace manifiesto día con día y me hacen responsable de todos los sucesos atroces que han ocurrido. Sin embargo, un ser común y corriente como la gran mayoría de quienes pueblan la tierra, escribió algo que me parece honesto y plausible, que me conmovió. Se crea o no, sinceramente, hasta me enterneció. ¡Sí!, al grado que derramé lágrimas sentidas. Mi turbación durante la lectura fue tal que me detuve a pensar qué podía hacer para convencer a la gente de que no soy lo que piensa o cree. ¿Por qué? Porque ya no quiero ser señalado ni denigrado ni utilizado de pretexto por aquellos que son disolutos. ¿Para qué? Para dejar de ser objeto de sus burlas, para que me tomen en serio y para dejar de ser el malo de la película. -Tras una breve pausa, resonó en mis oídos una estruendosa carcajada. ¡Jajajaja! ¡Jajajaja! ¡Jajajaja! ¡Te la creíste! No cabe duda que soy el rey del engaño. Caíste como el tonto que eres, igual que muchos que tras hacer fechorías creen ingenuamente que con arrepentirse y mirar al cielo lograrán que su dios -sea quien sea-, los perdone. Pero… ¡No te molestes! Ya en serio, te voy a narrar, si la mente no me falla, lo más apegado posible de qué tratan las elucubraciones que escribió el hombre común que te menciono. Más o menos va así… El hombre, debido a sus limitaciones racionales, busca culpar a alguien por sus errores cometidos. Yo creo que Dios es nuestro creador y creo en un dios como ser supremo, mi religión me lleva a creer en mi dios, pero cada religión tiene su ser supremo. Este ser es siempre el mismo, solo que con distintos nombres y personificaciones. En ese ser creo, confío y espero. Creo que él nos puso en este lugar, un mundo libre, para ser hombres libres. Nos da la vida y las herramientas para que nos desenvolvamos solos en un mundo de humanos, no de dioses. De humanos con defectos y virtudes, de humanos con errores y aciertos, de humanos con buenas y malas intenciones, de humanos excelentes y humanos monstruosos, de humanos con todos los vicios y deficiencias que tenemos por ser humanos y no dioses. Dios nos da la posibilidad de elegir entre lo que nos enseña como buen camino y lo que nos muestra como mal camino, mal camino para llegar hacia él, no para padecer de un infierno imaginario, mal camino que nos demora en el camino a la luz, no que nos lleva hacia la oscuridad. Él deja que nosotros mismos nos demos cuenta, probemos y nos sintamos más a gusto donde mejor nos plazca. Si buscar la paz y sabiduría entre cuatro muros nos hace encontrarla más rápido y ser más fuertes y mejores personas, él no lo va a contradecir ni a ver mal, como tampoco va a ver mal a quien no encuentra paz o sabiduría allí, pero actúa de una manera benevolente y digna, piensa y actúa como una buena persona. No es mejor un cristiano que un budista, no es mi dios el Dios superior, ni el principal, no es más persona que yo o es más atendido por Dios un evangelista o un mormón. Simplemente es más humano, más hombre y está más cercano a dios, quien obra conscientemente, procurando el bien y sin hacerle mal o daño a los demás, intentando vivir la vida sin ponerle piedras en el camino al resto. Dios no sabe nuestro destino, sino que lo deja al azar del mismo hombre y la naturaleza, la cual él también creo, con las mismas bases que los hombres, con la libertad de hacer lo que la evolución dicte. El hombre está a prueba en la tierra, que es el campo de entrenamiento para saber si somos dignos de acompañar a Dios en su morada, o si debemos volver a empezar una y mil veces hasta comprender el porqué de la vida, aceptar nuestros defectos y tratar de corregirlos en vida, en esta vida o en otra vida. Es por ello que no debemos preguntarnos donde esta Dios durante las guerras, en la muerte de un ser querido, en las catástrofes o ante algún accidente, no es su culpa. Él no puede estar en cada uno de los malos actos o de los errores de los seres humanos, ya que la vida no tendría sentido si Dios nos corrigiese permanentemente y nos ayudara físicamente a no cometer errores. Y el escribiente se cuestionaba si por ser un ser justo, debería estar en todos y cada uno de los errores y peligros de los hombres, y en su autorespuesta se dijo que eso haría la vida aburrida y sin sentido. La humanidad no tendría razón de ser si no existiese el destino incierto, la muerte y las catástrofes. Como humanidad, como conjunto no seríamos nada, no valdría la pena vivir, ni luchar, ni pensar, ni existir. Culpamos a Dios cuando sufrimos y dudamos de su existencia cuando en realidad somos absolutamente libres de hacer lo que queramos, sin importarnos su presencia o ausencia. El mundo es libre y organizado al azar, Dios está entre nosotros pero sin actuar, sin participar, sin meterse. No está ni en los buenos actos, ni en los malos. Él solo contempla, nos mira, nos observa, como un gran maestro que deja que el alumno se desempeñe solo, como una fiera que enseña a cazar a sus crías, como un padre que deja que sus hijos intenten caminar solos, sin importar si se caen y lastiman un poco o no. Dios nos mira, pero no se mete, no interactúa. Está presente, pero no interviene. Nos deja a merced de la fe y la esperanza, para que hagamos uso de ellas a nuestro gusto y le apliquemos los fundamentos que más nos plazcan a los giros de la vida. Y volviendo a su teoría principal, él afirmó que el Diablo, yo, no existe. Por qué, porque Dios jamás hubiese creado un ser que pueda intervenir en la vida de las personas de manera negativa, cuando él mismo no se mete, deja todo al azar y solo pretende vernos gloriosos en esta competencia. No hubiese permitido que alguien pueda trascender en un mundo ausente de dios cuando lo que quiere es que nos desenvolvamos solos, libres, usando la razón y el corazón como estandarte, sin más que la vida por delante. –Aquí viene lo mejor. ¡Pon atención! El Diablo es la personificación que el hombre necesita para sentir que todo lo malo tiene un motivo divino, supremo, poderoso y altanero que va más allá de la razón, cuando en realidad el origen de todos los males es el hombre mismo, incluso es culpable de muchas de las catástrofes naturales. Es el hombre mismo el que se va a extinguir por su propia culpa, no por Dios, no por la naturaleza y mucho menos por un ser absurdo e inconsistente como yo, tu entrevistado. Escribió de mí que no soy responsable de nada porque –insistió- no existo y cada ser es libre de hacer lo que quieras porque Dios así lo quiso. Todo lo bueno que logren va a ser por cada cual, y todo lo malo va a ser por culpa propia, no del Diablo. No hay que buscar más personificar a alguien a quien reprochar, dejemos ya de ser tan orgullosos y entendamos el poder del ser humano y el don de la libertad que nos ha dado mi dios, tu dios, el dios de ellos y el dios de aquellos. Tan, tan. Plausible y admirable la franqueza del tipo. ¿No te lo parece? -Oí preguntarme al Diablo-. -Acto seguido, y en tono inquisidor, añadió-. Dime si lo anterior te motivó alguna reflexión, si estás o no de acuerdo con su sentir, porque quiero pensar que tú eres creyente católico, apostólico y romano. -Rió burlón- ¿Crees en Dios o dudas de su existencia? ¿Crees en mí, o no? No pongas esa cara de compungencia. -Ahora se carcajeó-. En mi interior me sentí azorado, sacado de onda y creo que hasta encabronado por encontrarme ahora en el papel de entrevistado. -Para mis adentros me dije: a mí corresponde hacer los cuestionamientos y no voy a permitir que se inviertan los papeles. -Insistió-. ¿No te afectó en nada? ¡Respóndeme! No te preocupes. ¡Nada cambia! Tú sigues manejando la entrevista. No lo dudes ni pienses, como lo acabas de hacer, porque no es así. -¿Cómo supo lo que pensé?-. Yo únicamente quiero oírte decir en qué concepto me tienes y en qué concepto tienes a Dios, aunque, la verdad, ya lo sé. Lo juzguen verdad o no, esa es mi gran ventaja. Yo me entero de todo lo que pasa por la mente de todos, sé lo que van a hacer, lo que piensan, y lo que van a decir y decidir sobre cualquier asunto, y lo que va a ocurrir en consecuencia. Hay te va un ejemplo. Sé que fue por mero interés que me elegiste para la entrevista. Tu apetito de fama, tu deseo de ser reconocido por tus colegas como el mejor periodista antes de retirarte, y tu delirio de grandeza, aunado al anhelo de recibir un premio, ¿quizá el Pulitzer?, por la entrevista jamás hecha, son los motivos por los que pretendes usarme, por ser quien soy, lo que soy, como soy y lo que represento, y, debo reconocer, elegiste bien, porque, en efecto, modestia aparte, soy único. Así es que sé sincero –asediábame el Diablo-. Habla con libertad. Me sentí acorralado y temí que ante mi mutismo y por no poder decir algo, se enojara y diera por terminada la entrevista, lo que sería un fracaso profesional. Cerré los ojos y en mi mente lo visualice. Cuando los abrí me impresionó ver sus grandes pupilas, esféricas y ardientes, fijas en las mías, muy cerca. Tartamudee antes de poder hilar palabra. Te diré –tuve que hacer un espacio para carraspear, pues tenía la garganta reseca y una sed urgente-. ¿Qué me ibas a decir? –Acometió aprovechando mi visible estado de turbación-. -Solté dos falsos tosidos-. Sí. -Fue lo único que pude empezar a decir porque me interrumpió-. No, no, no, no, no. No digas nada. Mejor, déjame adivinar. Eres católico dado que tus padres te bautizaron, pero no ejerces como lo manda tú religión. Crees no creer en Dios porque no rezas ni asistes a los lugares donde le rinden culto ni tienes santo de tu devoción, pero sí crees en algo superior que está en tu mente y no lo puedes describir, si es un hombre, un animal o una cosa, pero todas las mañanas y las noches le diriges oraciones para que te proteja, lo mismo que a tus familiares y seres queridos. Y lo tienes a él más presente que a mí, aunque me hayas escogido para la exclusiva de la que derivará un relato que has decidido por adelantado titular Mi entrevista con el Diablo. ¿Me equivoco en algo? En ese momento sentí correr por mi espalda un sudor frío, gracias al cual me desenganché de la falsa trama en que me había sumergido. Volví a la realidad con una sensación de intranquilidad. No sé cuantos minutos habrán pasado antes de que me empezara a sentir bien, empero, de una manera que no me pude explicar, la agitación por sentirme acosado duró tres días más. CAPITULO DOS Tengo que idear cuestionamientos relacionados con los hechos que de voz en voz y de versión en versión y de tiempo en tiempo se le atribuyen al que será mi entrevistado sin que haya pruebas de que en realidad tuvo algo que ver, que los haya causado o incitado. Que por un lado lo provoquen, que lo sulfuren, que lo lleven al deslinde airado y a la denuncia, pero que, por otro, lleguen a motivar en él un acto de redención y de exteriorización de sus sentimientos -que creo todos tenemos la idea no tiene-, que lo lleven a manifestar arrepentimiento, y que hasta asuma culpas y responsabilidades. Tendré que echar mano de algo muy relevante para engancharlo y presionarlo, para que dé respuestas de impacto y hasta escandalosas que puedan ser rebatidas por los suspicaces o los que se sientan aludidos, y que de esa forma se abra un gran debate. Algo muy bien pensado que lo ponga a la defensiva o a la ofensiva, algo que le arrebate gestos de sorpresa o de indignación, que lo lleve a maldecir, a arrellanarse en el sillón –si está sentado- o a caminar inquieto de un lado a otro –si se encuentra de pie- a mesarse la barba de chivo -si es que la tiene-, que lo perturbe y que lo haga hasta tartamudear. ¡Momento! ¡Basta de masturbaciones mentales! Esto es mucho esperar de un personaje que ha vivido siglos y siglos, y que, de seguro, se las sabe de todas, todas. Aunque, sin embargo, no debo descartar la posibilidad de que ocurran cosas inusitadas. Por ejemplo, que llegue a cometer un desliz, porque por muy Diablo que sea, debo hacer notar, es un hecho que la grabadora inhibe y turba y llega a causar tartamudez y provocar nerviosismo en muchos de los que se enfrentan a ella o, por el contrario, causarles una diarrea verbal, y como, por supuesto, voy a usar una cinta magnetofónica para que haya constancia de sus dichos y evitar aquello de que “yo no dije eso”, “imitaron mi voz”, “mis declaraciones las sacaron de contexto”, “a mí nadie me ha entrevistado” o que mis detractores me acusen de haber inventado la entrevista, poniendo en entredicho mi profesionalismo. Cualquier cosa puede pasar y no voy a descartar nada. En fin, lo que debo hacer es incitarlo para medir su reacción y dependiendo de ésta, seguirle así o bajarle, pues si se llega a sentir incómodo, como entrevistado estaría en su derecho de dar por terminadas las preguntas y respuestas en el momento que decida. Bien sé que en el estira y afloja que surge entre el que pregunta y el que contesta, está el meollo de una entrevista. El éxito lo determinan los cuestionamientos que se hagan y las réplicas que éstos motiven, pues en teoría, a preguntas inteligentes corresponden igual tipo de respuestas, pero como en la práctica eso no es regla, puede haber variaciones si de parte de alguno de los sujetos que están frente a frente no hay la misma motivación. Como consecuencia de lo anterior me di a la tarea de allegarme toda la información posible para tratar de conocerlo, de descubrir algo íntimo, hurgar en su historial y tener los elementos necesarios para presentarlo a los lectores de la forma más fidedigna posible. Hasta llegue a pensar que me podría encontrar con la sorpresa de que en lugar de ser él pudiera ser ella, y aunque no encontré información relativa a su sexualidad, tengo la idea de que todos lo imaginamos en masculino. Decidí hacer un cuestionario base, que sin tener que seguirlo al pie de la letra me sirva de guía. A un político acostumbrado a atender entrevistas de banqueta y a responder con demagogia, con ocurrencias, con lenguaje cantinflesco, y hasta con fanfarronería y pedantería, se le puede preguntar lo que sea. Al Diablo no. Con esa convicción elaboré las siguientes preguntas: ¿Existe usted, porque hay la idea entre los mortales de que es una invención arraigada en el imaginario colectivo? ¿Por qué atormenta y castiga a los miles de millones de pobladores del mundo con calamidades como el virus que hoy enferma y está matando a ancianos, cuya aspiración es concluir su existencia de la mejor manera posible, a adultos, que tienen la responsabilidad de una familia, a jóvenes, que están ansiosos por conocer la grandiosidad de la vida, y hasta a niños, cuya fragilidad los hace en alto grado vulnerables? ¿Cuál es la deuda que tiene pendiente de cobrar a la humanidad? ¿Es usted el símbolo de la maldad? Las leí y releí para determinar su pertinencia. Las analice para tratar de medir el alcance de las posibles respuestas, su contundencia y el impacto noticioso que podrían tener. La primera, la estimé conveniente para darle confianza. Que no me vea desde el principio como el enemigo, para que se suelte y hable con libertad e inclusive para invitarlo a ofrecer, como un agregado, información sobre su origen, sobre quién es y cómo es. La segunda, que implica una acusación directa sin prueba alguna, la estimo oportuna, he de decir, porque mi intención es provocarle una airada reacción de cólera que dé elementos para el color que incluiría al describir ese pasaje, pero también lleva la intención de darle la oportunidad de que con argumentos se libre de la responsabilidad y culpa que la humanidad le imputa, y que tenga la oportunidad de hacer patente que a pesar de lo que se diga y piense, es honorable. La tercera, tiene la intensión de encaminar la respuesta hacia una explicación de la relación que tiene con los seres humanos y viceversa, el papel que ellos juegan en sus planes y la importancia que les da para conseguir sus objetivos. La cuarta, es como una especie de tregua, como una acción de benevolencia que lleva implícito el beneficie de la duda. Especulé sobre las posibles respuestas que según mi lógica daría. Di por sentado que no negará su presencia entre los vivos, que no aceptará ser un personaje producto de la ficción, y que no pondrá en duda las menciones y referencias que se hacen de su presencia en diferentes momentos de la historia de la humanidad, pues ello iría contra su prestigio. De igual forma asumí -aunque consideré la posibilidad de que adopte una actitud burlona y despreocupada para exponer que no le importa lo que se piense de él-, que su primera reacción no podría ser otra que de arrebato, que se haría manifiesta en su voz, con tono alto, en su rostro, con el entrecejo fruncido, en su cuerpo, echado hacia adelante con el brazo levantado -ya el derecho o el izquierdo-, la mano con cuatro dedos empuñados y el índice erguido, y con sus ojos, fulgurosos al momento de soltar: ¿Qué si existo? ¡Jajaja! ¡Jajaja! ¡Nada más eso me faltaba! ¿Acaso es una broma? ¿Quién te crees para osar preguntar eso? ¡Claro que existo! Tan existo –me espetaría- que estoy en la boca y el pensamiento de todos, sean buenas o malas personas, y estoy en los buenos y en los malos momentos. Si no, cómo se explica que aunque nadie me ha visto, la gran mayoría me tiene en mente y me mencionan al referirse a aspectos triviales de su vida diaria. Cuando algo les sorprende dicen ¡qué diablos!, cuando no pueden explicarse un suceso preguntan ¿qué diablos pasa?, si desconocen algo, ¿qué diablos es eso?, después de la delicia desbordante del acto sexual, suspiran y lanzan un ¡diablos!, si están molestos con alguien, lo mandan al diablo, a causa de un desastre natural o provocado, expresan ¡todo se fue al diablo!, cuando de experiencia se trata, más sabe el diablo por viejo que por diablo, si un niño es juguetón e inquieto, dicen que es un diablillo, los antisociales mandan al diablo a las visitas, cuando alguien correr despavorido, va como alma que lleva el diablo, por lo que pasa desapercibo, de repente ni el diablo se da cuenta, a quien no tiene dinero, lo califican de pobre diablo, cuando hay cólera excesiva, tiene ojos de diablo, cuando hay enojo, se le metió el diablo, cuando hay desorientación, dónde diablos me encuentro, cuando no se cree algo, al diablo con ese cuento, cuando un niño se portan mal, lo asustan con que se le va a aparecer el diablo, cuando se quiere hacer algo imprudente, no tientes al diablo, cuando no se encuentra algo, dónde diablos lo dejé, y así… un sinfín de dichos más, además de los refranes que se han inventado como el de dios propicia el beso y el diablo lo demás, el diablo sólo tienta a aquel con quien ya cuenta, el hombre es fuego y la mujer estopa, viene el diablo y sopla, el hombre propone, Dios dispone y el diablo descompone, si a este mundo vino y no toma vino, a qué diablos vino, y el rencor, la soberbia y la vanidad afirman que son pecados del diablo. Estoy presente desde la aparición de la humanidad. El Evangelio es la mayor prueba que hay sobre mi existencia. No las fábulas de que echan mano las religiones para atemorizar a los feligreses, no las mentiras de que a mí se debe la maldad que hay en cada persona, y no la creencia de que soy la principal fuerza motora que está detrás de todos los actos de malevolencia registrados a lo largo de la historia. No acepto que digan que soy como el monóxido de carbono: invisible y muy peligroso, ni que se me compare con Sancho ni que por no verme se crea que no existo, que soy un invento. Si se acepta la existencia de Dios, también se debe aceptar que existo yo, el Diablo, porque somos como el Yin y el Yang, y estamos presentes como el cielo y la tierra, como el día y la noche, como el bien y el mal, como la vida y la muerte. Veraz. Muchos millones de cristianos crecen y mueren con apego en la religión del miedo. Miedo al infierno de las llamas eternas a donde se dice y cree van a ir a parar quienes en vida fueron malos e hicieron mal a otros, que no existe, pero que lo introdujo en la Biblia la religión católica a raíz de que Dante Alighieri lo describió en la Divina Comedia. Y cuando el miedo se apodera de las personas, según Freud, se transforma en fobia. El miedo es el recurso utilizado siempre por instituciones autocráticas que buscan imponer sus dogmas a sangre y fuego, a fin de inducir a las personas a cambiar la libertad por la seguridad. Y cuando se deja de lado la libertad se abandona la conciencia crítica, se calla uno ante los desmanes del poder, endulzado este por el atractivo de una supuesta protección superior. Así pasó en la iglesia de la Inquisición, en la dictadura estalinista y en el régimen nazi. Así sucede en la xenofobia yanqui, en el terrorismo islámico y en los segmentos religiosos que me dan más valor a mí que a Dios, y que prometen librar a sus fieles de los males a través de exorcismos, curas milagrosas y otras panaceas con que engañan a los incautos. En nombre de una acción misionera, millones de indígenas fueron exterminados durante la colonización de América. En nombre de la pureza Aria, el nazismo erigió campos de exterminio. En nombre del socialismo, Stalin segó la vida a más de 20 millones de campesinos. En nombre de la defensa de la democracia, el gobierno de los Estados Unidos siembra guerras y, en un pasado reciente, implantó en América Latina crueles dictaduras. Convencer a los fieles de que desechen los recursos científicos, como la medicina, y se desprendan de una parte del ingreso familiar para sostener supuestos heraldos de la divinidad, es engaño y es explotación. La religión del miedo alardea de que sólo ella es la verdadera. Las demás son heréticas, impías, idólatras o demoníacas. De ese modo considera enemigo a todo aquel que no reza con su libro sagrado, y hasta discrimina a los adeptos de otras tradiciones religiosas y sataniza a los homosexuales y a los ateos. La modernidad conquistó el Estado laico y separó el poder político del poder religioso. Sin embargo hay poderes políticos travestidos de poder religioso, como la convicción yanqui del “destino manifiesto”, así como también hay poderes religiosos que se articulan para obtener espacios políticos. Hasta el mercado se deja impregnar del fetiche religioso al tratar de convencernos de que debemos tener fe en su “mano invisible” y dar culto al dinero. Como afirmó el papa Francisco el 5 de junio del 2013, si hay niños que no tienen qué comer y algunos sin ropas que mueren de frío en la calle, no es noticia, pero la disminución de diez puntos en la Bolsa de Valores constituye una tragedia. Una religión que no practica la tolerancia ni respeta la diversidad y que se niega a amar al que no reza su credo, sirve para ser echada al fuego. Una religión que no respeta el derecho de los pobres y excluidos es, como dicen que dijo el Jesús de la religión cristiana, un sepulcro blanqueado. Y cuando esa religión llena de bellas palabras los oídos de los fieles, mientras llena sus bolsillos en flagrante defraudación, no pasa de ser una cueva de ladrones. El criterio para evaluar una verdadera religión no es lo que ella dice de sí misma, sino aquel en el que los fieles se empeñan para que todos tengan vida y vida abundante y que abrazan la justicia como fuente de paz. Y así como Dios no quiere ser servido y amado en libros sagrados, templos, dogmas y preceptos, sino por aquel que fue creado a su imagen y semejanza, el ser humano, especialmente en aquellos que padecen hambre, sed, enfermedad, abandono y opresión, yo no quiero que me señalen como si fuera un renegado, desleal y malévolo, porque no tengo poder para hacer mala a una persona buena. Es un hecho real que si se instala a una persona buena en un lugar considerado malo, ésta acaba siendo corrompida, por lo que la línea entre el bien y el mal es casi imperceptible. Si un niño disfruta maltratar a un animal, ese es un signo de maldad desde el nacimiento, la forma de vida de las personas durante su existencia es determinante para que una persona sea propensa a la maldad y a cometer actos perversos. Según la ciencia, las personas extremadamente malas no padecen enfermedad alguna y su comportamiento corresponde a la forma en que está organizado el cerebro y a que hay decenas de genes que son los responsables del comportamiento anómalo de quienes, por ejemplo, entran en el perfil de un psicópata. Éstas son personas extremadamente egoístas, aplican criterios utilitarios y muestran desinterés por los demás, distinguen perfectamente entre el bien y el mal, suelen ser inteligentes y manipuladores, y cuando descubren las debilidades de los otros se aprovechan de ellas, la pasan bien haciendo sufrir a los demás y les gusta la violencia, son insensibles a los signos de dolor de los otros, no tienen miedo y no les preocupa que puedan recibir un castigo, carecen de remordimiento o sentimiento de culpa. Así es que ¿cómo puede haber duda de mi existencia? Lo que pasa es que, como ya lo mencioné, la religión necesita del miedo para mantenerse y atraer fieles, creó el cuento de que yo, el Diablo, soy el ser maligno al que deben rechazar y temer por ser enemigo de Dios, el promotor del pecado y el encargado de propagar el mal. Soy un recurso del que no puede prescindir y del que se echa mano porque no lo puedo impedir. Me pregunto, ¿qué harían sin mí? ¿Qué sería de sus miserables vidas? En resumidas cuentas, y en sentido estricto, te diré, soy… un chivo expiatorio. |
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Rafael CienfuegosRafael Cienfuegos Calderón cursó la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y se inició como reportero en 1978. Se ha desempeñado como tal en el periodismo escrito, principalmente, y ha incursionado en medios electrónicos (Canal Once Tv) y en noticieros de radio como colaborador. Archives
September 2024
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