Hay compromisos que están en el aire
Rafael Cienfuegos Calderón Cierto es que cuando el líder de la Cuarta Transformación asumió la presidencia el país estaba sumido en una profunda crisis de credibilidad y confianza a causa de la corrupción, el despilfarro de dinero del erario público y las mentiras del gobierno saliente. Como nuevo mandatario asumió el compromiso del cambio, mediante una declaración desterró el modelo neoliberal y para hacer la diferencia desde 2018 insiste en que “no son iguales”, aunque igual que como sus antecesores hizo promesas y asumió compromisos que hoy están en el aire. No ha podido pacificar al país, la violencia criminal está imparable con casi 140 mil homicidios dolosos, 30 mil desaparecidos e incremento de feminicidios en los últimos cuatro años a pesar de que el Ejército está en las calles; el sistema de salud que hizo crisis como efecto de la pandemia no se ha igualado al de Noruega o Dinamarca, desapareció el Seguro Popular, creó el Insabi y tras su fracaso hace unos meses lo suplió por el IMSS Bienestar, en tanto la falta de medicamentos persiste y empiezan a reaparecer enfermedades supuestamente erradicadas; la economía que en 2018 creció 2.5% decreció a 0.0% en 2019 (sin pandemia), en 2020 (con pandemia) subió 8.5%, en 2021 aunque llegó a 4.8% la recuperación no fue sostenida y para este año se espera cierre en 1.8% al alza, no 3% como dijo en su reciente informe del Zócalo, lejos del 6% anual que ofreció para el sexenio; la corrupción e impunidad persisten en el gobierno federal y el fraude millonario que se cometió en Seguridad Alimentaria Mexicana (Sagalmex) vía colocación de fondos públicos es el más revelador, sin que a más de un año haya proceso legal contra los funcionarios responsables; en el combate a la pobreza el saldo es negativo con un incremento de 3 millones 800 mil personas en esa condición Es ampliamente conocido que todo gobierno saliente hereda problemas, deudas y promesas incumplidas a quien lo sustituye, eso es común no solo en México, y el reto y obligación del que recién llega es hacerse cargo de los pendientes, atender cada situación de la mejor manera y evitar que en caso de no resolverlos también no empeoren. Es por eso que luego de cuatro años no se puede seguir dando como excusa que por el “cochinero” que dejaron los gobiernos del pasado no hay avances ni mejoría. Los programas, proyectos, estrategias y acciones que están en curso son del actual gobierno y si no hay cambio ni transformación es porque el trabajo no se está haciendo bien. Y si todo sigue igual en los próximos dos años, la corcholata que suceda al presidente igual heredara problemas y pendientes de los que es seguro no habrá queja, pues difícilmente culpará a quien la-lo llevó al poder, al que por el contrario tendrá que proteger con el manto de la impunidad para que no se afecte su impoluta imagen ni caiga en el descredito. Hará lo mismo que hacían los expresidentes priístas, ofrecer protección oficial, cubrir faltas y fallas y hacer como que todo está bien. No habrá reproches. Eso lo saben Sheinbaum, Ebrard y López, solo falta que el Presidente evalúe y decida quién le puede funcionar mejor porque una vez que deje el cargo no se sabe si mantendrá su popularidad, si será catalogado como buen gobernante o si, por desencanto, entre el “pueblo” y sus más fieles seguidores aparecerán los cuestionamientos y las críticas.
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Iguales no, ¿peores?
Rafael Cienfuegos Calderón Por más que digan que no son iguales, la realidad se impone. Que este gobierno no es como los de antes, de políticos vulgares interesados en el poder por el poder para beneficiarse y enemigos de la democracia, está en entre dicho porque los hechos exhiben que sí lo son y hasta llegan a ser peores en muchos casos. Colocan al transformador presidente y a miembros de las tribus que conforman su movimiento-partido Morena a la par de los de antes, solo que con una narrativa diferente. Hoy el fundador del partido en el poder y sus legisladores hacen lo que quieren, como quieren, cuando quieren y para lo que quieren porque son gobierno, detentan el poder y abusan, como hicieron los priístas. Fueron casi 70 años en los que impero la hegemonía de un solo partido en la presidencia de la República, la democracia no figuraba en la arena política, la oposición era ninguneada y las elecciones un fraude bajo el control del aparato gubernamental, y el partido oficial todo lo ganaba: presidencia, gubernaturas, presidencias municipales, diputaciones federales y locales y senadurías. Carro completo. La competencia entre partidos políticos era nula. Y precisamente regresar a ese escenario y a esas prácticas es lo que busca la reforma electoral del presidente que desconoce la lucha que inició en 1988 contra los fraudes y para implementar procesos electorales democráticos. Ricardo Pascoe Pierce (Excélsior 31-10-2022) recuerda que a partir del 6 de julio de ese año inició un cambió en la historia electoral y política de México porque la integración y funcionamiento del órgano electoral se volvió crucial y de conflicto entre la oposición y el oficialismo. Entre 1988 y 1996 hubo conflicto permanente sobre la credibilidad electoral. La disputa central era por la dependencia del órgano electoral de los intereses oficiales, por la urgencia de fomentar la confianza ciudadana en los resultados electorales y por asegurar la autonomía política y operativa del árbitro. Fue la reforma de 1996 la que dio autonomía al Instituto Federal Electoral (IFE), logrando nombrar un Consejo de Gobierno completamente separado del gobierno federal y de sus intereses. En las elecciones intermedias de 1997 el PRD ganó la Jefatura de Gobierno de la Ciudad de México y la oposición obtuvo la mayoría en la Cámara de Diputados, por vez primera desde la Revolución, y en el 2000 inició la era de la alternancia democrática que perdura hasta hoy. Ahora, López Obrador, Morena y sus legisladores quieren volver el reloj al pasado, desapareciendo al Instituto Nacional Electoral (INE) para que el gobierno federal vuelva a tener el control de las elecciones. Aspiran volver al viejo régimen autoritario de antes de 1988. López Obrador no quiere más democracia, quiere más control político. No quiere elecciones libres, quiere elecciones a modo. Quiere concentrar todo el poder. Por lo que hace a Sheinbaum, Ebrard y López, las corcholatas del presidente del cambio, apoyan la (contra) reforma porque les conviene. Quieren el poder. Ante ello un importante sector de la población se manifestó en contra de la reforma y el atentado contra el INE. Aun así, el padre y líder de la transformación, que ya desechó la reforma electoral constitucional porque sabe que será rechazada en bloque por la oposición, enviará una nueva iniciativa a la Cámara de Diputados para hacer cambios legales (a modo ) a la Ley Electoral, que sería aprobada sin problema alguno. Iguales no, ¿peores? |
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Rafael CienfuegosRafael Cienfuegos Calderón cursó la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y se inició como reportero en 1978. Se ha desempeñado como tal en el periodismo escrito, principalmente, y ha incursionado en medios electrónicos (Canal Once Tv) y en noticieros de radio como colaborador. Archives
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