Cienfuegos Blog

TIRICIA

14/2/2024

Rafael Cienfuegos Calderón

Tiricia
(Muerte del alma)

“La tierra es como la mujer;
hay que amarla para hacerla cultivar”.
Manuel J. Clouthier

Fue una mañana calurosa de abril de 1999, en el restaurante de un hotel del centro de la ciudad capital del estado de Nayarit, Tepic, donde al tomar una taza de café, previo al desayuno, le surgió al reportero la interrogante y se quedó pensando unos segundos para luego escuchar nuevamente con más atención partes de la grabación de lo mucho que se dijo en la reunión que sostuvo un día antes con ejidatarios y comuneros el líder de la central campesina nacional que los aglutina. Las quejas fueron recurrentes: barbechamos la tierra, la preparamos y aramos para depositar en ella las semillas, invertimos dinero propio o prestado, ya sea del gobierno o de particulares, da lo mismo, ambos son agiotistas, pedimos al cielo que llueva para que, si todo va bien, haya buena cosecha y suficiente grano para la alimentación de nuestras familias y para comerciar, pero el problema son los precios que pagan los acaparadores, que aunque son de hambre, el dinero se recibe rápido, directo y en efectivo, no como el sistema de pagos que tiene el gobierno de la federación, que es tardado a causa de la burocracia.

En suma, escuchó decir, es mucho trabajo y dinero el que se pone para al final ni siquiera salir tablas en las cuentas y quedarnos con deudas que se acumulan cada ciclo agrícola.

Las quejas reescuchadas al reproducirlas en la grabadora y releídas en las notas que tomó durante la prolongada reunión que comenzó en la tarde tras la llegada a Tepic procedentes del Distrito Federal, y que terminó por la noche, ahondaron los cuestionamientos para los que el reportero no encontraba una respuesta, aunque fuera simple, pues no entendía por qué si la agricultura de temporal no es negocio los campesinos siguen sembrado y se aferran a la tierra.

Mientras esperaba a que apareciera en el lugar alguno de quienes irían a las reuniones y recorridos por dos ejidos que estaban previstos para ese viernes con otros labriegos de la organización pro-gobierno en la que militan políticamente y a la que sus críticos, detractores y enemigos califican de corporativa, el hombre de la pluma se sumió en sus cavilaciones una vez más. Escuchaba la cinta de la grabadora y con ágil movimiento de dedos oprimía el botón de alto, luego el de regresar y acto seguido el de reproducir. Acercaba el aparato a la oreja izquierda hasta dejarlo completamente pegado a ella, creyendo que así lograría captar lo que buscaba en las palabras expresadas por esos hombres de manos callosas y ásperas que dan cuenta del trabajo que exige labrar la tierra, cuyo color moreno de piel se ha vuelto oscuro intenso por la constante exposición al sol durante largas jornadas de trabajo, y que en el rostro, más que nada en la frente, tienen marcados grandes surcos que son resultado del esfuerzo que demanda el manejo del arado y el azadón, pero que en sus ojos, paradójicamente, expresaban paz interna. No había, según le pareció observar, un dejo de amargura, resentimiento o desesperación, a pesar de sus pesares.

En cada una de las palabras que se afanaba por escuchar esperaba identificar algunas que le permitiera formarse una idea de lo que motivaba a esos hombres del campo de allí, y de casi todos los estados del país, cuyas tierras son poco fértiles para la siembra por ser de agostadero en las que sólo crece pasto y hierbas, o de temporal que dependen para obtener cosechas del ciclo de lluvias o que se están convirtiendo en páramos por las sequias prolongadas, a seguir trabajándolas.

Esperaba un atisbo para hacerse cuando menos una idea.

En su mentalidad de citadino que en las tiendas departamentales, mercados populares o tianguis tiene a su disposición todo tipo de alimentos vegetales, animales y marinos, no cabía la lógica de matarse trabajando día con día para no tener ganancias monetarias, sea por las pobres cosechas o por los míseros precios a los que venden el maíz y el frijol, ni de por qué ejidatarios y comuneros siguen aferrados, pues salvo a los que se dedican al mango, caña de azúcar, jícama, ajonjolí, sorgo, mango, papaya, plátano y aguacate, productos que en Nayarit tienen mejores condiciones en costos y comercialización, a la mayoría les va mal.

En eso estaba cuando vio acercarse a la mesa donde se encontraba al ingeniero Linares, a quien saludó con un informal ¿cómo estás inge?, luego de que éste le diera los buenos días y se aprestara a tomar asiento.

¿Quieres café? -le ofreció el reportero tomando y levantando la jarra que estaba en la mesa-.

Tras dar una respuesta afirmativa, Linares le cuestionó:

¿A poco ya estás trabajando?

¡Ya ni la haces!

Has de querer quedar bien con el jefe ¿verdad?

Para nada. Él sabe cómo soy de chambeador, inge.

Y te doy el reporte. La información del día de ayer la tuvieron en la noche los medios del De Efe y hoy hubo publicación en tres periódicos, más las notas con fotografías de estos diarios locales –mismos que le mostró-. La reunión que sostuvo el licenciado fueron buenas y ello me permitió hacer un boletín de prensa atractivo.

Pinche Pepe, te sientes el muy muy –le dijo el ingeniero-.

Para nada mi estimado.

Pero, has de saber –mencionó el reportero para iniciar la conversación- que he estado escuchando la grabación de lo que expusieron los campesinos y revisando mis apuntes, y caigo en la cuenta de que están pero si bien jodidos.

Todos se quejaron de lo mismo.

Que siembran, a pesar de no tener dinero propio, con los créditos que les otorga el gobierno a condición de que los destinen, bajo la supervisión de los ingenieros agrónomos o extensionistas, que son sus empleados, a la compra de los implementos agrícolas, semillas mejoradas, herbicidas y fertilizantes que ellos les indiquen, aunque los precios sean elevados, mientras que las cotizaciones por tonelada de los cultivos básicos están deprimidas en el mercado a causa de las importaciones de granos subsidiados que el gobierno autoriza en grandes cantidades sin que paguen impuestos antes de que se levantes las cosechas nacionales.

Y lo peor de todo, es que aun en esas desfavorables circunstancias, siguen adelante.
No renuncian aunque estén jodidos y vivan en la miseria.

-Esas últimas palabras hicieron reaccionar al ingeniero Linares con un no categórico, expresado en voz alta y reafirmado con un movimiento desaprobatorio de cabeza-.

¡Párale!

En la miseria no, Pepe.

Tienen sus tierras, que son su riqueza.

Sí, pero ¡no chingues!, inge.

¿Aunque sean cerriles o áridas y de nula calidad para sembrar, o que su extensión sea de media hectárea, de una o de tres o cinco, que es lo que pueden tener como máximo los ejidatarios y comuneros?
Esa es miseria, no riqueza.

Ese será tu punto de vista Pepe. Pero como reportero que eres deberías tener otra visión porque gracias a la tenacidad de los campesinos, de su esfuerzo y dedicación no hay escasez de alimentos en el país, gracias a que son dueños de los terrenos no hay migración del medio rural hacia las ciudades, y gracias al apoyo de los agrónomos en tierras de baja productividad se cosecha lo suficiente para el autoconsumo y para la venta. Gracias a su terquedad y a su sacrificio económico, en el país –te repito- los productos básicos no faltan. Y por eso todos los mexicanos debemos estar agradecidos con ellos y asumir que tenemos una gran deuda con ellos. Que no como la de los gobernantes y políticos que ven en los hombres del campo a un ejército de votantes a los que acuden únicamente en tiempos de campaña política, para luego, cuando tienen el cargo, olvidarse de ellos y desoír sus demandas y reclamos.

Tú lo ves con la visión del agrónomo que presta asistencia técnica y que hace recomendaciones para que siembren tal o cual producto dependiendo de las condiciones de la tierra y el grado de fertilidad que pueda tener, o propones la rotación de los cultivos, pero no te fletas a hacer la labor por la cual, además, los campesinos no reciben retribución alguna en calidad de trabajadores.

Esa es la gran diferencia.

Pero, para no polemizar –acotó Pepe-, solo te quiero decir que mi profesión de periodista es lo que me permite ver y valorar sin sentimentalismos, desde fuera y con sentido crítico, el deplorable estado en que se encuentra el campo mexicano que mayoritariamente está poblado de gente pobre, el atraso que tiene por la poca tecnificación y la limitada apertura de tierras a los sistemas de riego para granos básicos, pues solo los grandes productores de hortalizas y frutas de exportación, que son los ricos del campo y empresarios agrícolas, son los que avanzan en ello y a los que más apoya el gobierno.

Antes de que llegaras me estaba preguntado, y ahora te pregunto a ti, ¿cuál es la razón por la que los campesinos están aferrados a la tierra?

¿Por qué no se dedican a otra cosa?

¿Qué es lo que esperan para darse cuenta de que como labriegos no dejarán de ser pobres?

¿Qué pueden argumentar para convencer a sus hijos de no abandonar la parcela familiar y evitar que se vayan de mojados a Estados Unidos?

¿Se pueden sentir orgullosos por poseer las tierras que les repartieron los gobiernos surgidos de la Revolución?

Tras soltar estar interrogantes el reportero esperaba que su acompañante le pudiera dar alguna respuesta con base en su experiencia como hijo de ejidatario que es, como asistente técnico que fue en algunos ejidos, lo que posiblemente le permitió convivir de manera directa con los posesionarios de la tierra y conocer sus carencias y necesidades, y ¿por qué no?, hasta sus aspiraciones y sentimientos, y que apoyado en sus conocimientos universitarios tratara de darle lógica a esa realidad que para él es incomprensible.
Él ha de tener una respuesta, sino precisa, si cercana a la realidad –pensó-.

¡Mira Pepe!

Si un campesino se aleja de la tierra, si la abandona, si no la cuida, si no la cultiva, si deja de sentirla en sus pies al caminar sobre el surco que abrió el arado y no la recoge con la mano para olerla en una mañana fresca, si no la recorre de lado a lado, y si sus ojos dejan de buscar los retoños cuando empiezan a nacer, irremediablemente morirá.

El ingeniero expresó lo anterior con voz pausada y un dejo de sentimiento, y, añadió:

En mi tierra a esa forma de muerte le llaman “Tiricia”.

¡A caray!

¿Tiricia?

Y eso ¿con qué se come?

¿Qué significa esa palabra?

¡Nunca la había escuchado!

Explícame para que comprenda y pueda tener una idea de lo que me dices –pidió Pepe a Linares-.

Éste le hizo saber que exactamente no sabía su significado, pero que podía intuirlo por algunas de las pláticas que escuchó en Tamaulipas de campesinos mayores de edad en relación a la causa por la que mueren afligidas y tristes las personas que desde niños se entregan por completo a la tierra. Que tienen en ella la mayor riqueza del mundo, al ser más querido, el motivo de su existencia, una razón para luchar y un motivo para vivir.

En ese sentido interpreto, más no definió, que la palabra “Tiricia” se relaciona con la “tristeza del alma”, con un estado de ánimo previo a la “muerte del alma”.

Pienso –abundó el ingeniero- que para un hombre que nació y creció en el campo, que vive de lo que la tierra le da y que no puede o no quiere dejar de asirse a ella porque perteneció a sus ancestros, no ha de haber mayor martirio y mayor amenaza para su existencia que romper la relación íntima que de manera natural puede llegar a surgir entre él y ella.

Al reportero le pareció que el ingeniero filosofaba.

No obstante, aceptó que hay lógica en esas cavilaciones y desechó que se tratara de ficción, pues le permitió tener una idea, más que respuesta concreta, de por qué el campesino se aferra a la tierra si trabajándola no le retribuye lo necesario para mejorar sus condiciones de vida y la de su familia.

Tampoco le pareció una ocurrencia y mucho menos un alucine del inge provocado por la falta de alimentos, puesto que apenas tomaba café.

A las once de la mañana el dirigente nacional se encontró en el lobby del hotel con la líder estatal de la confederación, Virginia, quien junto con él, el ingeniero y el reportero abordó la camioneta que los llevaría a uno más de los ejidos elegidos para visitar durante la gira por Nayarit.

En el recorrido por carretera Virginia habló del papel que tienen las mujeres en la actividad productiva de los ejidos y comunidades, pues son más responsables y no rehúyen el trabajo, y de lo importante que sería otorgarles el crédito gubernamental a ellas, pues en manos de los hombres se desperdicia en borracheras. El problema que hay, apuntó, es que el requisito para la entrega de créditos preferenciales con bajas tasas de interés y plazos razonables de pago, es que quien lo solicite debe ser el titular de la tierra y en su gran mayoría las mujeres no lo son.

Dicho lo anterior, la lideresa campesina pidió al licenciado Ortega, que en su calidad de secretario general de la confederación campesina más importante del país, se comprometa a tratar el asunto con los titulares de las dependencias relacionadas con la tenencia de la tierra y la producción agropecuaria para que las mujeres puedan ser sujetas de crédito del Banco Rural. E inclusive le sugirió que si estos no hacen caso recurra al señor Presidente de la República.

Ortega le respondió de inmediato que sin falta lo verá el lunes a primera hora, te lo prometo, para que lo antes posible puedas dar la noticia y que se vea que las demandas y problemas se atienden con prontitud. Y vas ver que no será necesario molestar al Presidente.

La edad de la mayoría de asistentes a las reuniones de “evaluación” fluctuaba entre los 70 y 40 maños. Una población envejecida, como la gran mayoría de los millones que integran al llamado sector social del campo mexicano.

Era gente que al hacer uso de la palabra no solo se quejaba del abandono en que los tiene el gobierno, tanto el de la federación como el del estado, además de los mexicanos que habitan en las zonas urbanas. El primero, porque no da órdenes para que se agilicen los apoyos financieros para la preparación y siembra de la tierra ni decreta precios de garantía que cubran costos y generen utilidades; el segundo, por no asumir la defensa de los labriegos ante los acaparadores de cosechas y los agiotistas o ante los capitalistas agrícolas que quieren apropiarse de las tierras cercanas a ríos y arroyos; y los terceros, por no valorar el trabajo y esfuerzo que realizan y que siempre quieren pagar barato los alimentos que a diario tienen en su mesa y cuyo precio real les parece caro.

Sin duda tienen toda la razón –se dijo para sus adentros el reportero, que especuló además sobre la posibilidad de que la indiferencia de los citadinos obedezca al menosprecio o al racismo que prevalece hacia campesinos e indígenas-.

También denunciaban que en sus poblados hay carencias de servicios públicos. El agua hay que acarrearla en botes o cubetas de algunos arroyos o de los lugares donde se encuentran los tambos que una vez a la semana llenan las pipas de agua municipales y que no es potable. En lugar de drenaje abundan las letrinas que se convierten en focos de infecciones. Las escuelas primarias y secundarias para sus nietos e hijos están alejadas, faltan bancas y pizarrones y muchos días permanecen cerradas por ausencia de maestros. Lo mismo sucede con las clínicas y centros de salud, sin médicos ni enfermeras y deficiente atención.

En conclusión, la pobreza en el campo no solo es de carácter económico, también lo es de desarrollo porque los gobiernos no invierten en infraestructura de urbanización para mejorar las condiciones de vida en las comunidades ni en modernizar la agricultura para que pase temporal a riego. Así que si no llueve y la temperatura es alta e inclemente, no hay forma de sembrar y producir granos, maíz o frijol, principalmente, para la autoalimentación, y la desnutrición, por ende, aparece como un mal silencioso al igual que las enfermedades derivadas de la insalubridad que unidas pueden derivar en muerte.

Al escuchar estas últimas palabras, Pepe el reportero, caviló que ese tipo de muerte es diferente a la de la “Tiricia”, de acuerdo a lo expuesto por el ingeniero Linares.

¿Y para los campesinos nayaritas la “Tiricia” tendrá el significado que tiene para los tamaulipecos o será diferente?

Eso fue algo que el reportero se propuso indagar.

Se dijo que no iba a dejar pasar la oportunidad de preguntárselo a algunos de los campesinos presentes, pues no se quiere quedar con la duda que lo inquietaba.

Al salir del local de forma rectangular y techos de lámina de metal obligado por el calor sofocante que se sentía a pesar de que las ventanas de los largos muros laterales tenían los vidrios rotos, paseó la vista por el amplio espacio que la hacía de patio y, a pesar de que había árboles de buen tamaño y frondoso follaje, el clima era insoportable; no corría aire, las ramas estaban inmóviles, se sentía bochorno. O así, lo sentía Pepe, a quien desesperaba sentir la camisa pegada a la piel de los hombros que dejaba libre la camiseta que traía abajo porque estaba mojada; el sudor le caía de la cabeza por las mejillas, el cuello y la frente, el pañuelo lo usaba de secador.

Deseó poder tomar una cerveza bien fría para refrescarse.

-Lamentó no poder hacerlo-. Primero, porque no había cerca una tienda donde comprarla, y segundo, porque hubiera sido impropio de su parte al encontrarse en una asamblea ejidal que para hombres y mujeres era de suma importancia por la presencia de sus dirigentes estatal y nacional, a quienes encargarían buscar soluciones a sus problemas.

Aunque, pensó: al terminar es seguro que todos se irían a emborrachar.

Observó a algunas personas platicando en grupos de dos, tres y cuatro, hombres la mayoría, pero también a mujeres que estaban junto a unos tambos de los que se fugaba agua que formaba charcos; niños y niñas corrían de un lado a otro, se correteaban como si jugaran a los encantados, y por las fuertes pisadas que daban al pasar sobre los charcos se empezó a hacer lodo.

Sus risas dominaban el ambiente, lo mismo que sus vocecitas sonoras.

Con lento movimiento caminó hacia la sombra de un árbol y jaló una silla metálica que lucía en el respaldo el sello de la cerveza Carta Blanca para colocar en el asiento la libreta y la grabadora, la pluma la insertó en la bolsa de la camisa para después sacar del pantalón la cajetilla de cigarros.

Encendió uno y dio dos prolongadas fumadas seguidas.

Cerca de él platicaban en voz baja dos campesinos. Uno de ellos ya de edad avanzada, un anciano, el otro era un adulto de cuerpo fuerte que sostenía en la mano izquierda un sombrero de palma, al que el reportero no pudo calcularle la edad; tal vez 37 o 40 años. Los observaba discretamente cuando ellos dirigieron su mirada hacía él.

Se sintió sacado de onda.

Aun así, se les acercó y con voz titubeante, antes que nada, se disculpó por interrumpirlos.

Me gustaría platicar con ustedes un momento.

¿Sobre qué?, si se puede saber -cuestionó el viejo en un todo de voz suave que denotaba más curiosidad que desconfianza-.

Sobre el campo nayarita, pero más que nada tengo interés en preguntarles si conocen la palabra “Tiricia”, si saben qué significa.

Yo la desconocía hasta la mañana de hoy hasta que un amigo la mencionó y me hizo saber que tiene relación con el amor a la tierra y el sentimiento de congoja que nace en el hombre campesino al separarse de ella.

¡Algo así!

¿La conocen?

¿Emplean esa palabra aquí?

Ambos campesinos negaron con movimiento de sus cabezas.

Bueno. Antes de seguir me presento.

Me llamó José Camargo y vengo del Distrito Federal. Soy el encargado de prensa de la confederación y acompaño al líder, el licenciado Ortega, y al ingeniero Linares, que es agrónomo. Llegamos el jueves poco después del mediodía y fuimos a un ejido donde hubo una reunión con autoridades y campesinos, como esta que se lleva a cabo. E igual que aquí, hubo quejas por los muchos problemas que tienen para sembrar, principalmente por falta de apoyos en créditos e implementos agrícolas, por la ausencia de lluvias abundantes y los bajos precios de garantía, que son el motivo por el que en ocasiones resulta más conveniente que vendan a intermediarios y acaparadores que ofrecen un poco más, y que en esas condiciones resulta muy difícil vivir del campo, del producto de la tierra, porque no obtienen ganancias y por eso carecen de dinero para cubrir sus necesidades. Si acaso hay buen temporal levantan buena cosecha, si no, únicamente maíz o frijol suficiente para autoalimentarse, y así año con año, además de que tienen otros gastos que no pueden cubrir y...

La voz ronca y firme del viejo se escuchó de repente.

¡A veces ni para comer alcanza lo que sembramos!

Discúlpeme que le haya arrebatado la palabra joven –dijo-, pero la verdad es que para nosotros es una desgracia que el gobierno nos tenga en el abandono cuando lo único que queremos es apoyo, no que nos regale nada. A la autoridad como a nosotros nos conviene jalar parejo ya que si nosotros labramos con apoyo, la siembra y la producción van mejor y hay más cantidad de alimentos para el país y los mexicanos.

Don Calixto –que resultó ser su nombre- que estaba acompañado de su sobrino Sebastián, también dedicado a la agricultura, dijo que a veces es tan poco lo que da la tierra que tienen que pedir dinero prestado entre sus familiares, compadres o amigos, algunos kilos de grano, o truequeamos con gallinas, con los huevos que ponen las gallinas o con la carne de algún marranito. Pero cuando la cosa está del carajo, que casi es siempre -participó Sebastián- no queda más remedio que ir a ver al prestamista para poder tener dinero, aunque luego se sufra para pagar por los altos intereses que si se dejan acumular pueden ser la causa de los problemas de embargo de la tierra, pues casi siempre la piden de garantía.

Lo que escuchó el reportero, a pesar de ser una tragedia, lo llenó de regocijo porque le facilitaría el camino para conducir la plática en busca de la respuesta a la interrogante que le surgió por la mañana antes del desayuno.

Entonces, si están conscientes de la pobreza que padecen y de que las circunstancias les son adversas para vivir de la tierra ¿por qué la siguen trabajando?

Si no tienen beneficios, ¿qué esperan que pase?

-Sebastián y su tío Calixto, con los ojos clavados en su interlocutor, quisieron hablar al mismo tiempo-.

Sebastián pidió permiso al viejo para hablar primero.

Mire, aquí no hay otra cosa a qué dedicarse. Unos tienen vacas y cerdos o gallinas en los patios de sus casas, en un pedazo de tierra que cercan con ramas o madera y alambre. Los cuidan y crían porque de eso se alimentan. Nosotros también. Pero la tierra donde sembramos maíz, “porque el maíz es el oro que da la tierra”, la seguimos trabajando para que el gobierno de la federación nos dé el apoyo económico por sembrar. Ese dinero nos sirve para comprar otros alimentos.

Y usted ¿qué me puede decir, don Calixto?, –lo inquirió el reportero-.

“Yo ya estoy viejo y cansado”, pero siempre me he dedicado al cultivo de la tierra. Desde niño acompañé a mi padre y a mi abuelo. Ellos me enseñaron a sembrar, a dirigir los bueyes con las riendas y a surcar, nunca tuvieron tractor, como yo tampoco y el resto de los ejidatarios. De ellos aprendí a elegir la mejor semilla criolla y a observar las nubes para saber si iba a llover o si el estiaje sería más duro que otros años o igual. No sé hacer otra cosa.

-Don Calixto le confió que tiene tres hijos y que a ninguno de ellos les gusta o interesa trabajar la tierra. El más chico, de 23 años, que está casado vive con él y su esposa, y va al campo por obligación. Más a fuerzas que por ganas. Ayuda porque sabe que de menos lo que se cosecha nos permite alimentarnos; pero los otros dos, de plano se fueron a Tepic, porque en la ciudad pueden trabajar como albañiles-.

Pero yo abandonar la tierra ¡nunca!

A pesar del calor, del alto volumen del altavoz, de los gritos y aplausos que provenían del salón de usos múltiples en el que se celebraba la reunión de los campesinos con sus dirigentes nacional y estatal, y del murmullo de quienes se encontraban en el patio, el reportero estaba sumamente metido en la plática y con oportunidad soltó la pregunta a don Calixto:

Y de acuerdo a lo que estamos hablando y lo que usted acaba de decir, que nunca dejaría la tierra ¿cree que pueda haber un sentimiento hacia la tierra que provoque tristeza en el alma o hasta la muerte del alma si se le abandona?

No hubo respuesta inmediata.

En el rostro del viejo ejidatario Pepe vio un gesto de confusión acompañado de cierto titubeo.

El reportero explicó lo más breve que le fue posible, que le hacía esa pregunta porque el ingeniero agrónomo que les mencionó acompaña en la gira de trabajo al licenciado Ortega, le hizo saber que en el estado de Tamaulipas, de donde es oriundo, los campesinos de edad avanzada que toda su vida se han dedicado a sembrar, utilizan la palabra “Tiricia” para describir su relación sentimental con la tierra, el dolor que sienten en el alma cuando se alejan de ella y que es tan fuerte que puede llegar a causar la muerte, pero del alma, que ocurre al abandonarla para siempre. La asocian, continuó diciendo, a las aflicciones que provoca el amor a la tierra, a la tristeza que los embarga cuando están lejos de ella, y cuando no la atienden ni la sienten en sus pies y manos.

A ese sentimiento le llaman “Tiricia” –añadió-.

Con tono de voz pausado, don Calixto expresó que eso no lo sabía.

La respuesta inquietó al reportero porque pensó que si el tema era completamente desconocido para don Calixto y Sebastián, la plática se iba a enfriar y se iría en picada, por lo que decidió ser directo y cuestionar al viejo:

Pero, usted don Calixto ¿qué siente por la tierra?

¿Ha experimentado tristeza al alejarse de ella?

¿Le tiene amor a la tierra, como dicen los campesinos de Tamaulipas que le tienen?

Con los ojos pelones, el dedo índice de la mano derecha erguido y el movimiento de la cabeza de arriba hacia abajo, don Calixto expresó que sí.

“No sé cómo decirlo. Es algo que está aquí dentro –se tocó con la palma de la mano el pecho-. Es algo que acelera al corazón, que da ansiedad y alegría”.

“No lo puedo describir”.

-La expresión que Pepe vio en el rostro del anciano, sobre el que rodaban gotas de sudor del casco de la cabeza que se filtraban por entre el sombrero mientras pronunciaba las palabras, fue muy elocuente.
El reportero la percibió y se dijo para sí mismo que no era necesario saber nada más.

Tras una pausa silenciosa en la que participaron los tres, Pepe les expresó que la plática le resultó muy agradable. Y aunque para él la frase de “no cabe duda que diario se aprende algo nuevo” está muy trillada, la soltó a modo de despedida.

Antes de ofrecer la diestra para estrechar la de sus dialogantes, Pepe sacó la cajetilla de cigarros, invitó uno a cada uno y puso otro en sus labios. Ya encendidos los tres aspiraron hondamente para luego soltar el humo, que se interpuso al cruce de miradas y que se mezcló con el polvo que levantaban los niños con los pies al correr de un lado a otro del patio.

Con una sonrisa en el rostro el reportero ofreció su mano, que al contacto con la de Don Calixto, sintió las callosidades y pequeñas grietas producidas por el trabajo arduo de arar la tierra.

-Ese que fue su primer contacto físico, mano a mano, con un hombre recio y trabajador del campo, provocó cierto estremecimiento en el reportero a la vez que agrado. A pesar de que llevaba años cubriendo como reportero la información del sector campesino, nunca había estrechado la diestra de un labriego-.

El viejo le dio tres palmaditas en el hombro con la mano izquierda, que sintió muy afectuosas, y recibió un deseo de bienestar de parte de Sebastián.

Ya de regreso al hotel de Tepic, por la coche, sin darse el baño que durante el camino en la camioneta pensó era lo primero que iba a hacer, el reportero se instaló en el restaurante y pidió una cerveza ¡bien fría! que ingirió, casi completa, de un trago.

Estuvo solo en la mesa un rato, de lo cual no se percató porque se entretuvo revisando el contenido de la carta de alimentos y vinos antes de decidir que pediría para comer-cenar cuando llegara el ingeniero, con quien quedó de verse, y a quien pondría al tanto de la plática con don Calixto y su sobrino-.

La gira por Nayarit fue de tres días. Pero el domingo, día en que regresaron a la ciudad capital del país vía carretera, Pepe se sentía intranquilo, más que eso, atiborrado, a causa –sin entender por qué- del cúmulo de carencias y problemas que había escuchado mencionar tanto a ejidatarios y comuneros como a las mujeres que participaron desde la primera reunión del jueves hasta la última del sábado.

Durante el camino, ante la imposibilidad de dormirse no obstante que el bochorno que inundaba el interior de la camioneta era propicio para caer en los brazos de morfeo, Pepe oía con desgano los comentarios que el inge Linares hacía al licenciado Ortega.

A mí me pareció una muy buena gira de trabajo, licenciado. Los “compañeros” se expresaron en todas las reuniones con libertad y refirieron con toda claridad los problemas que los aquejan. Sin tapujos señalaron culpables con nombre y apellido. Desde el gobernador hasta el delegado de la secretaría de Agricultura y el director estatal del banco. Tienen bien identificados los problemas, las causas y las consecuencias.

¡¿Cómo no va a ser así inge?!

Ya aprendieron a vivir con ellos y a sortearlos, en lo posible, sin la ayuda de ninguna autoridad -intervino el reportero a pesar de la modorra-.

Pero eso ya se va a acabar -atajó el licenciado-.

Por eso estoy recorriendo el país para identificar la particularidad de cada problema, sea agrícola, agrario, de crédito o de falta de desarrollo en infraestructura, porque no sucede lo mismo en Nayarit o Sinaloa que en Guerrero, Oaxaca o Chiapas, las condiciones son distintas aunque en general la situación sea la misma.

de esa forma me allego información y tengo argumentos para hacer propuestas de solución ante las autoridades competentes e informar al Presidente para que gire instrucciones y apoye.

El reportero pensó que eso y nada es lo mismo. Pero, ni modo de contradecir al jefe.

A pesar del fastidio que sentía por el calor y el clima húmedo y sofocante que le incomodaban, por causa de los cuales si le hubiera sido posible se hubiera quitado la ropa, Pepe habló nuevamente e hizo hincapié en que eso sería muy bueno y favorable ante la triste, lamentable y preocupante realidad del campo mexicano.

Aunque, usted lo sabe muy bien licenciado, los campesinos esperan desde que terminó la Revolución Mexicana que les hagan justicia, porque después de la revuelta en la que los hombres del campo fueron protagonistas, se mantuvieron las canonjías para los potentados, y si bien se repartieron las tierras con la reforma agraria que emprendió Cárdenas, eso no mejoró la situación de vida de los labriegos, además de que surgieron los latifundistas después de los hacendados del porfiriato. Y me llama la atención que estamos a las puertas del siglo XXI y el atraso en el campo siga vigente, lo mismo que la pobreza y las carencias. Las demandas campesinas son las mismas donde quiera que vamos de gira y a usted por ser el dirigente nacional de la confederación que está ligada al partido y por ende al gobierno, le reclaman y piden que interceda a su favor con compromiso y decisión, como no lo han hecho quienes lo antecedieron.

Pero la situación va a cambiar, Pepe.

Aunque hay que tener paciencia, pues los problemas del campo, que afectan las vidas de sus pobladores, son añejos y no tienen soluciones mágicas. Es necesaria la participación del gobierno y sus dependencias, de los liderazgos que actuamos como mediadores y de los personajes directos, los campesinos.

Para eso estamos trabajando y…

Un repentino y brusco brinco por el paso del vehículo por un bache sorprendió a todos e interrumpió el monótono tono discursivo que empezaba a imprimir a sus palabras el licenciado Ortega.

¡¿Qué chingados pasó?! -se oyó exclamar al ingeniero Linares-.

Todos nos reacomodamos en los asientos y el licenciado pidió a Germán, su chofer y guardaespaldas, que tuviera cuidado.

A partir de ese momento hasta que llegamos de regreso a las oficinas sede de la confederación, solo se hicieron comentarios breves sin importancia y sin relación con la gira de trabajo.

Pasaron dos meses sin que Pepe recordará la gira de Nayarit, no porque la importancia que en su momento le dio se hubiera diluido, sino porque la cobertura periodística de otros eventos oficiales del líder de la central campesina absorbieron gran parte de su tiempo, mismo que tenía que dividir, además, entre la convivencia con su familia y sus amigas y amigos.

La tarde-noche de un miércoles, en un bar donde se reunió con su amiga Eloísa -socióloga de profesión-, el reportero dio rienda suelta a la plática sobre la inquietud que le provocó haber escuchado de los ejidatarios de Nayarit queja tras queja y sus angustioso llamados de auxilio al gobierno, que los deja hablar pero indolentemente hace caso omiso a sus demandas, no obstante que, como tu bien sabes –le dijo- esa misma situación la padecen los labriegos de todos los estados del país desde antes y después de la Revolución, hasta estos días.

También le habló de que por primera vez había escuchado mencionar la palabra “Tiricia”, que no sabía que existiera y mucho menos que la emplearan los campesinos de Tamaulipas de edad mayor para identificar el “dolor del alma” o la “muerte del alma” que provoca el abandono o descuido de la tierra que genera vida y de la que dependemos para alimentarnos.

Trató de explicarle que parece ser una de esas palabras regionales que se inventan para explicar el sentimiento especial o, hasta posiblemente espiritual, que sienten muy dentro de su ser quienes desde niños entablan íntima relación con la tierra que los vio nacer y que con el tiempo se convierte en amor.

¿Cómo dices que es la palabra?, -le preguntó Eloísa-.

“Tiricia”.

Y deletreó el reportero: T,i,r,i,c,i,a. “Tiricia”.

Como solo tenía la versión que el ingeniero agrónomo Linares, que es hijo de ejidatario, me dio cuando estuvimos de gira en Nayarit, aproveché para platicar con un par de campesinos, uno viejo y otro relativamente joven, e indagar.

Les pregunté si conocían la palabra “Tiricia”.

Ambos, con cara de extrañeza, dijeron que no.

Eso me llevó a comentarles que en el estado de Tamaulipas los hombres del campo de edad avanzada la utilizan para describir la sensación que deriva del vínculo entre la tierra y quien la posee y cultiva. Del maridaje con esta, que aflora cuando por alguna circunstancia hay separación y abandono, cuando se la deja de sembrar. Y luego les pregunté si ellos han llegado a sentir o sienten algo semejante.

Y para mi sorpresa, querida amiga, el hombre mayor, don Calixto, me dio un sí de respuesta.

Trató, pero no pudo, explicar de qué se trababa, pero confirmó que sí existe en él ese vínculo, ese sentimiento, ese amor por la tierra.

Pero la expresión de su rostro, que fue muy elocuente, fue reveladora.

¡La hubieras visto!

De esa forma, te he de decir, empecé a tener un asomo de los motivos por los que los campesinos, sean ejidatarios, comuneros o pequeños propietarios, que conforman el sector social más pobre y jodido de México, están sujetos a la tierra, el porqué de su apego.

¿Por ciento, Eloísa, crees que los capitalistas agropecuarios tengan ese tipo de sentimientos?

¡Para nada!

Bien sabes que los grandes productores son empresarios e inversionistas que tienen tierras propias o las arrendan para explotarlas hasta agotarlas y cuando ya no las consideran provechosas para la agricultura pasan a otra cosa. No hay un vínculo mayor con la tierra fuera del negocio. Ellos no las siembran ni recogen las cosechas, para eso tienen jornaleros mal pagados.

Y ¿tú crees, Pepe, que la tierra despierte el mismo sentimiento en todos los viejos del campo, o el sentido de la “Tiricia” será distinto en cada uno?

¿Pa’ saber?

Posiblemente eso se podría saber si se hiciera una encuesta nacional exprofeso en el medio rural a través del ejército de ingenieros agrónomos que tiene a su servicio el gobierno federal, lo cual me parece imposible que ocurra porque, qué contribución tendría conocer el grado de relación sentimental que surge entre un campesino y la tierra, siendo que para diseñar las políticas agropecuarias que están encaminadas a la producción y productividad, a lo comercial, las valoraciones son económicas.

Aunque, has de saber, estoy considerando la posibilidad de escribir algo que me permitiera tratar de dar respuesta al porqué del arraigo de los campesinos en sus tierras a pesar de que no les da satisfactores económicos que les permitan vivir mejor, y por qué, entonces, viven aferrados a ella.

Y ¿en qué has pensado?

¿Una novela corta?

Tal vez sí.

Porque tendría que ser algo más que un reportaje o más que un artículo de fondo para que tenga caso y sea posible que expongas las condiciones en que se encuentra el campo mexicano y las dificultades y las miserias que padecen quienes viven en él, de él y para él, y el abandono del gobierno. Además de lo medular del tema, la “Tiricia” y el significado sentimental que se supone tiene.

Sí. Tal vez sería mejor un relato.

Ya vez lo que dice Vargas Llosa: novela que no tiene más de 300 páginas, no es novela.

Sí, verdad.

Un relato, Eloisa, permite la brevedad.

Después de esa conversación, pasaron dos años para que Pepe, el reportero, se sentara ante la máquina a teclear este relato.

Tiricia: Tristeza enfermiza que sufren algunas personas, generalmente por la nostalgia de su tierra o de un ser querido (Diccionario de americanismos 2010, de la Asociación de Academias de la Lenguua Española).

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