CAPITULO OCHO A pesar del encierro, que creí sería una tortura por aburrimiento e inactividad, y de la sensación que llegue a sentir en ocasiones de que el tiempo estaba pasando muy lentamente, aunque de acuerdo a mi reloj biológico transcurría con normalidad, los segundos, los minutos, las horas, los días, las semanas, los meses y el primer año, pasaron a tal velocidad que no me percaté de ello. En un abrir y cerrar de ojos ya nos encontrábamos en Semana Santa, la cual, en condiciones normales, es de asueto y se aprovecha para turistear, ir a la playa a refrescarse del calor que se combina entre insoportable e infernal o a alguno de los más de cien pueblos mágicos que hay, o para recogerse –en el buen sentido de la palabra- en cuerpo y alma para conmemorar la Pasión de Cristo, claro está, de acuerdo a los gustos, costumbres y creencias de cada quien. Pero, a pesar de que la situación es extraordinaria a causa del bicho y como si no pasara nada, los lugares de mar, playa, palmeras, bebidas espirituosas y bikinis, más que los sitios ricos en cultura y arquitectura, y casi la totalidad de las iglesias que están diseminadas por el territorio, no dejaron de estar atiborradas por quienes indolentemente haciendo caso omiso al llamado de no salir de casa y dejar de asistir a lugares altamente concurridos, corrieron el riesgo, sin uso de cubrebocas y sin guardar la sana distancia, de contagiarse enfermar y morir. Eso, que califiqué como acto de criminal, me hizo cavilar que posiblemente los turistas fueron tentados por las vibras malignas del Diablo dado que lo suyo es la desobediencia, el reventón, la impudicia, y, por tanto, estuvo complacido con todos ellos, en tanto que sobre los fieles religiosos concluí que si fueron tocados por la mano de Dios y por eso se dieron cita donde se le rinde culto y se dice se afianza la fe, incurrieron en el pecado capital de “no matarás” al atentar contra su propia vida. Supuse convencido que en esta Semana Santa hicieron acto de aparición el bien y el mal, la sensatez y el valemadrismo. Actitudes de nuestra natural forma de ser, que no sorprenden, pero que sí indignan -a lo menos a mí, al grado de que expresé algo que nunca creí podía llegar a decir: “no hay temor ni de Dios ni del Diablo”-. El tiempo corría, sin embargo, a la velocidad que es natural que lo haga, y de ello me di cuenta a partir de que por la necesidad de tomar en horas precisas unas gotas para fortalecer el sistema inmunológico del cuerpo, tenía que estar atento del reloj. Pero también, porque cada minuto, cada hora y cada día cambiaban rápido, muy rápido, los números de los contagios y las muertes a causa de la enfermedad. Esto –especule en consonancia con el tema de la entrevista- ha de tener gozoso al Diablo, en el supuesto de que sí sea él el causante de la peste, como lo presupongo en la pregunta que tengo pensado hacerle. Y, contrariamente, Dios la ha de estarla pasando mal al ver cómo la vida que se dice él creó se diezma, al percibir el dolor y el sufrimiento que padecen las personas, y al constatar que la esperanza decae ante el cúmulo de problemas que se han agravado con la aparición del virus. Difícil es saber si lo reconforta que haya quienes le agradecen el milagro de que en tiempo récord las mentes iluminadas de hombres y mujeres de ciencia hayan creado no una, sino varias vacunas para hacer menos grave la enfermedad e impedir una tragedia mayor, aunque con ellas se abulten las ganancias de las industrias farmacéuticas ante la creciente demanda y el agandalle de los gobiernos de países ricos por acapararlas. El antagonismo y la lucha que hay desde siempre entre el bien y el mal, y entre la vida y la muerte, bien que mal podrían estar representados en este tiempo de pandemia por el biológico y el virus, ya que mientras el primero, ya inyectado en el cuerpo humano protege y se convierte en defensor de la vida, el segundo se aferra a menoscabar la resistencia de los organismos hasta que los aniquila. La vacuna, se sabe, es producto de la ciencia, mientras que sobre la aparición del SARS-CoV-2 hay la duda, fundada o no, de que si no es de origen natural puede ser el resultado de un experimento de laboratorio fallido realizado por mentes humanas en busca de nuevos descubrimientos, y que es aprovechado por el Diablo y sus fuerzas malignas. Yo pienso, y lo digo ahora que tengo oportunidad, que todos los experimentos científicos son un riesgo porque en ellos intervienen la prudencia y la desmesura, el acierto y el error, el conocimiento o el desquiciamiento de quienes con buenas o malas intenciones se aventuran a hurgar en lo inexplorado y, por tanto, siempre tienen una alta carga de incertidumbre y riesgo. ¿Cómo saber si lo que se llegue a tener como resultado será positivo o por lo contrario traerá consecuencias nefastas? Y la duda y la especulación son mayores cuando se llega a saber que tal o cual cosas se hicieron a espaldas de la gente, clandestina o encubiertamente. Se puede argumentar que son meras suposiciones, pero en la actualidad persiste la duda sobre el origen de algunos virus mortales. A lo largo de la historia hay un cúmulo de casos sospechosos, pero sobre el virus actual, el SARS-CoV-2 que provoca la enfermedad del Covid-19 y que la anda rolando por el mundo, y del que me interesa que el Diablo, mi prospecto de entrevista, aclare si es el responsable o no, en abril de 2020, Luc Montagnier, virólogo francés ganador del Premio Nobel de Medicina 2008 por su trabajo de investigación sobre el VIH Sida, y figura controvertida en la comunidad científica mundial, aseguró que el virus SARS-CoV-2 fue creado en un laboratorio insertando genes de VIH-1, virus del sida, en un coronavirus. A su decir, unos “biólogos moleculares” insertaron secuencias de ADN del VIH-1 en un coronavirus como parte de su trabajo para encontrar una vacuna contra la enfermedad del sida. “En cualquier caso –concluye- no es natural”. A su vez, en septiembre del año pasado, la viróloga hongkonesa Li-Meng Yan público un informe con las pruebas que demostraron que el SARS-CoV-2 salió de un laboratorio chino. Los datos se publicaron en la revista científica Zenodo en un documento titulado “Características inusuales del genoma del SARS-CoV-2 que sugieren una sofisticada modificación en laboratorio en lugar de una evolución natural”. Y por dar a conocer lo anterior, Li-Meng se vio obligada a huir a Estados Unidos para refugiarse de las amenazas de muerte que recibió en China. A ciencia cierta, nada se sabe del origen del virus a más de un año cinco meses de que apareció en China y, por eso, hay misterio y controversias que causan desinformación. Y estoy seguro, debo decir, que nada se sabrá, porque haya o no responsabilidad científica de alguna institución o empresa o gobierno, nadie la reconocerá ni cargará con ella, nadie aceptará que sea producto de un experimento fallido. En mi caso, la incredulidad se acrecentó cuando me enteré después de leer la noticia de que para la Organización Mundial de la Salud el virus es de origen natural, dado que hay evidencia de que se originó en murciélagos y que no fue manipulado o fabricado en un laboratorio, de que científicos de diversos países están en contra de esa afirmación porque, aunque la teoría del origen natural es ampliamente aceptada, carece de apoyo sustancial. La explicación es que el SARS-CoV-2 muestra características biológicas que son incompatibles con un virus zoonótico natural. Hasta se habla de acciones conspirativas y del surgimiento de nuevas armas biológicas de aniquilamiento masivo de personas. Me imagine –lo que no me cuesta ningún trabajo- que esto se parece a algo así como el regreso de la llamada Guerra Fría en que se enfrascaron por años los gobiernos de Estados Unidos y la extinta Unión Soviética, hoy Rusia, por la paranoia que los hacía presa y por la que unos y otros se acusaban de atentar contra la preservación de la vida humana. Algo para morirse, pero de risa. Buen material, sin duda, para a través de un comic o historieta de ciencia ficción convertir al virus en “Sarscovman”, personaje maloso al que podría dársele forma en un ambiente distópico determinado por enfermedad y muerte, el desquiciamiento de las economías, las sociedades, los sistemas políticos y los gobiernos, ante la incapacidad de enfrentarlo. Parecería que se trata de una situación absurda, sin sentido, surrealista ¡vamos! Pero no estoy convencido de que así sea. Hay hechos que llevan a conjeturar que la mano del hombre, a propósito y con intereses bien definidos, y no la de Dios ni la del Diablo ni la de la naturaleza, está interviniendo para que aparezcan plagas que como el SARS-CoV-2 puedan disminuir la población mundial a un ritmo mayor que el de una hambruna o una guerra. Y si de antemano diera el beneficio de la duda al Diablo sobre la pregunta ¿por qué atormenta y castiga a los miles de millones de pobladores del mundo con la peste que está matando por millones a ancianos, cuya aspiración es concluir su existencia de la mejor manera posible, a adultos, que tienen la responsabilidad de una familia, a jóvenes, que están ansiosos por conocer la grandiosidad de la vida, probable que dé como respuesta que nosotros los mortales lo hemos sobrevalorado. Su argumento bien lo podría sustentar en que él no tiene poder alguno para crear nada ni propiciar el sufrimiento de nadie. ¿Castigar yo? ¡Mm! ¿Engendrar maldad yo? ¡Okey! ¿Provocar yo todo lo que se me achaca? ¡Aja! Hasta podría burlarse y carcajearse en lugar de que se indigne por tal acusación. Podría revertir, inclusive, que los tormentos y castigos nos los hemos impuesto los mortales a lo largo de los siglos como resultado de normas y conductas sociales, religiosas, comunitarias y sectarias que inventamos para supuestamente tener orden y propiciar la convivencia en armonía entre mujeres y hombres por igual, para educarnos, para que tengamos los mismos principios y valores éticos, los mismos propósitos e intereses en pro del bienestar de todos, para comportarnos como seres civilizados. La humanidad –podría decir- es la responsable de su destino, de las desgracias que ocurren a diario y alteran su vida. Que él ni nadie tienen el poder para incidir en lo que pasa o deje de pasar. Si hay plagas, hambrunas y enfermedades es porque la presencia humana ha alterado el medio ambiente natural en detrimento de su existencia y la de plantas y animales al contaminar el agua de ríos y océanos con basura e inmundicia, la tierra, antes fértil, hoy convertida en páramo por la tala de árboles y el abusivo uso de fertilizantes y agroquímicos en un intento por producir más alimentos y combatir los parásitos, el aire, con los gases y partículas tóxicas que producen los combustibles y expulsan las fábricas y automotores, y, también, por la búsqueda constante de la ciencia . Asimismo, que lo que valoramos como bueno o malo, nos lo hemos inventado para premiarnos o castigarnos, y que para deslindarnos de toda responsabilidad, tanto lo primero como lo segundo, se lo hemos endilgado a dos entidades intangibles que están arraigadas en nuestras mentes y que posiblemente nada tengan que ver: Dios y el Diablo. ¿Cuáles podrían decir ustedes que son mis méritos para crear, por ejemplo, el virus que a partir del último mes de 2019 enferma de covid, sobre el que no saben de dónde salió ni cómo atacarlo, pero que sigue infectando y causando muerte, o la influenza, de 2009, que se pensó era una gripe común que al agravarse acompañada de fiebre, letargo, falta de apetito, tos, secreción nasal, dolor de garganta, náuseas, vómitos y diarrea, y afectar a 74 países fue declarada pandemia mundial, dejando al año 2011 alrededor de 60,8 millones de casos y 575 mil muertes; o el sida, de 1981, que se dice tiene actualmente infectadas a 75 millones de personas y ha acumulado en el mundo entre 25 y 35 millones de víctimas mortales; o la gripe porcina, que apareció en 2005, y que al propagarse por varias partes del planeta en 2009 quitó la vida a 200 mil personas; o la hepatitis B que causa enfermedad crónica en 360 millones; o la hepatitis C, de 1992 ,enfermedad infectocontagiosa que ataca directamente el hígado y que padecen mil 700 millones de mortales, una gran mayoría de ellos sin saberlo; o el ébola, que ataca a animales y seres humanos, para el que no hay vacuna y cuya propagación es muy rápida y su letalidad muy alta; o el síndrome respiratorio agudo severo, de 2002, conocido como neumonía atípica para la que no existe cura. Y no se diga de las más antiguas, la viruela, que azotó las poblaciones humanas del año 10 mil antes de Cristo y que tuvo su peor brote en el tiempo de la conquista de América, la peste negra, en la Edad Media, entre 1347 y 1351, la gripe española, de finales de la Primera Guerra Mundial, que cegaron en conjunto 550 millones de vidas? No hay un solo hecho que se pueda mencionar en el que yo, el Diablo haya participado o tenga responsabilidad. Nada de lo que he mencionado tiene que ver conmigo. Nada de eso me interesa. La verdad sea dicha, la paso muy bien observando como por iniciativa propia ustedes los humanos se encuentran inmersos en un remolino de autodestrucción por su deshumanizada existencia, y su miserable forma de vida, por el individualismo, la envidia, la codicia y la deslealtad, que los desesperanza ante la imposibilidad de poder alcanzar lo que tanto desean, coexistir en un ambiente de felicidad plena. La respuesta la podría aprovechar el Diablo, inclusive, para echarnos en cara que a diferencia de los virus que tienen su nacimiento en la naturaleza, el hombre ha creado artificialmente otros, como los agentes químicos que tienen el poder de aniquilar y de los que echó mano durante las dos Guerras Mundiales convirtiendo ciudades, pueblos y calles en mataderos. Europa y Vietnam son los mejores ejemplos. Desmentirlo, ¡imposible! ¿Con qué argumentos? El hombre fue el creador del gas VX, químico que ataca al sistema nervioso central a través de los compuestos organofosforados que contiene y cuyo efecto se manifiesta en convulsiones, hasta llegar a la parálisis general. Creado en Reino Unido como pesticida fue prohibido por su alto grado de toxicidad y, sin embargo, se adoptó como arma. Según se sabe, una dosis de 0.9 miligramos debilitaba a la víctima, y a partir de 10 resulta mortal. Está también el gas sarín, inventado en Alemania, en 1938, como pesticida. Su apariencia es la de un líquido incoloro e inodoro que se evapora rápidamente cuando se calienta. Una sola gota del tamaño de un alfiler bastaba para matar a un adulto. Los síntomas causados a quienes tenían contacto con el comenzaban a manifestarse con dolores de cabeza, salivación y secreción de lágrimas, seguidos de una parálisis progresiva de los músculos que terminaba en la muerte. Fue conocido porque se empleó en el ataque terrorista al metro de Tokio en 1995, pero antes, en la Primera Guerra Mundial, se le combinó con gas de cloro y Alemania dejó caer 88 toneladas de bombas contra las tropas británicas. El fosgeno, es otro agente químico muy peligroso para el tejido pulmonar provocando inicialmente tos, ahogo, opresión en el pecho, náuseas y vómitos hasta causar la muerte. Es fácil de fabricar, lo que lo convierte en el arma química más accesible de todas. Y el gas mostaza, de 1917, utilizado en la Primera Guerra Mundial. Los alemanes fabricaron proyectiles con mostaza nitrogenada líquida que si al caer impregnaba las ropas de los soldados, al evaporarse contaminaba el aire afectando a todos los que se encontraran alrededor de la zona de impacto. Afecta especialmente los ojos, las vías respiratorias y la piel, primero como irritantes y luego como veneno para las células del cuerpo. Cuando la piel está expuesta a este gas, se enrojece y se quema, y aparecen ampollas que se transforman en úlceras. Los ojos se hinchan y las personas se quedan ciegas a las pocas horas de la exposición. No siempre resulta mortal, pero deja a sus víctimas lisiadas. Está el novichok 5, una más de las invenciones de la mente humana que resultó ser el agente nervioso más mortífero que existe porque sus efectos son entre cinco y ocho veces superiores a los del gas VX. Se trata de un compuesto desarrollado en la Unión Soviética a finales de los años 70, como arma binaria, lo que significa que las máscaras antigás no son efectivas contra él. Sus efectos provocan la contracción continuada de los músculos hasta acabar induciendo un paro cardíaco mortal. Su uso en la guerra contra Afganistán y Chechenia fue denunciado ante la ONU por las tropas de ambos países. Lo anterior me llevó a pensar que el Diablo tendría razón si señala que a lo largo de la vida en la tierra un número importante de las muertes acumuladas ocurridas son producto de actos irreflexivos y locos del hombre, que tienen un significado distinto a las que acontecen por efecto de los diversos fenómenos naturales, y de las que derivan, específicamente, de enfermedades que tras aparecer se convirtieron en epidemias, luego en pandemias, y, finalmente se quedan para prevalecer como endemias. Aunque, las muertes, sean por la causa que sean, si las analizamos desde el punto de vista del equilibrio que debe haber entre la disponibilidad de recursos naturales del planeta y el número de pobladores, tienen justificación porque aminoran el riesgo de un colapso. Esa podría decirse, es su razón de ser. Y si así fuera ¿cuál es el beneficio que recibiría el Diablo en caso de que fuera el causante de la plaga del coronavirus? Porque la lógica me lleva a pensar que entre más muertos haya por causas naturales o por catástrofes o por enfermedades, más creciente será la demanda de ingreso al Infierno, que por muy grande que sea, no se sabe si tiene capacidad para albergar a todos los que han dejado de vivir, los que están pereciendo ahora, y los que dejaremos de existir -espero que no en el futuro inmediato-, pues siempre seremos mayoría los que tendremos como destino, después de la muerte, cualquier sitio, menos el Cielo, a donde se dice van únicamente los arrepentidos de sus pecados y de los males que hayan causado, y quienes nunca pecaron, lo que lo hace, en mi opinión, un lugar un tanto cuanto aburrido, en comparación con lo que los disolutos, los reventados, los viciosos, los valemadristas, los sexoadictos, y los inmorales creemos que se podría en el Infierno, lugar donde no hay cabida para la decencia y la obediencia, donde lo bueno y los remordimientos no tienen cabida. Y dando rienda suelta a las masturbaciones mentales, estimé que una respuesta de impacto que no puedo descartar sea dada por el Diablo en la entrevista, es que el Infierno es la vida misma, es lo que lo hemos hecho de la convivencia y el entorno en el que existimos, es lo que ocasionamos con nuestras acciones, es lo que vivimos a diario, y que cada quien tenemos nuestro propio infierno, por lo que inequívocamente somos unos pobres diablos. Hoy, de acuerdo con las muchas dudas que me han surgido y las hipótesis que sin llegar al desvarío me he formulado desde que se me ocurrió y metió en la cabeza la idea de entrevistar al Diablo, intuyo que el Diablo puede no ser lo que se cree y dice que es, que ni tiene poder alguno como se le atribuye ni es el símbolo del mal ni el que despierta en notros los más bajos instintos, y que hasta es posible, sea todo lo contrario. Me he preguntado, porque tengo dudas, y si acaso al Diablo le interesa crear virus mortíferos y provocar pandemias o que la gente se mate entre sí o que la humanidad se deshumanice cada vez más o que haya inundaciones, sequías, contaminación, temblores, pobreza, miseria y hambrunas. No creo. Y aunque toda la literatura emanada de las religiones le atribuye los males y catástrofes habidos y por haber, dada la necesidad que tienen de valerse de alguien o algo para atemorizar a los cada vez menos creyentes y, a la vez, acrecentar la fe en quienes aún la tienen, pues de ello depende el poder social, económico y político que tienen, no hay forma de demostrarlo para acusarlo. Hoy, una vez más, me angustia no tener la más mínima idea de cómo contactar al Diablo. Cierto que puedo aplicarme y encontrar información sobre el proceder para invocarlo pero, siendo sincero, debo admitir que no sé si sea capaz de hacerlo, pues me parece que por tratarse de una acción descabellada se necesita tener mucho valor para llevarla a cabo. ¿Cómo le voy a hacer, entonces? Esa es la pregunta para la que no atino encontrar respuesta por más vueltas que le doy. Me desespera sentir pasar el tiempo y percibir que se aleja la posibilidad de realizar la entrevista. Lo peor que me puede pasar, es que sea inentrevistable. Si bien se trata de un personaje del que hablamos mucho, nadie sabemos dónde vive, a qué dedica su tiempo, si estudia o trabaja, a dónde y a qué hora va por las tortillas y el pan, cuáles son los antros donde se divierte, y en qué lugares cita a las féminas que frecuenta y con las que se placea, -Esa fatalidad la tuve presente en mi cabeza durante el tiempo que me llevó preparar el primero de tres vodkas con hielo, agua quina y cascara de limón que tomé, para, según yo, calmarme-. No. No. No. –Me repetí-. Lamenté que ese mal augurio me haya asaltado. ¿Cómo es posible que piense que es imposible que entreviste al Diablo? Me alarmé y me sentí intranquilo. La bebida etílica no estaba cumpliendo mi propósito. Sin ganas de tomar otro vodka, pues presentí que lo agrio del momento me impediría saborearlo y disfrutarlo, hice el propósito de dormir un poco posado en la mecedora del patio, aprovechando el fresco de la tarde, para así olvidarme de todo. Desee, fervientemente, que no me fuera a sobresaltar un sueño ominoso.
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Rafael CienfuegosRafael Cienfuegos Calderón cursó la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y se inició como reportero en 1978. Se ha desempeñado como tal en el periodismo escrito, principalmente, y ha incursionado en medios electrónicos (Canal Once Tv) y en noticieros de radio como colaborador. Archives
September 2024
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