CAPITULO NUEVE
Hay quienes cuentan que la mejor manera de encontrarse con el Diablo, mas no de hablar con él -¿habrá alguien en esta vida terrena que lo haya hecho?-, es invocándolo a través de complicados rituales. Que no hay otra forma. Ni siquiera portándose lo más mal que sea posible para que se haga realidad el dicho ese que escuché mentar muchas veces cuando era niño, si te portas mal, se te va a aparecer el Diablo. Hay también quienes cuentan que el Diablo vive en el Infierno, y creo que sí. Más que nada –aclaro- por la seguridad con que muchos mortales lo aseguran y repiten, y no porque esté convencido de que así sea. Y como tengo la obstinación –a ese grado he llegado- de entrevistarlo, me percaté de que no tengo otra alternativa que ir al Infierno. Porque si no es en el Infierno ¿dónde podría encontrarlo? Pero, ¿dónde se encuentra el Infierno? Esas eran las preguntas que una, cien y mil veces –es un decir- me hice a partir de que caí en la cuenta de que el Diablo no es un personaje público con el que se puede uno llegar a topar en la calle o en algún restaurante o en una cantina o en un antro. Es ampliamente mentado, sí, pero no está disponible. Hice búsquedas de información y de acuerdo a lo que encontré hay la visión tradicional de que el Infierno está en el centro de la tierra, mientras que el pensamiento moderno lo sitúa en un agujero negro del espacio exterior. En el Antiguo Testamento, la palabra "Infierno" es Seol, que traducida significa “pozo o sepulcro”, en el Nuevo Testamento, es Hades, que se entiende como “invisible", y está, además, Gehena, que se refiere al “Valle de Hinom". Tanto Seol como Hades hacen referencia a una residencia temporal de los muertos antes del juicio y Gehena a un estado eterno de castigo para los muertos impíos. -No, pues sí. Más simple que esto no me lo podía esperar-. El poder de la imaginación me permitió visualizarme viajando en la línea subterránea 13 del Metro de Ciudad de México, que va de la terminal Mundo Terrenal a la de Fuego Refulgente, o yendo a Cabo Cañaveral para montarme en el siguiente transbordador espacial disponible que me eleve y me deposite en la constelación del Infierno. Y ya sea en las profundidades del planeta tierra o en el espacio infinito, lo primero que tendría que hacer es aclimatarme para soportar el intenso calor que seguramente provocan las llamas -porque también se dice e inclusive se afirma que en el Infierno siempre hay fuego que lo ilumina-, luego encontrar a alguien que sepa dónde se ubica la morada del Diablo y convencerlo -quizá a través de un soborno- para que me indique por dónde debo ir o que me lleve, y luego ya que haya encontrado el sitio, apersonarme con alguno de los tantos sirvientes que como Rey del Averno ha de tener y hacerle saber que mi visita obedece al máximo interés de ver a su amo y señor para pedirle una entrevista. -Por supuesto, espero que el Diablo esté dispuesto a recibirme y que acepte someterse a escrutinio sin que pida nada a cambio, por ejemplo, mi alma, lo que sea que eso sea, y entienda la importancia que tiene para mí hacer lo que periodísticamente no se ha hecho hasta ahora, ya que ese sería mi último trabajo después de más de cuatro décadas de ejercer la profesión más excitante, más desgastante, más adrenalínica y más mal pagada-. ¿Y si resulta que nadie sabe dónde mora puesto que él se encuentra en todas partes? ¿Y si en el caso de que lo ubicara ni siquiera me quiere recibir aunque sea para escuchar mi petición? ¿Y si me tilda de loco? ¿Y si acusa que lo que publica la prensa son puros chismes? ¿Y si ordena que me echen? ¿Y si por el contrario ocurre que me impida salir del Infierno? Solo faltaría que me meé un perro. –Solté una sonora carcajada que derivó en tos como de tísico-. -¡Vaya alucine que me avente!- ¡Estoy cabrón! No cabe duda –pensé- y esbocé solo una sonrisa-. Consciente de que ni Google Map ni el GPS sirven para dar con el Infierno y menos para localizar al Diablo, recurrí al internet, que según yo es la mejor herramienta tecnológica ideada, y en la página electrónica de Unidos contra la Apostasía -palabra que leí se refiere al acto de un individuo que hace público el abandono de su fe o el de un religioso que opta por marcharse de la orden que integraba dejando de lado los dogmas y los preceptos que, hasta entonces, estaba comprometido a respetar y seguir-, encontré que según las Escrituras hay seis lugares del pasado, el presente y el futuro donde mora el Diablo, Satanás o como se le quiera nombrar. Uno es “El trono de Dios” o “El santo monte de Dios”. Ahí, antes de su caída, Satanás estaba con Dios en calidad de querubín, cubriendo con sus alas el trono divino. Otro es “El huerto del Edén”. De este lugar algunos intérpretes dicen que no se trata del mismo huerto donde estuvieron Adán y Eva, sino un huerto mineral anterior. Independientemente de si Satanás acudió en forma de serpiente a ese huerto o al del Génesis, la segunda morada fue posterior a la rebelión y caída de Satanás. Está el de “Los cielos atmosféricos”. Se cree que ésta es la morada actual de Satanás, que tiene acceso tanto al cielo como a la tierra. En el cielo es el acusador de los redimidos, y en la tierra es el príncipe del mundo que dirige la revuelta constante contra Dios con intención de destruir a los redimidos. Por supuesto, “La tierra”. A la mitad de la Tribulación de siete años, Satanás será expulsado de los cielos atmosféricos y confinado a la tierra, donde pasará la segunda mitad de la tribulación. Durante este tiempo provocará un gran caos y tremendas calamidades. “El abismo”. Al final de la tribulación, tras la segunda venida de Cristo, Satanás será atado y arrojado al abismo (“que no tiene límites” o “no tiene fondo”), un lugar de confinamiento temporal, durante mil años. Y “El lago de fuego”. La última morada de Satanás donde él y sus demonios permanecerán por toda la eternidad. Entre más buscaba, más perdido me sentía en ese mundo de información que me imposibilitaba ubicarme. Estoy perdido y no sé qué camino me llevará hacia ti… -parafrasee la letra del popular bolero que tanto me gusta en la interpretación de Los Tres Ases, aunque lo hice con la variante de me llevará hacia ti, en lugar de me trajo hasta ti-. En fin, el caso es que la emoción con que comencé a desarrollar la idea de entrevistar al Diablo, sentí empezaba a convertirse en una aspiración más que en un hecho realizable, lo que me pareció una desgracia que se concatenaba con la otra desgracia que presencio igual que miles de millones más, la de salud. Esto, porque precisamente el 21 de marzo, día en que entró la primavera y a unos más de que se cumplió un año de la aparición del virus en México, ya habían 198 mil 36 muertes y en el mundo 2 millones 710 mil 382. El desánimo, que me negué a aceptar que lo fuera, pasó más rápido que pronto. Después de 48 horas ya me encontraba buscando posibles métodos para tener contacto con el Diablo. Pensé en el más simple: “Satán yo te invoco, hazte presente, quiero hablar contigo, tengo interés en entrevistarte. Envíame una señal para que sepa que me escuchaste”. La verdad, me pareció una vacilada, algo demasiado ingenuo, pues ya parece que va a estar ahí sentado, sin hacer nada, aburrido y rascándose la panza, esperando a que un cualquiera como yo lo nombre para inmediatamente responder. Por cierto, pensé, ¿así será su vida? ¿En qué se entretendrá para matar el tiempo? ¿Cuáles serán sus costumbres? ¿Tendrá en realidad cosas qué hacer o asuntos importantes que atender? ¿Podría tener para él alguna importancia conceder una entrevista periodística? ¿En qué podría ésta cambiar su situación? ¿Le serviría para limpiar la imagen de maloso que le hemos colgado? ¡Chinga! Otra vez el fatalismo. –Me reclame y repetí y repetí que eso no, no puede ser. No. No puede ser. No. No puede ser. No. No puede ser. Sería como renunciar a un trabajo sin tenerlo aún. Respiré profundo y me mentalice para hacerme un coco wash diciéndome con firmeza, no debes renunciar, no debes echar por la borda el trabajo de investigación hecho para estructurar la entrevista, no debes dejar de actuar como un profesional, no debes permitir que el desánimo te doblegue. El profesionalismo está antes que nada, no lo olvides. Recuerda que no es aceptable llegar a la redacción con el jefe de información y decirle que no tienes nada que escribir porque no encontraste noticia alguna que sea valiosa para publicar. La invocación pensé que podría ser el único recurso al alcance para contactarlo y hacerle saber mi interés por entrevistarlo, pero la primera traba que encontré fue desconocer cómo llevarla a cabo. Así es que con ánimo renovado, inicié una nueva búsqueda. Para ponerme en contacto con el Diablo me enteré que es preciso que haga un ritual en una iglesia cualquiera a las 12 de la noche. Grande o pequeña. Vieja o nueva. Cristiana o evangelista. Pero eso sí, tiene que estar completamente vacía. Lo podría hacer cualquier día de la semana, pero la recomendación es que mejor sea en los de luna nueva o luna llena, los viernes 13 o bajo la luna del Día de Brujas. Que al contrario de la fecha, la hora es muy importante. Tengo que empezar o terminar el ritual exactamente a la media noche, por lo que lo mejor es que dedique alrededor de 30 minutos para los preparativos y estar seguro de que cuento con todos los objetos que es necesario llevar, y que no haya uno solo de los que es preciso no portar. Esta, me pareció que bien podría ser la receta universal para que el Diablo aparezca, dado que la publican varios sitios de internet, aunque sin especificar, si es la más efectiva, no solo para que se haga presente sino también para hablar con él. Los ingredientes que necesitaría son un bote completo de sal, aunque quizá no la use toda, pero más vale que sobre y no que falte, siete velas, de preferencia rojas o blancas, cerillos o encendedor, ya que tengo que tener en cuenta que es falso que en los rituales de ocultismo las velas se prenden solas, como vemos que ocurre en las películas, un trozo de hilo rojo, de dos o tres metros, y un espejo grande, de esos de los que se colocan en las puertas de los closets para verse de cuerpo entero. Como extra –por si acaso- una lámpara y herramientas para facilitar la entrada a la iglesia, unas tenazas, un martillo y un desarmador. Lo que por ningún motivo debo portar es cualquier tipo de dispositivo electrónico, teléfono celular, tableta, reproductor de DVD y mp3, calculadora, y relojes de pulsera o de bolsillo, cualquier imagen o artículo religioso -eso de nada sirve para protegerse de imprevistos y, por el contrario, inhibirían la aparición del Diablo, además de que estaría en una Iglesia-. Algo de vital importancia es que mantenga una actitud aventurera y de libertad para experimentar. La preparación del ritual la iniciaré una vez que ubique el lugar adecuado, que puede ser el santuario, la cocina, el área de lavado e incluso el baño, siempre y cuando haya suficiente espacio y no haya nadie que interfiera. Lo primero sería hacer un círculo con la sal en el piso y colocar dentro el espejo, en caso de que haya algo, como un pedestal en qué recargarlo, o de otra manera, dentro de un semicírculo si me decido por usar la pared o una puerta, luego envolver el hilo rojo alrededor del espejo varias veces y colocar las velas fuera del circulo o semicírculo de sal, espaciadas a intervalos más o menos a distancias iguales, encenderlas siguiendo el sentido de las manecillas del reloj y, algo muy importante, que esté atento para no romper el círculo de sal ya que si eso ocurre se interrumpe el ritual y tendría que comenzar de nuevo desde el principio. Hecho lo anterior, quedaría ya levantado y listo el cerco de protección y podría proceder a iniciar la convocación. Pero antes, tengo que llamar la atención del Diablo y demostrar determinación a través de un acto sacrílego, como colocar de cabeza un crucifijo en el lugar en que se encuentre o dañar alguna imagen o pintura religiosa; después me tengo que parar frente al espejo y deberé mirar de manera intensa, sumamente intensa, su fondo, concentrándome. No será necesario que recite conjuros y versos en latín, bastará con ver al espejo y desear profundamente que aparezca el Diablo. Transcurridos unos instantes, cuando sienta la sensación de estar listo, tengo que cerrar los ojos, contar del uno al diez con una pausa de un segundo, y al final, abrirlos. Quién aparezca reflejado en el espejo, ese es el Diablo. Si es mi rostro y cuerpo lo que veo, no habrá necesidad de frotarme los párpados por la creencia de que es una ilusión, pues no hay equívoco. Quien se refleje es el Diablo. El Diablo, que anhelaba encontrar y conocer en persona. El Diablo, al desnudo y a todo color. El Diablo, sin disfraz. El Diablo, sin truco. El Diablo, sin excusa alguna No tendría por qué alarmarme ni por qué tener miedo ni por qué gritar alarmado ¡Madre mía!, ni ¡Oh my good! Ni ¡Hay güey! dado que el resultado estará bien y es indicativo de que el procedimiento lo hice debidamente y que la convocación fue un éxito. En ese caso, solo tendré que aceptar y convencerme de que la mía es la imagen que decidió adoptar el Diablo para mostrarse, pues se sabe que el Diablo puede tomar diferentes formas. A veces la de un Dandi, a veces la de una figura rara y sombría, a veces la de un monstruo horrendo, a veces la de una mujer fatal, a veces la de nosotros mismos. Que, pienso, esta sería la imagen menos desagradable ante la que quisiera estar, si la comparo con la que nos hemos prefigurado del Diablo. Lo anterior me despertó dos dudas: ¿Seré capaz de acudir a una iglesia -lo que no hago por voluntad propia desde que mis padres dejaron de llevarme a escuchar misa porque ellos querían- y a las 12 de la noche para hacer un ritual de invocación al Diablo para, al final, encontrarme posiblemente conmigo mismo? ¿Podré aceptar, si ese fuera el caso, que tendría que auto entrevistarme, echar mano al mismo tiempo de un alucinante monólogo y un diálogo con mi conciencia para cumplir mi propósito de hacer la entrevista que nunca jamás se ha hecho en la historia del periodismo? No supe qué responderme. Un cansancio y pesadez mental –como empezaba a ocurrirme con más frecuencia-, me acometieron he hicieron presa. No acudió en mi auxilio razonamiento alguno que aligerara la zozobra que me invadió esa tarde, que se había tornado plomiza y en la que empezaba a caer una ligera llovizna. Más poco a poco fui cayendo en la cuenta de que no preciso ir al fondo-centro de la tierra ni al espacio sideral para encontrar el Infierno ni hacer un ritual para estar frente a frente con el Diablo y pedirle que acepte que lo entreviste. Lo que tengo que hacer es ponerme a trabajar, preparar la grabadora con pilas nuevas y allegarme varios casetes vírgenes, formularme las preguntas que previamente redacté y recordar lo más fidedignamente posible, las respuestas que idee y que supuse daría el Diablo durante nuestro encuentro. “Has pedido entrevistarme, aquí estoy”. Era una voz lóbrega, áspera, metálica. Una voz que no supe precisar de qué punto provenía, pero que desencadenó en mí un largo y muy fuerte escalofrío de miedo. Permanecí algunos minutos sin respiración, después tomé fuerzas. “Pero ¿quién eres tú?". “No seas estúpido, ¡soy yo!" No había pensado nunca poder pasar con mi entrevista del plano de la fantasía al de un tú a tú con el Maligno. He intentado muchas veces explicarme cómo percibí aquella voz tan cercana, que no venía de ningún punto preciso de la habitación ni salía de mi interior. Sin embargo, la sentí claramente, siempre en un tono amenazador y desdeñoso y cargado de una rabia especial. “¿Cómo es que has venido? Así relató el sacerdote italiano Doménico Mondrone -autor del libro Un exorcista entrevista al Diablo-, el encuentro e intercambio de palabras que afirma tuvo con quien resulta ser el personaje, único e insustituible, que yo elegí como el último entrevistado de mi carrera. Un día pensó, "sería interesante poder entrevistar al Maligno", a partir de un programa de la televisión italiana en el que de modo figurado se entrevistaba semanalmente a personajes como Cleopatra o Pitágoras, y de haber valorado que su bagaje profesional de exorcista le bastaría para tener una entrevista con el Demonio. Ese pensamiento, aunque confesó le producía rechazo, sin embargo, ocupó su mente una y otra vez, por semanas, y que lo más extraño y contradictorio que le ocurría era que pensar en hacerla le proporcionaba paz y seguridad, mientras que desecharla lo dejaba en un inexplicable estado de turbación interior. El lunes 27 de septiembre del primer año de la tercera década de siglo XXI en que puse fin al escrito del relato Mi entrevista con el Diablo, la cifra de muertes en el mundo a causa de la enfermedad de covid-19 que produce el bicho era de cuatro millones 740 mil 525, y en México ascendía a 275 mil 246. No había visos de una pronta calma. La inmunización con las vacunas avanzaba entre la desconfianza y la expectación. Ya a casi nadie interesaba conocer el origen del virus. Y, mucho menos, había posibilidad de saber si el Diablo tuvo algo que ver o no con la epidemia. FIN
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Rafael CienfuegosRafael Cienfuegos Calderón cursó la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y se inició como reportero en 1978. Se ha desempeñado como tal en el periodismo escrito, principalmente, y ha incursionado en medios electrónicos (Canal Once Tv) y en noticieros de radio como colaborador. Archives
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