![]() APRENDIENDO A VIVIR (VI) Fue en el segundo año de secundaria cuando empezó lo bueno, y para fortuna de Él se prolongó al tercero. Destacó como buen bailarín en las fiestas escolares y en las que se hacían en casa de alguien, y como la mayoría de sus compañeros no bailaban porque no sabían o les daba pena, a Él lo buscaban las chavas. Bailaba con las que le gustaban aunque fueran torpes para mover los pies y llevar el ritmo, pues lo que quería era abrazarlas, tenerlas cerca. Pero también lo hacía, principalmente, con las que le entraban, y bien, a la música tropical y al rock de los Teen Tops, los Locos del Ritmo, los Crazy Boys, que le facilitaban mostrar sus dotes. Eso le permitió tener novias, la mayoría temporales. Tenía tres amigos. Eran Góngora, Baños y Anguiano con los que más jalaba de su grupo, y con Linares y Palacios, del segundo B. Les gustaban las pintas. Iban a la arboleda a echarse en el poco pasto como lagartijas, porque ahí acudían también chavas de otras secundarias o a Chapultepec, a remar y echar guerritas de agua de lancha a lancha. Ligar era difícil, pero echar cotorreo no. y a eso iban y lo disfrutaban. Pero la pinta más memorable fue cuando para festejar su cumpleaños, Góngora les propuso Él y a Baños, ir a la zona roja de Cuautla. Los detuvo en la calle antes de entrar a la escuela y les dijo: ¡Vámonos de pinta! ¿Qué dicen? Anímense. Pero ésta vez vamos a Cuautla de putas, a la zona roja. ¡Yo invito! Baños y Él lo miraron con sorpresa. Su rostro mostraba turbación y le lanzaban a su amigo miradas cuestionadoras como diciendo ¿Qué onda contigo? A Él le impactó escuchar la palabra putas, no porque no supiera a que se refería Góngora, sino porque a su edad le parecía imposible poder tener contacto sexual con una mujer que se dedicara a vender su cuerpo. Además, no sabía dónde era Cuautla. ¿Es en serio? –Inquirió Él-. Góngora respondió con un categórico ¡claro que sí! ¡No inventes! –Expresó Baños-. Yo ni novia tengo, y dicen que las putas son malas, que te enferman. No inventes Baños, no sabes lo que dices. ¿A poco no les gustaría estar por primera vez con una chava? A mí sí, por eso les digo que vayamos a Cuautla. Me dijeron que hay chavas muy buenas. Además, hay que saber de qué se trata. ¿No? Ese quiero que sea mi regalo. Hoy es mi cumpleaños. Yo quiero ya dejar de imaginarme que se siente coger –expresó-. Esa sí sería una buena experiencia. Estaría bien ir –habló Baños-. Aunque titubeante, Él respondió con un ¡ya vas! Dieron la espalda a la escuela y emprendieron el camino rumbo a la avenida principal donde abordaron el camión que los llevó a San Lázaro, a la Central Camionera. Góngora compró los boletos y a las ocho de la mañana en el autobús iniciaron el camino rumbo a un lugar desconocido del que no sabían nada ni qué esperar. La incertidumbre fue emocionante. Llegaron a la terminal de Cuautla y cuando salieron a la calle se toparon con un gran mercado. Puestos por aquí y por ella. No sabían hacia dónde caminar y mucho menos tenían idea de dónde se encontraba la zona roja, Hay que preguntar –dijo Él- ¿A quién? -Cuestionó Baños-. A esos cuates -señaló Góngora con la mano extendida y el dedo índice-. A los que compran tamales, ellos han de saber. Se acercaron y sin rubor alguno, Góngora preguntó ¿ustedes saben cómo se llega a la zona? Eran dos. Al voltear los miraron de arriba abajo y echaron a reír. Tendrían 18 o 20 años. ¡Pinches chavos calientes! Así que se fueron de pinta y quieren mojar la brocha, o más bien el pincel, dijo burlón el más moreno y alto. ¿Si saben o no? Les preguntó nuevamente Góngora. Sí, ésta bien. Vamos a iniciar el día con una buena acción. Caminen por esta calle hasta la avenida con camellón y árboles, dan vuelta a la derecha y siguen todo derecho hasta donde está la… y a la izquierda y luego todo derecho y ya llegan. Aunque es temprano. ¡Verdad! -Se dirigió a su compañero, quien reafirmó que sí-. Aprovecharon el mercado para comer unas quesadillas y tomar café. Faltaban como 20 minutos para las 12 del día cuando llegaron cansados de caminar y sudorosos a la calle donde se encontraban los primeros locales. Se oía música. Vieron a varios hombres medio borrachos salir de un local y a mujeres con vestidos de color chillante muy cortos. Se despedían de beso y abrazo. Los esperamos pronto, les decían sonrientes mientras los observaban subir a un coche. Cuando pasaron los tres, ellas los miraron como “bichos” raros, que sí lo parecían, cargando mochilas y vestidos de uniforme. Apenados bajaron la cabeza y siguieron caminando. Se percataron de que por donde estaban ya no había locales, sino casas. Todo estaba en calma. Por una ventana abierta se asomó una mujer demacrada y despeinada. La miraron. Hay que seguir adelante -dijo Góngora- y más adelante encontraron a un vendedor de nieve de limón, se detuvieron a comprar, ya que el calor estaba inclemente. ¿Buscan carne? Mientras vertía en un pequeño vaso de plástico el producto, los miraba a uno y a otro recorriendo la vista. -Sin que tuviera respuesta continuó el joven nevero-. Allá, en la casa pintada de verde y blanco hay buenas mujeres, la mayoría son jóvenes, les pueden hacer un buen trabajo. ¡Ah! Sí. Gracias. Rumbo a la casa recomendada salieron al paso mujeres que decían “los estoy esperando corazoncitos”, “aquí está lo bueno”, otras los llamaban con un movimiento de mano desde las ventanas. Llegaron. La puerta de madera era de dos hojas y una estaba abierta. ¿Tocamos o entramos? –Les preguntó Él- En respuesta, recibió de Góngora un empujón que lo hizo dar dos o tres pasos hacia el interior, tras haber golpeado con la mochila la hoja de la puerta que estaba cerrada y hacer ruido. Pasen, se oyó una voz femenina. Era una estancia amplia casi cuadrada en la que había sillones viejones y varias mesas de centro con sillas bajas alrededor. Una rockola y varios espejos. ¡Bienvenidos! –Dijo al tiempo que los observó de arriba abajo-. Era una mujer –no joven ni vieja- vestida con pijama rosa de flores, el pelo recogido con una toalla y calzaba sandalias. No era fea, no traía maquillaje. Si quieren lo que creo vienen a buscar les cuesta. Y digan si van a querer para llamar a tres de mis niñas, que estoy segura, les van a encantar. Con tono tímido, Góngora dijo que estaba bien, al tiempo que sacaba el dinero de la bolsa trasera del pantalón. Contó los billetes y los entregó. Él no logró recordar, tiempo después, el precio de la prostituta con la que perdió la virginidad. Pasen por acá, caminó la señora y la siguieron hasta otra pieza grande de techo muy alto, más que las paredes de los cuartos en que estaba dividida y a los que se accedía por un pasillo largo. Antes de ocupar cada quien uno, llegaron las chavas: una usaba blusa blanca transparente sin sostén y un short rojo; otra una bata corta azul claro y calzones tipo bikini; y una más, morena clara de cabello largo, que traía puesta una playera negra con la impresión de un barco y la leyenda: “Recuerdo de Acapulco”, sujeta a la cintura y un short de mezclilla. No eran ni flacas ni gordas ni tampoco feas, y en su rostro destacaba una amplia sonrisa que las hacía lucir bien. De manera coqueta dieron unas vueltas en redondo. ![]() Él escogió a la de cabello largo, Baños a la de la bata, y Góngora a la sin sostén, que al parecer era la de mayor edad. Lucy -así le dijo a Él que se llamaba-. Lo tomó de la mano, se introdujeron en el cuarto y cerró la puerta. Salieron de la “casa de placer” sin decir nada, sólo se dirigieron miradas cómplices y sonrieron. Había satisfacción en los rostros. Eso decía más que lo que pudieran contar sobre lo que hicieron, o para ser exactos, lo que les hicieron. Sobre lo que aconteció Él nada más comentó a Góngora y Baños una cosa, y eso porque le pareció chusca y valía la pena. Tan memorable le fue que no obstante el paso de los años, ese episodio siempre lo tiene presente, muy fresco, como si acabara de pasar. Estaba arriba de ella, y como en el cuello traigo un colguije –les enseñó, desabrochándose los botones de arriba de la camisa, que era de esos que elaboran los indígenas e hicieron famosos los hippies- que con el movimiento se columpiaba hacia adelante y hacia atrás y en ocasiones la punta le rosaba la cara de la chava, cuando de repente, sin esperármelo, pues estaba concentrado en lo mío, ella dijo con tono enérgico, “te quitas esa chingadera que me hace cosquillas en la nariz o te apuras”. Mi primera reacción fue quedarme quieto. Luego, agarré con la mano derecha la punta del colguije y me la metí en la boca para aprisionarla con los labios. Acto seguido, reanude la labor y ya no hubo queja. Ni me lo quité, ni me apuré. ¿Cómo ven? Los tres soltaron sonoras carcajadas. Caminaron de regreso a la terminal de autobuses y a su llegada Góngora compró tres refrescos de naranja y luego de terminar el contenido, fueron al mostrador de la línea Flecha Roja a comprar los boletos que indicaban el destino y la hora de salida: Cuautla-México, 13:50 horas. En el trayecto no hablaron más después de que acordaron no contar nada sobre la ida de pinta a la zona roja de Cuautla. De ese lugar Él escuchó decir pasado un tiempo que era el mejor prostíbulo, el más grande, conocido y visitado de todo México. Si lo era o no, no lo supo, porque después de esa ocasión nunca más lo visito. Llegaron a San Lázaro y abordaron el camión que los conduciría al rumbo de sus casas. Él bajó primero. Nos vemos mañana -dijo al despedirse-. Góngora y Baños estiraron sus respectivas diestras y las estrecharon con la de Él, al tiempo que los tres intercambiaron miradas de satisfacción. Al llegar Él a su casa, su mamá le preguntó ¿cómo te fue? ¿Por qué tan tarde? Me fue muy bien. Todo bien. Hoy aprendí cosas nuevas. A partir de ese encuentro sexual, a las chavas Él las veía y buscaba dependiendo de sus cualidades físicas y edad, no flacas ni gordas, de pechos de tamaño regular, y de buen chamorro, preferentemente mayores. Igualmente, las sesiones masturbadoras se hicieron más frecuentes y placenteras, y las mañas para convencer a quienes posteriormente fueron sus novias de que se dejaran agarrar las piernas o los pechos, exigieron habilidad verbal, paciencia, y aprender a hacerlo con naturalidad. Sin brusquedades, para no asustarlas. Como si fuera un accidente. ¡Ay! Disculpa. Y luego, una vez más y otra y otra y otra lo hacía, pero ya sin disculpas, hasta que sin decir ya nada, la metidita de mano se hacía costumbre. ¿”Cómo crees que me quiero aprovechar de ti”? ”Yo te respeto, porque eres mi novia” “Que te toque no tiene nada de malo si lo vemos como algo natural”. “Si lo hago es para conocernos mejor”. ”Qué si se lo hacen a mi hermana, es cosa de ella si se deja, pero igual tiene que aprender” ¡”No seas tonta”! ¿”Crees que somos los únicos que lo hacemos”? ¿Qué? ¿”Cómo puede ser posible que pienses que es pecado”? ¡”Uuuy! Ni se te ocurra contarlo a alguna de tus amigas, porque se hace chisme”. “Éste es nuestro secreto”. Verbo y paciencia –decía Él-. El contacto físico con las mujeres era importante en sus noviazgos. Era obsesivo. Se volvió un vicio. Si estaba sentado junto a una de ellas forzosamente su mano buscaba sus piernas, cuando se besaban de pie las atraía rodeando su cintura con un brazo hasta que los cuerpos quedaran juntos. Si había resistencia, cedía un poco, después insistía, y así, hasta lograr no únicamente retenerla, sino también tocar sus senos y las incitaba, sin éxito, a que ellas hicieran lo propio dirigiendo alguna de sus manos. El baile -otro vicio- lo llevó a hacer amistad y juntarse con la banda que se había formado en la calle donde vivía. La mayoría más grandes de edad y a quienes los fines de semana no faltaban fiestas, ni amigas ni despapaye. En bola llegaban a la casa de fulana porque es su cumpleaños, de zutana que terminó la secundaria y a la de mengana por ser Día del Amor y la Amistad, y hasta a bailongos donde no conocían a nadie porque la invitación se la hicieron al amigo de uno de sus amigos que a su vez los invitó pero que no vino, y nunca hubo problema ya que cuando querían eran bien portados, y bailaban con todas. Casi siempre encontraban parejas que le ejecutaban al baile, y como todos bailaban bien, aunque había dos que se destacaban porque lo hacían muy bien, se formó una banda mixta que armaba el ambiente. De esta convivencia poco a poco surgieron parejas de novios y encuentros casuales que iniciaban con un beso y en ocasiones pasaban a la manoseada mutua.
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Rafael CienfuegosRafael Cienfuegos Calderón cursó la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y se inició como reportero en 1978. Se ha desempeñado como tal en el periodismo escrito, principalmente, y ha incursionado en medios electrónicos (Canal Once Tv) y en noticieros de radio como colaborador. Archives
January 2020
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