![]() APRENDIENDO A VIVIR (IX) Y ÚLTIMA En el cajón de una cómoda que forma parte de la decoración de la sala de música de su casa está un costalito de marihuana made in Guerrero, de la llamada “Golden” que le regaló su amiga Fanny, a quien en una plática de sobremesa después de la comida, comentó que hacía ya añisimos de la última vez que fumó. ¡No juegues! Con lo rica que es, con lo bien que te hace sentir su efecto, con ese su olor característico y agradable –dijo ella a Él-. Ya lo creo. Y como se antoja cuando vas caminando y de repente te llega el olor a petate quemado. ¡Que presten para ponernos igual! -digo siempre- y doy una aspirada profunda. De esta manera Él y Fanny iniciaron una plática sobre si eran o no aficionados a consumir cannabis. Ella, aunque su primera vez fue en la secundaria, se declaró afecta pero no adicta, pues de vez en cuando se da un toque en compañía de su novio o en algunas fiestas con sus amigos y amigas. De que me gusta me gusta, inclusive más que el alcohol, aunque como la cerveza no hay nada mejor. Yo también soy cervecero. Disfruto tomar chela, me gusta paladearla, sentir sus burbujas en el buche antes de pasarla por la garganta y disfrutar su sabor, y por supuesto que no le hago el feo a otras bebidas deleitables, pero sin duda la cerveza es mi preferida. Pero a la marihuana ya no le haces ¿por qué? En realidad, Fanny, no fui un gran fumador. Únicamente dos veces y fueron malas experiencias. No me quedaron ganas de probar más. Tenía unos 16 años y creo que no estaba preparado, fue en situaciones improvisadas, de desmadre. Yo creo –intervino Fanny- que los toques siempre son así cuando eres joven, no se planean. Pero ahora que ya eres adulto –se rió- sí lo puedes programar para hacer que resulte en un momento grato. Determinas el día, sí fumas solo o en compañía de alguien que tenga buena onda y le guste divertirse, o con tu esposa o novia, escuchando la música de tu preferencia, algo movido como un rock o algo muy rítmico como la música afroantillana. Hasta el lugar lo puedes escoger. Que tal en los Dinamos al aire libre y en contacto con la naturaleza, o en tu casa. Suena bien como lo planteas, pero el problema que le encuentro es conseguir la mota. Hay mucho riesgo, vaya a ser la de malas y te cachan al momento que la compras, y por el tipo de gente a la que te tienes que acercar. No juegues. Suenas a viejo maniaco con delirio de persecución. Para nada. Si te agarran es tambo y no hay derecho a fianza. Para comprarla tendría que ser a alguien que conozca y que la entregue en corto, de manera segura. De otra manera no. Mira, como soy buena onda y me caes a todo dar, te voy a conseguir en la escuela un costalito y me va a dar mucho gusto que te des un toque y lo disfrutes a mi salud. Fanny cumplió. Dos días antes de su cumpleaños, Él recibió, en efecto, un costalito de manta de unos seis por cuatro centímetros amarrado con hilo de cáñamo, repleto de hierba contenida en una bolsa de papel celofán. Tenía ramitas y cocos. Ésta –le hizo saber Fanny- es de lo mejor. Si lo dudas pregúntale a José cómo se puso con las tres que se dio. No’mbre. Está chida -mencionó éste- fuerte y pegadora. El efecto me tardo en pasar como tres horas. La pase de poca, le dijo a Él, en la cervecería a la que fueron a festejar que el domingo siguiente añadiría un año más a su existencia. Siendo así la voy a tratar con mucho respeto. Voy a hacer que valga la pena quemarla. ¿Con la envoltura de un cigarro normal quitándole el filtro bastará para dos personas? Para que sea un toque tranquilo, sí, coincidieron Fanny y José. Si te fijas –añadió este- en el costal hay un logotipo de identificación para que el consumidor sepa que es marihuana de calidad, por eso trae cocos, por cierto, siémbralos en buena tierra para que nazca una mata y produzcas tu propia mota y no tengas que estar comprando con desconocidos, porque Fanny me platicó que eso te atemoriza y crea desconfianza. Además tienes razón, la que venden a granel envuelta en cualquier tipo de papel o bolsa de plástico es chafa, es basura, por eso es más barata. Te agradezco el regalo Fanny, nunca había recibido uno tan peculiar, y a ti José, la información de que en el mercado, aunque negro, se expende cannabis de calidad, y les aseguro que le voy a dar buen uso, espero que con mi esposa, se lo voy a proponer, sino, ya veré con quien. Digamos salud –propuso Él- Los cuatro bebieron hasta terminar el contenido de la botella de cerveza. Y qué tal si rematamos el día con un toque –propuso Fanny-. Podríamos ir con un cuate de la escuela a conseguir. Nos queda de paso. ¿Cómo ven? A pesar del anuncio que hizo en la víspera de su cumpleaños 50, una década y dos años después, el costalito de marihuana permanecía en el mismo cajón donde lo depositó y su contenido está intacto sin que Él sepa la razón de por qué, pues en verdad tenía deseos de darse un toque en espera de que el tercero de su vida fuera placentero y divertido. Además de que a su esposa, hijo e hija les informó que ese morralito que contenía marihuana lo iba a poner en el cajón del mueble que está junto al espacio que ocupan los discos, los estereofónicos y las botellas, y que si en algún momento querían fumar lo hicieran ahí mismo, en la casa y no en la calle. Tampoco es para que inviten a sus cuates. ¿Estamos de acuerdo? Él autojustificó haberles informado lo anterior con la convicción de que si así lo querían, era preferible que tuvieran su primera experiencia con la mota en el seno de la casa y no en algún lugar externo y desconocido donde estarían bajo el escrutinio de gente que pudiera escandalizarse y que por no estar de acuerdo, más que por mala onda, pudiera delatarlos con la policía. Por otra parte, en ningún momento pesó por su mente que con ello estuviera induciendo a sus hijos al vicio y mucho menos que se pudieran volver adictos, pues los conocía bien y aunque de los dos únicamente su hija fumaba, sabía que por la curiosidad, no pasaría de dos o tres toques. Si el comportamiento de sus hijos fuera otro, es decir, que fueran desmadrosos, desobligados, irrespetuosos y propensos al vicio adictivo –como lo fue él-, por supuesto que no les hubiera dicho nada sobre el costalito ni donde lo depositaría, y la primera que hubiera protestado hubiera sido su esposa. El problema que se presenta –reflexionó Él- es que cuando la gente escucha la palabra marihuana inmediatamente la asocia a drogas, violencia y degradación, y rechaza izo facto a quien la fuma, la porta y mucho menos acepta tenerla en su casa, lo que no ocurre con la cerveza, el tequila o cualquier bebida embriagante, que pueden estar al alcance de un niño, un joven, un adolescente, un adulto o un viejo, sin que se piense que son un peligro. Podría ser una cuestión de percepción, pero para Él, más bien es una actitud que se asume por el manejo de una doble moral –no acepto a un drogadicto, pero sí a un alcohólico-, y por la estigmatización del primero como un mal viviente y del segundo como producto de la convivencia social. La verdad es que la falta de información y la manipulación que se hace de la que fluye sobre las adicciones, principalmente por parte de las autoridades de salud, es lo que mantiene el rechazo de la sociedad a aceptar la legalización de la marihuana para uso recreativo, cuanto está más que demostrado que la prohibición y penalización son un fracaso porque no frena ni disminuye el consumo del alucinógeno más natural que existe. Y como la primera vez a sus ocho o nueve años de edad, Él a sus casi 63, se deleita cuando en la calle, en el parque o en algún concierto percibe el olor a mota y expresa: alguien se está dando un buen patatazo. Y aunque convive con jóvenes que en ocasiones lo invitan a darse un toque, siempre se niega, pues prefiere mantener abierta la posibilidad de fumar en el momento que él propicie y considere adecuado para que la experiencia sea agradable, y supere las dos malas pasadas que tuvo. Corría la década de los 70s y la efervescencia que producían al unísono el rock llamado “pesado” y el consumo de la mariguana, LSD y ciclopal desde mediados de los años 60s en Estados Unidos con el surgimiento del movimiento hippie y la realización de los primeros conciertos masivos, el de Monterrey Pop y Woodstock (1966,1967 y 1969) respectivamente, trascendió fronteras y llegó, primero a Tijuana, después se estacionó en el Distrito Federal, donde se hicieron famosas bandas y grupos que aunque cantaban en inglés estaban integradas por músicos mexicanos de gran talento y virtuosismo. Peace and Love, los Dugs Dug’s, El Ritual, Javier Batiz, Bandido, Tree Souls in My Mind (en la actualidad El Tri), La Revolución de Emiliano Zapata, el Hangar Ambulante, Toncho Pilatos, Enigma, Tinta Blanca, entre otros, acapararon la escena y dieron paso a la apertura de establecimientos donde se escuchaba, bailaba y bebía. Unos de ellos que cobraron renombre fueron el Champagne a Go Go, al que se consideró “La Catedral del Rock” ubicado en avenida Juárez y Reforma, y el salón Chicago de la colonia Peralvillo, además de la Pista de Hielo Revolución. Ese movimiento del rock hecho en México, al que según se cuenta un locutor de radio bautizó como “Rock Chicano” tuvo su mayor expresión en el Festival de Avandaro celebrado el 11 y 12 de septiembre de 1971 en el Estado de México, donde se presume asistieron casi 200 mil personas, la mayoría jóvenes que clamaban -como en los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971, que fueron violentamente reprimidos- libertad de expresión y de reunión, alto al autoritarismo del gobierno y a la intolerancia de los padres, la iglesia y la sociedad. Él por su corta edad, conoció del Champagne a Go Go sólo la fachada, a la pista de hielo fue una sola vez y escuchó a los Dugs Dug’s, no tuvo el permiso de su padre para ir a Avandaro como resultado de la funesta propaganda de Telesiva, que tras haber sido la promotora inicial del Festival de “Rock y Ruedas” que se desbordó y dejó atrás la carrera de autos, denostó a quienes se encargaron de organizar la presentación de más de diez grupos, poniéndose al servicio del gobierno que emitía anuncios pidiendo a los padres impedir la asistencia de sus hijos a un evento cuyo único fin era desafiar al gobierno y alterar la paz social. Por sus amigos que sí asistieron y que lo azuzaban para que se fuera sin permiso, de aventura, contaron a Él que fue algo increíble, porque convivieron con chavas y chavos que no conocían, con los que compartieron tortas, atún y frutas, tequila, ron y hasta unos toques de mota, una cobija, un gabán o un suéter. Con quienes en la madrugada húmeda y fría, tras la lluvia, se abrazaban en círculo para darse mutuamente calor. Todos fue buena onda, convivencia sana. Nada de bacanal, ni degenere sexual ni reunión de drogadictos. Reino una sana convivencia, la hermandad, la solidaridad, y no fue nada de lo que dijeron el pinche gobierno, la prensa vendida y la televisión. De lo que te perdiste -reseñó a Él el negro, uno de sus mejores amigos-. Sí. Ya lo creo. Y me arrepiento de no haberme ido con ustedes. Total una regañada más o una chinga al regresar, bien lo hubieran valido. Sin embargo, conocía la música de los grupos y bandas que tocaron porque había frecuencias de radio que los programaban. Pero después de Avandaro el rock mexicano fue vetado de la radio y los conciertos prohibidos. Los establecimientos empezaron a cerrar o cambiaron de giro a ritmos tropicales y afroantillanos. Ante ello, aparecieron los llamados “Hoyos Funky” en terrenos baldíos, edificios ruinosos y bodegas de colonias populares del Distrito Federal y el Estado de México, principalmente, en Nezahualcóyotl, donde, de manera clandestina, se reunían jóvenes, hombres y mujeres a escuchar a los grupos cuyos integrantes, lo mismo que ellos, eran víctimas de persecuciones de parte de la policía que tenía orden de detener a todo aquel que por traer el pelo largo y vestir como hippie, pareciera sospechoso de ser marihuano, malviviente y un peligro. En ocasiones había redadas que obligaban a salir despavoridos, de las que Él pudo salir a salvo gracias a que seguía las indicaciones de los vendedores de entradas y de los letreros que decían: en caso de una incursión policial hay que correr y salir en grupo y ya en la calle dispersarse para dificultar la detención. Esos eran momentos en los que Él sentía como la adrenalina le recorría el cuerpo de pies a cabeza, pues se combinaba el aturdimiento que provocaba la música tocada a alto volumen, el hornazo del humo de la cannabis quemada y el temor de ser detenido, lo que le implicaría dos problemas, uno con la autoridad de la justicia y otra con la de su padre.
Así es que los “Hoyos Funky” fueron el refugio tanto de músicos como de fans tercos que se negaban a dejar de tocar los unos y de escuchar y bailar los otros. Hubo un lugar por los alrededores de la Villa, unas bodegas de Ferrocarril Hidalgo, en el que por buen tiempo se realizaron tardeadas de rock, de las dos de la tarde a las 12 de la noche, donde se instalaban dos estrados para que la música fuera ininterrumpida. Llegaba y se iba gente pero siempre estaba lleno el local, en cuya parte alta, el techo de lámina de asbesto contenía una espesa nube de humo tanto de cigarro como de mariguana. Él y sus amigos acostumbraban recorrer el lugar con movimientos al ritmo de la música para ver a las muchachas a las que vestidas con minifalda o pantalones de campaña a la cintura, pantiblusas y zapatos de plataforma, les gustaba ser admiradas. A veces se sentaban en el piso en círculo y rolaban ya el cigarro o el churro, del que Él prefería el primero, a pesar de la insistencia de que no tuviera miedo de darse un toque. Esa época la disfrute mucho, llegó a comentar Él. Cada sábado o domingo estaba presente ya fuera en el hoyo de la colonia Oriental, de la Puebla, el inmueble ruinoso de un cine que estaba en la calzada de Tlalpan o en la bodega de la Villa, que consideraba el mejor, pues si abría la tocada el Peace and Love, al terminar iniciaba en el segundo estrado Javier Batiz acompañado por su hermana la Baby Batiz o por Macaria, su esposa con la interpretación de un buen blues, y luego entraba al quite La Fachada de Piedra o Medusa o Decibel o Toncho Pilatos o La Tinta Blanca o Mayita Campos o Pájaro Alberto o El Ritual que, en ocasiones, cuando interpretaba Bajo el Sol y Frente a Dios, el flautista se clavaba y se aventaba solos hasta de diez minutos. Era el puro alucine y eso que yo -resaltaba Él- no andaba pacheco. Después de esto que duró hasta 1974, la mayoría de grupos se disolvieron y sus integrantes optaron por crear otros con una tendencia hacia el rock progresivo: Chac Mool, Náhuatl, Al Universo, y los que mezclaron rock con sonidos de la música popular mexicana como Quail y Nuevo México, cuya trayectoria fue corta. En fin… Así, con los aciertos y errores que constituyen sus aprendizajes de vida, Él forjo su vida. Aprendió a vivir de acuerdo a las circunstancias que se le presentaban y aunque aceptó y lamentó haber causado daño a las personas con las que convivió a lo largo de sus años vividos: familiares, amigos, conocidos, novias, amantes y esposa, nunca se arrepintió y por ello decía convencidamente que si volviera a nacer volvería a vivir la vida tal y como la vivió. No cambiaría nada. Hacerlo implicaría, se decía, estar arrepentido, avergonzado e insatisfecho con su vida, cuando en realidad, es todo lo contrario.
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![]() APRENDIENDO A VIVIR (VIII) Cuando concluyó sus meditaciones sobre las experiencias y aprendizajes de los primeros 18 años de existencia, y lo positivo y negativo que para bien o mal aprendió de ellas, se sintió tranquilo, sin remordimientos ni quebrantos ni sentimientos de culpa, pero sí lamentó la negatividad de su comportamiento, el daño causado a personas queridas y no queridas, la vaguedad en que transitó, el ir sin rumbo y sin respetar las normas creyendo que eso era lo más conveniente para vivir la vida, gozarla, sacarle el mayor provecho y aprender de ella; se sintió satisfecho, por haber conocido a tan corta edad cosas que en tiempo normal hubieran tardado por lo menos cinco años, y por haber aprendido que cuando se quiere y desea algo hay que buscarlo, perseguirlo y conseguirlo con el esfuerzo propio, ya que nada se obtiene fácilmente o porque lo provean otras personas; se sintió resentido consigo mismo, por no abrir sus sentimientos y mostrar a sus seres queridos el amor que por ellos sentía. Externar a Marco lo que fue lo más importante de su vida y lo que aprendió en la juventud y la adolescencia, y haberlo plasmado por escrito, fue una catarsis, un ejercicio mental que lo hizo retroceder años de existencia y darse cuenta de que en su mente están presentes un cúmulo de recuerdos que espera nunca se borren. También lo hizo externar con melancolía la frase que suena a eslogan pero que es muy cierta, y que reza: “recordar es vivir”. De una u otra formas fue reconfortante sacar algo que sólo guardaba para él, no obstante estar consciente de que Marco pudiera pensar que es un mentiroso, que todo lo inventó porque hay cosas que aunque reales parecen inverosímiles. Pero eso no le importó ni preocupó porque estaba cierto de que lo vivió y aprendió, y de que hubo personas de carne y hueso que participaron directa e indirectamente, les haya gustado o no, y les haya causado, incluso, algún trauma, o a las que simplemente provocó malestar y lo consideraron una mala persona. Él quiso que se supiera esa parte de su vida, entre el tránsito de la niñez a la juventud y de ésta a la adolescencia. Que sus familiares y las personas con que se relacionó expongan su punto de vista sobre los relatos expuestos, que cuestionen, que critiquen y que califiquen. Si lo acusan de inmoral, gandaya, mala onda y cabrón está bien, porque no hay justificación; empero lo que no estaba dispuesta a aceptar es que lo consideraran mala madre, como Marco. Que evalúen de acuerdo a sus experiencias y aprendizajes de vida, si hay credibilidad en las historias o si de plano creen que son producto de su imaginación, y si son detestables e incalificables. Así es como Él quisiera que lo analizaran, lo más imparcialmente posible, sin prejuicios ni actitudes moralinas, sin adoptar criterios religiosos ni dogmas. Con mente abierta y actitud realista. Que los hombres expongan su punto de vista sobre a qué edad creen que es posible sentir atracción por el sexo opuesto, y que las mujeres hablen de la edad en que sintieron cosquillas en su parte íntima. Esto a Él le parecía una discusión normal e interesante, más que nada porque reafirmaría o desecharía el prejuicio que hay respecto a que si no es con amor el acto o la relación sexual no tiene valor ni importancia ni razón de ser, no es puro, no es digno entre las parejas y mucho menos motivo de unión. Pero entonces ¿qué hay con la relación que deriva de la simple atracción física -producto de la mente- en el que no interviene el sentimiento –la sensación de mariposas revoloteando en el cuerpo por la emoción que envuelve al corazón-? ¿Es importante o no como aprendizaje en la vida de hombres y mujeres? ¿Es anormal e inaceptable porque va en contra de las directrices que dictan la religión y la sociedad? ¿Acaso es el amor el conducto para la moralización del acto sexual? o ¿Son acaso los sentimientos los que determinan la felicidad y la satisfacción que producen un orgasmo y una eyaculación? Él es de las personas que le dan tanta importancia a la relación sexual como al amor que deriva de una relación sentimental, pero sin embargo, disocia una cosa de la otra ya que el coito lo considera algo meramente físico que se puede llevar a cabo en cualquier momento, sin tabúes, sin compromiso y sin que haya necesidad de contestar al terminar la inevitable pregunta de ¿me quieres? Por lo que hace al amor -en su opinión- es un sentimiento complejo, un asunto del corazón que no se puede explicar, empero, que aceptaba, es el motor que mueve a la humanidad. Es imprescindible, motivador, y esperanzador, pero, también, doloroso y doblegador. Ante él se es vulnerable y se queda a expensas de padecer celos, ira e infelicidad. El amor es moldeable y fácil de manipular; es interesado y caprichoso; es peligroso y de temer; por eso hay quienes prefieren no externar sus sentimientos para no convertirse en víctimas. Después del amor platónico que aconteció en su vida de estudiante de secundaria –que fue doloroso y le causó tormentos- Él hizo todo lo posible por no abrirse sentimentalmente con ninguna mujer aunque estuviera enamorado. Para evitar enfrentarse a la petición de ¡dime que me quieres! o a la pregunta de ¿cuánto me quieres? de manera normal y constante Él empleaba expresiones como “mi vida”, “cariño”, “amor”, “ya sabes que me gustas”, lo que confortaba a la mayoría y las hacía sentirse posiblemente hasta deseadas, y que recibían con agrado. Pero tuvo una novia que de plano le dijo: “a mí no me gustan esas payasadas”. Sabiéndose un romántico, necesitó y forjó un escudo para no quedar expuesto en sus relaciones. Se volvió una persona falsa e hipócrita. Aparentemente falta de sentimientos –aunque la realidad era todo lo contrario-, pero así sobrevivió a relaciones que presentía lo conducirían al “abismo” del amor, del que no saldría bien librado. Esto también significó un aprendizaje de vida que puso en práctica aún en sus relaciones más formales. Siempre y aún a la edad que ahora tiene, ha vivido con el temor a convertirse en presa de ese sentimiento porque así como se puede ser feliz, también se puede padecer infelicidad, amargura y resentimiento. ¿Quién lo va a saber? Entre otras muchas cosas Él recordó la ocasión que contó a Manuel que ya habían transcurrido más de 45 años desde que se prometió nunca más fumar marihuana. No porque considere que es cosa del demonio o una droga maldita o un peligro, más bien porque lo estigmatizo. La primera vez fui el títere de mis amigos mala onda, quienes en lugar de orientarme sobre los efectos, la forma en que me iba a sentir y lo que tenía que hacer para pasarla bien y disfrutar el eleve, se burlaron de la forma tan estúpida en que me comporte. La segunda fue peor porque los efectos se tradujeron en la parálisis de la mitad del cuerpo, no era dueño de él, no podía mover las piernas, el cerebro dejó de funcionar, no enviaba la orden para destrabarlas. ¿Por qué? No supe explicarlo, aunque estaba cierto de que ello ocurrió después de haberme dado tres toques de mota de a tres jaladas cada uno. Esos casos sí que fueron dos malos aprendizajes de vida –confesó-. Sin embargo, vivencias como esas son necesarias para aprender y entender las cosas y no aceptar como verdades lo que se dice de tal o cual. Lo mejor es experimentarlo en carne propia y tomar lo que consideremos mejor. La verdad Manuel, por ejemplo, no comprendo lo que pasa hoy en día en torno a la mariguana. Desde siempre la mariguana ha estado prohibida disque porque tiene efectos negativos en la salud al ser una droga, no obstante que es una hierba natural, que porque cada vez es mayor la adicción entre los jóvenes y que porque a ella se deben accidentes mortales, y que porque motiva violencia y delincuencia. Mentiras. Puras mentiras. Así es como quieren inhibir y combatir el consumo, cuando, ante el hecho de que esto no ocurre, lo que deberían hacer las autoridades es iniciar campañas masivas de información respecto de lo que es la cannabis, sobre sus efectos y lo que puede ocasionar en el organismo si se abusa, para que los primo fumadores puedan reconocer la marihuana de calidad de la basura que se expende revuelta con hierbas diferentes, sobre las inconveniencias de combinarla con bebidas embriagantes y otros alucinógenos, sobre la diferencia que tiene con la heroína, la cocaína, los ácidos, las tachas, los cristales y demás productos químicos de alta toxicidad y otras cosas más que si son causantes de muertes. Eso –en mi opinión- además de didáctico, constituiría un plus en el aprendizaje de la gente. Sí sabes, que a causa del consumo de mariguana no hay personas que mueran, como sí ocurre con los alcohólicos, los fumadores de tabaco, los cocainómanos y los adictos a las drogas duras. El mayor número de accidentes automovilísticos mortales están relacionados con el alcohol y más recientemente con las selfies. La mariguana no produce reacciones violentas en los consumidores, por el contrario, los aplatana y apacigua, el alcohol, en cambio, primero acelera y luego produce el bajón, en tanto que las drogas sintéticas cuyos efectos más comunes, dicen, suelen ser cambios conductuales y emocionales, como experimentación de euforia, elevación de autoestima y desinhibición elevada. Aunque también, pueden originar confusión, ansiedad, agresividad, depresión e incluso ideas suicidas. ![]() Refirió Él que desde que se acuerda, la policía de a pie y los judiciales siempre han perseguido, extorsionado y explotado a los portadores de mota, lo que no ocurre con los adictos al alcohol porque el consumo de éste no tiene restricciones y su venta es libre en vinaterías, centros comerciales, cantinas, bares y restaurantes. O sea, es un producto adictivo no prohibido, lo mismo que el tabaco. Estoy de acuerdo –mencionó Manuel-. Pero la ley es la ley. Ante ella qué puedes hacer –preguntó a Él-. Pues aun así, con restricción, prohibición y penalización legal, la marihuana no se deja de consumir. Mira Manuel, el que quiere darse un toque se lo da y ya. El problema es conseguir la hierba, pues si a alguien lo cachan en una transacción de compra-venta, hay cárcel para el que dio y el que recibió, aunque sea un churro, y si resulta que portas más de los cinco gramos, que es lo permitido, te acusan de narcomenudista, así alegues que es para autoconsumo. Que jodida situación, no crees Manuel. Mira –mostró Él- estos reportes que han sido ampliamente publicados y difundidos precisan que las medidas aplicadas por las autoridades para combatir los delitos de droga son un fracaso, porque el mayor número de personas recluidas acusadas por portación de drogas, es principalmente por mariguana. El 41 por ciento de los presos federales acusados por delitos de drogas fue detenido por portar producto con un precio ínfimo y lo que es el colmo, el consumo de marihuana y otras drogas prohibidas no se persigue judicialmente, pero la posesión sí. El desacreditado presidente, hasta entre los que votaron por él, en un acto de iluminación propuso a los senadores que legislen para permitir a los consumidores de mariguana portar hasta 28 gramos y no cinco como está autorizado hasta ahora, pero contradictoriamente nada dijo sobre la legalización de la producción, venta y portación, que es donde radica el problema. Para tener esos 28 gramos de hierba hay que comprarlos en el mercado negro porque es ilegal, lo que te lleva a cometer un delito que es similar al que incurre un narcomenudista. Por tanto, si te cachan en la operación, te detienen y remiten al reclusorio. En mi opinión, si el pinche gobierno quiere combatir y acabar con las bandas dedicadas al narcomenudeo, lo que tiene que hacer, como está ocurriendo en Estados Unidos y otros países de Europa y Latinoamérica, es legalizar el consumo de marihuana con fines lúdicos y permitir a particulares la siembra y venta bajo la supervisión de una instancia tripartita, oficial, privada y de la sociedad, para que haya control en los volúmenes de producción y el precio al consumidor, pero que no salgan con pendejadas de que se permita portar hasta 28 gramos y que se mantenga judicializada la compra-venta. Han de pensar que si ocurre la legalización hoy o mañana, todos nos vamos a volver marihuanos. Hay millones que como yo –argumentó Él- probamos la mota una o dos o tres veces y no nos convertimos en adictos. Fue por curiosidad, por saber qué pasa al fumarla y experimentar los efectos que produce una planta natural que por alterar los sentidos se ha satanizado y compara con el sin número de drogas sintéticas. Cuando se es joven lo que es prohibido es atractivo. Y mientras discuten la conveniencia o no de legalizar la marihuana y mientras hablamos esto, en el país y en el mundo hay millones de personas jóvenes, adolescentes y adultos, hombres y mujeres, que se estarán dando su primer toque, porque autorizado o no, el consumo sigue. Imagínate, si es cierto lo que se dice, que de la población de 122 millones que se calcula hay en México, el 53 por ciento son jóvenes de 18 años en adelante ávidos de conocer cosas nuevas ¿cómo los controlas y los obligas a no fumar mota? y si es cierta la cifra de que hay casi cinco millones de adictos, eso es nada comparado con el número de quienes la prueban por primera vez. Yo no he fumado marihuana –confesó Manuel- y tengo 39 años. Más de una vez estuve tentado, pero no me animé. No sé si por miedo. El caso es que siempre que mis cuates me ofrecían dije que no. Y eso que iba con ellos a las tocadas, veía como expurgaban la mota y liaban el cigarro en la sabana, y las ganas con que fumaban. Pero no descarto probarla algún día. Y eso me lo facilitaría el que en el equipo de futbol en el que participo como entrenador, hay dos compas como de 24 años que siempre traen. Además, una chava con que estuve saliendo hasta hace cuatro meses, una ocasión, en el hotel, me propuso que para la próxima vez antes de tener sexo nos diéramos un toque para saber que se siente, que tan diferente resulta de cuando tienes sexo en tus cinco sentidos o bajo el efecto de unos alcoholes. Para mí esa –añadió- sería una buena experiencia. Ponerse pachecos los dos al mismo tiempo, de una manera planeada, no que cada quien fume por su lado y luego se encuentren y tengan contacto carnal, como suele ocurrir con el alcohol, que por lo regular lo consume el hombre. -Él sugirió-. Aunque sería mejor que lo hicieran en un motel, que tiene más privacidad que un hotel. Ir preparado con una grabadora y escuchar a Donna Sumer que al cantar Love to love you baby susurra muy cachondamente, apagar la luz, fumar con calma, sin apurar los toques e intercalar besos y caricias, como preámbulo a lo demás. Que los dos vayan de menor a mayor. Eso estaría chido hacerlo, aunque en mi caso Manuel –le expuso Él- ya estoy viejo para eso, y lo más probable es que quede mal. ¿Cómo crees? Al escucharlo decir eso, Él sintió que Manuel fue condescendiente. Y ¿qué pasó con esa proposición? No se realizó. Dejamos de vernos por un tiempo. Aunque creo que hubiera sido una experiencia diferente. No sé si buena, pero sí diferente, porque no estaríamos en nuestros cinco sentidos. ¿Y qué tal si no se pone firmes, si no paraguas, Manuel? Y qué tal que si sí y hasta rinde mejor. A lo mejor llega a pasar como cuando estas crudo y tienes sexo, que duras más, como si hubieras tomado viagra. Y riéndose al tiempo que hablaba, Manuel agregó: Ten en cuenta que en el hombre lo que importa al tener sexo, no es lo grande ni lo grueso, sino el tiempo que dura tieso. Ambos se carcajearon para celebrar esas sabias palabras. APRENDIENDO A VIVIR (VII) ![]() En una fiesta Él conoció a una chava como de 19 años que no bailaba bien pero se movía pegada a su cuerpo; no guapa pero que llamaba la atención, atractiva, con buena “pechonalidad” y algo de cadera que resaltaba sus curvas. Su cabello lacio y a los hombros de largo estaba peinado de raya en medio y echado el lado izquierdo hacia atrás de la oreja; vestía blusa color durazno, falda arriba de la rodilla y zapatillas de medio tacón. Su porte era un tanto cuanto formal, pero no su forma de ser, eso lo supo después. Se distinguía de entre sus amigas que tenían 15 y 17 años y vestían bien, pero de manera informal, porque su aspecto aunque jovial, denotaba seriedad. Inició una cumbia y casi de inmediato una señora de complexión gruesa, se acercó y dijo a Él, baila con mi sobrina, es un poco tímida pero le gusta bailar. Lo tomó de la mano como un niño y lo condujo hacia donde ella estaba sentada. Sí, sí. ¡Claro! No supo que más decir. Sentía la cara caliente. Lo apenó tanto la sorpresiva actitud de la señora, que satisfecha sonreía, como las risitas burlonas de los y las cábulas de sus acompañantes. Ya frente a ella, extendió la mano y le dijo ¿bailamos? No se bailar bien. No te preocupes, yo tampoco. Así aprendemos los dos. Él guardó la distancia debida de los cuerpos, pero ella poco a poco la acortó. No se juntaban, pero sí quedaron cerca el uno del otro. Eso le gustó e interesó. En efecto lo suyo no era el baila, le hacía falta ritmo, pero su perfume olía rico. Bailó otras cinco o seis piezas con ella en intervalos. ¡Oye! No está mal, fue el comentario de alguno de los cuates. Posteriormente, la mayor parte del tiempo que estuvieron en la fiesta Él lo pasé con ella, platicando más que bailando. Se enteró que estudió hasta la prepa y trabajaba en una tienda de ropa del Centro, en la calle 16 de Septiembre, y que hacía dos meses se había cambiado de casa con su mamá y dos hermanas más chicas que ella, a dos calles de donde viven sus tíos –los de la fiesta-, y no conocía a nadie. Eso le dio pie para declararse su amigo y ofrecerle la amistad de las chavas y chavos de la banda. Cada fin de semana son de fiestas en las que se fuma y toma una que otra cuba. Siempre haciendo todo lo posible por pasarla bien. Creo que te va a gustar –le dijo-. ¿Quién sabe? Lo voy a intentar. Solo dos veces salió con todos. En la tercera le comentó a Él que no le gustaba salir en bola, que siempre había mucho alboroto. Preguntó si quería ir con ella a otro lado. ¿A dónde? ¿Vamos por un helado? ¡Yo lo invito! Hoy cobre en el trabajo. ¡Bueno! –Respondió Él con agrado-. Gracias a ella Él probó por primera vez una Banana Split. Entre semana la pasaba con los cuates y hubo tres sábados seguidos que prefirió verse con ella. Uno de ellos se besaron, estuvieron abrazados y ninguno dijo nada. No hubo necesidad de proponer que fueran novios. Estar con ella lo hizo cambiar de costumbre. Con los cuates se reunía ya solo un rato por la tarde-noche, hasta la hora en que ella pasaba por la esquina, de regreso del trabajo. La alcanzaba e iban caminando rumbo a su casa, pero antes de llegar buscaban en alguna calle un lugar medio oscuro, no mucho para no llamar la atención, para echar novio. Ella lo propició. El que pasara más tiempo con ella obedeció a que lo atrapó con su temperamento. Cuando se besaban o más bien tuvo que aceptar Él, cuando lo besaba, introducía su lengua en la boca y la movía de un lado a otro, la metía y la sacaba, babeaban por las comisuras de los labios; lo abrazaba y se pegaba a su cuerpo, pedía que pusiera sus manos en sus nalgas y las acariciara, y así permanecían por largo rato. Cuando movía él la mano para tocar su parte intima, lo permitía sólo un breve instante, lo mismo que sus senos. Pero luego, con movimiento ágil retiraba la mano y pedía la colocara nuevamente donde estaba. Recargados en la pared se restregaban y casi siempre terminaban sudorosos; Él, además, mojado, ella, posiblemente también. A Él le gustaba cómo lo trataba. Le enseñó mucho y aprendió pronto. Esos fueron sus primeros y buenos fajes, los cuales, en la medida de lo posible y hasta donde le era permitido, replicaba en sus posteriores relaciones. Todo iba bien, según Él-. Se creía un galán y se sentía muy “picudo”. El desencanto llegó cuando ¡oh! triste realidad, ella pasó frente al lugar donde se encontraba con sus amigos, acompañada de un tipo que la llevaba abrazaba por la cintura y le decía quién sabe qué cosas que la hacían reír. La llamó por su nombre. Ella lo ignoró. Le valió que la viera y sin inmutarse, siguió el camino. Indignados más que Él, sus cuates le aconsejaron vamos a partirle la jeta, no seas güey. Como la respuesta fue que no, el escarnio de los amigos cayó sobre él. Después de esa noche tuvo que soportar burlas y cuchicheos tanto de conocidas y conocidos, como de personas con las que no llevaba amistad. Se aguantó. No sin pena, pues fue puesto en ridículo. Al cabo de unas semanas, del incidente ya no se habló, aunque quedó para el comentario chingativo. Por otra parte, como los integrantes de la tropa fumaban, Él se hizo aficionado al cigarro, como también tomaban, le tomó el gusto a la cerveza, al ron y el brandy, Al principio, los tres que eran más chavos se daban las tres rolando un cigarro, luego le siguieron con dos y más adelante ya era uno para cada quien. Igual pasó con la bebida, pero para esto ya eran cuatro. Una cuba o cerveza la compartían todos, luego fue una por pareja hasta que decidieron que cada quien tomara la suya. Y aplicaban el dicho de que “una no es ninguna, dos es la mitad de una y tres es una, y como una no es ninguna, volvemos a empezar”. Los cuates de mayor edad gustaban de jugar baraja y los chavos siempre los seguían a la casa propuesta para ello. Ahí se escuchaba música tropical, boleros y las rancheras de Javier Solís; bebían y fumaban, y casi siempre, por estar metido en el cotorreo Él perdía la noción del tiempo. Salía corriendo a las 12 o 12 y media de la noche, cuando, ya había pasado la hora del permiso. En un principio la costumbre de fumar y beber era en fiestas, luego se amplió a las sesiones de juego y llegó, incluso, en la vía pública. De manera disque discreta lo hacían cuando algún viernes o sábado no había tocada ni cita con una novia. Su vida le parecía chingona, muy distinta a la de sus compañeros de secundaria. Nada de lo que le pasaba era planeado, acontecía casi de manera natural, aunque algunas ocasiones si las propiciaba. Como en la escuela, que le gustaba buscar a alguna de las chicas que le gustaban para platicar, la apartaba de sus amigas y le pedía que se sentaran en una de las jardineras o bancas. Buscaba las alejadas y solitarias con la intención de no ser interrumpidos por quienes jugaban. Les preguntaba sobre las nuevas canciones que tocaban en el radio; ya escuchaste esta o aquella. “El silencio es oro”, es muy cursi, igual que “Gotas de lluvia sobre mi cabeza”, pero son muy buenas. Esa otra que habla de los amigos que se gustan, es muy fresa ¿No la has escuchado? Casi siempre llevaba la voz cantante, le gustaba ser escuchado, tener su atención aunque fueran bobadas las que dijera; movía las manos, hacía gestos, reía y las hacía reír; buscaba impresionarlas; le interesaba que se interesaran en él para que en el momento que dijera me gustas y quiero que sean mi novia, la respuesta fuera el sí esperado. En muchas ocasiones resultó, fue fácil, pero en otras, antes de la negativa le echaban en cara que no toma en serio a las muchachas que son sus novias, que nada más quiere pasar el rato, que lo que busca es presumir de galán, que quiere dar celos a fulana, que si ya cortó con zutana, que si hizo alguna apuesta con sus amigos. Además, lo acusaban de faltarles al respeto y de que no únicamente se conformaba con darles besos y abrazarlas, sino que quería otras cosas. En resumen, había muchos no que a fuerza de insistencia eran corregidos. Esto le daba confianza, lo hacía sentir seguro, pero también, a la vez, lo conducía a comportarse como un patán. También lo hacía creer fantasiosamente que podía ligar con quien quisiera sin tener que destacar en aspectos importantes y sobresalientes como ser un buen estudiante, un compañero decente, una persona con distracciones acordes a la edad. Dentro de la escuela y fuera de ella tenía fama y, aunque no le satisfacía aceptarlo, no de las mejores. No obstante, ello no le preocupaba. Continuó con un comportamiento vale madre, burlándose de lo bobos que eran las chavas y chavos de su edad, imitando los vicios y formas antisociales de los mayores con que se juntaba, desoyendo los consejos de personas respetables y responsables, adulando a los promotores de la desobediencia. Las vivencias que hasta entonces había acumulado lo satisfacían aun cuando a ciencia cierta ignoraba su importancia, si resultarían en influencias positivas o negativas, y la forma en que impactarían su futura forma de vida. Estaba como enceguecido, alucinado, por no decir apendejado. A su corta edad, navegando en el mar de la ignorancia, Él vivía lo que corresponde a un adulto con sus vicios, el sexo, el tabaco, el alcohol, y tenía la fama de un malandrín; era irreverente ante la autoridad de sus padres y mostraba una carencia de respeto por los valores morales. El problema era que no se daba cuenta de lo que acontecía a su alrededor o, lo más seguro, que no quería aceptar los errores que hasta entonces había cometido. ![]() Sin embargo, hubo cuatro hechos o experiencias de vida que lo marcaron como consecuencia de su irresponsable, loca y desenfrenada existencia, que de manera abrupta aparecen en sus recuerdos. No logró quitárselos de encima y por eso es seguro que forman parte de su aprendizaje de vida. Cuando perdió la virginidad. Antes de ello su mayor experiencia sexual era masturbarse viendo en las revistas mujeres desnudas o después de haber leído literatura barata sobre las vivencias de las prostitutas que aparecen como personajes en “Memorias de una pulga”. Pasar del acto autocomplaciente envuelto de fantasías al gozo de estar con una mujer y usar su sexo y el de él como instrumentos de placer físico, le fue algo extraordinario. Sentir su calor, su humedad y escuchar sus gemidos. Lo anterior lo llevó a concluir que no hay nada mejor en la vida que el sexo. Otro, la primera vez que sintió rabia. El encabronamiento y la vergüenza mesclados a causa de la mala jugada de la novia que se lo fajaba y que se placeó con un galán frente a él y sus amigos. Él se decía que no era por celos ya que el atractivo de la relación era sexual y no sentimental. Creía más bien que fue por las burlas de que fue objeto, por los comentarios hirientes y chingativos de amigos y enemigos, por la preocupación del deterioro y descrédito de su imagen, por la vergüenza de haber quedado en ridículo y ser expuesto como un cornudo. Uno más, el enamoramiento. Hasta antes de que ocurriera, desconocía las sensaciones que provocan la presencia de una mujer por la cual se siente una sana atracción –no sexual-, la alegría de verla, de escuchar su voz y su sonrisa; de extrañarla, de tenerla presente al escuchar una canción, de sentir celos e imaginarla en sus brazos y besarla. Eso le pasó con una de las prefectas de la secundaria. Chaparrita, morena clara y cabello a media espalda. Tendría 19, 20 años y su carácter era agradable, nada renuente a las pláticas y aficionada a la música y el baile. Con ella tuvo trato dentro y fuera de la escuela. Varias ocasiones la acompañó a la parada del camión y caminaban platicando en compañía de su hermano que había ingresado al primer año. En una excursión que organizó un maestro a los Dinamos -a la que fue con una de sus hermanas y una secretaría, que valga decir, le gustaba a su amigo Linares-, se separaron los cinco del resto del grupo e hicieron una larga caminata por una zona de pequeñas barrancas que permitía ofrecerles la mano para ayudarlas a subir y tomarlas de la cintura para bajar; él buscaba la de ella. Y, en uno de los bailes escolares por el fin de año, la sacó a bailar y como en un principio no se acoplaban, reían al unísono; ahí conoció a otra de sus hermanas, la más chica, por la que meses antes de que cumpliera 15 años, fue invitado por sus dotes de bailarín a ser uno de sus chambelanes, lo que propició que tres veces a la semana hiciera acto de presencia en su casa. La sentía cerca, era un soñador, un iluso que confundió lo que sería amistad con algo más. Fue su amor platónico. Ella le despertó un sentimiento jamás experimentado, enajenante, perturbador y doloroso, que con el paso del tiempo supo era lo que se llama enamoramiento. Es decir, un momento de pendejismo de tiempo indefinido que, no obstante, aún dura en su pensamiento. Se enamoró de la chica equivocada, por la cual aún suspira. Por último, las lamentaciones. Los problemas que causó a sus padres –no obstante que ellos fueron las personas más importantes y queridas de su vida- a causa de los vicios aprendidos y su comportamiento errático. Todo se conjuntó para que se convirtiera en un irrespetuoso, irresponsable y mal agradecido. Como hijo de familia nunca le falto lo necesario para llevar una vida digna: cariño, un techo, alimento, vestido y dinero cada semana. Pero eso no lo valoró como tenía que ser a pesar del esfuerzo de su padre por el trabajo y de su madre por atenderlos a él y sus hermanas y hermanos. No correspondió, no atendió como tenía que ser sus obligaciones. Daba más importancia a la relación con los amigos, a las fiestas, a las escapadas con las chavas jaladoras en noches envueltas en humo de cigarro y sabor a cerveza o alcohol, y a la posibilidad de fajes húmedos, que a la exigencia de su padre de llegar los sábados a las 11 de la noche, a más tardar, o a la convivencia familiar por mayor tiempo. Sus llegadas en la madrugada -a veces medio borracho- causaban malestar y enojo, y como consecuencia regaños y hasta cuerazos, y provocaban discusiones entre sus padres, porque su madre siempre sacaba la cara por él. ![]() APRENDIENDO A VIVIR (VI) Fue en el segundo año de secundaria cuando empezó lo bueno, y para fortuna de Él se prolongó al tercero. Destacó como buen bailarín en las fiestas escolares y en las que se hacían en casa de alguien, y como la mayoría de sus compañeros no bailaban porque no sabían o les daba pena, a Él lo buscaban las chavas. Bailaba con las que le gustaban aunque fueran torpes para mover los pies y llevar el ritmo, pues lo que quería era abrazarlas, tenerlas cerca. Pero también lo hacía, principalmente, con las que le entraban, y bien, a la música tropical y al rock de los Teen Tops, los Locos del Ritmo, los Crazy Boys, que le facilitaban mostrar sus dotes. Eso le permitió tener novias, la mayoría temporales. Tenía tres amigos. Eran Góngora, Baños y Anguiano con los que más jalaba de su grupo, y con Linares y Palacios, del segundo B. Les gustaban las pintas. Iban a la arboleda a echarse en el poco pasto como lagartijas, porque ahí acudían también chavas de otras secundarias o a Chapultepec, a remar y echar guerritas de agua de lancha a lancha. Ligar era difícil, pero echar cotorreo no. y a eso iban y lo disfrutaban. Pero la pinta más memorable fue cuando para festejar su cumpleaños, Góngora les propuso Él y a Baños, ir a la zona roja de Cuautla. Los detuvo en la calle antes de entrar a la escuela y les dijo: ¡Vámonos de pinta! ¿Qué dicen? Anímense. Pero ésta vez vamos a Cuautla de putas, a la zona roja. ¡Yo invito! Baños y Él lo miraron con sorpresa. Su rostro mostraba turbación y le lanzaban a su amigo miradas cuestionadoras como diciendo ¿Qué onda contigo? A Él le impactó escuchar la palabra putas, no porque no supiera a que se refería Góngora, sino porque a su edad le parecía imposible poder tener contacto sexual con una mujer que se dedicara a vender su cuerpo. Además, no sabía dónde era Cuautla. ¿Es en serio? –Inquirió Él-. Góngora respondió con un categórico ¡claro que sí! ¡No inventes! –Expresó Baños-. Yo ni novia tengo, y dicen que las putas son malas, que te enferman. No inventes Baños, no sabes lo que dices. ¿A poco no les gustaría estar por primera vez con una chava? A mí sí, por eso les digo que vayamos a Cuautla. Me dijeron que hay chavas muy buenas. Además, hay que saber de qué se trata. ¿No? Ese quiero que sea mi regalo. Hoy es mi cumpleaños. Yo quiero ya dejar de imaginarme que se siente coger –expresó-. Esa sí sería una buena experiencia. Estaría bien ir –habló Baños-. Aunque titubeante, Él respondió con un ¡ya vas! Dieron la espalda a la escuela y emprendieron el camino rumbo a la avenida principal donde abordaron el camión que los llevó a San Lázaro, a la Central Camionera. Góngora compró los boletos y a las ocho de la mañana en el autobús iniciaron el camino rumbo a un lugar desconocido del que no sabían nada ni qué esperar. La incertidumbre fue emocionante. Llegaron a la terminal de Cuautla y cuando salieron a la calle se toparon con un gran mercado. Puestos por aquí y por ella. No sabían hacia dónde caminar y mucho menos tenían idea de dónde se encontraba la zona roja, Hay que preguntar –dijo Él- ¿A quién? -Cuestionó Baños-. A esos cuates -señaló Góngora con la mano extendida y el dedo índice-. A los que compran tamales, ellos han de saber. Se acercaron y sin rubor alguno, Góngora preguntó ¿ustedes saben cómo se llega a la zona? Eran dos. Al voltear los miraron de arriba abajo y echaron a reír. Tendrían 18 o 20 años. ¡Pinches chavos calientes! Así que se fueron de pinta y quieren mojar la brocha, o más bien el pincel, dijo burlón el más moreno y alto. ¿Si saben o no? Les preguntó nuevamente Góngora. Sí, ésta bien. Vamos a iniciar el día con una buena acción. Caminen por esta calle hasta la avenida con camellón y árboles, dan vuelta a la derecha y siguen todo derecho hasta donde está la… y a la izquierda y luego todo derecho y ya llegan. Aunque es temprano. ¡Verdad! -Se dirigió a su compañero, quien reafirmó que sí-. Aprovecharon el mercado para comer unas quesadillas y tomar café. Faltaban como 20 minutos para las 12 del día cuando llegaron cansados de caminar y sudorosos a la calle donde se encontraban los primeros locales. Se oía música. Vieron a varios hombres medio borrachos salir de un local y a mujeres con vestidos de color chillante muy cortos. Se despedían de beso y abrazo. Los esperamos pronto, les decían sonrientes mientras los observaban subir a un coche. Cuando pasaron los tres, ellas los miraron como “bichos” raros, que sí lo parecían, cargando mochilas y vestidos de uniforme. Apenados bajaron la cabeza y siguieron caminando. Se percataron de que por donde estaban ya no había locales, sino casas. Todo estaba en calma. Por una ventana abierta se asomó una mujer demacrada y despeinada. La miraron. Hay que seguir adelante -dijo Góngora- y más adelante encontraron a un vendedor de nieve de limón, se detuvieron a comprar, ya que el calor estaba inclemente. ¿Buscan carne? Mientras vertía en un pequeño vaso de plástico el producto, los miraba a uno y a otro recorriendo la vista. -Sin que tuviera respuesta continuó el joven nevero-. Allá, en la casa pintada de verde y blanco hay buenas mujeres, la mayoría son jóvenes, les pueden hacer un buen trabajo. ¡Ah! Sí. Gracias. Rumbo a la casa recomendada salieron al paso mujeres que decían “los estoy esperando corazoncitos”, “aquí está lo bueno”, otras los llamaban con un movimiento de mano desde las ventanas. Llegaron. La puerta de madera era de dos hojas y una estaba abierta. ¿Tocamos o entramos? –Les preguntó Él- En respuesta, recibió de Góngora un empujón que lo hizo dar dos o tres pasos hacia el interior, tras haber golpeado con la mochila la hoja de la puerta que estaba cerrada y hacer ruido. Pasen, se oyó una voz femenina. Era una estancia amplia casi cuadrada en la que había sillones viejones y varias mesas de centro con sillas bajas alrededor. Una rockola y varios espejos. ¡Bienvenidos! –Dijo al tiempo que los observó de arriba abajo-. Era una mujer –no joven ni vieja- vestida con pijama rosa de flores, el pelo recogido con una toalla y calzaba sandalias. No era fea, no traía maquillaje. Si quieren lo que creo vienen a buscar les cuesta. Y digan si van a querer para llamar a tres de mis niñas, que estoy segura, les van a encantar. Con tono tímido, Góngora dijo que estaba bien, al tiempo que sacaba el dinero de la bolsa trasera del pantalón. Contó los billetes y los entregó. Él no logró recordar, tiempo después, el precio de la prostituta con la que perdió la virginidad. Pasen por acá, caminó la señora y la siguieron hasta otra pieza grande de techo muy alto, más que las paredes de los cuartos en que estaba dividida y a los que se accedía por un pasillo largo. Antes de ocupar cada quien uno, llegaron las chavas: una usaba blusa blanca transparente sin sostén y un short rojo; otra una bata corta azul claro y calzones tipo bikini; y una más, morena clara de cabello largo, que traía puesta una playera negra con la impresión de un barco y la leyenda: “Recuerdo de Acapulco”, sujeta a la cintura y un short de mezclilla. No eran ni flacas ni gordas ni tampoco feas, y en su rostro destacaba una amplia sonrisa que las hacía lucir bien. De manera coqueta dieron unas vueltas en redondo. ![]() Él escogió a la de cabello largo, Baños a la de la bata, y Góngora a la sin sostén, que al parecer era la de mayor edad. Lucy -así le dijo a Él que se llamaba-. Lo tomó de la mano, se introdujeron en el cuarto y cerró la puerta. Salieron de la “casa de placer” sin decir nada, sólo se dirigieron miradas cómplices y sonrieron. Había satisfacción en los rostros. Eso decía más que lo que pudieran contar sobre lo que hicieron, o para ser exactos, lo que les hicieron. Sobre lo que aconteció Él nada más comentó a Góngora y Baños una cosa, y eso porque le pareció chusca y valía la pena. Tan memorable le fue que no obstante el paso de los años, ese episodio siempre lo tiene presente, muy fresco, como si acabara de pasar. Estaba arriba de ella, y como en el cuello traigo un colguije –les enseñó, desabrochándose los botones de arriba de la camisa, que era de esos que elaboran los indígenas e hicieron famosos los hippies- que con el movimiento se columpiaba hacia adelante y hacia atrás y en ocasiones la punta le rosaba la cara de la chava, cuando de repente, sin esperármelo, pues estaba concentrado en lo mío, ella dijo con tono enérgico, “te quitas esa chingadera que me hace cosquillas en la nariz o te apuras”. Mi primera reacción fue quedarme quieto. Luego, agarré con la mano derecha la punta del colguije y me la metí en la boca para aprisionarla con los labios. Acto seguido, reanude la labor y ya no hubo queja. Ni me lo quité, ni me apuré. ¿Cómo ven? Los tres soltaron sonoras carcajadas. Caminaron de regreso a la terminal de autobuses y a su llegada Góngora compró tres refrescos de naranja y luego de terminar el contenido, fueron al mostrador de la línea Flecha Roja a comprar los boletos que indicaban el destino y la hora de salida: Cuautla-México, 13:50 horas. En el trayecto no hablaron más después de que acordaron no contar nada sobre la ida de pinta a la zona roja de Cuautla. De ese lugar Él escuchó decir pasado un tiempo que era el mejor prostíbulo, el más grande, conocido y visitado de todo México. Si lo era o no, no lo supo, porque después de esa ocasión nunca más lo visito. Llegaron a San Lázaro y abordaron el camión que los conduciría al rumbo de sus casas. Él bajó primero. Nos vemos mañana -dijo al despedirse-. Góngora y Baños estiraron sus respectivas diestras y las estrecharon con la de Él, al tiempo que los tres intercambiaron miradas de satisfacción. Al llegar Él a su casa, su mamá le preguntó ¿cómo te fue? ¿Por qué tan tarde? Me fue muy bien. Todo bien. Hoy aprendí cosas nuevas. A partir de ese encuentro sexual, a las chavas Él las veía y buscaba dependiendo de sus cualidades físicas y edad, no flacas ni gordas, de pechos de tamaño regular, y de buen chamorro, preferentemente mayores. Igualmente, las sesiones masturbadoras se hicieron más frecuentes y placenteras, y las mañas para convencer a quienes posteriormente fueron sus novias de que se dejaran agarrar las piernas o los pechos, exigieron habilidad verbal, paciencia, y aprender a hacerlo con naturalidad. Sin brusquedades, para no asustarlas. Como si fuera un accidente. ¡Ay! Disculpa. Y luego, una vez más y otra y otra y otra lo hacía, pero ya sin disculpas, hasta que sin decir ya nada, la metidita de mano se hacía costumbre. ¿”Cómo crees que me quiero aprovechar de ti”? ”Yo te respeto, porque eres mi novia” “Que te toque no tiene nada de malo si lo vemos como algo natural”. “Si lo hago es para conocernos mejor”. ”Qué si se lo hacen a mi hermana, es cosa de ella si se deja, pero igual tiene que aprender” ¡”No seas tonta”! ¿”Crees que somos los únicos que lo hacemos”? ¿Qué? ¿”Cómo puede ser posible que pienses que es pecado”? ¡”Uuuy! Ni se te ocurra contarlo a alguna de tus amigas, porque se hace chisme”. “Éste es nuestro secreto”. Verbo y paciencia –decía Él-. El contacto físico con las mujeres era importante en sus noviazgos. Era obsesivo. Se volvió un vicio. Si estaba sentado junto a una de ellas forzosamente su mano buscaba sus piernas, cuando se besaban de pie las atraía rodeando su cintura con un brazo hasta que los cuerpos quedaran juntos. Si había resistencia, cedía un poco, después insistía, y así, hasta lograr no únicamente retenerla, sino también tocar sus senos y las incitaba, sin éxito, a que ellas hicieran lo propio dirigiendo alguna de sus manos. El baile -otro vicio- lo llevó a hacer amistad y juntarse con la banda que se había formado en la calle donde vivía. La mayoría más grandes de edad y a quienes los fines de semana no faltaban fiestas, ni amigas ni despapaye. En bola llegaban a la casa de fulana porque es su cumpleaños, de zutana que terminó la secundaria y a la de mengana por ser Día del Amor y la Amistad, y hasta a bailongos donde no conocían a nadie porque la invitación se la hicieron al amigo de uno de sus amigos que a su vez los invitó pero que no vino, y nunca hubo problema ya que cuando querían eran bien portados, y bailaban con todas. Casi siempre encontraban parejas que le ejecutaban al baile, y como todos bailaban bien, aunque había dos que se destacaban porque lo hacían muy bien, se formó una banda mixta que armaba el ambiente. De esta convivencia poco a poco surgieron parejas de novios y encuentros casuales que iniciaban con un beso y en ocasiones pasaban a la manoseada mutua. ![]() APRENDIENDO A VIVIR (V) Cuántas cosas se aprenden con el paso del tiempo, pero lo mejor acontece durante la juventud y la adolescencia. ¡No te parece Marco! Son aprendizajes de vida. Yo –precisó Él- así les llamó. Difícilmente se olvida cuando conoces y aprendes algo nuevo y la circunstancia en que se dio. La primera vez de un hecho, aunque se pueda llegar a repetir en el correr de los años, es la que prevalece. Es la que forma parte de nuestra historia personal. No crees Marco que sería interesante hacer una encuesta en la escuela para saber qué tipo de experiencias tuvieron compañeros y compañeras en su infancia y juventud y si de alguna forma dejaron huellas que se manifiestan ahora en la adolescencia. De esa forma podríamos conocer, además, algunas de sus intimidades, sus gustos, sus fobias y vicios. Eres un morboso. No sé cómo no te avergüenza proponer algo así, como si hurgar en la vida de los demás fuera algo por lo que uno se pudiera sentir orgulloso. Eso es degradante y habla muy mal de ti. Bájale Marco, ni que fuera para tanto. Él le explicó que únicamente se trataría de tener información extra para saber de qué manera hay que comportarse con cada una de las personas con las que conviven cinco días de la semana. En serio que hasta me da pena ser tu amigo -escuchó Él decir a su amigo-. Lo anterior lo recordó Él en uno de los tantos momentos de retrospección en los que se sumergía para evaluar qué tan conforme o inconforme, que tan feliz o infeliz se sentía con la forma en que ha vivido su vida, de la que afirmaba nada cambiaría si la volviera a vivir desde un principio. No hay arrepentimientos, si lamentaciones, pero nada más. Las experiencias afortunadas y las desafortunadas dejan igualmente una huella, un aprendizaje que se refleja en el comportamiento de la vida adulta. Quien se arrepienta de lo vivido será porque es presa de los remordimientos que lo atormentarán para siempre, hasta la vejez y quizá hasta el último minuto antes de morir. La vida es para disfrutarse y Él se jactaba de haberla vivido hasta ese momento cómo quiso y de acuerdo a cada una de las circunstancias en que se encontraba, fuera con la familia, con los amigos, con las novias y las amigas con derechos. Si fue de acuerdo a las normas impuestas por la sociedad bien, si no, también, pues no se puede tener una vida plena cuando se tiene, por obligación, que quedar bien con los demás o cuando hay prohibiciones. No. Y repetía constantemente la frase inventada entre amigos “Nada sin exceso, todo con el sexo”. Lo que importa es estar bien con uno mismo, estar convencido de lo que se quiere y tratar de conseguirlo de la mejor manera. Que eso implica romper muchas normas, sí, pero vale la pena arriesgarse al cuestionamiento de quienes no están de acuerdo con uno, pues nadie somos “monedita de oro” y por tanto hay a nuestro alrededor gente que está de acuerdo y comulga con nuestra forma de ser, así como opositores que rehúyen la presencia y amistad de quienes consideran son unas lacras. Nunca a nadie, afirmaba Él, se le da gusto, para bien o para mal, y por ese motivo siempre trató de hacer lo que se proponía sin medir consecuencias, lo más libre posible de ataduras sociales, morales o religiosas. Uno de sus principales cuestionadores fue precisamente Marco, con quien convivió muy cercanamente durante el bachillerato y a quien llegó a confesar parte de lo que llamaba sus aprendizajes de vida, con los cuales, en su mayoría, su amigo no estuvo de acuerdo. Recordó la ocasión en que Marco le dijo con sarcasmo, sí que has tenido experiencias y aventuras. Sean reales o inventadas, tienen su atractivo y hasta puede que sean envidiables. A mi nada así me pasó, pero no por eso te envidio. Mi vida ha transcurrido muy apacible, tú dirías que aburrida, pero a mí me gusta así y no la cambio. Desde la primaria siempre me junte con niños. A las niñas nunca las vi con morbo, como tú. Jugábamos, corríamos y participábamos en los festivales de la escuela. A esa edad no bese a una niña, no sentía siquiera curiosidad. Lo más atrevido con niñas y jóvenes era cuando íbamos a nadar al río, allá en el pueblo de mis papás, o cuando paseábamos a algún balneario. Después de escuchar lo anterior, Él observó en Marco una extraña expresión. Su mirada era fija, seria e inquisitiva. Luego cambió y en su rostro apareció una mueca burlona acompañada por un movimiento de cabeza de derecha a izquierda y viceversa, y emitió el sonido de una M prolongada: mmmm. Con lo que me has platicado es suficiente para darme cuenta de por qué eres como eres. Crees que sabes mucho de la vida y de las mujeres porque aprendiste rápido, pero no. Eres mala onda con las chavas que son tus novias; más que eso, eres mala madre. Te vale madre si las lastimas. Únicamente te importa el faje. Si no te hacen jale, las ignoras y te buscas con quien cotorrear. Te sientes muy fregón. Tu comportamiento me confirma que lo que dices que te paso de chavo de nada te sirvió, no lo aprovechas para tener un mejor comportamiento con las mujeres. Todo se te hace muy fácil y te molestas cuando no logras lo que quieres. Él lo interrumpió para decirle que podrá ser mala onda o un cabrón, pero no mala madre, porque a las chavas con que cotorrea no las engaña, les hace saber que no le gusta andar de manita sudada, y daba por asentado que sabían a lo que se refería. ¿A poco crees que ellas son toda seriedad y decencia? También hay chavas cabronas. Si eres bien portado piensan que eres pendejo. Y yo prefiero que digan que soy un cabrón y no un pendejo del que se puedan reír. Entonces –riño Marco- ¿Por qué haces novia a chavas que no les gusta el desmadre? Tú las conoces. ¡Ah! Pero si alguna que es tranquila te gusta, a como dé lugar la quieres ligar y andas detrás como perro. Y, lo peor es que te hacen caso. ¡Claro! Hay que tener poder de convencimiento. Hay que ser labioso. –Alardeó Él con cinismo-. Bueno, Marco ¿por qué me atacas? Como consecuencia del reproche de su amigo, por un tiempo, sin saber por qué, Él no dejó de pensar en eso de ser mala madre. No por tener remordimientos sobre su forma de ser y conducta. Lo desconcertó la actitud puritana de Marco, sus cuestionamientos, que sabía sinceros, porque platicaran o discutieran sobre cualquier tema, estuvieran de acuerdo o no, no se comportaba así. Algo de lo que le conté, seguramente le molestó. Se llevaron bien casi desde conocerse al entrar al Colegio de Ciencias y Humanidades a estudiar el bachillerato, a pesar de que en cuanto a música, diversiones y muchachas, los gustos eran diferentes. Marco era serio, mesurado y juicioso. Él, alocado, impulsivo e irreverente. Marco buscaba chicas acordes a su forma de ser; a Él le daba igual. Bastaba que le gustaran y que fueran de jale. Ninguno preguntaba por qué andas con tal o cuál. Que si es seria o relajienta, guapa, medio guapa o fea, flaca o gorda, chaparra o alta, morena o clara, de buenos pechos y nalgas regulares, o no. Les gustaba hablar de política, a causa de la costumbre de los maestros que en su mayoría participaron en las manifestaciones de los movimientos estudiantiles del 68 y el 71, de hacer alusión en sus clases a la política represiva de los presidentes asesinos Gustavo Díaz Ordaz y Luis Echeverría Álvarez, a la falta de libertad en el país para expresarse y manifestarse, a la persecución y encarcelamiento de los opositores y críticos al sistema, a la existencia de grupos paramilitares y guerrilleros en Guerrero y estados del norte, al hostigamiento de Estados Unidos contra Cuba, y al intervencionismo del gobierno gringo en Vietnam. En muchas ocasiones, al unísono y a grito abierto les mentaron la madre a los asesinos de estudiantes el 2 de octubre en Tlatelolco y el 10 de junio en el Casco de Santo Tomás, y a su séquito de arrastrados y cómplices, igual que a los pinches presidentes gringos que se creen los policías del Mundo. Disfrutaban –más Él que Marco- la naranjada Bonafina en tetrapak combinada con ginebra, y echar cotorreo con los compañeros. Pero para Marco primero estaba el estudio, luego las chavas y el despapaye; para Él, lo contrario, aunque en ningún semestre reprobó materias, no porque fuera buen estudiante, sino más bien, porque Marco lo apoyaba igual que a otros compañeros con clases fuera de la escuela, explicando lo que no entendían de matemáticas, biología, química y física, materias que para Él sirven para nada y para pura chingada cuando se piensa estudiar una carrera del área de Ciencias Sociales. Así eran. Pero a Él le calo que Marco haya dicho que es mala madre con las muchachas. Eso lo hizo cavilar y retroceder al tiempo de estudiante de secundaria, cuando ingresó a una escuela Técnica Industrial y Comercial unos meses previos a los 13 años, lo llevó a recordar sus primeros noviazgos y a la chava de mayor edad que vivía por su casa y con la que anduvo cuándo cursaba el tercer año, que lo instruyó en lo que según ella era un noviazgo y de la que aprendió muchas cosas; con las que reforzó sus habilidades para el baile tras haber entendido la importancia que tiene saber moverse al ritmo de la música para relacionarse con las mujeres. Ese plus de su personalidad lo aprovechó cada vez que se presentaba una oportunidad. Su mamá a los seis años le enseñó los pasos básicos del danzón y, sabiamente, le dijo: a partir de esto podrás bailar lo que sea, cualquier ritmo. ¡No se equivocó! Así es que noviero y bailarín, Él se sentía diferente a la mayoría de sus compañeros de secundaria, quienes mientras él observaba en el descanso a las compañeras, sus senos y curvas que ya se hacían notorios, más en unas que en otras, ellos preferían corretear el balón y hacer boberías. Entre los de segundo y tercero había quienes ya les echaban los canes a las chavas o eran novios a escondidas. Con ellos hizo migas porque se dieron cuenta que era como a ellos, que les gustaba el desmadre y robar tortas, frutas o gelatinas, lo que empezó a hacer Él luego de que un día sacaron de su mochila el desayuno que le había preparado su mamá, quedándose sin saborear el sándwich con frijoles refritos, jamón, queso blanco y chiles en vinagre. La escuela era grande. Al frente había un jardín cercado con malla, pues no era público, con bancas en los andadores de tezontle rojo que contrastaban con el verde del poco pasto y algunos árboles; en el interior había jardineras con plantas ornamentales. En la parte de atrás del terreno, la pista de atletismo rodeaba las canchas de básquet y volibol. Pasando el portón de la entrada principal, antecedido por el estacionamiento, a la izquierda estaban las oficinas de la dirección y del lado derecho el auditorio, separados por un amplio espacio cuadrado techado; seguía un patio grande rodeado por los salones y las instalaciones de los diferentes talleres, y entre ese espacio y el área de educación física, en el pasillo que los comunicaba, la cafetería. Los directivos y maestros, no obstante aplicar una estricta disciplina, eran asiduos promotores de las fiestas escolares, pero no únicamente de las tradicionales de bailables folclóricos para festejar el Día de las Madres y el 15 de Septiembre, sino también de las que involucraban bailes de cumbia, de rock and roll de los 60’s en inglés y español, y de grupos actuales para la interacción y divertimento del alumnado; las última dos horas se suspendían clases. Los motivos para celebrarlas eran el fin de cursos, la Navidad y Año Nuevo, y el día del Estudiante. Otras ocasiones, en domingo, se realizaban tardeadas con grupos de rock en vivo para colectar dinero que se empleaba en hacer mejoras a las instalaciones o para apoyar en la graduación de quienes concluían tercer año. Estas fiestas y las de diciembre eran las mejores porque se podía vestir ropa de calle. La figura de las compañeras cambiaba y mejoraba demasiado cuando llegaban ataviadas de vestido o falda arriba de la rodilla, medias y zapatos de tacón; maquilladas y peinadas a la moda. Él y los demás lucían pantalones acampanados y camisas de cuellos y puños anchos. ![]() Durante el primer año Él fue más o menos calmado. No tuvo novia. Platicaba igual con compañeras de su grupo, de las que sólo dos le gustaban, que con las de segundo, entre quienes había chavas más guapas y físicamente en vías de desarrollo. Tenía pocos amigos y la afinidad con ellos era que no gustaban pasar el tiempo libre jugando. Hablaban de música, más que nada de rock pesado, como se le identificaba a lo que tocaban Grand Funk, Deep Purple, Jimmy Hendrix, las bandas Chicago, Rare Heart y Blood, Sweat and Tears, Santana Abraxas, sus “Satánicas Majestades” los Rolling Stones, la Crema, los Doors, los Kinks, Iron Buterflay, Janis Joplin “La Bruja Cósmica”, y de los Beatles, cuya película Let It Be recién había llegado a México, de los Animals, los Monkees, los Creedence, y de cantantes de baladas como B.J. Thomas, Neel Diamond y Steve Wonder, que escuchaban en radio Capital, La Pantera o Radio Éxitos. APRENDIENDO A VIVIR (IV) ![]() Quedaron de verse en el departamento a las siete de la tarde, cuando se despidieron al regresar de avenida del Taller, donde limpiaron y dejaron todo listo para la tocada que iniciaría según la invitación, a las ocho de la noche. Los primeros en llegar fueron Enrique, Tomás y Ángel, seguidos por las hermanas y primas de Esteban. Jorge llevó en su coche a Silvia, a Caro y a Carlos. Él llegó como al 7:20 con su hermana y coincidieron con los músicos que subían por las escaleras los bafles y cajas de los tambores de la bataca. Luego arribaron el Chato y Cesar. Los integrantes del grupo ya estaban listos cuando 30 minutos antes de las nueve, Gil, el cantante, pidió que se apagara el tocadiscos, suspendiendo el Sumer Time de Mungo Jerry. Se escucharon aplausos y chiflidos de la concurrencia. Buenas noches, esperamos la pasen de poca M. Somos Los Perversos y vamos a tocar lo mejor de nuestro repertorio. Comenzaron con Love me to time. No hubo una sola chava que estuviera sin bailar. La animación fue inmediata y una tras otra, las rolas contaron con el favor de los presentes. Hasta las tres chavas que acompañaban a los del grupo, le entraron al baile. Enrique y Carlos se ofrecieron para ser los primeros cantineros ocupando la cocina de acuerdo a las recomendaciones que les daban las hermanas del cumpleañero, quienes también estuvieron prestas para agitar el cuerpo igual que las amigas que invitaron. Vamos a la azotea le anunció Félix a Él. ¿Vienes? No. Pasó. Estaría bien un toquecito para disfrutar mejor la música, máxime que es en vivo. Él hizo una expresión de duda y a pesar de que tenía presente en la mente el mal momento que pasó en la casa de Enrique cuando se dio su primer toque de mota, dijo que a lo mejor los alcanzaba. Ven de una vez. Al rato ya no va a haber ni para medio churro. Hay poca y quién sabe si alguien más traiga. ¡Órale pues! Él camino hacia las escaleras detrás de Félix y ascendieron del tercer piso a la azotea del quinto. Ésta estaba invadida de jaulas cuadradas de maya ciclónica de alambre en las que había ropa tendida, por una hilera de tubos que sostenían amarradas las antenas de los televisores y, en una esquina, por un montón de cachivaches varios. Se dirigieron a la media barda de la fachada donde estaban instalados el Chato y Tomás. Él se asomó para ver el transitar de los vehículos en la avenida mientras se empezaba a dar fuego a un churro elaborado con dos sábanas para que quedara de bien tamaño. El cigarro de mota corrió una, dos tres veces hasta que fue quedando la “bacha”, misma que consumieron los demás porque Él ya no quiso, jalando fuerte y agarrándola con apenas las puntas de los dedos mojadas con saliva para no quemarse. Los Perversos interpretaban muy bien a los grupos gringos e ingleses de moda y Gil modulaba sin problema la voz para hacer una buena interpretación de cada canción. Estaba el intermedio instrumental de Born to be wild cuando entraron al departamento y vieron a todos bailando y divirtiéndose. El ambiente estaba de lo mejor. Él se situó junto a la cocina-cantina, permanecía de pie moviéndose al ritmo de la música, sosteniendo un vaso de plástico con refresco en la mano derecha. Se dio cuenta de que Sonia, la hermana menor de Salvador, morenita, guapetona y de buenas formas, se dirigía hacia donde se encontraba. ¡Hola! –Saludó Él- ¡Hola! de nueva cuenta. –Reviró ella-. ¿Qué tal la estás pasando? Espero que bien, pues hay buen ambiente y todo parece indicar que se pondrá mejor, además hubo muy buena respuesta a la convocatoria. El grupo ¿qué te parece? Sonia. La hacen bien, ¿no te parece? Ella respondió que sí y que hay mucha animación y también muchas personas, a unas ni las conozco. Mi hermano conoce mucha gente y creo que aún faltan algunos compañeros y compañeras de su trabajo. Al rato no vamos a caber. ¿Vienes por una bebida? La verdad, no. Quiero ver cómo está la cocina. En ese momento Él ya tenía la boca seca y tomó todo el contenido del vaso antes de decirle que no se preocupara. Cuando esto termine –dijo al tiempo que esbozó una sonrisa- va a quedar más limpia de lo que estaba. ¿Hasta crees? Te lo aseguro. ¿Qué tomas? ¿Refresco? Así es. Tengo mucha sed y voy a pedir más. ¿Ya te volviste abstemio o acaso estás enfermo? Ni lo uno ni lo otro. A poco porque de vez en cuando me tomo una cerveza crees que soy un vicioso. No, no creo nada. Me parece bien que no estés tomando. Así vas a divertirte y disfrutar más la fiesta. No que luego se emborrachan y… para puras vergüenzas. Cómo vez si bailamos. La música suena bien y hay que aprovechar hasta que el grupo se vaya. Nada más deja asomarme a la cocina, para ver cómo la tienen Enrique y Carlos. Para continuar con la buena vibra –se escuchó en los alta voces- va un rock and roll, Trávelin band, de Credence. Él lanzó un ¡yeah! E instantáneamente, levantó el brazo derecho e hizo la “V” de la victoria con los dedos índice y medio. Se acercó a Sonia y le hizo saber que estaba listo. Yo también. ¡Vamos! La tomó de la mano, caminaron unos pasos, se pusieron frente a frente, se acomodaron en un medio abrazo, Él puso su mano derecha en la cintura de ella, ella la izquierda en el hombro de él y ambos se tomaron las manos que tenían libres. ![]() Lo que aconteció inmediatamente fue una tragedia. ¡Qué horror! Él no se movió al momento que lo hizo ella. ¿Qué me pasa? Él se sorprendió, primero, luego estaba asustado y finalmente su semblante denotaba encabronamiento. Las manos y la frente le sudaban. Sus ojos no dejaban de ver con azoro y preocupación a Sonia. No podía articular palabra y estaba totalmente paralizado. Las piernas no le respondían a pesar del esfuerzo que hacía para moverlas. La música seguía y no podía dar un paso. Soltó a Sonia y quedose parado frente a ella, que desconcertada le preguntó ¿Te sientes bien? ¿Qué tienes? ¡Estás pálido! Con voz apenas audible por el estruendo de la música y la impotencia para hablar fuerte, le dijo que se sentía como mareado y que no podía respirar bien. Pero ni lo uno ni lo otro era porque tuviera un malestar de salud, sino que se debía, adujo acreditó, al toque de mota que se dio. No salía de su asombro por el hecho de no poder mover el cuerpo y bailar como él lo sabe hacer bien. Sonia lo tomó del brazo y la cintura para conducirlo a la silla más cercana. Él tomó asiento y ella fue a la cocina por una coca cola. Toma lo más que puedas, se te ha de haber bajado la presión. Con eso se te va a pasar. Sí. Gracias, Sonia. Ya hasta de mi enfermera la estás haciendo en lugar de estar bailando. Disculpa que te haya dejado plantada. No hay problema. Está bien. Lo que pasa es que tienes bajas tus defensas etílicas. Soltó una carcajada. No te burles ni te aproveches porque estoy indefenso. No soy una aprovechada. Pues que lastima –le expresó Él-. La verdad me gustaría que lo fueras. Terminaron la rola y el grupo se siguió con Samba Pa’ti sin hacer pausa, por lo que ninguna pareja dejó de bailar. ¿Ni esa que es tranquila, estás listo para bailar? Con voz pastosa y arrastrando un poco la lengua Él cuestionó. Ya ves cómo eres. Primero te aprovechas y ahora te burlas. Pero por el simple gusto de abrazarte podría hacer un esfuerzo. ¿Qué te parece? ¿Le entras o no? Mal, mal no has de estar porque no pierdes oportunidad. ¿Verdad? Mejor te dejo reposar un poco y cuándo estés listo me llamas. La siguiente media hora Él permaneció sentado y sacado de onda pues no lograba entender lo que le pasaba. No sentía nada en las piernas, dolor u hormigueo, pero por más esfuerzo que hacía apenas lograba mover los pies. Se frotaba con las palmas de las manos las pantorrillas y los muslos y por el tiempo que permaneció agachado, de repente se sintió mareado, como que se iba de bruces contra el piso, pero a pesar del deprimente estado de invalidez momentáneo en que derivó su segundo encuentro con la mariguana, alcanzó a colocar las manos sobre las rodillas para detenerse. Sintió alivio. ¿Qué onda contigo, por qué estas todo aplatanado? -Inquirió Carlos cuando después de dejar la cocina-cantina lo encontró sentado-. Me siento mareado y no puedo mover el cuerpo de la cintura para abajo. Estoy engarrotado. Y todo por haberme dado un pazón. No sé si esto sea normal del efecto, pero es una situación de la chingada. Me senté y no sé si pueda levantarme y sostenerme de pie, y mover las piernas y caminar con normalidad. Además tengo sed y hambre. Lo que te pasa es de risa. No te burles. No me burlo, pero es la segunda vez que le llegas a la mota y la segunda que no te cae bien. De plano no es para ti. No te preocupes, en un rato vas a estar alivianado. Te voy a traer refresco y un sándwich. Si puedes levántate y trata de componerte porque si se dan cuenta del estado en que estas, los cábulas de los cuates te van a agarrar de bajada. ¿Otra vez? Silvia y Caro, que entraron juntas al baño después de que el vocalista del grupo anunció que harían un receso de 15 minutos, cuando salieron, caminaron rumbo a la puerta de entrada del departamento y se encontraron con Él. ¿Cómo estás? No te he visto bailar. Es que pise mal y me molesta el tobillo, Silvia. Me senté para darme masaje y creo que ya pasó. Pero manténganse listas las dos porque no las voy a dejar descansar en la próxima tanda. Estoy puesta –respondió Caro, seguida de Silvia que expresó, yo también-. ¿Y a dónde se dirigen? Vamos a tomar aire fresco porque aquí adentro hace mucho calor y luego con la bailada, peor. Mejor tomen una cuba con limón y mucho hielo. O también hay agua de sabor que hicieron las hermanas de Salvador para las chavas. Y si quieren sentir correr el aire, suban a la azotea. Para lo que quieren, es el mejor lugar. ¿Sí? Sí –respondió Él-. Y ¿cómo sabes? (Caro). A poco subiste hace rato con Tomás y compañía, que de seguro fueron a fumar marihuana No salgas con que tú también ya andas en esa onda porque te dejamos de hablar. Una cosa es que tomes y otra que te metas drogas. Tú sabes que por eso Caro y yo no hacemos ronda ni con Tomás ni con Félix, además de que siempre anda con ellos el que le dicen Chato, que tiene una cara de vicioso que no puede con ella (Silvia). Sí subí, pero cuando me di cuenta que iban a fumar marihuana les dije que los veía abajo. Me ofrecieron, pero les dije que no. Ustedes saben que eso no va conmigo. Las vio instalarse en el descanso de la escalera. Días después, cuando se dirigía a la escuela en el primero de los dos camiones que tenía que abordar, meditó y concluyó: soy un completo, absoluto y lastimero idiota. Y todo por mi debilidad de carácter, por no saber decir no y rechazar lo que no estoy plenamente convencido de querer. Si en lugar de darme el toque de mota en la fiesta mejor me hubiera tomado unos tragos, no hubiera pasado la vergüenza de no poder moverme para bailar con Sonia. La vergüenza no es tanto con ella, pues casi no nos vemos, sino conmigo mismo, porque a partir de ese momento la fiesta ya no fue un disfrute, -se reprochó- Ese incidente lo lamentó Él por mucho tiempo, por años, porque sus dos encuentros con la mota quedaron marcados como los peores aprendizajes de su vida. Y de ello, dio cuenta a sus posteriores amigos cuando se llegaba a abordar en una plática el tema de las adicciones, principalmente el de la mariguana, sobre la que afirmaba, pese a los desencuentros que tuvo con ella, es menos adictiva y menos dañina que la heroína, las pastas y las drogas sintéticas. E inclusive, que el tabaco y el alcohol. Yo experimente por curiosidad, por la facilidad de acceder a un cigarro de marihuana, por voluntad propia, y no acepto que alguien afirme que se volvió vicioso porque lo obligaron. Quien es fumador de cigarros o de marihuana o ingiere alcohol o inhala tinnher o cemento o se inyecta o se da un pericaso, es porque así lo quiere y porque le gusta. APRENDIENDO A VIVIR (III) ![]() La experiencia del toque de mota no le fue grata a Él y por ello prefirió el cigarro, y para estar a tono con el cotorreo, la cerveza y el alcohol. Se sentía bien, a gusto y creía que con esas bebidas sería menos posible que perdiera el control. Le tomó tirria a la mariguana a causa de que su primera experiencia fue mala, no la disfrutó porque sus amigos en lugar de ser alivianados y conducirlo con sus comentarios para que tratara de concentrarse y agudizara el oído a fin de percibir lo más nítido posible los sonidos de cada uno de los instrumentos que ejecutaban los integrantes de Iron Butterflay, de Led Zeppelín, del Deep Purple y de Los Doors, grupos de los que oyeron discos, y que de esa manera tuviera un buen eleve, como muchas veces escuchó decir que ellos hacían para estar lo más chido posible, lo agarraron de bufón. Él se sorprendió cuando vio al Chango y la Pantera aspirar thinner haciendo una muñeca con trapo que se calentaba al mantenerlo entre la palma de la mano y los dedos cerrados, lo mismo que cuando se drogaban inhalando cemento o “chemo”, como llamaban al pegamento que utilizan los reparadores de zapatos, porque los ponía no locos, sino loquísimos. De esos pesados pasones que los elevaban hasta quién sabe qué orbita, Él fue testigo más de una ocasión. Una de ellas, cuándo cruzado por la combinación de cerveza o alcohol con mota y o mota con algún solvente, oía las incoherencias que decía el Chango con el ojo pegado a la pared de tabique pelón. Aquí hay un ratoncito color de rosa que se ríe y me mentaba la madre. Te voy a matar, decía con la boca pegada a la pared. No corras cabrón, y se movía unos centímetros de donde estaba dando un paso lateral para seguirlo. Con la punta de los dedos índice de ambas manos trataba de escarbar en el tabique y gritaba pegando la boca a la pared, te voy a alcanzar y cuando te agarre te voy a amarrar las manos y patas con un cordón y te voy a estirar como si estuvieras en el potro de tortura, y a la araña peluda que anda por ahí le voy a desprender una a una las patas y le voy a aplastar la panza. Se distraía al mover los dedos contra la palma de la mano para frotar el trapo mojado con thinner y llevárselo a la boca para aspirar. Los que estaban en la habitación reían y pedían al Chango que ya no dijera pendejadas. Estás locamente alucinado –le decía Él-, mientras el Chango los veía con la vista perdida, el rostro sudoroso y una sonrisa estúpida. Sin hacer caso, volvió a la pared donde, decía, estaba la araña que le hacía señas obscenas y corría a esconderse. ¿Quién más está ahí Chango para ayudarte a madrearlos? Nada más ese pinche ratoncito y la araña peluda. Pero yo solo puedo con los dos. Se van a arrepentir cuando los agarre, los torture y los mate. Degradante espectáculo era festejado con indolencia por quienes estaban presentes en el cuartucho, incluido ÉL, y se divertían como si estuvieran ante un merolico. Esto es preocupante, comentó Él. ¿Preocupante? ¿Por qué? ¿Por qué preocuparnos, si el Chango así es feliz? Sí, pero nadie nos percatamos del peligro que puede correr a causa de la intoxicación con los químicos inhalados. Es posible que pueda morir de manera repentina o que su estado físico quede marcado con taras mentales. Crees que su alucine pueda compararse con el deliriun tremes que se dice llega a causar la abstinencia de alcohol a las personas cuando son altamente dependientes, preguntó Él a Enrique. No lo sé. La verdad es que no sé de qué trata eso que mencionaste. Nunca he oído hablar de eso ni he leído nada. Yo sí. Aunque debo decir, aclaró Él, que no sé si esté bien aplicado lo del delirium tremes al alucine que provocan las drogas. Al parecer quienes son alcohólicos y no pueden vivir sin tomar porque el cuerpo lo pide y exige, llegan a un momento en que tienen alucinaciones, desde ver elefantes blancos, animales amorfos multicolores y hasta al diablo. ¡Imagínate! La única figura que conozco del diablo es la de la lotería, con cuernos, cola, barba de chivo, tridente y de color rojo. Total, que el delirium tremes es una completa confusión mental que hasta te puede volver loco. Pues si es así, está gruesa la situación, y si así le pasa al Chango, está, cabrón y nada podemos hacer. Y ya vez que el Félix y el Tomás con más frecuencia le meten al mismo tiempo mota y alcohol. Hasta ahora en ningún momento se han puesto locos, pero con toda la mierda que se meten a lo mejor un día. Y ni decirles nada porque se ofenden, como el Félix que dice que a él no lo vamos a ver como el Chango, porque únicamente recurre al toque de mota cuando necesita estar alivianado. Pues eso es diario, y nosotros solo lo vemos en la noche, quién sabe si también queme en la prepa –comentó Él-. ¿Quién sabe? En una ocasión cuando Él llegó a la esquina de la calle donde vive, de regreso de la escuela, llamó su atención el número de gente que había en ambas aceras bloqueando el paso. Y ahora qué estará pasando. ¿Una bronca? O ¿Un choque? La mala iluminación -pues únicamente una de las dos lámparas del alumbrado público estaba prendida y no permitía mucha visibilidad a las ocho y veinte de la noche- no le permitía tener una visión clara, por lo que caminó hasta colocarse casi al frente e identificar al Pantera y a otro cuate que sólo conocía de vista porque se juntaba con la banda de diez calles más adelante y porque luego lo veía marihuanearse. A su lados, dos bicicletas en el suelo. Discutían en un intento por ponerse de acuerdo sobre algo que aparte de ellos nadie más parecía entender. El visitante daba pasos de un lado a otro abriendo más de lo normal las piernas y alzaba y movía los brazos hacia el frente, y con voz alta decía: los dos tenemos que lanzarlas al mismo tiempo para hacer que choquen, no como tú que corres con ella y no la sueltas. En respuesta el Pantera proponía que mejor las chocaran ellos mismos. Así es más chido. No, así no. Si no quieres como te digo, entonces no. Bueno, accedió el Pantera. Se separaron y levantaron del suelo cada uno sus bicicletas, caminaron dándose la espalda y cuando estaban unos15 metros uno del otro voltearon y al estar de frente, contaron ambos casi a gritos uno, dos y al termino de tres comenzaron a correr agarrados al manubrio y el asiento y tras unos diez pasos, las soltaron de un aventón para que se estrellaran. El impacto produjo un sonido sordo al golpearse y luego otro más ruidoso al caer. Ambos se carcajeaban colocándose los brazos entrecruzados en la panza. Caminaron para levantar las bicis, cada uno observó la suya, para evaluar cuán estropeadas estaban. Así pasaron dos episodios más. La apuesta era –según supo después Él- bicicleta por bicicleta. La más traqueteada perdía. Tras los encontronazos, la del tipo que no sabía Él su nombre, tenía el rin de la llanta delantera torcido y varios rayos tronados, mientras que la del Pantera estaba más entera, con solo el manubrio de lado, Ese fue el alboroto. Están drogados. Solo así se les ocurre hacer esas pendejadas –comentó Don Pablo a su señora-. Pendejadas, pendejadas, pero bien que nos divirtieron. Íbamos a la panadería y ya nos entretuvimos aquí –le respondió ella-. Cuando Él se acercó al Pantera, éste con una sonrisa que dejaba escapar parte de la saliva acumulada en la boca, le dijo mostrándosela, mira, me gane en una apuesta de choques esta bicicleta, la voy a realizar para tener un billete y hacer un bisne del que espero ganar unos buenos pesos. Mmm, pinche Pantera, primero tienes que arreglarla si no quieres malvenderla. Así como está te van a dar una bicoca. Inviértele para que le puedas sacar provecho. Pero no tengo lana. Préstame unos pesos y te dejó mi bici de empeño. Unos 40 varos. Mírala, está chida. Si no, de dónde. No tengo lana, sino a lo mejor. Y a lo que me dijo el Chato que habías ganado en la baraja el sábado que casi se la amanecieron, ¿qué le hiciste? No, pues eso ya peló. Había que curársela y luego compre un huatito de mota para irla pasando en la semana. Ni hablar del peluquín. Después la vemos Pantera. Al otro día Félix le comentó a Él que la tocada del sábado en la casa de Salvador pintaba para estar de pelos. ¿Sí? Pues que va a haber chavas en cueros o qué. No tanto, pero sí un buen grupo de rock que va a amenizar en grande. Es el que escuchamos en la tardeada de la secundaria, no los que tocaron junto con los Generosos, sino los que estuvieron en la otra. Acuérdate. Tocan de pelos. Se la rifan. A Ángel también le gustan. Y a parte están invitadas un buen de chavas. Pero es hasta avenida del Taller y si Jorge no lleva su coche, va a estar cañón regresarse en la madrugada –intervino Tomás, que se había incorporado junto con Ángel a la plática-, y quién sabe si haya chance de quedarse, pues no sabemos si van a estar en el depa el papá y las dos hermanas de Salvador. Ah chinga, pues si viven ahí, es lo menos que se puede esperar. Ni modo que se vayan porque llegó la bola de malandrines con que se junta su hijo a importunar. O quieres –continuó Él- que nos reciban sonrientes y digan bienvenidos, están en su casa y nosotros nos vamos para que puedan disfrutar su desmadre y el escándalo del grupo. Aunque las hermanas de Salvador son buena onda, pero, quien sabe si sean de jalón o si vayan a invitar a sus galanes. Habrá que preguntarle a Salvador para saber si es posible amanecérsela o habrá que pagar un taxi, si es que Jorge no lleva la nave. Por ciento –habló Ángel- Salvador comentó que hay que echarle la mano el sábado después del medio día para mover los muebles y meterlos a las tres recámaras para que queden libres la sala, el comedor y el pasillo, y se pongan sillas, y en la cocina va a estar la cantina. Y cada quien tiene que llevar lo que quiera tomar, porque él se va a encargar de pagar al grupo, que aunque son sus cuates, le van a cobrar algo. O hacemos la coperacha, como de costumbre. Pues hay que avisarles a todos para ver quién puede ir y para el chupe y los refrescos, aplicamos la coperacha el viernes, así el sábado luego de la movida de muebles se va por el avituallamiento etílico. ![]() APRENDIENDO A VIVIR (II) El olor a tabaco quemado de los cigarrillos se volvió característico para Él. Dependiendo de la marca y si eran con filtro o sin filtro era la intensidad que percibía, más picante uno que otro e inclusive dulzón, en el caso de los mentolados o los de marca Mapleton de olor a vainilla que se volvieron moda entre los chavos de 17 o 18 años que acudían a todas las fiestas que se organizaban en la colonia. Pero había otro olor, como el de la palma de petate cuando se quema, de ahí el sentido de la expresión “vamos a darnos un patatazo” que muchas ocasiones escuchó y que se refería a fumar cannabis, con el que nuevamente se topó de manera frecuente luego de la primera vez que lo percibió cuando tenía ocho o nueve años. Él lo aspiró y reconoció siguiendo las nubecillas que en la noche se hacen perceptibles con la luz artificial, mismas que lo llevaron a identificar su procedencia. Tres conocidos de donde vivía estaban reunidos junto a un árbol de bajo tamaño. Él vio que uno fumaba y jalaba de manera profunda para aspiran la mayor cantidad de humo, con los labios en trompa, una, dos, tres veces seguidas y retenerlo, para, posteriormente, expulsarlo lentamente, y luego pasar el pitillo a uno de sus acompañantes, que fumó del mismo modo y éste, a su vez, lo corrió al otro. Él se percató de que el cigarro que fumaban lo agarraban de manera distinta, no entre los dedos medio e índice, sino con la punta del índice y el pulgar, y que en lugar de colocar la punta entre los labios y cerrarlos para jalar el humo, lo ponían al borde de estos y manteniéndolos entreabiertos sorbían. Cuando vieron que Él los observaba, el fumador en turno levantó la mano derecha y mostrándole el pequeño trozo de cigarro que mantenía entre los dedos, lo llamó: ven quieres un “toque”. Él, sorprendido, lo único que atinó a hacer fue dar media vuelta y correr en sentido contrario a ellos. El lunes siguiente contó a Carlos, su vecino y amigo con quien iba a la misma secundaria en segundo año, aunque en diferente grupo, sobre los tres chavos que vio fumando algo que parecía cigarro, pero que no era cigarro porque el olor era diferente. Quienes eran –quiso saber Carlos-. Uno era Rodrigo, al que apodan el chango, el hermano de Rosita y la Lulú, otro, Raúl, el Chato, el flaco de cabello rubio largo y bigote, y el tercero no sé cómo se llama pero le dicen Pantera, porque está bien moreno y tiene ojos vivaces, que no tiene mucho que vive en el cuarto que está en el terreno baldío de la otra calle. ![]() Ellos, dice mi primo que son los marihuanos -dijo Carlos-. Los ¿qué? -Preguntó sorprendido Él-. Los que fuman marihuana o mota, como también se conoce. Eso que dices que parece cigarro pero que no huele a cigarro, porque no es tabaco sino una hierba que traen de Oaxaca y Guerrero, y que produce alucinaciones porque es una droga. Y tú ¿cómo sabes eso? Mi primo nos explicó eso la otra vez a su hermano Efrén, a Israel, el hijo del señor Pancho y a mí, porque escucho que nos preguntábamos a qué huele un día que pasaron caminando frente a nuestra casa y se iban marihuaneando. A esos pinches viciosos –nos espetó como advertencia- los va a agarrar la policía y los va a meter al tambo porque es delito fumar marihuana. Así es que ya saben y no hagan pendejadas, como ellos, nos dijo. Los vecinos y vecinas se escandalizaban porque empezaron a proliferar más marihuanos, muchos eran desconocidos, y temían que pudieran enviciar a los jóvenes de la colonia y dar mal ejemplo a los niños, o que pudieran agredir e insultar a sus hijas cuando iban a la tienda, al pan o de ida o regreso de la escuela, inclusive, que pudieran asaltar a alguien, en la noche, al bajar del camión de regreso a casa. Hay que denunciarlos a la policía para que se los lleve de aquí, proponían algunas señoras, pero si los policías les sacan dinero para dejarlos libres, denunciarlos no tiene caso, argumentaba don Pancho, el papá de Israel. Entonces ¿tenemos que soportarlos? -Cuestionó la señora Juana-. Pero si no se meten con nadie, siempre están tranquilos, hacen más desmadre los que se emborrachan en la esquina y se mean en los postes sin importar que haya gente pasando –comento Ascensión el mecánico- y de ellos nadie se queja porque en ocasiones está entre ellos algún familiar. O tú Chon -se oyó una voz acusadora- sí. O yo. Total, de esto que se comentó entre vecinos un domingo en torno al carrito del vendedor de raspados, no se hizo nada. Él y Carlos, junto con Manuel y Adrián comenzaron a ir a las fiestas de XV años de las conocidas de la colonia, a las que asistían, además, sin ser invitados ni ser bien recibidos, quienes se sospechaba eran fumadores de marihuana, al igual que los que se sabía acostumbraban tomar cerveza afuera de la tienda de la esquina, y con ellos empezaron a hacer migas atraídos por lo bien que, a pesar de todo, los trataban las chavas. De ellos recibieron los primeros cigarros que fumaron juntos, con ellos tomaron sus primeras cervezas y cubas de ron Bacardi blanco y por ellos, conocieron a sus primeras novias desmadrosas con las que anduvieron. Por el Chato, que era uno de los más marihuanos, Él supo de los atracos y abusos que cometían los policías judiciales con todo aquel que caía en sus manos y portaba hierba. Además de quedarse con ella los despojaban de sus pertenencias: un reloj, un anillo, una cadena y, por supuesto, todo el dinero que trajeran. Como el Chato, muchos otros quedaban marcados y no se podían librar de los judas que los extorsionaban, golpeaban y amenazaban. El Chato, quien a pesar de ser adicto a la cannabis y bebedor, era buen tipo y trabajador, padeció persecución, madrinas, privación provisional de la libertad y encarcelamiento. Cada quincena a la salida del trabajo era sorprendido por los policías judiciales que lo vigilaban y a empellones y jalones de greñas lo subían a la patrulla negra sin placas y con una pequeña antena en el toldo, para limpiarlo. Y cuando traía menos dinero o no traía, lo llevaban a la delegación acusado de faltas a la moral, lo presionaban a comunicarse con algún familiar para que llevara dinero y lo dejaran salir, lo cual nunca hizo aunque tuviera que pasar unos días encerrado. Sin embargo, no aprendió la lección y siempre, aunque fuera un “churro” ya preparado en su sabana o un “guatito” de yerba, portaba algo que lo delataba y hacía víctima de los judas caza drogadictos, porque aunque la marihuana es una planta, se incluye en la lista de alucinógenos en la que figuran la cocaína, los ácidos y otros que requieren de procesos químicos para elaborarlos. En las décadas de los 60sy 70s las drogas más potentes eran el LSD, el siclopal, el seconal y las anfetaminas que se podían conseguir en las farmacias sin receta médica, y su consumo se expandió entre los jóvenes de todas las clases sociales por la influencia del hipismo y el movimiento mundial denominado de contracultura. Pero estaban además, como en la actualidad, el thinner y el pegamento que sin problemas se adquiere en una tlapalería, y son altamente agresivos y sumamente dañinos para el cuerpo humano. El caso es que a pesar de todo el Chato se libró del encierro de años en un reclusorio dado que siempre, por ser buen trabajador, traía dinero con el cual comprar a los corruptos judiciales que pululaban por todas partes. Pero aunque cambiara de trabajo, era presa fácil por la facha de vicioso que lo caracterizaba. Y como él muchos otros jóvenes que Él conoció y eran afectos a la marihuana, no perdieron su libertad a cambio de madrizas y extorsiones. De otra forma, el número de quienes están en los reclusorios acusados de narcomenudeo por portar más de los cinco gramos de mariguana permitidos, serían muchos cientos más. Además del Chato, el Chango y la Pantera, Él conoció más adelante a muchos cuates, unos de su edad, otros más mayores, que eran adictos al toque de mota al ritmo de alguna rola del llamado rock pesado -estruendoso, rítmico y alucinante-, muy propicio para los momentos de elevación. Con ellos convivía casi a diario, un rato por la tarde-noche y los fines de semana cuando iban a alguna tocada, pero a pesar de los ofrecimientos y la insistencia para que le llegara a un toque, siempre lo rechazó. Así nunca vas a conocer de qué se trata y tampoco vas a saber lo que se siente. Tómalo como una experiencia de vida. Un toque y ya. Si no te gusta pues hay quedó. No es para que tengas miedo, escuchaba Él que le decían. Su novia y las amigas de ambos, le cuestionaban que se juntara con esos marihuanos y no se diga sus padres, pero Él no les hacía caso. Consideraba innecesario tratar de explicarles que son buena onda estén fumados o no, y a su papá, cuando le advertía que si un día lo agarraban los policías junto con esos mal vivientes no metería las manos para sacarlo de la cárcel, Él únicamente expresaba que eso no pasaría. Y así fue. Nunca tuvo un problema semejante. A las fiestas o los encuentros de la banda, en ocasiones alguno ya llegaba “pacheco” o “pasado”. La sonrisita estúpida y los ojos inyectados los delataba. Cuando no era así, salían a la calle o se separaban para ir a dar el rol y regresaban muy sonrientes. Y aun en ese estado, le entraban al ron o al brandy combinado con coca cola, y bailaban y echaban desmadre soltando sonoras carcajadas. Pero no eran agresivos ni irrespetuosos. Una noche de sábado después de dejar a su novia, encontró la esquina desierta. No había nadie de los cuates. Dónde estarán -se preguntó Él-. Volteó para un lado y otro y nada. Sacó la cajetilla de cigarros, prendió uno y empezó a fumar recargada la espalda en la pared y con la pierna derecha doblada, apoyando la suela del zapato también en la pared. Vio entrar gente a la tienda e identificó a Martha. ¿Cómo estás? –le pregunto-. Bien. ¿Y, tú? Aquí de a perro. ¿Quién sabe dónde se metieron los cuates? Creo que están en la casa de Enrique. Como hoy no salió fiesta y no están sus papás. Allá ha de estar mi hermano. Oye, gracias por la información. Voy a ver qué onda. Nos vemos. Caminó las dos calles y al llegar al lugar chiflo. Nada. La música del Deep Purple sonaba a alto nivel. Cogió una piedra y golpeó con ella la lámina del portón. Instantes después la puerta se abrió y apareció Enrique, quien lo saludó con un ¿qué onda cuñado? Pásale. En la sala se encontraba Esteban, a quien saludó de mano y con la expresión ¿qué onda? Observó que en la mesa había cervezas caguamas, vasos de plástico, refrescos, cigarros y una botella de tequila José Cuervo. Sírvete lo que quieras o si quieres un toque, sube a la azotea. Allá están Tomás, Ángel y Félix, que trajo un huato de mota de Guerrero y dice que es de la “Golden”, con todo y cocos. La expurgaron, prepararon un churro y subieron a quemarlo. ¿Sí? Sí. Llégale –le propuso Enrique-. Date nada más las tres. Soplaba aire fresco. Era octubre. Al encontrarse en la azotea con los demás les dijo, órale. Nada más un tren. Si güey. Está bien. Te vas a sentir chido, y con los discos que vamos a oír, te vas a elevar padre –dijo Félix-. Fumó el cigarro de mota ensalivado que le pasó Tomás e imitándolos en la forma de tomarlo con las puntas de los dedos índice y pulgar y parando la trompa con los labios entreabiertos, jaló una, dos, tres veces y retuvo el humo lo más que pudo. Pásamelo -pidió Félix-. ¿Qué tal? –Le preguntó Félix antes de empezar a fumar-. Está fuerte, pero no siento nada. Aún no. Es normal, pero con otra fumada vas a ponerte al tiro –explicó Ángel-. Cuando bajaron de la azotea y entraron a la sala, todos voltearon a verlos y Carlos preguntó, qué, ¿Si le llegó? Sí, respondieron los tres acompañantes del Él, quienes lo miraban y se reían. Prepárate para el alucine que vas a tener escuchando In a gadda da vida. Nada más espera a que ponga el disco, cuñado. Instantes después de las bocinas de la consola salieron las notas iniciales del órgano, el golpeteo de las baquetas en la batería y el rasgueo de bajo y el requintear de la guitarra al mismo tiempo, produciendo un impactante sonido que se amplificó con aumento de volumen del aparto estereofónico. A partir del momento en que se acomodó en el sillón, Él no se sentía él. Sus movimientos eran como en cámara lenta. Se sentía mareado pero no del modo en que se padece un mareo normal. Estaba alelado y confuso. Se sentía fuera de onda en lugar de sentirse en onda. La música la escuchaba como lejana y no lograba llevar el ritmo de la rola a pesar de que este es lento, y todo movimiento de sus acompañantes llamaba su atención. Darse cuenta estos de la forma en que movía la cabeza y volteaba y miraba constantemente de un lado a otro como queriendo atrapar algo con la vista, fue el acabose para Él, pues lo agarraron de cotorreo. Empezaron a lanzarse unos a otros la caja de cerillos, dejaban caer una corcholata, se hacían señales con las manos, se reían, se acercaban y con movimiento mudo de bocas le hacían creer que le hablaban y decían algo sin que Él comprendiera qué o escuchara. Tenía la boca seca y empezó a sentir la sensación de sed. Se incorporó para servirse refresco y Félix le ofreció un vaso, mismo que no podía coger porque lo movía de un lado a otro. Ora pendejo, dame el vaso –dijo Él torpemente-. Pues agárralo. Pues no lo muevas. Se percató de que su hablar era lento y la lengua la sentía como hinchada. Mira, aquí está, frente de ti. Ja, ja, ja, ja. Estás bien pacheco. Todos se reían escandalosamente y Él se sintió contagiado. Como un autómata también se rió estúpidamente. Comenzó por sonreír, luego se reía y al final terminó carcajeándose también. Mírate, pareces un idiota, le dijo Tomás, al tiempo que lo señalaba y de que Él, en su confusión, no sabía ni qué onda ni se daba cuenta de lo que hacía. Por fin, Enrique sirvió coca cola en un vaso y lo puso literalmente entre los dedos de su mano. Él bebió con avidez. Pidió otro y se quedó sentado, sintiendo como lo invadía un sopor que acompañado por la música, no obstante el alto volumen, lo invitaba a dormir. El tiempo transcurría y Él no tenía idea de cuánto había pasado ni de la hora que era. Las voces ya le eran más perceptibles y logró entender algo de lo que platicaban Ángel y Félix, relacionado con un trabajo para hacer demostraciones de medicamentos en provincia, por lo que había que viajar a poblados que se encontraban hasta la chingada. Enrique y Tomás mencionaban a Olga, una chica guapa de buen ver a la que se querían tirar. Tras una laguna de tiempo, vio a Esteban que ya se había jeteado y estaba acurrucado en la esquina del sillón largo, y a Enrique, que estaba sirviendo unos tragos. Escuchó a este preguntarle si quería un tequila, una cerveza o refresco. No, contestó Él. No quiero nada. Me siento hastiado. ![]() APRENDIENDO A VIVIR Relatos Rafael Cienfuegos Calderón Él mencionó que tendría entre ocho y nueve años cuando por primera vez percibió ese aroma. Característico. Penetrante. Agradable. No se parecía a nada de lo que hasta ese momento conocía su olfato. Eso lo intrigo. ¿Qué será? El viento soplaba apenas: calmoso. Y fue posiblemente a causa de ello que lo recibió en su nariz por un buen rato. No lograba identificar de dónde provenía. De repente, con una leve ráfaga de aire le llegó otra oleada, un poco más intensa que la primera. ¿Qué es ese olor nada desagradable? Olfatearlo era un gusto. Era como si por el hecho de ser desconocido, resultara más atrayente; era algo por lo que respingaba la nariz, abría las fosas nasales y respiraba con más intensidad. Lo atrapó. Detuvo el andar y quedose inmóvil. Movió la cabeza a izquierda y derecha con el propósito de identificar alguna nubecilla de humo. Nada. En una y otra acera de la calle habían casas y terrenos baldíos, además de una construcción en obra negra en la que no habían puertas ni ventanas, sólo una reja hecha de tablas viejas en la parte de abajo que cubría lo que al parecer era la entrada principal. Prosiguió el camino para cumplir con la encomienda de comprar tres sobres de café Legal, un kilogramo de azúcar y pan de dulce para la cena, en su casa, con sus hermanas, hermanos y papás. Pero el tiempo de retraso era ya de varios minutos, que fueron los que dedicó a respirar ese olor no identificable y a tratar de ubicar de dónde provenía. La tienda y el expendió de pan eran vecinos, se ubicaban uno frente al otro en cada esquina de la larga calle; lugar de reunión de los jóvenes adolescentes del rumbo que por la tarde o noche gustaban de ver y piropear a las muchachas cuando pasaban caminando de regreso de la escuela o el trabajo, pues era paso de quienes bajaban del camión que recorría la avenida principal que distaba a dos calles. De vez en cuando, entre semana, cuando regresaba del turno vespertino de la primaria, los observaba. Fumaban y se hacían bromas de estúpidas a agresivas. Los oía mentarse la madre, decirse pinche o pendejo y carcajearse, hacer sombra en la pared con unos pasitos de baile y hasta echarse una meada pegada a la pared de la tienda, no mucho, pues podían mojarse los zapatos y las partes bajas del pantalón. ![]() Los viernes y sábados se reventaban. No les bastaba con consumir una y otra y otra cajetilla de cigarros, lo mismo que una y otra y otra caguama Carta Blanca, que junto con la Tácate de lata, era la cerveza de moda, la de mayor consumo. Además, escandalizaban y trataban de tortear a las chamacas, tanto a las que pasaban de frente como a las que iban a la tienda. Pero eso sí, siempre estaban ojo avizor, al tiro, por si llegaba alguna patrulla o la panel con policías abusivos que a punta de macanazos, patadas y amenazas verbales, es decir, a puro exceso de violencia, los subían a los vehículos acusados de faltas a la moral en la vía pública. Aunque, la verdad, eso no les preocupaba demasiado ya que con una multa sus papás o familiares los sacaban de la cárcel. Lo más que tenían que soportar de ellos era una cantaleta de regaños y unos cuantos cintarazos. También corrían el riesgo de ser sorprendidos por el golpe de un hermano o padre ofendidos por el agravio contra alguna de su familia, que ya se había quejado de esos malandrines. Para Él todo esto era de risa y no tenía la menor importancia. A su corta edad nunca paso por su mente pensar cómo sería cuando tuviera los mismos años de los chavos de la esquina. Una mañana de fin de semana salió de su casa para ir a la tintorería y se percató de la presencia de un camión de mudanza del que bajaban muebles y objetos diversos, entre ellos una bicicleta roja con manubrio y canastilla cromados, igual que las molduras a lo largo de las salpicaderas, llantas con línea blanca alrededor, y diablos en la rueda trasera, para un segundo pasajero de pie. La recibió un chiquillo, que al tiempo que esbozó una sonrisa, se montaba en ella. Es un presumido -pensó Él- . La envidia lo corroía. Esa era una hermosa bicicleta. Se le iban los ojos. Días después -casi una semana-, Él se sorprendió cuando el recién llegado lo saludo y llamó para que se acercara al frente de su casa. ¿Quieres ser mi amigo? -le preguntó-. No conozco a nadie y quiero salir a jugar. ¿Te deja salir tu mamá? ¿Tienes bicicleta? Apenado Él contestó: no tengo bicicleta y voy llegando de la escuela. Al poco rato salió a la calle y se encontró con Miguel -nombre del recién llegado-, quién con el paso del tiempo sería su mejor amigo. Inseparables y cómplices. Recorrían las calles a escapadas y desobedeciendo la orden de sus respectivas madres de no ir lejos. Lo hacían a prisa, lo más rápido que se podía pedalear la bicicleta, toda vez que las condiciones de la calle no eran buenas, llena de baches y polvorienta. Se turnaban para conducir la bicicleta por el tiempo que tardaban en llegar al lugar señalado para el cambio. Las calles de la colonia eran largas. Entre esquina y esquina distaban casi 250 metros. La casa de Él se ubicaba –vista la calle linealmente y de frente al oriente- unas ocho casas después de la esquina izquierda, y la de Miguel, tres casas antes de la esquina derecha. Pero a pesar de no ser vecinos, se saludaban en la mañana casi todos los días a señas, levantando los brazos y moviendo las manos de un lado a otro en el aire, parados a la mitad del arroyo. Como ambos iban en la tarde a la escuela, pero no a la misma, siempre buscaban la forma de encontrarse antes de llegar a sus respectivas casas. La bicicleta roja de molduras, manubrio y canastilla cromados, diablos en la llanta trasera, y sus tripulantes, se hicieron vistosos y conocidos entre las señoras y señores que a diario recorrían la zona. Tres niñas de la misma calle pidieron un día a Él y a Miguel, les dieran una vuelta. No, -dijo Miguel, al tiempo que hizo un ademán como de querer abrazar la estructura del vehículo-. Es mía –repuso-. Las niñas no dijeron nada y se fueron. Ellos se miraron y sonrieron. Pasaron unos días sin que Él y Miguel se vieran. Pero Él se sorprendió una tarde al percatarse de que Miguel paseaba, de pié en los diablos, a una de las tres niñas a las que había negado el paseo. Ven –lo llamó Miguel-. Ella es Flor y vive en la casa de la puerta gris. Desde ese momento, la bicicleta tuvo un fin más para Él y Miguel. Además de permitirles recorrer las calles y ser transporte para que Él llegara rápido a su casa –por el aventón de Miguel al regreso de un mandado para no tener que caminar-, sirvió para acercar a las niñas. Flor –por sobre las demás- fue la preferida. Peleaban Él y Miguel la conducción de la bicicleta para que ella se subiera. Como Flor aseguraba que le daba miedo caerse al pasar un bache por ir atrás de pie, en lugar de colocar sus manos en los hombros del conductor con los bazos medio estirados, enlazaba el cuello y se pegaba a la espalda, ya de Él, ya de Miguel, donde sentían un agradable calor. Así lo corroboraron con sus comentarios, que en el momento les causó rubor y risas nerviosas, pero no vergüenza. ¿Viste cómo se juntó a mí? Iba bien pegada a mi espalda. Sí. Conmigo fue igual y se sentía calientito. Eso es padre, o ¿no? -Repuso Miguel-. ¡Sí! Se siente bien, -respondió Él-. Ese fue el tema, el de sentir la cercanía de un cuerpo de mujer, aunque fuera aun de niña, que hizo que por vez primera hablaran confidentemente, lo que se volvió algo normal en su trato. Miguel le contó que ella le había dado un beso. No es cierto. ¡Mientes! No. Sí me lo dio, -insistió con tono severo Miguel-. Fue el domingo luego de que te fuiste con tus papas, en el coche, a la casa de tu abuelita. Le contó a Él que estuvieron jugando avión y luego ella le pidió que sacara la bicicleta; que anduvieron recorriendo la calle de punta a punta, hasta que Flor dijo que ya le dolían los pies por estar parada sobre los diablos e hizo que frenara; que detuvo la bicicleta y se impulsó hacia adelante para dejar el asiento y apoyar el pie derecho en el pedal y, después, estiró la pierna izquierda para poner firme el pie en el suelo; que por quererse bajar rápido, Flor tambaleo la bicicleta y casi se caían; que ella lo agarró fuerte del brazo izquierdo y cuando volteo, se acercó, y que lo besa. ¿En serio? No te creo. Él se resistía e insistía en que no era verdad, no porque estuviera seguro de que no paso, sino porque, por segunda ocasión, sintió envidia de Miguel. Después de un breve silencio Él peguntó ¿qué sentiste? Nada. Puso sus labios en los míos, y ya. ¿Va a ser tu novia? ¿Qué te pasa? A lo mejor le gustas, por eso te dio el beso. ¿Y si te pide que solo tú le des vueltas en la bicicleta, y ya no quiere que yo también se las de? Le digo que tú también. Si no, ya no. Después de éste acuerdo de amigos y más adelante cómplices, Flor acepto que uno y otro, a ratos, manejaran la bicicleta con ella montada atrás y apretada, juntada, pegada a sus espaldas. Los paseos bicicleteros empezaron a combinarse con el juego de las escondidas en el que participaban otras niñas y niños de la calle. Por casualidad, porque Flor quería o porque Él y Miguel lo propiciaban, casi siempre estaban los tres en el mismo lugar: la construcción en obra negra a la que entraban jalando las tablas mal clavadas que era remedo de puerta. De aquí sospechaba Él, salió el olor a mariguana cuando por primera vez lo aspiró. Un día de esos jugando el mismo juego y escondidos en el mismo sitio, Miguel le dio un beso a Flor y ella no dijo nada. Él los miro y acercándose también la beso. Otra vez ella no dijo nada. En la calle se oyó después de un rato el grito de una, dos tres por todos mis compañeros y tuvieron que salir del escondite para hacerse presentes. Flor dijo que ya no quería jugar y se fue. Los demás siguieron pero ninguna niña quiso correr con ellos a esconderse en la casa sin terminar. Ya sin necesidad de jugar a las escondidas la visita al interior de la casa en cuestión -cuartos de piso de tierra, fríos, de olor a humedad y orines, sucios de colillas de cigarro y cerillos quemados, corcholatas de cerveza y hasta de una caca humana seca en un rincón, poco iluminada por la leve luz natural que quedaba del día antes de que empezara a anochecer o por la que apenas entraba de las lámparas del alumbrado público- se hizo frecuente, lo mismo que los besos. Ella no los rehuía y Él y Miguel aprovechaban la ocasión. Pero del beso pasaron a acariciarle sus delgadas piernas. Ella trataba de agarrarles las manos para impedirlo, pero no podía, eran cuatro contra dos. Tampoco lograba decir nada, pues uno y otro la besaban mientras que las palmas sudorosas de sus manos recorrían de arriba abajo el cuerpecito de florecita -cara redonda, tez apiñonada, pelo corto negro y lacio, y ojos café obscuro-, cuya parte media estaba cubierta con unos calzoncitos blancos de holanes. Los tres –según Él- iniciaron así el despertar de su sexualidad. Sin morbo ni prejuicios ni malicia. De una forma inocente, limpia y pura. Empezaron a aprender de la vida. A percibir en sus cuerpos la sensación que provoca tocar un cuerpo distinto al suyo. Empezaron a sentir la atracción de los sexos opuestos, empezaron a conocer el efecto de un beso a labios cerrados, empezaron a dejar de ser niños a tan corta edad. Ese fue para Él -según comentó- uno de los primeros y más significativos aprendizajes de su vida. Lo mismo ocurrió dos o tres ocasiones más. Después, Flor sólo buscó a Miguel. Él fue poco a poco excluido, aunque Miguel siempre lo buscó como su mejor amigo que era. Paseaban en la bicicleta de nueva cuenta únicamente los dos. Flor ya no los acompañaba, pero, aunque no fue novia de Miguel, si tenían sus encuentros y permanecían cercanos. Unos meses después Flor cambió de amigos. Al parecer su mamá se enteró, por una señora chismosa, de que Él y Miguel se metían con su hija a la construcción en obra negra y, por eso, le exigió a Flor que ya no se juntara con ellos. La extrañaban y se conformaban con verla a distancia. A ambos les gustaba. Todo cambió, y más cuando su papá compro coche. Al viajar en el Chevrolet, Flor se sentía la divina garza –decían burlonamente los amigos-. No obstante, en los recuerdos de Él, ella siempre estaba presente. Un año después Miguel y Él se encontraban en el cuarto de la casa en construcción -que al parecer nunca terminarían- fumando su primer cigarro, de papel con sabor dulzón. Era la guarida, el lugar de las confidencias y el escondite de la cajetilla de cigarros Faros sin filtro que les costó 35 centavos y que envuelta en una bolsa de hule guardaban en un agujero hecho en el suelo, el cual cubrían con la misma tierra. No sabían fumar y se conformaban con jalar el humo y exhalarlo lo más rápido posible para evitar un acceso de tos. La cajetilla les gustaba: papel blando, portada de fondo blanco con letras gruesas color naranja y filo negro que formaban la palabra Faros. Mostraba impresos dos faros, una embarcación y un hombre de medio perfil vestido de traje y con sombrero. ![]() El momento jamás deseado (Parte II y última) Rafael Cienfuegos Calderón Lo menos que se me ocurrió pensar cuándo me enteré que estabas escribiendo, fue que la historia versara sobre tu fracasada vida amorosa de casado y que en la trama el único culpable seas tú. Creo que tu enfoque está equivocado porque una relación de pareja es de dos y, voy a parafrasear a un célebre presidente panista “haiga sido como haiga sido” quién cometió más errores que el otro, la ruptura la ocasionan ambos. Eso es aquí y en China. ¿O acaso quieres ser el criminal del amor que por lealtad no delata a sus cómplices y prefiere ser el único culpable al que habrá de condenarse a la soledad perpetua? Tu auto culpa en nada te ayuda, como tampoco que exoneres a la que afirmas es el amor de tu vida, aunque ya no seas nada en la de ella. La realidad es que tú le hiciste tanto daño a ella como ella a ti, que la quisiste igual o más de lo que ella a ti, que enamorado como ella de ti propusiste y aceptaste el compromiso de vivir juntos, que con el mismo propósito de formar una familia crecieron y maduraron como personas. Acepta que posiblemente también ella considere un fracaso la ruptura de su relación como pareja después de los años que pasaron juntos, pues será dura de carácter, pero creo que tiene sentimientos. Todas las mujeres son sentimentales y cursis, aunque ello no quita que lleguen a ser cabronas e insensibles. La lectura de tu texto me llenó de culpas, porque qué hombre no se ha comportado como un completo y cínico cabrón con su mujer, amante o novia. No hay nada extraordinario o fuera de la realidad. Pero claro, en tu caso estás particularizando y eso es lo que me lleva a concluir que estás exagerando y te autocastigas de manera extrema. Es posible que así te sientas mejor, que de esa manera te infringes el castigo que crees merecer por no haber sabido ser el mejor amigo, esposo y amante de la mujer que afirmas cambió tu vida, pero lo hecho, hecho está y no hay nada que lo pueda cambiar. A mi entender el arrepentimiento es bueno porque reconforta y ennoblece, pero no sirve de nada ni recompone nada, ya que los padecimientos de hoy son consecuencias de los errores del ayer, y hay que enfrentarlas con ánimo, con sabiduría, y con la mejor actitud ante los avatares de la vida, evitando cometer los errores de antes o adoptar actitudes negativas. Dime algo. Acaso crees que exagero o que mis opiniones están fuera de lugar. Haber. Te voy a preguntar, ¿serías capaz de mostrar el escrito a tu mujer y pedirle que tras haberlo leído lo analice y, a partir de ahí, tengan una plática seria, sin aspavientos, sin molestias y sin hipocresías sobre la causa del fracaso de su relación? Sabía que la respuesta sería no. No porque no quieras confrontarla, sino porque en lo de la auto culpabilidad quieres ganar. Así de simple, mi querido amigo. O, ¿me equivoco? Escribiste: “a pesar de quererla mucho no fui capaz de demostrárselo abiertamente por el temor a que se aproveche, me imponga condiciones y me pida que haga lo que ella quiera; que no obstante estar enamorado de ella por su forma cariñosa de ser, por sus ojos y labios que tanto me gusta ver y besar, fui poco abierto a expresarlo; que aunque sabía de comportamientos que no le gustaban de mí los seguías adoptando, porque en mi machismo cambiar sería debilidad; que aunque me agrada estar en su compañía y oler su aroma, cientos de veces preferí a mis amigos y amigas; que aunque se oponía a que bebiera, me excedía y emborrachaba aun sabiendo que eso provocaría disgustos; y que a pesar de saber que para ella la relación sexual era amorosa y no carnal, nunca me esforcé por hacerle sentir lo mismo, porque concibo que el amor es cosa del corazón y el sexo necesidad del cuerpo”. Pura auto culpabilidad. Pura auto compasión. Entiendo a qué te refieres, pero no lo acepto. Me consuela saber que hubo años felices, no obstante que sacando cuentas, tus dichos indican que fueron más los de dificultades. Igualmente que al mencionar cómo inició la relación lo haces con tono festivo, lo que me lleva a concluir que tanto tú como ella estaban realmente enamorados, pues de otra forma no entendería como la convenciste de que se fueran a vivir juntos cuando ella era hija de familia y no tenía otro motivo para dejar lo que tenía por ti. Leo que no fue fácil que te diera el sí para ser novios. Que inclusive rogaste y te arrastraste como vil reptil. No te enojes. Acepto que lo de arrastrarte es de mi cosecha. Lo que dices es que pasó tiempo para que aceptara, pero insististe y que te aferraste porque te decías ¿cómo que no va a ser mi novia? Fuiste atento con ella como nunca antes con otra mujer, procuraste parecerle siempre un tipo interesante y divertido a través de tú plática y los chistes que la hacían reír, te afanaste por tener buen aspecto en tu persona y por mostrar que eras una persona decente. La cortejaste cantándole canciones cursis y diciendo muchas mentiras. Aceptas que hiciste muchos méritos que valoras valieron la pena porque lograste que una mujer diferente a las que habías conocido y tratado hasta entonces, y con las que llegaste a tener intimidad, se arriesgara contigo y decidiera iniciar una vida de pareja a sabiendas de que lo que conocía de ti no era suficiente para dar tan importante paso. Pero lo que no admites es que ella, la que te inspiró a escribir canciones y poemas, ya no te quiera, ya no tenga más interés por ti y te rechace. Creo que las dos cosas que más te duelen son no haber sido capaz de demostrarle el amor que dices tenerle, y acreditar que, en efecto, el amor no es para siempre. Por otra parte, no haces mención en tu historia de las infidelidades en que hayas incurrido a lo largo de los tantos años que llevas viviendo con ella. Hubo aventurillas. O ¿no? Aunque si no incluyes nada de eso, seguramente es porque no tuviste problema alguno por ello. Fuiste lo suficientemente cuidadoso para no provocar sospechas y, mucho menos, que te cacharan en la movida. Ya sé. Tomaste en cuenta y aplicaste las cualidades que, según nosotros, tiene que tener todo aquel que se considere un buen infiel. ¿Cómo era? Corrígeme si me equivoco. Discreto: ser sumamente cuidadoso, no tener ligues cerca de donde se vive ni ir a los lugares frecuentados con la esposa. Mentiroso: para exponer escusas creíbles de por qué se llega tarde e inventar algo creíble y aceptable para ausentarte. Cínico: para negar cualquier acusación una y otra vez e inclusive tener la capacidad de alcanzar tal grado de indignación para, de esta manera, revertir la situación y hacer sentir culpable a la acusadora por desconfiar, y lograr que termine pidiendo disculpas. Además, carecer de remordimientos y sentimientos de culpabilidad, y no hablar dormido. Carecer de una sola de estas cualidades es razón suficiente para ni siquiera intentar tener una aventura extramarital. Aunque, sin embargo, y lo sabemos, hay quienes se aventuran a lo pendejo y como es de esperarse, son descubiertos fácilmente. Afortunadamente tú no eres de esos. A lo anterior tendré que añadir lo que muchas veces comentamos en cuanto a lo importante que es tener bien en cuenta el motivo por el que se es infiel, ya que de ello depende que no tengas problemas o que encuentres alguna solución si los hay. Un motivo puede ser la casualidad. Que en alguna fiesta, reunión, comida, coctel o cualquier acontecimiento social, conozcas a alguien que te guste, platiquen y se diviertan, le eches los perros y acepte ir al cuatro letras y, después de eso, dejar el próximo encuentro a la casualidad. Otra causa de traición amorosa puede ser por un reto. Que de antemano te propongas, para comprobar si aún tienes pegue, alimentar tu ego y tener un pasatiempo, ligar a la mujer de la que te gustan sus formas y manera de ser para tener una relación pasajera, por un periodo de tiempo predeterminado para evitar que el largo plazo implique compromiso alguno. Esta infidelidad, estarás de acuerdo, es la de más peligro ya que si te agrada la relación y te clavas, las ausencias y el desapego a la pareja se convierten en las principales delatoras. Una más, sería la infidelidad con propósito. La que buscas con la firme intención de encontrar y tener una mujer con quien vivir o hasta para casarte, porque ya determinaste separarte o divorciarte. Aquí la discreción es lo que menos se cuida y eso es mala onda, porque es cuando por decepción o fastidio, o ambas causas, ofendes a la que será tu ex. En este caso, me parece, lo mejor es ser sincero y hacer saber a la que vive contigo que ya no quieres estar con ella. Ahora, quiero insistir en mi interés por conocer tus infidelidades. Soy de los que cree, igual que tú, que tener un ligue fuera del matrimonio es saludable y necesario de vez en cuando para tener equilibrio y variedad. Si no fuera así, ¡imagínate lo difícil que sería sobrellevar la vida conyugal o de pareja de tiempo completo! La rutina, la falta de diversidad, la pérdida de atracción y el desinterés son causales de separación. De ahí que física, mental y emotivamente, la infidelidad tiene excusa. Es sana y necesaria para mantener una relación estable entre hombres y mujeres. Pero, a ver, qué piensas de esto. Si para nosotros la infidelidad resulta necesaria, ¿también la tiene que ser para la mujer? ¿O en este caso, se justifica imponer el criterio machista? Si los hombres fuéramos justos, no tendríamos derecho de recriminarles a las mujeres que sean infieles, de seguro tendrán los mismos motivos para serlo. Pero para su mala suerte, no lo somos. El complejo de machismo que heredamos nos sega y por eso les negamos algunos comportamientos a los que tendrían que tener derecho. Somos machines y nunca vamos a aguantar que nos sean infieles, por muy en su derecho que estén, pues además de considerarlo una ofensa y una humillación, lo condenamos como si fuera un acto de prostitución. Nuestra mujer encamada, empernada y gozada por un gañan. Te imaginas ser un cornudo. Estaría cabrón. ¿Verdad? Y más, si el amante te conoce, pues cada vez que te vea va a decir, ahí está ese pendejo. Mejor cambiemos de tema. Una omisión más que encuentro, es que no involucras a tus hijos. Lamentablemente, y lo digo por experiencia y tú lo sabes también, ellos llegan a ser causa de que la relación de pareja se enfríe y deteriore, y que uno pase a segundo o tercer término. Que dejes de tener la atención de antes. Claro que culpa no tienen ellos, pues nacen porque la pareja lo decide y anhela con el propósito de formar una familia, que para aquellos que forman parte de la sociedad católica, apostólica y romana, como la mexicana, es la mayor y más importante institución que existe. Los hijos no escogen a sus padres y familiares, tienen los que les tocaron, buenos o malos, responsables e irresponsable, cariñosos y amorosos o fríos y hoscos, educados o mal educados, ricos o pobres, y no les queda más que soportarlo. Es decir, se suman y son acogidos por personas a las cuales irán conociendo poco a poco y su forma de ser, irremediablemente, va a estar determinada por todo lo que reciban. Lo siento, estoy divagando. A lo que me refiero es a que, con la justificación de que son seres indefensos cuando están pequeños, la madre se desvive por cuidarlos y atenderlos, y así siguen en su juventud y aun siendo adultos, y a ti como pareja te relega, ya no eres su principal interés. Toda su atención es para el hijo o la hija, lo mismo que el tiempo que le queda después del trabajo y, sin pretenderlo, provoca poco a poco el distanciamiento. A los hijos los colocamos en medio y con frecuencia, de manera equivocada, los llegamos a considerar contrincantes. Insisto. Ellos no tienen culpa de nada y mucho menos son los causantes del deterioro de la relación entre uno y la pareja. Quiero pensar que a pesar de tu situación de desolación, nostalgia y arrepentimiento dejas fuera a tus hijos de la decisión que tomó tu mujer de no tener ya nada contigo, y lo respeto, pero no únicamente tú fallaste. Quédate con la parte de responsabilidad que te toca y no te mortifiques de más. Aprovecha la oportunidad que se presenta para que recompongas tu vida sentimental y busca con quien hacerlo, al fin y al cabo con la mujer con la que te casaste únicamente compartes ya casa. Ahora recuerdo, por otra parte, que me comentaste alguna ocasión que sobreviviste a más de cinco amenazas de divorcio, y si hasta ahora no se ha presentado otra, posiblemente sea, déjame especular, porque aún te quieren. De seguro no como antes, porque lo que se rompe, ya no es posible recomponerlo, lo que termina, no tiene reinicio, lo que fue no volverá a ser. Pero creo que si algo. A pesar de todo lo que han pasado juntos, en las buenas y en las malas, si no se han separado para hacer cada quien su vida, es porque no quieren, no lo desean ni esperan que pase. Así es que tienes tres opciones: Una, insistir en la reconciliación, quien quita y la consigues. Dos, seguirte culpando, lamentando y vivir una vida de perro. Tres, encontrar una pareja permanente pero sin que vivan juntos. En esta vida todo tiene solución, menos la muerte, como dicen los clásicos, pero eso dependen de la actitud con que afrontes los problemas. Si tienen solución, la que sea, para que preocuparse. Si no tienen solución, menos caso tiene preocuparse. Por otra parte, sobre el escrito, debo decirte que me gusta la exposición que haces sobre el tema del desamor y que reconozco el valor que tienes para aceptar los errores que cometiste. Sin embargo, no estoy de acuerdo con que asumas toda la culpa por el fracaso de la relación, posiblemente seas el mayormente responsable, pero ella, tu esposa, también lo es. Hazla participe del reparto de culpas, pues la relación es de dos y el éxito o fracaso de la misma depende de ambos. El amor dura lo que tiene que durar, ni un minuto más ni un minuto menos. |
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Rafael CienfuegosRafael Cienfuegos Calderón cursó la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y se inició como reportero en 1978. Se ha desempeñado como tal en el periodismo escrito, principalmente, y ha incursionado en medios electrónicos (Canal Once Tv) y en noticieros de radio como colaborador. Archives
January 2020
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