APRENDIENDO A VIVIR (VII) ![]() En una fiesta Él conoció a una chava como de 19 años que no bailaba bien pero se movía pegada a su cuerpo; no guapa pero que llamaba la atención, atractiva, con buena “pechonalidad” y algo de cadera que resaltaba sus curvas. Su cabello lacio y a los hombros de largo estaba peinado de raya en medio y echado el lado izquierdo hacia atrás de la oreja; vestía blusa color durazno, falda arriba de la rodilla y zapatillas de medio tacón. Su porte era un tanto cuanto formal, pero no su forma de ser, eso lo supo después. Se distinguía de entre sus amigas que tenían 15 y 17 años y vestían bien, pero de manera informal, porque su aspecto aunque jovial, denotaba seriedad. Inició una cumbia y casi de inmediato una señora de complexión gruesa, se acercó y dijo a Él, baila con mi sobrina, es un poco tímida pero le gusta bailar. Lo tomó de la mano como un niño y lo condujo hacia donde ella estaba sentada. Sí, sí. ¡Claro! No supo que más decir. Sentía la cara caliente. Lo apenó tanto la sorpresiva actitud de la señora, que satisfecha sonreía, como las risitas burlonas de los y las cábulas de sus acompañantes. Ya frente a ella, extendió la mano y le dijo ¿bailamos? No se bailar bien. No te preocupes, yo tampoco. Así aprendemos los dos. Él guardó la distancia debida de los cuerpos, pero ella poco a poco la acortó. No se juntaban, pero sí quedaron cerca el uno del otro. Eso le gustó e interesó. En efecto lo suyo no era el baila, le hacía falta ritmo, pero su perfume olía rico. Bailó otras cinco o seis piezas con ella en intervalos. ¡Oye! No está mal, fue el comentario de alguno de los cuates. Posteriormente, la mayor parte del tiempo que estuvieron en la fiesta Él lo pasé con ella, platicando más que bailando. Se enteró que estudió hasta la prepa y trabajaba en una tienda de ropa del Centro, en la calle 16 de Septiembre, y que hacía dos meses se había cambiado de casa con su mamá y dos hermanas más chicas que ella, a dos calles de donde viven sus tíos –los de la fiesta-, y no conocía a nadie. Eso le dio pie para declararse su amigo y ofrecerle la amistad de las chavas y chavos de la banda. Cada fin de semana son de fiestas en las que se fuma y toma una que otra cuba. Siempre haciendo todo lo posible por pasarla bien. Creo que te va a gustar –le dijo-. ¿Quién sabe? Lo voy a intentar. Solo dos veces salió con todos. En la tercera le comentó a Él que no le gustaba salir en bola, que siempre había mucho alboroto. Preguntó si quería ir con ella a otro lado. ¿A dónde? ¿Vamos por un helado? ¡Yo lo invito! Hoy cobre en el trabajo. ¡Bueno! –Respondió Él con agrado-. Gracias a ella Él probó por primera vez una Banana Split. Entre semana la pasaba con los cuates y hubo tres sábados seguidos que prefirió verse con ella. Uno de ellos se besaron, estuvieron abrazados y ninguno dijo nada. No hubo necesidad de proponer que fueran novios. Estar con ella lo hizo cambiar de costumbre. Con los cuates se reunía ya solo un rato por la tarde-noche, hasta la hora en que ella pasaba por la esquina, de regreso del trabajo. La alcanzaba e iban caminando rumbo a su casa, pero antes de llegar buscaban en alguna calle un lugar medio oscuro, no mucho para no llamar la atención, para echar novio. Ella lo propició. El que pasara más tiempo con ella obedeció a que lo atrapó con su temperamento. Cuando se besaban o más bien tuvo que aceptar Él, cuando lo besaba, introducía su lengua en la boca y la movía de un lado a otro, la metía y la sacaba, babeaban por las comisuras de los labios; lo abrazaba y se pegaba a su cuerpo, pedía que pusiera sus manos en sus nalgas y las acariciara, y así permanecían por largo rato. Cuando movía él la mano para tocar su parte intima, lo permitía sólo un breve instante, lo mismo que sus senos. Pero luego, con movimiento ágil retiraba la mano y pedía la colocara nuevamente donde estaba. Recargados en la pared se restregaban y casi siempre terminaban sudorosos; Él, además, mojado, ella, posiblemente también. A Él le gustaba cómo lo trataba. Le enseñó mucho y aprendió pronto. Esos fueron sus primeros y buenos fajes, los cuales, en la medida de lo posible y hasta donde le era permitido, replicaba en sus posteriores relaciones. Todo iba bien, según Él-. Se creía un galán y se sentía muy “picudo”. El desencanto llegó cuando ¡oh! triste realidad, ella pasó frente al lugar donde se encontraba con sus amigos, acompañada de un tipo que la llevaba abrazaba por la cintura y le decía quién sabe qué cosas que la hacían reír. La llamó por su nombre. Ella lo ignoró. Le valió que la viera y sin inmutarse, siguió el camino. Indignados más que Él, sus cuates le aconsejaron vamos a partirle la jeta, no seas güey. Como la respuesta fue que no, el escarnio de los amigos cayó sobre él. Después de esa noche tuvo que soportar burlas y cuchicheos tanto de conocidas y conocidos, como de personas con las que no llevaba amistad. Se aguantó. No sin pena, pues fue puesto en ridículo. Al cabo de unas semanas, del incidente ya no se habló, aunque quedó para el comentario chingativo. Por otra parte, como los integrantes de la tropa fumaban, Él se hizo aficionado al cigarro, como también tomaban, le tomó el gusto a la cerveza, al ron y el brandy, Al principio, los tres que eran más chavos se daban las tres rolando un cigarro, luego le siguieron con dos y más adelante ya era uno para cada quien. Igual pasó con la bebida, pero para esto ya eran cuatro. Una cuba o cerveza la compartían todos, luego fue una por pareja hasta que decidieron que cada quien tomara la suya. Y aplicaban el dicho de que “una no es ninguna, dos es la mitad de una y tres es una, y como una no es ninguna, volvemos a empezar”. Los cuates de mayor edad gustaban de jugar baraja y los chavos siempre los seguían a la casa propuesta para ello. Ahí se escuchaba música tropical, boleros y las rancheras de Javier Solís; bebían y fumaban, y casi siempre, por estar metido en el cotorreo Él perdía la noción del tiempo. Salía corriendo a las 12 o 12 y media de la noche, cuando, ya había pasado la hora del permiso. En un principio la costumbre de fumar y beber era en fiestas, luego se amplió a las sesiones de juego y llegó, incluso, en la vía pública. De manera disque discreta lo hacían cuando algún viernes o sábado no había tocada ni cita con una novia. Su vida le parecía chingona, muy distinta a la de sus compañeros de secundaria. Nada de lo que le pasaba era planeado, acontecía casi de manera natural, aunque algunas ocasiones si las propiciaba. Como en la escuela, que le gustaba buscar a alguna de las chicas que le gustaban para platicar, la apartaba de sus amigas y le pedía que se sentaran en una de las jardineras o bancas. Buscaba las alejadas y solitarias con la intención de no ser interrumpidos por quienes jugaban. Les preguntaba sobre las nuevas canciones que tocaban en el radio; ya escuchaste esta o aquella. “El silencio es oro”, es muy cursi, igual que “Gotas de lluvia sobre mi cabeza”, pero son muy buenas. Esa otra que habla de los amigos que se gustan, es muy fresa ¿No la has escuchado? Casi siempre llevaba la voz cantante, le gustaba ser escuchado, tener su atención aunque fueran bobadas las que dijera; movía las manos, hacía gestos, reía y las hacía reír; buscaba impresionarlas; le interesaba que se interesaran en él para que en el momento que dijera me gustas y quiero que sean mi novia, la respuesta fuera el sí esperado. En muchas ocasiones resultó, fue fácil, pero en otras, antes de la negativa le echaban en cara que no toma en serio a las muchachas que son sus novias, que nada más quiere pasar el rato, que lo que busca es presumir de galán, que quiere dar celos a fulana, que si ya cortó con zutana, que si hizo alguna apuesta con sus amigos. Además, lo acusaban de faltarles al respeto y de que no únicamente se conformaba con darles besos y abrazarlas, sino que quería otras cosas. En resumen, había muchos no que a fuerza de insistencia eran corregidos. Esto le daba confianza, lo hacía sentir seguro, pero también, a la vez, lo conducía a comportarse como un patán. También lo hacía creer fantasiosamente que podía ligar con quien quisiera sin tener que destacar en aspectos importantes y sobresalientes como ser un buen estudiante, un compañero decente, una persona con distracciones acordes a la edad. Dentro de la escuela y fuera de ella tenía fama y, aunque no le satisfacía aceptarlo, no de las mejores. No obstante, ello no le preocupaba. Continuó con un comportamiento vale madre, burlándose de lo bobos que eran las chavas y chavos de su edad, imitando los vicios y formas antisociales de los mayores con que se juntaba, desoyendo los consejos de personas respetables y responsables, adulando a los promotores de la desobediencia. Las vivencias que hasta entonces había acumulado lo satisfacían aun cuando a ciencia cierta ignoraba su importancia, si resultarían en influencias positivas o negativas, y la forma en que impactarían su futura forma de vida. Estaba como enceguecido, alucinado, por no decir apendejado. A su corta edad, navegando en el mar de la ignorancia, Él vivía lo que corresponde a un adulto con sus vicios, el sexo, el tabaco, el alcohol, y tenía la fama de un malandrín; era irreverente ante la autoridad de sus padres y mostraba una carencia de respeto por los valores morales. El problema era que no se daba cuenta de lo que acontecía a su alrededor o, lo más seguro, que no quería aceptar los errores que hasta entonces había cometido. ![]() Sin embargo, hubo cuatro hechos o experiencias de vida que lo marcaron como consecuencia de su irresponsable, loca y desenfrenada existencia, que de manera abrupta aparecen en sus recuerdos. No logró quitárselos de encima y por eso es seguro que forman parte de su aprendizaje de vida. Cuando perdió la virginidad. Antes de ello su mayor experiencia sexual era masturbarse viendo en las revistas mujeres desnudas o después de haber leído literatura barata sobre las vivencias de las prostitutas que aparecen como personajes en “Memorias de una pulga”. Pasar del acto autocomplaciente envuelto de fantasías al gozo de estar con una mujer y usar su sexo y el de él como instrumentos de placer físico, le fue algo extraordinario. Sentir su calor, su humedad y escuchar sus gemidos. Lo anterior lo llevó a concluir que no hay nada mejor en la vida que el sexo. Otro, la primera vez que sintió rabia. El encabronamiento y la vergüenza mesclados a causa de la mala jugada de la novia que se lo fajaba y que se placeó con un galán frente a él y sus amigos. Él se decía que no era por celos ya que el atractivo de la relación era sexual y no sentimental. Creía más bien que fue por las burlas de que fue objeto, por los comentarios hirientes y chingativos de amigos y enemigos, por la preocupación del deterioro y descrédito de su imagen, por la vergüenza de haber quedado en ridículo y ser expuesto como un cornudo. Uno más, el enamoramiento. Hasta antes de que ocurriera, desconocía las sensaciones que provocan la presencia de una mujer por la cual se siente una sana atracción –no sexual-, la alegría de verla, de escuchar su voz y su sonrisa; de extrañarla, de tenerla presente al escuchar una canción, de sentir celos e imaginarla en sus brazos y besarla. Eso le pasó con una de las prefectas de la secundaria. Chaparrita, morena clara y cabello a media espalda. Tendría 19, 20 años y su carácter era agradable, nada renuente a las pláticas y aficionada a la música y el baile. Con ella tuvo trato dentro y fuera de la escuela. Varias ocasiones la acompañó a la parada del camión y caminaban platicando en compañía de su hermano que había ingresado al primer año. En una excursión que organizó un maestro a los Dinamos -a la que fue con una de sus hermanas y una secretaría, que valga decir, le gustaba a su amigo Linares-, se separaron los cinco del resto del grupo e hicieron una larga caminata por una zona de pequeñas barrancas que permitía ofrecerles la mano para ayudarlas a subir y tomarlas de la cintura para bajar; él buscaba la de ella. Y, en uno de los bailes escolares por el fin de año, la sacó a bailar y como en un principio no se acoplaban, reían al unísono; ahí conoció a otra de sus hermanas, la más chica, por la que meses antes de que cumpliera 15 años, fue invitado por sus dotes de bailarín a ser uno de sus chambelanes, lo que propició que tres veces a la semana hiciera acto de presencia en su casa. La sentía cerca, era un soñador, un iluso que confundió lo que sería amistad con algo más. Fue su amor platónico. Ella le despertó un sentimiento jamás experimentado, enajenante, perturbador y doloroso, que con el paso del tiempo supo era lo que se llama enamoramiento. Es decir, un momento de pendejismo de tiempo indefinido que, no obstante, aún dura en su pensamiento. Se enamoró de la chica equivocada, por la cual aún suspira. Por último, las lamentaciones. Los problemas que causó a sus padres –no obstante que ellos fueron las personas más importantes y queridas de su vida- a causa de los vicios aprendidos y su comportamiento errático. Todo se conjuntó para que se convirtiera en un irrespetuoso, irresponsable y mal agradecido. Como hijo de familia nunca le falto lo necesario para llevar una vida digna: cariño, un techo, alimento, vestido y dinero cada semana. Pero eso no lo valoró como tenía que ser a pesar del esfuerzo de su padre por el trabajo y de su madre por atenderlos a él y sus hermanas y hermanos. No correspondió, no atendió como tenía que ser sus obligaciones. Daba más importancia a la relación con los amigos, a las fiestas, a las escapadas con las chavas jaladoras en noches envueltas en humo de cigarro y sabor a cerveza o alcohol, y a la posibilidad de fajes húmedos, que a la exigencia de su padre de llegar los sábados a las 11 de la noche, a más tardar, o a la convivencia familiar por mayor tiempo. Sus llegadas en la madrugada -a veces medio borracho- causaban malestar y enojo, y como consecuencia regaños y hasta cuerazos, y provocaban discusiones entre sus padres, porque su madre siempre sacaba la cara por él.
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Rafael CienfuegosRafael Cienfuegos Calderón cursó la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y se inició como reportero en 1978. Se ha desempeñado como tal en el periodismo escrito, principalmente, y ha incursionado en medios electrónicos (Canal Once Tv) y en noticieros de radio como colaborador. Archives
January 2020
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