“La historia de la literatura es la de
una cadena de escribanos tratando de imitar lo que han amado en otros autores”. (Héctor Aguilar Camín). Lo que hoy vivimos comenzó en el pasado reciente y nadie lo vimos venir. Días antes del inicio del último año de la segunda década del siglo XXI, hizo inmaterial acto de aparición en el mundo y éste se detuvo. Sus habitantes nos vimos forzados al encierro y a cambiar la forma en que nos desenvolvíamos y convivíamos. Nos cambió la existencia. Se modificaron y cancelaron proyectos de vida. Desafortunadamente, cientos, miles, millones de personas murieron, mientras que muchos más de los miles de millones que poblamos el planeta, seguimos vivos y cuidándonos. Por seguridad o por precaución o por miedo ante el invisible y mortal peligro, o tal vez por los tres motivos, millones se convirtieron en nuevos pobres al verse forzados a dejar el trabajo del que obtenían el ingreso económico con que cubrían sus necesidades familiares más elementales, principalmente la alimentaria, y empezaron a padecer hambre; mientras que los que también por millones ya eran pobres y padecían graves privaciones, vieron acrecentar su miseria a causa de la nueva realidad. Hubo preocupación, pavor y paranoia. Contraer una simple gripe generó alarma y desasosiego. Lo mismo que pensar en el posible brote de alguna otra enfermedad extraña o exótica, que si se llega a convertir en plaga, como la que hoy padecemos colectivamente o la de hace poco más de una década, la influenza, que atacó a población de México, Estados Unidos y Canadá, fue un suplicio, pues implicaría un riesgo más para la integridad física, que vulneraría la salud y podría llegar a causar la muerte. La indolencia e irresponsabilidad que están presentes como resultado de la incredulidad de lo que ocurre, causo rechazo e indignación, pero más que nada intranquilidad. Hubo al principio millones de personas en prácticamente todos los países del mundo que asumieron una actitud valemadrista, de “eso es un invento”, “es una artimaña”, “es el medio para crear temor en la gente, y para que los gobiernos coarten libertades y cancelen derechos”. Desgraciada y desafortunadamente, aún hay quienes mantienen esa percepción no obstante las diarias evidencias de que no es nada de eso. La desconfianza cundió, posiblemente, porque se desconoce si se trata de un virus que surgió de manera natural o si es producto de un error, voluntario o involuntario, del trabajo científico en un laboratorio o hasta que se trate de una arma biológica, se especula, mientras que cada día ataca al cuerpo humano, lo enferma y lo aniquila. Hecho, que no se puede refutar. Se llegó a afirmar que es parte de un complot global orquestado para regular el número de la población ante el agotamiento vertiginoso de los recursos naturales, que fue creado por científicos que trabajando en la búsqueda de inmunizadores contra el sida, el cáncer u otras enfermedades cometieron un error, y hasta que se trata de un proyecto de negocio inescrupuloso de las grandes farmacéuticas mundiales que primero originan la enfermedad y luego producen el remedio con el que habrán de especular para aumentar el precio, logrando de esa manera incrementar sus millonarias utilidades económicas. Y sobre las vacunas, que cuando las hubo y estuvieron disponibles provocaron rebatiña entre las naciones para acapararlas, se llegó al colmo de lanzar la fantasiosa idea de que serían el medio para implantarnos un chip y mantenernos bajo control. En fin, no se aceptaba la triste y cruda realidad. El dúo paranoia-indolencia, creó una atmosfera aterradora que obligó a la gran mayoría de mortales al encierro en casa y a adoptar medidas de higiene que inclusive llegaron a rayar en la exageración; en tanto que otros, por fortuna los menos, optaron por el descuido con el riesgo de que si se infectan se verían obligados a guardarse pero temporalmente en un hospital o hasta permanentemente en un féretro. Por precaución o por miedo a lo desconocido ¿quién sabe?, lo cierto es que los más optamos por resguardarnos y buscar la forma de adecuar las diarias actividades a las condiciones que imponía el inesperado suceso, así como por privarnos de todo tipo de divertimento fuera e inventarnos nuevas formas de convivencia para pasar el tiempo. Las video-llamadas, que son un importante aporte de la tecnología de la información y comunicación, contribuyeron sobre manera a mantener contacto con familiares y amistades, empero, por necesidad, hubo que quemarse el coco para idear actividades que nos mantuvieran física y mentalmente ocupados, y a hacer trabajo de oficina en casa, en tanto que para los niños que dejaron de ir a la escuela, hubo que buscar entretenimientos que no fueran los de la televisión o los videojuegos, pasatiempos que no derivaran en el enajenamiento de la computadora y el celular ni que se convirtieran con el paso de los días en una costumbre que, por tanto, terminara desechándose por aburrimiento ante la falta de diversidad. ¡Y yo que estoy tan acostumbrado a andar de pata de perro! -Me decía resignado, a veces, y otras más, desesperado-. ¿Qué diablos haré hoy? Esa fue la pregunta matinal que me hice por mucho tiempo todos los días a partir de que salir y caminar las calles empezó a ser una necesidad, primero, y, luego, una exigencia, sin importar que eso me resultara asfixiante por el obligado uso del cubrebocas y el calor, más el polvo que levanta o arrastra el viento que se suelta impetuoso, y también molesto por los rayos del sol que se sienten quemantes en la piel, y, otras veces, hasta desagradable por la basura y los baches que afean las calles y que son huellas del constante tránsito de personas sucias y de vehículos. El malestar del tedio se hacía presente no obstante que disfruto estar en mi casa, que no es muy grande, pero tampoco pequeña, sí confortable y de aspecto agradable. La lectura, sentado en la mecedora del patio, que está ataviado con plantas que dan flores blancas, rosas, rojas y anaranjadas en macetas multicolores es, desde antes del encierro, una actividad que me deleita, más, si la hago ingiriendo una refrescante cerveza. Regar las plantas y los árboles del área comunal me resulta relajante, lo mismo que sembrar nuevas matas o trasplantar otras. Y a esas actividades que implican trabajo físico, sumé otras al crearme el hábito de revisar si hay algo que requiera arreglo o una mano de pintura, cosas que se tengan que acomodar para aprovechar mejor el espacio, pues los cachivaches nunca faltan en una casa. La computadora y el internet fueron aliados en la tarea de inventarme qué hacer para pasar los minutos y las horas, pero llega el momento en que me resultan limitados porque no tengo por costumbre clavarme mucho tiempo en el correo electrónico o el Facebook, afortunadamente no soy aficionado al Twitter; me mantienen ocupado en tanto no me aburra o encuentre algo que me parezca importante, que me sea de interés o que me distraiga, y lo mismo pasa con los portales de noticias de los periódicos que suelo consultar. Después, preciso pasar a otra cosa. ¿Pero a qué? No me parecía que hubiera muchas opciones. Sin embargo, un día cavilé sobre el interés que he tenido por escribir literatura desde mis años de estudiante de bachillerato pero que he mantenido reprimido, sin haberme cuestionado por qué, para sacar mis ansias locas y dar rienda suelta a mis fantasías y mis vivencias a través de relatos. Como resultado, di comienzo a una serie de escritos, a modo de prueba, para evaluar si medianamente tengo el conocimiento necesario para contar historias a través de la redacción de oraciones claras y bien elaboradas, sobre aspectos de la vida cotidiana de antes y después de que se apareciera el bicho que ha convertido la vida de muchos en un tormento. Y, sin ser presuntuoso, la verdad sea dicha, me autocalifique bien; me sentí a gusto después de leerlos. ¿Por qué no darme la oportunidad? Fue tal mi entusiasmo, que intenté verme como novelista, cuentista o narrador. ¡Vaya ligereza la mía! Quiero correr cuando no he aprendido a caminar. Me sentí ridículo. Soy de la opinión de que en la literatura, tanto como en cualquier arte, si no se tiene conocimiento, sensibilidad y capacidad creativa para decir, plasmar y transmitir con claridad y elegancia cosas que sean atrayentes, que valgan la pena y trasciendan, por mucho empeño que se ponga y por muchas ganas que se tengan, a lo único que se expone el suspirante a escritor es a fracasar, a hacer el ridículo y a recibir una tunda de críticas negativas, que en mi opinión, son un fulminante golpe a la dignidad, la estima y la vanidad de las personas. La alternativa que encontré después de varios días de estar pensando, y que me pareció más adecuada, fue la de aprovechar mi profesión de periodista para asumirme como el mejor y más avezado entrevistador. Valerme del conocimiento y la experiencia adquirida al cubrir eventos sobre diversos temas, conferencias de prensa, congresos, seminarios, asambleas, mítines políticos, procesos electorales, sesiones parlamentarias, marchas de protesta ciudadana, presentaciones de libros e inauguraciones de exposiciones, redactar las respectivas notas informativas, hacer crónicas de color y reportajes. Éstos últimos, que son en mi opinión lo mejor de lo mejor, permiten el explaye, la investigación, y el uso conjunto de los géneros periodísticos: nota informativa, entrevista y crónica, para tratar a profundidad y ampliamente temas de interés que puedan hacer posible que el reportero logre el supremo objetivo de conmover a la opinión pública y, de paso, mostrar las cualidades narrativas con que se cuenta. Me propuse realizar la entrevista jamás hecha hasta ahora. Enfrentar cara a cara, como en un encuentro de esgrima, al personaje que jamás se haya entrevistado, lanzarle preguntas directas, incisivas y provocadoras que no le den oportunidad de escabullirse con respuestas simples, y que se vea obligado a mostrar su sagacidad e inteligencia, como lo tendría que hacer yo también. Para ello, requiero –preví- un personaje célebre que sea ampliamente conocido, pero del que se desconozcan, a la vez, muchas cosas; sobre el que se especule o se invente, que goce de prestigio tanto bueno como malo, que rompa el molde en el ámbito de la política, la cultura, la ciencia o inclusive de la farándula, cuyas respuestas sean de interés y estén a la altura de lo que demandan y quieren saber los lectores. Y éstas, solo podrán obtenerse si las preguntas son claras, concisas y macizas. Pero de entre mis cavilaciones surgió la gran interrogante: ¿Quién podría ser el entrevistado? Ese que deslumbre, que aclare dudas o que escandalice con sus revelaciones, que tenga una o muchas opiniones sobre un tema específico, que sea capaz de transmitir confianza y duda al mismo tiempo, que a través de sus dichos pueda llegar a dar la sensación de que, inclusive, se trata de alguien afable. Que sea carismático y enigmático, que sea muy mentado, que desentrañe incógnitas, que ponga en tela de juicio ideas, dogmas y creencias políticas, religiosas y sociales, y que desenmascare a profetas, mesías y políticos que engañan y dicen medias verdades para cooptar a cuanto incauto se pueda. Pensé, sin embargo, que no hay nadie, definitivamente nadie, que reúna todas esas cualidades. O, más bien -me di cuenta-, yo no conozco a nadie así. Más que nada, porque son muchas las particularidades que le cuelgo al posible candidato. -¡Vaya problema! -Estimé, sin duda alguna, que de no elegir atinadamente podía echar a perder la realización de una entrevista exclusiva y única-. Pero como las horas me parece que transcurren con mucha lentitud y tardan una eternidad en pasar -a pesar de que varias de ellas las ocupo en elaborar la columna política que publica martes y jueves el periódico digital en el cual colaboro, en checar los portales de información de tres o cuatro diarios y leer a algunos opinologos, así como en la salida de casa única y exclusivamente para ir al supermercado con mi esposa, lo que me sirve de distracción y permite ver el comportamiento de la gente en la calle, mucha de ella descuidada a pesar de la presencia del virus, y en el ritual en que se ha convertido, al regreso, antes que nada, limpiar las suelas de los zapatos o tenis en el tapete con líquido desinfectante, lavarme las manos con agua y jabón, y aplicarles gel, y luego sanitizar todos los productos comprados-, durante no sé cuántos días no dejé de pensar en quién podría ser el personaje indicado. La cuestión se presentaba más que nada en la noche, al acostarme, hasta que por fin lograba dormirme. Aunque, a la mañana siguiente, sin falta, se hacía presente una vez que despertaba. En los días de la última semana del mes de agosto, tras haber realizado un minucioso análisis de mi situación de trabajador sin paga a causa de la descapitalización que provocó en miles de empresas el parón de actividades, tomé la determinación de acabar con mi vida… profesional de periodista con la realización de esa última entrevista, misma que me impuse como obligación y como un reto. Pero aún seguía sin saber a quién, que valiera la pena, para coronar los 43 años que he recorrido como reportero diarista en diversos medios de comunicación, además de mi paso por oficinas de prensa y el desempeño que tuve como enlace de algunos legisladores federales con los reporteros de periódicos, radio y televisión. Descarté, de entrada, a políticos de cualquier signo ideológico y partido por ser falsos y tener mala reputación, así como a representantes de organizaciones de la sociedad civil porque, a excepción de pocos, en su mayoría son oportunistas a los que mueve el interés personal por sobre las causas que dicen defender. Pensé buscar entre académicos e investigadores de las diferentes ciencias y especialidades, pero esa opción la deseché porque con ellos tendría que ceñirme a temas específicos y complicados; también pasó por mi mente gente del ámbito de las bellas artes, pero estimé que eso sería elitista; a lo que ni siquiera dediqué tiempo, en pensar quién, fue al medio del entretenimiento por considerarlo insustancial. Pero la necesidad de esa última entrevista me obsesionó al grado de sentirme inquieto y presionado. Me daba pesadez pensar de más, y como me exigí poner a prueba mi capacidad profesional e intelectual, mi carácter empeoró y empecé a padecer insomnio. En mi cabeza rondaba la misma idea. Necesito un personaje carismático y a la vez misterioso, popular pero del cual se tenga poca y difusa información, respetado y a la vez temido; alguien con quien pueda abordar temas históricos, de actualidad y del futuro incierto, de la vida y la muerte, de la verdad y la mentira, de la hipocresía y la honestidad, del bien y el mal, de la religión y los mitos; alguien con el suficiente buen humor como para burlarse de sí mismo, pero que a la vez tenga un alto grado de indignación para despotricar y descubrir a los falsos redentores que pretenden embaucar y hacer creer que el mundo en que vivimos es el Paraíso donde todo es felicidad, cuando en realidad, con nuestras acciones, lo sabemos, todos hemos contribuido y somos responsables del antro en que está convertido, en el que las muertes, la contaminación, el genocidio ecológico, las guerras, el terrorismo, la violencia, el hambre y la pobreza son cosa de todos los días. La idea me daba vueltas en la cabeza. Diariamente hacía búsquedas en internet para dar con quién pudiera reunir la mayor parte de los requisitos que quiero cubra el entrevistado. Para mí desfortuna, me di cuenta de que entre más empeño ponía, más divagaba y me perdía. Desconcertado y confuso, no sabía qué hacer. Me plantee renunciar; dejar de lado la tarea que me impuse de realizar una última entrevista antes de colgar los guantes, de dejar de tundir teclas y de despedirme de la arena del periodismo, que tantas satisfacciones me ha dado, que tanta presión emocional ejerció en mí, que me obligó a corregir errores personales y los propios de la profesión, y que me condujo a acentuar vicios y comportamientos negativos. Pero, también, consideré darme otro chance para hacer un último intento y encontrar al personaje con el que, al fin de cuantas y aunque cubra solo una parte de los requisitos idealizados, me sea posible hablar de cualquier cosa, en serio, en broma, ordenada o atropelladamente, sin dar límite de tiempo a las respuestas, meternos en todo con absoluta libertad, sin importar que ni él ni yo seamos todólogos, con tal de que arroje material para elaborar un texto en el que vaya mezclada parte de su biografía, los aspectos noticiosos que deriven de los tópicos que se aborden, y que la descripción de sus gestos y movimientos corporales sirvan para darle color a la crónica con que vestiría la entrevista. Me decidí por continuar. Y, para mi fortuna, la recompensa al denodado esfuerzo, llegó en la placidez de un sueño profundo. Al despertar una mañana resplandeciente y cálida gracias a la presencia del astro rey en lo alto del cielo, amanecí sabiendo que mi entrevistado sería el Diablo. Sí, el mismísimo Rey del Averno. O Satanás o Lucifer o Belcebú o Demonio o Luzbel o Belial o Príncipe de las Tinieblas o Ángel Caído o Rey de las Tinieblas, como también se le menciona. ¿Por qué? Porque a él se le atribuye, con razón o sin ella, la maldad que anida en el interior de cada una de las personas en sus múltiples expresiones y todas las calamidades que han ocurrido, la que padecemos hoy y muy seguramente las que puedan llegar a presentarse en el futuro. Además, por ser el ente que desde el inicio de la historia está presente y causa miedo, agitación y desasosiego colectivo, pero que, también, provoca buen humor en quienes lo consideran un invento de la mitología, una caricatura, un chiste. ¡El Diablo! Este sí que es todo un reto! -Me dije con el solo movimiento de lengua y labios, sin emitir sonido alguno-. En un momento de sosiego deje volar mi imaginación y visualice al Diablo como un Dandi refinado, sobrio y de fuerte personalidad, vistiendo traje negro de moda, chaleco a rayas verticales blancas y negras, moño guinda y zapatos de charol, cabello engominado peinado hacia atrás, barba recortada en delgada línea a lo largo de la mandíbula rematada en la punta de una barba de chivo en el mentón, sombrero de bombín en una mano, bastón en la otra, y sonrisa entre malévola y socarrona. Al retornar a la realidad solté un suspiro profundo y expresé, ahora en voz alta, ¡Vaya reto! ¡Solo a mí se me ocurre entrevistar al Diablo! ¿Será porque estoy perturbado o alucinado? ¡Puede ser! Aunque lo más seguro es que quién sabe. Recordé y apliqué para mi particular caso, la afirmación que le escuché a alguien, de que si Dios hizo al hombre a semejanza, no cabe duda de que Dios era un desequilibrado -lo que me dio mucha risa-. Pero no, no se trata de nada de eso. Estoy seguro. –El movimiento de la cabeza de izquierda a derecha, de manera constante, me convenció de que no estoy ni perturbado ni alucinado ni desequilibrado-. La decisión la tomé, luego de que desperté convencido de que el indicado era el Diablo, conscientemente y sin divagaciones, a sabiendas de que es un personaje al que se atribuyen poderes malignos, al que se señala como archienemigo de Dios y del que se dice es el Rey del Infierno, al que hay quienes lo comparamos socarronamente con Sancho, porque todos sabemos que existe aunque nunca lo hemos visto, al que se han dedicado poemas, novelas, cuentos, canciones, películas, y cuyo nombre está incluido en la gastronomía, del que se echa mano para espantar a los niños, y al que se supone innombrable, puesto que si se le invoca, hay el riesgo de perder el alma -lo que sea que ella sea-. Sin embargo, sí me pregunte en serio, más de una vez, ¿por qué el Diablo? Al buscar una respuesta me percaté de que el auto cuestionamiento era más bien para forzarme a idear lo que diría de manera concreta y certera cuando alguien me lo preguntara, pues tengo la idea de que el tema del Diablo puede despertar curiosidad e interés, pero también indignación y temor. En fin, después de un tiempo el por qué lo limité a porque me parece el personaje más interesante, seductor, inigualable y enigmático que hay. Y, lo mejor, porque nadie lo ha entrevistado. Podría ser la exclusiva que se pelearían los periódicos, las revistas y televisoras más importantes del orbe, y no se diga las publicaciones amarillistas; sin duda merecedora indiscutible del mayor reconocimiento en el medio periodístico del mundo mundial, como dicen los españoles. Aunque podría ocurrir también que sea rechazada y su publicación y difusión no se lleve a cabo si los editores evalúan que el entrevistado hace revelaciones comprometedoras que generarían conmoción, que se contraponen a hechos históricos que por siglos han prevalecido como verdaderos, que ponen en duda la credibilidad de las religiones al denunciar las atrocidades que han cometido para mantener el control de la gente, que encueran a gobernantes que abusan del poder y engañan al pueblo, o que, simplemente argumenten, que el Diablo no existe y, por tanto, la entrevista carece de veracidad. Que la inventé. Hice todo lo posible por desterrar de mi mente ese mal augurio. Con los ojos cerrados, me aplique el coco wash de “todo va a salir bien” que repetí y repetí y repetí. Más de repente… sin decir agua va… me asaltó una inquietante duda: ¿Qué le voy a preguntar?
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Rafael CienfuegosRafael Cienfuegos Calderón cursó la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y se inició como reportero en 1978. Se ha desempeñado como tal en el periodismo escrito, principalmente, y ha incursionado en medios electrónicos (Canal Once Tv) y en noticieros de radio como colaborador. Archives
September 2024
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