Era casi la una y media cuando abrí los ojos. La habitación estaba iluminada con la luz que desprende el sol al medio día y se sentía un poco de bochorno. Estaba un poco crudo por los vodkas ingeridos y pensé que con un buen baño de agua tibia, un consomé y tacos de barbacoa acompañados de una cerveza, me sentiría fresco y reconfortado. Ya en la ducha recordé que la pasé bien en el tugurio echando taco de ojo, con ganas de agarrar pierna y un poco arriba y un poco abajo, y dejándome atender por la morena que nos acompañó en la mesa y que dijo ser Nadia, quien más de una vez bromeó a Héctor por no acceder a que llamara a una de sus compañeras. Al revisar mi billetera me percaté que no gasté más de mil 200 pesos, lo cual no me pareció gravoso, considerando el pago de la compañía y la bebida. Fue una buena noche -me dije de nueva cuenta-. Después del comentario que hice al poco tiempo de que llegamos al tugurio, de que faltaba ambiente, que el lugar estaba aburrido, la cosa cambió. Magdalena, la amada de Héctor, cuyo nombre artístico resultó ser Natalia y la de sus acompañantes las moscovitas, fue presentada como la diva que abriría la pista para dar paso a los bailadores de salsa. La gallera se alborotó cuando las luces que iluminan la pista se apagaron y en los bafles retumbó el ritmo rumbero de Aguanile interpretada por Marc Antoni, provocando el movimiento frenético de los tres cuerpos que, ejecutando pasos de los que llaman en línea en las escuelas de baile, ocupaban los cuatro metros por cuatro que calcule tendría la pista. ¡Vaya movimiento de caderas el de Natalia! ¡Y qué piernas! que se traslucían entre su vestido color vino, cuya bastilla era más corta –a media pierna izquierda- que la de la derecha –debajo de la rodilla-. El rítmico movimiento de sus pies denotó que es una buena bailadora. Terminó Aguanile y la pista la llenamos en menos que canta un gallo, al ritmo de Quimbara, de Celia Cruz. Y de ahí, pal real, hasta no sé exactamente qué hora. Tenía mucho tiempo que no bailaba tanto y, bueno, Nadia resultó ser un trompo. Sus movimientos, ligeros, permitían la fácil conducción de su cuerpo y el adecuado acoplamiento, marcar y llevar el ritmo con pasos afines. El movimiento de los hombros iba acompañado del vaivén de sus senos, y la cadera se sacudía cuando la descarga de congas, bongo y timbal lo exigían. El movimiento de su cuerpo era grácil y sensual. Sí. No hay mejor descripción. Antes de salir del tugurio y tomar el taxi que nos llevó primero a la casa de Héctor y luego a la mía, Magdalena llegó a la mesa que ocupábamos a saludar a Héctor. Éste se levantó, le tomó la mano e inclinó su cuerpo hacia el frente para que el saludo fuera de beso en la mejilla. Dio un hola a Nadia y preguntó a Héctor ¿quién es tu amigo? Me extraña que venga acompañado. Siempre viene sólo –dijo dirigiéndose a mí-. Soy Ligorio Buenrostro Galán. Es un buen amigo –refirió Héctor-. Vaya nombre. Y seguramente te apodan el irresistible –se burló-. No, me llaman Galán, por mi apellido. Reímos los cuatro. Me retiro –anunció-. Nos dijimos mucho gusto y nos vemos pronto, y cuando emprendía la retirada, Héctor le recordó: Natalia, ya sabes que vengo el jueves. Hoy viernes fue una excepción. Sí, claro. Aquí nos vemos. Y ¿por qué no la llamaste por su nombre? Porque aquí se llama Natalia. ¡Ah! Está bien. Dos semanas después de aquella incursión nocturna al tugurio que bien comentó Héctor es un lugar que no es lo que aparenta ser, no sabía qué hacer. Héctor fue a Aguascalientes para atender un trabajo que a él no le correspondía, pero que consideró su jefe realizaría sin mayor problema entre jueves y viernes. Se negó, pero no se pudo zafar y partió el miércoles. Yo estaba aburrido. No me decidía a dónde ir, si a tomar unas cervezas y escuchar rock en vivo en un bar del Centro Histórico o al bar del Sanborns más cercano o quedarme en casa y escoger, para ver, alguno de los conciertos grabados en DVD que tengo pendientes de Santana, Amy Winehouse y Status Quo, deleitando un vodka. A las ocho de la noche ya estaba listo para salir. Mi decisión fue visitar el tugurio donde se refugia Héctor. Ese viernes no era quincena y pensé que estaría tranquilo, sin mucha gente. Me equivoqué. Llegué y me sorprendí cuando la hostess guapetona de la otra vez me dijo que no había lugar. Lo siento, hubo muchas reservaciones. Pero vengo sólo y no tengo inconveniente de acomodarme en la barra. En la barra no se da servicio. Y no puede haber excepción. ¿No? Sólo que se espere a ver si alguien sale. Mmm, eso sí que está en chino. Con el ambiente que hay. Comprendí que era inútil insistir y molesto por la mala decisión que tome estaba a punto de retirarme cuando, de repente, del otro lado de la puerta de entrada, en el lobby, vi a Nadia hablando con quien resultó ser el capitán de meseros. Alcé la voz y pronuncié su nombre dos veces seguidas y levanté el brazo derecho y agité la mano para llamar la atención. A la tercera, la hostess me preguntó si conocía a Nadia. Sí. También a Natalia. Espere –pidió-. Se volteó y abrió una de las dos hojas de la puerta de madera con relieves tallados y vidrios pulidos, y dirigiéndose a Nadia le dijo: Nadia te buscan. Esta dirigió la vista a donde se movía mi brazo y se acercó. Hola Nadia. Soy Ligorio Buenrostro, se me hizo tarde. Permítele pasar –dijo a la hostess-. Que ocupe mi mesa. Feliz y contento me introduje al salón detrás de Nadia, quien me llevó a una mesa casi pegada al tablado que ocupaban las bailarinas. Me instalé y Nadia me informó que esa zona la atiende un mesero buena onda y que no hay problema. Ahorita estoy ocupada pero voy a enviar a una compañera para que te acompañe y no estés solo. Es muy atenta. Pero no te olvides de mí. Quiero que bailemos –agregó-. No. ¿Cómo crees? Si vine por ti. Y gracias por el paro de la entrada. Le envié un beso con la punta de los dedos y se retiró con una sonrisa en el rostro. El bullicio que había en el local era demasiado. Los ocupantes de una larga hilera de mesas estaban eufóricos seguramente ya muy enfiestados –pensé- y para comunicarse alzaban la voz, se reían con estridencia y se oían desde chingaos hasta los no guey o no manches; sobresalían también las voces y risas de las acompañantes. También escandalizaban una quinteta de homosexuales que con voz atiplada cantaban a coro para acompañar la voz de Michael Jackson en Billie Jean y luego que terminó, a Ricky Martín con Vive la vida loca Y bueno, me pareció que había mucho escándalo. Llegó la enviada de Nadia. Supe que era ella porque sin decir más se sentó y preguntó ¿me esperabas? ¡Ya estoy aquí! ¡Ya no estarás sólo! –dijo- ¡Sí! ¡Claro! ¡Hola! ¡Bienvenida! Soy Mía. Tú eres ¿cómo me dijo Nadia que te haces llamar? No le entendí bien. Ligorio. No pues, nunca me iba a acordar –dijo-. Nunca había oído ese nombre -agregó. No es un nombre común –mencioné-. Te puedo afirmar que es único y debes saber que mis padres me lo pusieron para que fuera acorde a mi personalidad y apellidos. ¿Sí? Sí. Y ¿cuáles son tus apelativos? ¡Ah! pues, Buenrostro y Galán. Mi nombre completo es Ligorio Buenrostro Galán. No me cotorrees. No. Nada de eso. Tienes queja de la figura que tienes enfrente. Mmm. No. Mejor párale, así la dejamos. No. No. Estás bien. Pero ese no es tu nombre ¿verdad? Sí. ¿Por qué lo dudas? Nada más digo. Mira. Te voy a explicar. Ligorio es porque me gusta conquistar chicas. ¿Nada más chicas? No, también adultas y mujeres medias maduronas de edad. Cuando alguien me gusta la busco, la cortejo e insisto hasta que acepta andar conmigo. Y lo de Buenrostro y Galán vienen por añadidura. Así es que ya sabes. Qué dices ¿le entras? Así nada más. Pues sí. O ¿qué quieres? Eres de las que dicen primero hay que ser amigos para conocernos y ver si congeniamos y cosas de esas y después veremos. Eso es muy cursi, ya no se usa. Así es que ¿qué dices? Eres mía o no. Reí. Te diste cuenta como arme esa última frase, Mía. Y qué vamos a tomar –preguntó-. Para seguir con el mismo cotorreo contesté: si eres mía, lo que quieras, sino, Mía, lo que yo te invite. Crees que soy fácil. ¿No? Podemos pasarla bien ahorita aquí y ya veremos después qué pasa fuera de este antro. No acostumbro hacer citas. Yo tampoco acostumbro pedirlas. Antes de que dijera otra cosa le anuncié: yo tomo vodka. Aceptas que tómenos vodka. Sí. También me gusta el vodka con jugo de uva. A mí con agua quina y cascara de limón. Entonces vodka, aunque eso implica que no quieres ser mía, Mía. Me comentó Nadia que la vas a esperar. Yo te acompañó un rato. Me parece bien, pero mientras eres mía –mencioné-. Si hombre –contestó-. Las bebidas pedidas llegaron y la plática entre Mía y yo siguió en torno a mi gusto por el baile, desde música afroantillana y salsa, hasta rock de los 60’s y clásico, por escuchar rock sicodélico y progresivo, blues, jazz y baladas, y asistir a conciertos, y el disfrute de la lectura. Ella habló de su afición por el futbol de balón y patadas –más que nada el europeo y de Ronaldo, su ídolo-, al americano y a su equipo favorito, los Vaqueros de Dallas, su costumbre de ir al gimnasio y correr por las mañanas tres días de la semana, y su gusto, también, por el baile. Antes de que Nadia se uniera a la mesa que ocupábamos, hizo su arribo al salón Natalia, y como la ocasión anterior, la primera vez que fui con Héctor al tugurio, atrajo a su paso las miradas. No ocultó su satisfacción por el recibimiento. Segura de lo que tiene como mujer -buen cuerpo, guapura y elegancia-, avanzó hasta detenerse frente a su mesa, donde el capitán del lugar retiró la silla y la acomodó para que se sentara. La atención fue de inmediato. Un mesero depositó un vaso y sirvió el contenido de una botella de whisky Ballantines, tras agradecer el servicio, ella lo cogió y medio levantó el brazo para decir salud en un ademán de cordialidad, bebió e hizo un leve gesto en su rostro, de esos que provocan las bebidas fuertes en el primer trago. ¿Qué te parece Natalia? –preguntó Mía-. Una mujer muy guapa, atractiva y sugestiva. Sí. Y es muy buena amiga. Muy solidaria con todas. Siempre nos dice que no aceptemos ni ofensas ni abusos de nadie. Ni de nosotras mismas ni de clientes ni de meseros ni del capitán ni del gerente encargado. Que no aceptemos de nadie nada que no queramos, ni menos de lo que tienen que pagar los clientes por la compañía y el baile. Aconseja que no nos dejemos manosear porque eso provoca malos entendidos, ya que hay quienes creerían que porque pagan pueden meter mano y que eso es parte de la compañía. También se porta bien con todos los compañeros. Por eso es apreciada y respetada. Yo la quiero mucho -asentó Mía-. Nadia y yo somos sus mejores amigas. Nadia la conoció primero, trabajaron juntas en un restaurante donde padecían acoso sexual del dueño y los clientes. Aquí primero llegó Natalia y luego invitó a Nadia. Yo ya estaba aquí. Y cuando ella era como nosotras, chica de compañía, se hizo buena amiga, lo mismo que Nadia. Y aunque ella destacó, pues es la mayor atracción, no cambió su forma de ser. Es muy solidaria. Así es que ya tienes tiempo en este tugurio. Sí, más de dos años. Pero porque lo llamas tugurio –cuestionó- si es un bar. Afuera hay un letrero luminoso de buen tamaño que dice Lolita’s Bar. Pues porque en los tugurios es donde hay mujeres para que nos divirtamos los hombres y pasemos un buen rato. O ¿no? Si eso es cierto, pero aquí no hay prostitutas. Yo soy, nosotras somos, damas de compañía. No nos vamos al hotel con los clientes, no les hacemos desnudos o bailes privados. Este lugar es distinto. Por eso siempre está lleno todos los días y más los fines de semana. Aquí no se permite que los machines traten mal a las mujeres y las manoseen. No. Los echan a la calle. Por eso no estoy de acuerdo en que digas que es un tugurio. Pues así me refiero yo a este tipo de lugares, o los llamo antros o burdeles. Quizás no esté empleando la palabra adecuada, pero para mí es una forma de decir. Y has de saber que la vez pasada que vine, que fue la primera, le dije a mi amigo que este lugar, que este tugurio, me parecía diferente y le hice una lista de por qué. ¿No lo concias? No. Entonces cómo llegaste. Mi amigo Héctor…. ¿Héctor? –me interrumpió-. Un tipo alto, delgado, de barba de candado y medio moreno que viene sin falta cada semana. Sí –dije-. ¡Ah! El eterno enamorado de Natalia. ¡Ándale! Ese mismo. ¿Lo conoces? Claro. Natalia me ha hablado de él. Natalia y Nadia lo conocieron en el restaurante del que huyeron. Naty nunca deja de saludarlo cuando viene. Platican un rato, mejor dicho intercambian comentarios, porque ella no acepta sentarse en su mesa. Nos dice que no es porque le desagrade, sino porque no quiere que él interprete mal las cosas, ya que él a ella no le interesa, no es su tipo, aunque le gusta que desde siempre la trate con amabilidad, es muy correcto. Sabe que está enamorado de ella y prefiere no tener cercanía para no darle falsas esperanzas. Pues te decía, Mía. Héctor desde hace mucho tiempo me habló de este lugar. Dije lugar, no dije tugurio. ¿Está bien, Mía? Sí. Muy bien. Y que muy buen ambiente, mujeres atractivas, buena música, seguro y demás. Preguntaba que cuándo lo iba a acompañar y cuando proponíamos un lugar para ir a cotorrear, él siempre sacaba a relucir el Lolita’s. Yo lo convencía e íbamos al Centro Histórico, a la Condesa o a la Roma. Creo que por eso optó por venir los jueves. Pero me convenció. Y hoy aquí estoy sin él, por segunda ocasión. Lo que indica que si me gusta. Como la ocasión anterior, por el sonido anunciaron la apertura de baile para los salseros a cargo de Natalia que en esta ocasión estaba encuerada, quiero decir, vestida de pantalón, chamarra corta y botas de piel hasta la rodilla. Se escuchó el inicio de Para los Rumberos, de Tito Puente y Natalia mostro sus dotes de bailadora. Sus damas de compañía se incorporaron a la danza momentos después, primero una y luego la otra. Tenía los ojos puestos en el cuerpo de Natalia cuando hizo su aparición Nadia. Saludó con un ¡hola! Y anunció que ya estaba libre. Se sentó y Mía se levantó. Tú llegas y yo me voy –expresó-. No. Quédate aquí con nosotros –pedí-. Tengo que trabajar. Gracias por las bebidas. Quedas en buenas manos. Por supuesto que sí –afirmé-. Qué te pareció Mía. Es mi mejor amiga junto con Natalia. Eso me platico Mía. Me cayó bien. Es agradable.
2 Comments
Edgar Montes Lima
22/5/2017 10:13:11 pm
Felicidades Rafael, interesantes tus opiniones y relato, éste entretenido y te lleva a leerlo hasta el final, ¿que sigue?.
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Jazminia
3/6/2017 09:49:25 pm
Guauuuuu me sorprendes, están muy buenos, ligeros, amenos y con ese toque pícaro más no ofensivo. ¡¡¡¡¡¡Felicidades Rafel!!!!! Voy a estar esperando el siguiente capítulo . Un abrazo amigo y sí, si se puede.
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Rafael CienfuegosRafael Cienfuegos Calderón cursó la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y se inició como reportero en 1978. Se ha desempeñado como tal en el periodismo escrito, principalmente, y ha incursionado en medios electrónicos (Canal Once Tv) y en noticieros de radio como colaborador. Archives
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