APRENDIENDO A VIVIR (IX) Y ÚLTIMA En el cajón de una cómoda que forma parte de la decoración de la sala de música de su casa está un costalito de marihuana made in Guerrero, de la llamada “Golden” que le regaló su amiga Fanny, a quien en una plática de sobremesa después de la comida, comentó que hacía ya añisimos de la última vez que fumó. ¡No juegues! Con lo rica que es, con lo bien que te hace sentir su efecto, con ese su olor característico y agradable –dijo ella a Él-. Ya lo creo. Y como se antoja cuando vas caminando y de repente te llega el olor a petate quemado. ¡Que presten para ponernos igual! -digo siempre- y doy una aspirada profunda. De esta manera Él y Fanny iniciaron una plática sobre si eran o no aficionados a consumir cannabis. Ella, aunque su primera vez fue en la secundaria, se declaró afecta pero no adicta, pues de vez en cuando se da un toque en compañía de su novio o en algunas fiestas con sus amigos y amigas. De que me gusta me gusta, inclusive más que el alcohol, aunque como la cerveza no hay nada mejor. Yo también soy cervecero. Disfruto tomar chela, me gusta paladearla, sentir sus burbujas en el buche antes de pasarla por la garganta y disfrutar su sabor, y por supuesto que no le hago el feo a otras bebidas deleitables, pero sin duda la cerveza es mi preferida. Pero a la marihuana ya no le haces ¿por qué? En realidad, Fanny, no fui un gran fumador. Únicamente dos veces y fueron malas experiencias. No me quedaron ganas de probar más. Tenía unos 16 años y creo que no estaba preparado, fue en situaciones improvisadas, de desmadre. Yo creo –intervino Fanny- que los toques siempre son así cuando eres joven, no se planean. Pero ahora que ya eres adulto –se rió- sí lo puedes programar para hacer que resulte en un momento grato. Determinas el día, sí fumas solo o en compañía de alguien que tenga buena onda y le guste divertirse, o con tu esposa o novia, escuchando la música de tu preferencia, algo movido como un rock o algo muy rítmico como la música afroantillana. Hasta el lugar lo puedes escoger. Que tal en los Dinamos al aire libre y en contacto con la naturaleza, o en tu casa. Suena bien como lo planteas, pero el problema que le encuentro es conseguir la mota. Hay mucho riesgo, vaya a ser la de malas y te cachan al momento que la compras, y por el tipo de gente a la que te tienes que acercar. No juegues. Suenas a viejo maniaco con delirio de persecución. Para nada. Si te agarran es tambo y no hay derecho a fianza. Para comprarla tendría que ser a alguien que conozca y que la entregue en corto, de manera segura. De otra manera no. Mira, como soy buena onda y me caes a todo dar, te voy a conseguir en la escuela un costalito y me va a dar mucho gusto que te des un toque y lo disfrutes a mi salud. Fanny cumplió. Dos días antes de su cumpleaños, Él recibió, en efecto, un costalito de manta de unos seis por cuatro centímetros amarrado con hilo de cáñamo, repleto de hierba contenida en una bolsa de papel celofán. Tenía ramitas y cocos. Ésta –le hizo saber Fanny- es de lo mejor. Si lo dudas pregúntale a José cómo se puso con las tres que se dio. No’mbre. Está chida -mencionó éste- fuerte y pegadora. El efecto me tardo en pasar como tres horas. La pase de poca, le dijo a Él, en la cervecería a la que fueron a festejar que el domingo siguiente añadiría un año más a su existencia. Siendo así la voy a tratar con mucho respeto. Voy a hacer que valga la pena quemarla. ¿Con la envoltura de un cigarro normal quitándole el filtro bastará para dos personas? Para que sea un toque tranquilo, sí, coincidieron Fanny y José. Si te fijas –añadió este- en el costal hay un logotipo de identificación para que el consumidor sepa que es marihuana de calidad, por eso trae cocos, por cierto, siémbralos en buena tierra para que nazca una mata y produzcas tu propia mota y no tengas que estar comprando con desconocidos, porque Fanny me platicó que eso te atemoriza y crea desconfianza. Además tienes razón, la que venden a granel envuelta en cualquier tipo de papel o bolsa de plástico es chafa, es basura, por eso es más barata. Te agradezco el regalo Fanny, nunca había recibido uno tan peculiar, y a ti José, la información de que en el mercado, aunque negro, se expende cannabis de calidad, y les aseguro que le voy a dar buen uso, espero que con mi esposa, se lo voy a proponer, sino, ya veré con quien. Digamos salud –propuso Él- Los cuatro bebieron hasta terminar el contenido de la botella de cerveza. Y qué tal si rematamos el día con un toque –propuso Fanny-. Podríamos ir con un cuate de la escuela a conseguir. Nos queda de paso. ¿Cómo ven? A pesar del anuncio que hizo en la víspera de su cumpleaños 50, una década y dos años después, el costalito de marihuana permanecía en el mismo cajón donde lo depositó y su contenido está intacto sin que Él sepa la razón de por qué, pues en verdad tenía deseos de darse un toque en espera de que el tercero de su vida fuera placentero y divertido. Además de que a su esposa, hijo e hija les informó que ese morralito que contenía marihuana lo iba a poner en el cajón del mueble que está junto al espacio que ocupan los discos, los estereofónicos y las botellas, y que si en algún momento querían fumar lo hicieran ahí mismo, en la casa y no en la calle. Tampoco es para que inviten a sus cuates. ¿Estamos de acuerdo? Él autojustificó haberles informado lo anterior con la convicción de que si así lo querían, era preferible que tuvieran su primera experiencia con la mota en el seno de la casa y no en algún lugar externo y desconocido donde estarían bajo el escrutinio de gente que pudiera escandalizarse y que por no estar de acuerdo, más que por mala onda, pudiera delatarlos con la policía. Por otra parte, en ningún momento pesó por su mente que con ello estuviera induciendo a sus hijos al vicio y mucho menos que se pudieran volver adictos, pues los conocía bien y aunque de los dos únicamente su hija fumaba, sabía que por la curiosidad, no pasaría de dos o tres toques. Si el comportamiento de sus hijos fuera otro, es decir, que fueran desmadrosos, desobligados, irrespetuosos y propensos al vicio adictivo –como lo fue él-, por supuesto que no les hubiera dicho nada sobre el costalito ni donde lo depositaría, y la primera que hubiera protestado hubiera sido su esposa. El problema que se presenta –reflexionó Él- es que cuando la gente escucha la palabra marihuana inmediatamente la asocia a drogas, violencia y degradación, y rechaza izo facto a quien la fuma, la porta y mucho menos acepta tenerla en su casa, lo que no ocurre con la cerveza, el tequila o cualquier bebida embriagante, que pueden estar al alcance de un niño, un joven, un adolescente, un adulto o un viejo, sin que se piense que son un peligro. Podría ser una cuestión de percepción, pero para Él, más bien es una actitud que se asume por el manejo de una doble moral –no acepto a un drogadicto, pero sí a un alcohólico-, y por la estigmatización del primero como un mal viviente y del segundo como producto de la convivencia social. La verdad es que la falta de información y la manipulación que se hace de la que fluye sobre las adicciones, principalmente por parte de las autoridades de salud, es lo que mantiene el rechazo de la sociedad a aceptar la legalización de la marihuana para uso recreativo, cuanto está más que demostrado que la prohibición y penalización son un fracaso porque no frena ni disminuye el consumo del alucinógeno más natural que existe. Y como la primera vez a sus ocho o nueve años de edad, Él a sus casi 63, se deleita cuando en la calle, en el parque o en algún concierto percibe el olor a mota y expresa: alguien se está dando un buen patatazo. Y aunque convive con jóvenes que en ocasiones lo invitan a darse un toque, siempre se niega, pues prefiere mantener abierta la posibilidad de fumar en el momento que él propicie y considere adecuado para que la experiencia sea agradable, y supere las dos malas pasadas que tuvo. Corría la década de los 70s y la efervescencia que producían al unísono el rock llamado “pesado” y el consumo de la mariguana, LSD y ciclopal desde mediados de los años 60s en Estados Unidos con el surgimiento del movimiento hippie y la realización de los primeros conciertos masivos, el de Monterrey Pop y Woodstock (1966,1967 y 1969) respectivamente, trascendió fronteras y llegó, primero a Tijuana, después se estacionó en el Distrito Federal, donde se hicieron famosas bandas y grupos que aunque cantaban en inglés estaban integradas por músicos mexicanos de gran talento y virtuosismo. Peace and Love, los Dugs Dug’s, El Ritual, Javier Batiz, Bandido, Tree Souls in My Mind (en la actualidad El Tri), La Revolución de Emiliano Zapata, el Hangar Ambulante, Toncho Pilatos, Enigma, Tinta Blanca, entre otros, acapararon la escena y dieron paso a la apertura de establecimientos donde se escuchaba, bailaba y bebía. Unos de ellos que cobraron renombre fueron el Champagne a Go Go, al que se consideró “La Catedral del Rock” ubicado en avenida Juárez y Reforma, y el salón Chicago de la colonia Peralvillo, además de la Pista de Hielo Revolución. Ese movimiento del rock hecho en México, al que según se cuenta un locutor de radio bautizó como “Rock Chicano” tuvo su mayor expresión en el Festival de Avandaro celebrado el 11 y 12 de septiembre de 1971 en el Estado de México, donde se presume asistieron casi 200 mil personas, la mayoría jóvenes que clamaban -como en los movimientos estudiantiles de 1968 y 1971, que fueron violentamente reprimidos- libertad de expresión y de reunión, alto al autoritarismo del gobierno y a la intolerancia de los padres, la iglesia y la sociedad. Él por su corta edad, conoció del Champagne a Go Go sólo la fachada, a la pista de hielo fue una sola vez y escuchó a los Dugs Dug’s, no tuvo el permiso de su padre para ir a Avandaro como resultado de la funesta propaganda de Telesiva, que tras haber sido la promotora inicial del Festival de “Rock y Ruedas” que se desbordó y dejó atrás la carrera de autos, denostó a quienes se encargaron de organizar la presentación de más de diez grupos, poniéndose al servicio del gobierno que emitía anuncios pidiendo a los padres impedir la asistencia de sus hijos a un evento cuyo único fin era desafiar al gobierno y alterar la paz social. Por sus amigos que sí asistieron y que lo azuzaban para que se fuera sin permiso, de aventura, contaron a Él que fue algo increíble, porque convivieron con chavas y chavos que no conocían, con los que compartieron tortas, atún y frutas, tequila, ron y hasta unos toques de mota, una cobija, un gabán o un suéter. Con quienes en la madrugada húmeda y fría, tras la lluvia, se abrazaban en círculo para darse mutuamente calor. Todos fue buena onda, convivencia sana. Nada de bacanal, ni degenere sexual ni reunión de drogadictos. Reino una sana convivencia, la hermandad, la solidaridad, y no fue nada de lo que dijeron el pinche gobierno, la prensa vendida y la televisión. De lo que te perdiste -reseñó a Él el negro, uno de sus mejores amigos-. Sí. Ya lo creo. Y me arrepiento de no haberme ido con ustedes. Total una regañada más o una chinga al regresar, bien lo hubieran valido. Sin embargo, conocía la música de los grupos y bandas que tocaron porque había frecuencias de radio que los programaban. Pero después de Avandaro el rock mexicano fue vetado de la radio y los conciertos prohibidos. Los establecimientos empezaron a cerrar o cambiaron de giro a ritmos tropicales y afroantillanos. Ante ello, aparecieron los llamados “Hoyos Funky” en terrenos baldíos, edificios ruinosos y bodegas de colonias populares del Distrito Federal y el Estado de México, principalmente, en Nezahualcóyotl, donde, de manera clandestina, se reunían jóvenes, hombres y mujeres a escuchar a los grupos cuyos integrantes, lo mismo que ellos, eran víctimas de persecuciones de parte de la policía que tenía orden de detener a todo aquel que por traer el pelo largo y vestir como hippie, pareciera sospechoso de ser marihuano, malviviente y un peligro. En ocasiones había redadas que obligaban a salir despavoridos, de las que Él pudo salir a salvo gracias a que seguía las indicaciones de los vendedores de entradas y de los letreros que decían: en caso de una incursión policial hay que correr y salir en grupo y ya en la calle dispersarse para dificultar la detención. Esos eran momentos en los que Él sentía como la adrenalina le recorría el cuerpo de pies a cabeza, pues se combinaba el aturdimiento que provocaba la música tocada a alto volumen, el hornazo del humo de la cannabis quemada y el temor de ser detenido, lo que le implicaría dos problemas, uno con la autoridad de la justicia y otra con la de su padre.
Así es que los “Hoyos Funky” fueron el refugio tanto de músicos como de fans tercos que se negaban a dejar de tocar los unos y de escuchar y bailar los otros. Hubo un lugar por los alrededores de la Villa, unas bodegas de Ferrocarril Hidalgo, en el que por buen tiempo se realizaron tardeadas de rock, de las dos de la tarde a las 12 de la noche, donde se instalaban dos estrados para que la música fuera ininterrumpida. Llegaba y se iba gente pero siempre estaba lleno el local, en cuya parte alta, el techo de lámina de asbesto contenía una espesa nube de humo tanto de cigarro como de mariguana. Él y sus amigos acostumbraban recorrer el lugar con movimientos al ritmo de la música para ver a las muchachas a las que vestidas con minifalda o pantalones de campaña a la cintura, pantiblusas y zapatos de plataforma, les gustaba ser admiradas. A veces se sentaban en el piso en círculo y rolaban ya el cigarro o el churro, del que Él prefería el primero, a pesar de la insistencia de que no tuviera miedo de darse un toque. Esa época la disfrute mucho, llegó a comentar Él. Cada sábado o domingo estaba presente ya fuera en el hoyo de la colonia Oriental, de la Puebla, el inmueble ruinoso de un cine que estaba en la calzada de Tlalpan o en la bodega de la Villa, que consideraba el mejor, pues si abría la tocada el Peace and Love, al terminar iniciaba en el segundo estrado Javier Batiz acompañado por su hermana la Baby Batiz o por Macaria, su esposa con la interpretación de un buen blues, y luego entraba al quite La Fachada de Piedra o Medusa o Decibel o Toncho Pilatos o La Tinta Blanca o Mayita Campos o Pájaro Alberto o El Ritual que, en ocasiones, cuando interpretaba Bajo el Sol y Frente a Dios, el flautista se clavaba y se aventaba solos hasta de diez minutos. Era el puro alucine y eso que yo -resaltaba Él- no andaba pacheco. Después de esto que duró hasta 1974, la mayoría de grupos se disolvieron y sus integrantes optaron por crear otros con una tendencia hacia el rock progresivo: Chac Mool, Náhuatl, Al Universo, y los que mezclaron rock con sonidos de la música popular mexicana como Quail y Nuevo México, cuya trayectoria fue corta. En fin… Así, con los aciertos y errores que constituyen sus aprendizajes de vida, Él forjo su vida. Aprendió a vivir de acuerdo a las circunstancias que se le presentaban y aunque aceptó y lamentó haber causado daño a las personas con las que convivió a lo largo de sus años vividos: familiares, amigos, conocidos, novias, amantes y esposa, nunca se arrepintió y por ello decía convencidamente que si volviera a nacer volvería a vivir la vida tal y como la vivió. No cambiaría nada. Hacerlo implicaría, se decía, estar arrepentido, avergonzado e insatisfecho con su vida, cuando en realidad, es todo lo contrario.
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Rafael CienfuegosRafael Cienfuegos Calderón cursó la carrera de Periodismo y Comunicación Colectiva en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM y se inició como reportero en 1978. Se ha desempeñado como tal en el periodismo escrito, principalmente, y ha incursionado en medios electrónicos (Canal Once Tv) y en noticieros de radio como colaborador. Archives
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